El librero optimista

Ayer martes, desafiando a la lógica, al sentido común y a los consejos de las autoridades competentes, me eché a las calles a mediodía, con toda la calor, que tenía unos mandaíllos pendientes: cursar unos envíos en Correos, resolver papeleo con mi contable, visitar -de incógnito- un garito que queremos sacar en el suplemento Gourmet de los viernes, a ver qué tal…

Aproveché la excursión para cumplimentar visita a Javi, el librero de Praga al que llevaba semanas y semanas queriendo ver. En su librería. Que en conciertos y manifestaciones solemos coincidir. Además de estar muy conectados a través de las Redes.

Praga es un templo. Como llegué de bulla y corriendo, no tuve tiempo de explayarme entre sus estanterías y anaqueles. Me limité a llevarme el “Cándido” de Voltaire, en magnífica edición de Cátedra y por solo 5 euros… y a charlar un rato con Javier.

Lo que más me gusta del librero de la blanca melena es su optimismo recalcitrante. Tanto que me recordó al mismísimo Cándido cuando decía aquello de “Está demostrado que las cosas no pueden ser de otra forma: pues teniendo todo un fin, todo es necesariamente para el mejor fin”.

Por ejemplo: el Twitter. Nos hemos acostumbrado al lugar común de que la red social del pajarito es un vertedero rebosante de bilis y ponzoña. Javier, sin embargo, presume de tener un Twitter cojonudo, con un montón de contactos intelectualmente muy potentes, que le aportan y le ilustran. ¿Y los insultantes y maleducados? Todos bloqueados. Desde el principio. “¿Tú concibes entrar en un bar y que cualquiera te insulte, te menosprecie o vomite su mierda en tu cerveza? Pues en Twitter, igual”. O sea que, pollaícas, las justas.

Y está la cuestión de la lectura. Que yo soy pesimista. Pero Javier no tardó en corregirme, estadísticas en mano: ahora se lee más que nunca. Sobre todo, en el segmento infantil y juvenil. El problema es que, a partir de determinada edad, incluyendo los 14, hay padres que siguen regalándole Gerónimo Stilton a sus hijos. Como si fueran “lentos”. Y no lo son. Y se aburren. Y se desenganchan. Me gusta cuando dice Javier que, literariamente hablando, hay que tirar de la chavalada yendo por delante de ella, ilustrándola, pero dándole libertad, seguridad y confianza.

También hablamos de la televisión, pero ese tema merece columna aparte.

Jesús Lens