HONEYMOONS

Honeymoons. Lunas de miel. ¿Lo último en comedia almibarada, made in Jennifer Aniston & Co? ¿La última sensación del cine adolescente más inane y melifluo? No. Ni mucho menos. «Honeymoons» es la última película del interesantísimo director serbio Goran Paskaljević.

No debe ser fácil ser cineasta balcánico. Sobre todo, en el caso de una generación de guionistas y directores que, nacidos y formados cuando Yugoslavia era una potencia, una Tercera vía del comunismo, se forjaron en lugares como la mítica escuela de Praga. Pero luego, dejaron de ser yugoslavos. Y se convirtieron en directores serbios, croatas, bosnios… y los espectadores, claro, les pedimos que nos «cuenten» su versión de los hechos de lo que ocurrió en las cruentas y sucesivas guerras de los Balcanes.

Sensacional cartel, cargado de sentido...
Sensacional cartel, cargado de sentido...

Directores que, parafraseando el título de otra notable película bosnia, del director Danis Tanović, se encuentran en tierra de nadie. Y, quizá por eso, por sus reflexiones fílmicas son tan importantes, necesarias y trascendentales.

¿Qué nos cuenta Paskaljević en «Honeymoons»? Pues, efectivamente, nos cuenta dos bodas. Y, de inmediato, las dos supuestas lunas de miel. Que, parafraseando el título de otra gran película, se convierten en lunas de hiel.

Por un lado, una familia de kosovares va a Tirana, a la boda de un familiar. Por otro, dos chicos de Belgrado van a un pueblito serbio, a la boda de una prima. Justo en ese momento, en los territorios de Kosovo ocupados por las fuerzas de Naciones Unidas, una explosión mata a unos soldados italianos.

¿Mirando el futuro con esperanza?
¿Mirando el futuro con esperanza?

A partir de ahí, los puntos de vista. Puntos de vista que, en la mayor parte de los casos, requieren adhesiones inquebrantables. Para los albaneses, los asesinos terroristas son los serbios. Obligatoriamente. Para los serbios, no pueden haber sido sino los albaneses. Y, en ese sentido, la secuencia del bar del pueblito serbio es muy ilustrativa. Por la mañana, uno de los protagonistas de la película, un músico recién llegado de Belgrado para la boda de la prima de su mujer, entra en el bar, con su cuñado postadolescente. Piden unas cervezas y, cuando los bullangueros chavales del local que andan jugando al billar intentan que beban más, él se niega. No le gusta eso de beber por obligación. Se genera una situación de una cierta tensión. Entonces, la televisión del local muestra imágenes del atentado de Kosovo. El cuñado, otro chavalito imberbe, bocazas e irreflexivo, maldice a los albaneses, dando por supuesto que son los autores del atentado.

A la derecha, el prota. Serio y adusto
A la derecha, el prota. Serio y adusto

El protagonista, con su barba de tipo serio y ponderado, dice que aún no se sabe quiénes han sido los terroristas. Que habrá que esperar. Y termina la secuencia. Más adelante, ya durante la celebración de la boda, el mismo protagonista vuelve a vivir un momento de tensión, esta vez con el padre de la novia, uno de esos desmesurados personajes balcánicos absolutamente excesivos, que cantan, bailan, derrochan dinero a manos llenas, pagando a los músicos de tres bandas para que toquen sin descanso mientras beben sin límite y disparan sus pistolas al aire para mostrar su gran alegría.

El hombre, en su desmedida alegría, insta a beber a protagonista, del que ya conocemos su resistencia a hacer lo que le dicen. Y, más aún, a beber por obligación. Tras el típico rifirrafe (que bebas, que no, que eres un marica, que te den, que bebas so mariquita, que no me toques las pelotas…) el muchacho termina apurando un vaso de raki, la bebida tradicional, con tal de no seguir escuchando la monserga del padre de la novia. Molesto y enfadado, se marcha del lugar de celebración de la boda. Sus pasos le llevan, como los raíles a un tren, al bar del principio. Y allí es asaltado por los muchachos que jugaban al billar. Bebidos y al amparo de la noche, le pegan una paliza de órdago, afeándole el que siquiera hubiese dudado de que los autores del atentado de Kosovo eran los albaneses.

El padre de la novia
El padre de la novia

La imagen del protagonista, con las manos en los bolsillos para evitar que se le dañen durante la pelea y le pudiese afectar a su carrera como violonchelista, aguantando estoicamente la golpiza de unos críos sin dos dedos de frente, es de las que se quedan grabadas en el imaginario del espectador.

Y es que en los bares, al calor del grupo y con el fermento del alcohol, muchas veces afloran los peores sentimientos de las personas, convertidas en fanáticos de un pensamiento único, violento, unidireccional, primitivo y reaccionario. La conjunción del bar como refugio y el alcohol como reactivo pueden suponer la peor exaltación de la hueste violenta e irracional, la hostilidad de las tribus primitivas, el triunfo de la exclusión, la xenofobia y la irracionalidad.

La incomprensión
La incomprensión

Aunque nos hemos centrado en la historia del músico invitado por la Filarmónica de Viena a una audición, la película cuenta dos historias paralelas sobre el exilio y la emigración, por razones diferentes y en condiciones muy distintas, pero con idéntico fin: la duda, la espera, la soledad, la incertidumbre, el miedo, la incomprensión, el racismo, los prejuicios… por desgracia, buena parte de los elementos que conforman el común denominador de las sociedades más modernas, vanguardistas y desarrolladas del siglo XXI.

Valoración: 7

Lo mejor: el final. Tan abierto como realistamente incierto. Y el cartel. Una joya.

Lo peor: que siendo una de esas películas que hay que ver, apenas durará un suspiro en cartelera y desaparecerá, como lágrimas entre las gotas de la lluvia…

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

I AM NOT THERE

Sólo han tenido que pasar tres años desde su estreno en el Festival de Venecia, donde la interpretación de los diversos actores causó sensación. Sobre todo, la de la actriz Cate Blanchet, que ganó el León de Oro del Festival italiano y fue nominada tanto al Globo de Oro como al Óscar por dar vida, nada más y nada menos que a… Bob Dylan. Tres años de espera. Nada más. Y luego nos quejamos de la piratería…

 

La sorprendente atípica, irregular, atractiva y desmesurada película de Todd Haynes está basada e inspirada por la música y las muchas vidas de Bob Dylan. Y precisamente por eso, porque Dylan es un tipo poliédrico como pocos, camaleónico, variable y contradictorio, no es extraño que varios actores le den vida, en diferentes momentos de su vida, real o fingida.

 

Lo mismo es el niño vagabundo que se hace llamar Woody Gutrhie y porta una guitarra con la famosa leyenda de «esta máquina mata fascistas» que es un tipo religioso que se hace pastor. O un engolado fiestero con el tonto subido. O el personaje de un western mítico que viaja buscando a su perro.

 

El punto de partida de «I am not there» es prodigioso. Una idea genial para retratar las muchas y diferentes caras de un músico que, sin ir más lejos y en su actuación motrileña de hace unos años sólo se aplicó a los teclados, sin coger una sola vez la guitarra y cuyas canciones más clásicas resultaban completamente irreconocibles, de tan cambiadas y arregladas que estaban.

 

Hay personas, músicos, artistas… que una vez que se hacen con un estilo, una temática o una actitud vital, se mantienen fieles a los mismos y no cambian hasta el fin de sus días. Otros, sin embargo, están en permanente evolución, buscando nuevos caminos, nuevas alternativas. Bob Dylan es de estos y ahí gira el núcleo esencial de «I am not there», en mostrar esos cambios.

 

Pero, sin embargo, el resultado es desigual. Hay partes de la película muy atractivas, como la del niño en el tren, y otras demasiado engoladas y aparatosas, que terminan cansando. Como el segmento interpretado por Christian Bale, por ejemplo.

 

Me encantó la secuencia de la moto, al principio y al final. Algo puramente físico y accidental que, por supuesto, puede condicionar una vida. Y me gustó la «electrificación» protagonizada por la Blanchet, en su primera aparición, cuando el cantautor reverenciado se pasó al rock en mitad del Festival Folk más famoso de los Estados Unidos, ganándose un brutal abucheo y una pitada monumental, lo que levantó una encendida polémica en el mundo de la música.

 

Una película que defiende la necesidad de acabar con los estereotipos y que, si bien alcanza un resultado desigual, resulta muy osada y original en su planteamiento. Cine diferente y a contracorriente. Personal y comprometido. Interesante y atractivo.

 

Valoración: 6

 

Lo mejor: por supuesto, la música de Dylan, sobre todo, la recreación de «The ballad of a thin man».

 

Lo peor: que termina cansando y acabas mirando el reloj, con ganas de que se termine la película.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.       

SHUTTER ISLAND

De todas las películas pendientes de estreno de la última temporada, una de las que esperaba con mayor interés era «Shutter island», dirigida por Martin Scorsese y protagonizada por un Leonardo di Caprio que, bien rodeado y mejor aconsejado, se está convirtiendo en el actor más interesante de su generación, con una más que envidiable filmografía a sus espaldas.

 

Y quería verla sin haberme sometido previamente al influjo de tráilers y demás material promocional, no permitiendo que nadie que ya la hubiera visto me dijera nada sobre ella. Y eso que, por supuesto, había leído la novela de Dennis Lehane en que está basada, hace ya un puñado de años.

 

Yo creo que fue antes siquiera de tener un Blog, cuando montamos un pollo de mucho cuidado con el envío masivo de «Shutter Islands» dedicados por su autor a algunos de vosotros. ¿Os acordáis? Leímos la novela más o menos a la vez y menuda tertulia literario-virtual mantuvimos… Para unos, Lehane habría sido un tramposo. Otros decían haber anticipado el final. Y algunos criticaban, precisamente, que Lehane había escrito la novela pensando directamente en su más que segura adaptación al celuloide, lo que finalmente ha ocurrido.

 

La pregunta es, por tanto, ¿qué os ha parecido la «Shutter island» película? ¿Habíais leído el libro previamente? ¿Os sorprendió el final a quiénes no lo conocíais? ¿Lo adivinasteis? ¿Os ha parecido una adaptación fiel al espíritu Lehane? ¿Se sostiene bien la película aún conociendo la historia?

 

Hago todas esas preguntas porque, la verdad, me gustaría conocer vuestra opinión antes de dar la mía. Que la tengo, claro. Y favorable y positiva, básicamente. Aunque Max von Sidow esté enormemente desaprovechado, la secuencia en el Pabellón C roce lo grotesco y el campo de Dachau parezca más sacado de una película española de bajo presupuesto que de una superproducción norteamericana, aunque formara parte de una secuencia onírica y no requiriera excesivo realismo.

 

Por cierto, antes de «Shutter island» y con el cine a reventar, pusieron los tráilers de dos películas españolas de inminente estreno. Una iba de jóvenes que quieren follar con otros jóvenes y la otra iba de unos chavales con ganas de follar. Más o menos.

 

No sé si, después, serán buenas, malas o regulares; pero el tufillo que dejaron en el cine y el clamor que despertaron entre el público fue algo parecido a… «la vin que mierda, las películas españolas, siempre igual y todas lo mismo». Quizá, después, sean unas comedias fantásticas, ingeniosísimas y divertidísimas, pero la pinta que tienen en los avances provoca arcadas.

 

Y, como me he indignado y estoy esperando vuestras respuestas sobre «Shutter island», no voy a comentar ese travelling lateral con el fusilamiento que tanto me gustó, made in Scorsese. Ni la banda sonora, a veces justamente estridente. Ni si las caras fantasmagóricas al estilo «niñas de El Resplandor» están más o menos justificadas o resultan efectistas en exceso.

 

Porque de lo que se trata, en esta ocasión, es de que seas tú quién comenta, reflexione y opine sobre «Shutter island», que casi seguro la has visto. ¿O no?

 

Jesús Lens, vago total.

LA CARRETERA

Monocrómica. Aunque el corrector del tratamiento de textos me lo subraya en rojo, como palabra incorrecta, me gusta esa palabra inventada, tan sonora y evocadora. Y, desde luego, si hay un calificativo para describir «La carretera» sería ese: monocrómica.

 

Ahora me da rabia no haber leído la novela de Cormac McCarthy en que está basada. Su «No es país para viejos» me gustó mucho y disfruté más de la película de los Coen después de haberla leído. Tengo «La carretera» en casa, en una de las primeras ediciones de Mondadori, de gris riguroso. ¿O tengo la edición negro total?

 

Negra, gris y marrón. Oscura. Monocrómica. Angustiosa. Densa. Pastosa. ¿Hemos dicho angustiosa? Sí. Pues hay que repetirlo. ¡Angustiosa! Desde que empieza hasta que termina. Así es la película de John Hillcoat. Desde luego, si estás bajo de ánimo, deprimido o un poco nublado y ceniciento, no es la mejor película para recuperarte. O quizá sí. Lo mismo, al ver lo que le espera a la humanidad, decides dejarte de melancolías, nieblas, nubes y tormentas y empiezas a disfrutar de la vida.

 

Porque «La carretera» cuenta la historia de un padre y su hijo, en un mundo post apocalíptico.

 

Pero no nos confundamos. No estamos ante una epopeya tipo Roland Emmerich, repleta de efectos espectaculares que barren los monumentos más famosos de la historia de la humanidad de la faz de la tierra, entre olas gigantescas y tornados huracanados. De hecho, ni siquiera llegamos a saber qué ha provocado el apocalípsis que ha oscurecido la luz del sol, haciendo enmudecer a cualquier ser vivo de forma que sólo el crujir de las ramas secas de los árboles que caen se confunde con el rumor del viento.

 

Y en medio de esa desolación, un padre y su hijo avanzan por la vacía, resquebrajada y solitaria carretera que debería conducirles hasta el Golfo de México donde se supone que el mar, fuente de vida, les deparará algo parecido a un futuro. Padre e hijo que arrastran sus posesiones en un carrito de la compra, como un Sísifo transmutado en zombie.

 

Esa imagen, la del carrito, hace que este apocalípsis sea creíble y cercano. Porque es una imagen que nos resulta familiar, acostumbrados a ver a los homeless de los EE.UU. de esa guisa. Y es lo que comenta el director, que en su recreación del universo de McCarthy, ha utilizado una identificable iconografía del desastre que el espectador conoce bien, tras el paso del Katrina o la caída de las Torres Gemelas.

 

Porque «La carretera» es cualquier cosa menos espectacular. El hecho de que bandas de personas supervivientes al apocalípsis se hayan convertido en caníbales y que la mayor amenaza para los protagonistas venga constituida, precisamente, por otros seres humanos, habla bien a las claras del sentido de esta historia. Porque el padre, interpretado por un intensísimo Viggo Mortensen, en su desesperado intento de proteger a su hijo, también pierde el norte y amenaza con convertirse en una alimaña sin sentimientos.

 

Y en esa dialéctica transcurre una película absolutamente radical y a contracorriente, única, especial y muy recomendable, en las antípodas del cine-entretenimiento que, se supone es la patente de corso del cine estadounidense.

 

Valoración: 7

 

Lo mejor: La secuencia de la llegada a la playa y la primera visión del mar. Sin palabras.

 

Lo peor: Que es imposible mantener el ritmo de la historia sin que, a veces, haya algún bajón en la misma.        

PRECIOUS

Dura. Muy dura. Demasiado, quizá. Y, sin embargo, a la gente le está gustando. De hecho, al salir del cine, no te vas apesadumbrado, hundido y deprimido. Te vas tocado, eso sí. Porque la película cuenta muchas cosas, la mayor parte de ellas, malas. Por desgracia. Porque funciona como reflejo de una terrible realidad.

 

Comienza «Precious» de una forma dura, seca y descarnada, mostrando todas las cartas al espectador, sin intentar engañarle: la protagonista de la película es inmensamente gorda. Y fea. Y desagradable. Y no tiene ningún talento o aptitud que la haga simpática al público. No canta. No baila. No es simpática. No cuenta chistes. No es graciosa. Y, claro, no cae en gracia. Sólo cuando le da un mojicón a un compañero de clase nos hace sonreír. Y, de inmediato, conocemos su situación vital: abusada por su padre, tiene un hijo fruto de la incestuosa relación. Y vuelve a estar embarazada. De su padre otra vez. Y, además, su hogar sigue siendo un infierno, conviviendo con una madre monstruosa que la insulta, le pega y la veja constantemente.

 

Así, a los diez minutos de proyección, te encuentras retorcido en la butaca del cine, retrepado, echado hacia atrás, como intentando que lo que ocurre en la pantalla no te salpique, no te golpee. Lo que, en realidad, es imposible. Porque la vida de Precious, aunque seas un adoquín y un tarugo insensible, te conmueve hasta el extremo.

 

Y eso es lo mejor de la película. Que toda la parte de los abusos está apenas sugerida, sin que las imágenes se recreen en ello. La cámara pone el acento en la madre, ese ser ignominioso que mira a otro sitio. Y en los Servicios Sociales. En ese sistema que, cuando no funciona bien, sólo sirve para producir los más letales parásitos.

 

Y, por supuesto, la película se centra en el espíritu de superación del personaje principal, en su crecimiento como ser humano, en la importancia de la educación a la hora de salir adelante. En el compromiso de algunas personas que, trabajando para el estado, se desviven por cumplir con su labor, implicándose mucho más allá de lo que su contrato les exigiría.

 

Pero, ojo, no estamos en «Fama», «Rocky» o alguna otra historia fantástica por el estilo. En «Precious» todo es más básico, más sencillo, más humano. El éxito no pasa por hacerse millonario, ganar un título mundial de los pesos pesados de boxeo o conseguir el rol protagonista de un gran musical. No. El éxito pasa por poder acceder a una educación general básica, a tener una relación normal con un puñado de amigos y a disfrutar de la crianza de unos hijos.

 

Es lo mejor de «Precious»: empezando como un brutal dramón, la película intenta mostrar los anhelos de normalidad de la protagonista, su fuerza y coraje para sobreponerse a las más adversas circunstancias, mostrando el reverso más oscuro y tenebroso del sueño americano.

 

Valoración: 7

 

Lo mejor: los actores. Todos.

 

Lo peor: que de tan brutal y dura como se anuncia, hay muchos espectadores que pasan de ir a verla.