El comentarista ofensivo

¿Se han dado ustedes cuenta de que, cada vez más, los comentaristas deportivos son tendencia, en las redes sociales? Por ser más específicos: la tendencia es ponerlos a parir, como suele ser habitual en ese mundo virtual, cada vez más cruel, cainita y empobrecedor.

Ocurre con el fútbol, pero también lo he detectado en el baloncesto: forofos -que no seguidores- de un equipo que insultan y desprecian a los comentaristas televisivos porque, según su superior criterio, yerran en sus análisis y, por supuesto, lo hacen a propósito y siempre en contra de sus colores. Sobre todo, cuando esos colores representan a un determinado credo o nacionalismo.

 

Una de las cosas más deplorables en el mundo del deporte es el insulto a los árbitros, siempre sospechosos para grupúsculos de descerebrados con querencia por la conspiranoia y tendencia a hacerles depositarios de su ira y su frustración. A los colegiados hay que añadir, ahora, a los comentaristas.

Cuenta Plutarco en sus “Vidas paralelas” que el emperador armenio Tigrán II le cortó la cabeza al mensajero que le trajo malas nuevas sobre el desarrollo de una batalla, por lo que nadie quiso volver a darle una mala noticia. Y ahí estaba Tigrán, rodeándose de gente que solo le decía cosas agradables al oído, mientras la guerra iba de mal en peor…

 

Matar al mensajero, literal o metafóricamente, ha sido una gran tentación desde que el hombre es hombre y supone una de las muestras mejor acabadas de cobardía, estulticia e indigencia mental y moral.

 

La gran paradoja del siglo XXI es que, cuantas más fuentes de información tenemos a nuestro alcance, más riesgo de desinformación corremos, con millones de iluminados convencidos de ser los depositarios de la verdad única. Individuos con orejeras convencidos, también, de que cualquier persona que no interprete la realidad a su imagen y semejanza, además de estar equivocada, lo hace movida por intereses espurios y/o por formar parte de alguna conspiración atentatoria contra sus muy personales intereses.

En teoría, son antibarcelonistas… en fin.

Cuanto más modernos, desarrollados y tecnológicamente mejor dotados, más gilipollas nos estamos volviendo, con la inteligencia y la capacidad de raciocinio en franca recesión.

Vivimos tiempos oscuros y de piel fina en los que todo nos ofende, desde un desnudo hasta una opinión política, pasando por los comentarios de un locutor que interpreta como falta -o no- un lance cualquiera del juego.

 

Jesús Lens