No sin mi toque

Leo que el toque de queda desaparecerá el próximo domingo y un sudor frío recorre mi espalda. ¿Qué será de mí ahora? Martes noche. Plaza del Realejo. Había quedado con Owen para tomarme una Alhambra de cara al Gourmet de mañana viernes. Nos habíamos citado a las ocho, cuando todavía era de día.

Íbamos para las diez, era noche cerrada y habían caído tres cervezas. Estábamos en ese punto de no retorno en el que, si vuelves a llenar, estás perdido. Sí. Con tres cervezas nada más. Nadie dijo que llegar a los 50 fuera heroico.

Entonces caímos en la cuenta: apenas faltaba una hora para el toque de queda y había que volver al barrio. A pata. Ahí se terminó todo. Pedimos la cuenta, liquidamos y cada mochuelo a su olivo. Minutos antes de las 11pm, como un ciudadano modelo y un trabajador ejemplar, me afanaba sobre el teclado para dejar volcada la entrevista, fresca, fresca. En la calle, silencio, paz, tranquilidad y sosiego.

No sé ustedes, pero yo ya no sé vivir sin el toque de queda. El límite de las once de la noche para estar recogido se adapta tan bien a mi actual estado físico, mental y espiritual que me viene de perlas “la restricción de movilidad nocturna”, en eufemística y poco exitosa expresión de ‘Moai’ Sánchez.

Hoy, por ejemplo, he quedado a las ocho otra vez. En otro bar. En mi vida anterior habría despejado la agenda del viernes, por lo menos y por lo que pudiera pasar, hasta las once de la mañana. Ahora sé que, por interesante que se ponga la cosa, a las 7 am estaré en perfecto estado de revista, listo para la acción. Aunque sea leer en la cama.

¿Cómo será estar a medianoche en mitad de la calle? ¿Y si vampiros y licántropos se apoderan de nuestras ciudades en nuestra ausencia, tal y como hizo la fauna agreste y salvaje durante el confinamiento duro del pasado año?

Me da tanto miedo el levantamiento del toque de queda como la apertura de los perímetros y el libre tránsito de personas, incluidas las foráneas. ¿Se imaginan, cruzarse con un viajero solitario en mitad de la noche, en una calle cualquiera, así sin más?

¿Y los salvoconductos? Porque el pasaporte Covid, tan molón y cibernético, no puede suplir a esas filigranas artesanales que nos permitían viajar a otras ciudades emulando al correo del Zar. O tempora, o mores.

Jesús Lens

Aviso a navegantes

Se me quedó la vista imantada a la fotografía del barco atravesado en el Canal de Suez. ¡La que ha liado el Ever Given! Poco menos que el colapso del comercio internacional, así a lo bruto y sin ganas de andarme por las ramas. Un dato: cada hora con el tráfico marítimo interrumpido supone pérdidas de 400 millones de dólares.

 Pérdidas que, de forma más o menos directa, nos afectarán a todos. Ya saben ustedes que las ganancias multimillonarias son de unos pocos, pero cuando toca apoquinar derramas extra… De aquí a nada veremos escasez de productos imaginables y de otros inimaginables y, poco después, la subida de precios. “Es por lo de Suez, ya sabe usted”… ¡Ah claro, lo de Suez! Faltaría más. Y eso que, según ha anunciado la Autoridad Portuaria, el Puerto de Motril no se ve afectado.

Qué añito llevamos de efecto mariposa. O de cisne negro, dependiendo del caótico animalito que más le guste o más simpático le parezca. Desde la famosa sopa de murciélago y pangolín del mercado de Wuhan esto es un no parar de aleteos sin sentido.

Las redes no dejan de mostrarme recuerdos de años anteriores. Qué coraje me da. Cuando no estaba en Tánger, me encontraba en Perú, en San Petersburgo o Persia. ¡En Doñana, incluso! Qué tiempos aquellos… Ahora, ir al cine o acudir a la presentación de un libro son acontecimientos memorables que celebramos con el alborozo del niño que cumple años.

Nuestro horizonte vital y personal no nos permite alcanzar Alcalá la Real, Villanueva del Trabuco o Adra. Es de justicia poética —que no monetaria— que los objetos y mercancías que viajan por los siete mares hayan encallado en Egipto.

Además de los salvoconductos, tan de Miguel Strogoff y el Conde de Montecristo, estos días se pondrán de moda los piratas que, a la vuelta del Cabo de Buena Esperanza, tratarán de asaltar a los mercantes en las aguas del Índico, como en ‘Capitán Phillips’.

Así las cosas y por lo que pueda pasar, me he bajado a la frutería de la esquina a comprar plátanos, no sea que para venir de Canarias al Zaidín pasaran por Suez. Y otro concepto, este más moderno, que cobra todo su sentido: km.0. A falta de productos de importación, disfrutemos de los espárragos y las alcachofas de nuestras vegas, del cordero segureño, el pulpo a la salobreñera y los aguacates de Almuñécar.

Jesús Lens

Es todo tan raro…

Es raro llegar al aeropuerto del Prat, en Barcelona, y no encontrarte a prácticamente nadie. Tiendas cerradas, cafeterías valladas e inmensos pasillos vacíos. Al pasar por un control, las preguntas de un miembro del equipo de seguridad: ¿de dónde viene? ¿Motivo de su visita?

Aunque llevo en el bolsillo el salvoconducto firmado por el director de Programas Culturales del Ayuntamiento de Barcelona, me siento inquieto. Salvoconducto. Una de esas palabras que, hasta hace unos meses, solo existían en el baúl de nuestros recuerdos literarios y cinéfilos. Salvoconducto. Como el de ‘Casablanca’, pero en la España de 2021.

He venido a Barcelona para participar en BCNegra, uno de los grandes festivales españoles dedicados al género policíaco. Se hace sin público presencial, retransmitido a través de streaming desde un set instalado en el maravilloso Palau de la Virreina. Es tan raro eso de hablar para un público presente solo al otro lado de la pantalla…

Pero había que venir. Había que estar aquí. Les confieso que, si no miedo, sí que me asalta la aprensión. Y el temor. Los recelos. En casa hemos interiorizado unas rutinas que nos permiten tener la sensación de que controlamos. Todo lo que se puede controlar un virus que se ha demostrado incontrolable. Al salir, toca reinventarlas y reordenarlas. Y cuesta.

Pero había que venir a Barcelona, insisto. En primer lugar, por no defraudar la confianza depositada por el festival. Si defendemos que la cultura es un bien de primera necesidad, hay que demostrarlo en la práctica y predicar con el ejemplo. Lo fácil era quedarme en Granada. Lo cómodo. Lo tentador. Pero el Ayuntamiento de Barcelona cree en la cultura. Y paga a los profesionales del gremio. ¡Eso sí que es una rareza, oigan! Es otra razón, igualmente de peso. El dinero. La pasta. El trabajo que tanto escasea.

Encapsulado en mi hotel, solo salgo a pasear. Solo. Ramblas, Corts, Gràcia, Barrio Gótico… Me asomo al Caixa Fórum a mediodía, cuando menos gente calculo que habrá. Acierto: hay tan pocos visitantes que puedo disfrutar de obras maestras del Prado en la soledad más absoluta.

En Cataluña, solo se puede desayunar hasta las 9.30 de la mañana. Los horarios del almuerzo no me los sé aún, que he prescindido de esa comida para compatibilizar el trabajo, los paseos y el noir. Las cenas, en el hotel, entre las 20 y las 21.30 horas. ¡De esta sí que vamos a europeizarnos!

Jesús Lens