Prudencia en la Operación Salida

No le hagan caso a los calendarios de ‘vuelta a la normalidad’ que circulan por ahí. Ninguno es válido. Sobre todo el que marca cuándo podremos volver a los bares. Hoy por hoy, eso no lo sabe nadie.

Ojo, también, con lo de vuelta a la normalidad. La normalidad anterior a la Covid-19, o lo que quiera que entendiéramos como tal, tardará en volver. Y cuando lo haga, habrá mutado. Como las cepas del virus.

Hoy, lunes 13 de abril, comienza una semana clave. El Gobierno impulsa una vuelta a la actividad económica y laboral en la que nos jugamos mucho. Porque en esta especie de Operación Salida sigue sin haber mascarillas para todos. Porque sigue sin haber test rápidos generalizados. Ni Apps para controlar la movilidad ni los contactos de los infectados.

De todos y cada uno de nosotros, de nuestro comportamiento al salir a las calles, depende que esta relajación del confinamiento no derive en un nuevo repunte de infectados a la vuelta de una semana o diez días. ¿Cómo es posible que haya gente que siga escupiendo al suelo, por ejemplo? ¿Qué pasará cuando un trabajador recién incorporado a su puesto de trabajo tosa, más allá de un atragantamiento puntual? ¿Le mandarán sus jefes para casa hasta que se haga un test o le dirán que aguante como un jabato, dándolo todo por la empresa, a pesar del riesgo de contagio de todos sus compañeros?

Normalidad. De la crisis económica y financiera nunca volvimos a la normalidad anterior, cuando nos creíamos que éramos ricos. ¿Se acuerdan? Han sido 12 años durísimos que aceleraron las desigualdades y condenaron a una generación de jóvenes a vivir en la precariedad. Una crisis que vapuleó a las clases populares y que asestó un golpe mortal a la por entonces llamada clase media.

Del 11S y el 11M tampoco volvimos a la normalidad anterior a los atentados terroristas del integrismo islámico. La cosa fue mucho más allá de tener que quitarnos el cinturón en los aeropuertos. ¿Es necesario repasar las consecuencias geopolíticas a escala global que tuvo el ataque a las Torres Gemelas, de la invasión de Irak a las frustradas revoluciones verdes de determinados países árabes; de la guerra de Siria a los atentados terroristas de Barcelona, París y tantos y tantos lugares?

La normalidad de ayer es completamente diferente a la de hoy. ¿Y a la de mañana? Tengan por seguro que también, más allá de convertir las mascarillas en un complemento habitual de nuestro día a día. ¡Quién nos iba a decir que Darth Vader sería un influencer en el año 2020!

¿Cómo será la normalidad por venir? Ni idea, más allá de que tardaremos muchas semanas en mezclarnos con nuestros semejantes en conciertos, pabellones de deportes, presentaciones literarias o salas de cine. Leo expresiones como ‘cuando volvamos a llenar los bares’ y se me saltan las lágrimas. Hoy por hoy y mientras no haya vacuna para el coronavirus, muchas de nuestras actividades cotidianas de antaño serán una actividad de riesgo que, sinceramente, no sé si seré capaz de asumir o aceptar.

Estos días salgo a las calles vacías, por trabajo, y al volver me desnudo en la entrada de casa, me froto las manos y la cara con saña, de ducho, desinfecto cualquier objeto que traigo de la calle (móvil, gafas, cartera…) y todo ello sin haberme acercado a menos de metro y medio de cualquier bicho viviente. O semoviente.

Por la noche, tengo pesadillas protagonizadas por grupos de personas que me rodean. No tienen que hacer nada amenazante para darme miedo. Solo estar ahí. A mi lado. Junto a mí.

Hoy comienza, otra vez, el resto de nuestra vida. Seamos prudentes. Seamos cautos. Seamos conscientes. Actuemos con sentido común. Sigamos a rajatabla las instrucciones de las autoridades sanitarias. Nos jugamos el futuro, inmediato y mediato.

Jesús Lens

La bandera ignífuga

No dejo de pensar en metáforas, estas semanas. A mí, lo del apretón —de manos— metafórico entre Sebastián Pérez y Luis Salvador me ha trastocado. Así, cuando he visto el vídeo de un individuo vestido de negro y con el rostro cubierto por un pasamontañas, tratando de pegarle fuego a una bandera de la UE, me he vuelto a poner poético.

El protagonista es un jovenzuelo británico que enarbola un mechero, coge la bandera azul con estrellas amarillas de la Unión Europea y trata de incendiarla. Infructuosamente. No prende ni una miserable llamita. Nada. El tío se empeña en su cruzada flamígera, pero no hay manera. La bandera está fabricada con material ignífugo, a prueba de niñatos, locos e iluminados con ganas de hacer una gracieta.

Me gustaría pensar que la Unión Europea y, por extensión, las instituciones de los estados que la componen, también son ignífugos, a prueba de pirómanos inconscientes armados con una antorcha. Lo estamos viendo estos días, en Gran Bretaña, con la pugna entre Boris Johnson y el Parlamento, un duelo de alto voltaje más apasionante que la prórroga de una hipotética final del Mundial de baloncesto entre España y Estados Unidos.

Ver arder cualquier cosa siempre resulta espectacular. Y lo espectacular siempre es más excitante que la plomiza realidad. Sin embargo, la esencia de la vida, lo que nos permite seguir adelante con nuestro día a día, es la denostada cotidianeidad, supuestamente gris y aburrida.

Llegados a este punto, es necesario recordar la célebre maldición de la ancestral sabiduría china: te deseo que vivas tiempos interesantes. Con la espada de Damocles del Brexit pendiendo sobre nuestras cabezas y la economía alemana gripada, el futuro nos amenaza con una nueva recesión y los economistas vuelven a hablar de Crisis, con mayúscula. Interesante, sí. Pero jodido. Muy jodido.

Mi capacidad de atisbar un futuro que vaya más allá del próximo octubre está muy limitada, lo reconozco. Ahora sólo pienso en convertir la bendita normalidad de la vuelta al cole en algo alegre, divertido, creativo y gozoso. Lo demás, ya llegará.

Jesús Lens

Ser normal

En el fragor de la Eurocopa y en medio de lo más devastador de la crisis, osamos publicar un artículo en IDEAL que mezcla ambos conceptos. A ver qué os parece…

Aunque, técnicamente, el principio de la crisis financiera se sitúa en agosto de 2007, con la explosión de las subprime en Estados Unidos, el principio de los males que afligen a la sociedad española yo lo situaría en el día que Florentino Pérez echó a Vicente del Bosque del banquillo del Real Madrid.

Vicente, el camino correcto

Sé que hay mucha gente que considera una frivolidad o, más aún, una falta de respeto, el escribir o hablar de fútbol en momentos tan delicados como los que estamos viviendo. Pero el fútbol, el deporte en general, son una perfecta metáfora, un espejo que refleja la realidad en que nos desenvolvemos. Y, por eso, el hecho de que el presidente del Real Madrid despachara a del Bosque por la peregrina razón de que no era mediático, es un perfecto ejemplo de la España de la falsa riqueza y la opulenta apariencia que, ahora, se nos ha roto en pedazos.

Los buenos madridistas, para regocijo de los blaugrana, tenemos clavada esa espina en lo más hondo de nuestro ADN merengue. ¿Lo recuerdan? El Real Madrid de principios de siglo, entre 2000 y 2003, se convirtió en Galáctico, su presidente fichaba a Zidanes y Pavones y, a través de una dirección tan discreta como efectiva desde el banquillo, el equipo era una máquina de jugar al fútbol, deslumbrar al mundo entero… y ganar títulos. Un Real Madrid excelso en el que cada uno sabía lo que se esperaba de él y que culminó en aquella maravillosa volea de Zidane en Glasgow.

Después, sin embargo, cambiaron las cosas y la directiva merengue decidió que, además de ser rentable, ganar títulos y dar espectáculo a través de su juego en equipo; el Real Madrid tenía que convertirse en una máquina de ganar dinero. Y, para ello, se contrató a un jugador tan guapo como innecesario y se despachó al entrenador sencillo y poco mediático. Para sustituirle, se fichó a un gran desconocido que daba bien ante la cámara, hablaba inglés… y no traería complicaciones. A fin de cuentas, un equipazo como aquél se entrenaba solo y, para ganar todos los títulos en juego, le bastaba con comparecer en el terreno de juego. ¡Ni sudar la camiseta blanca iba a hacer falta!

Y ya sabemos lo que pasó: caos, desbarajuste, sequía de títulos, dimisión presidencial, interminable baile en los banquillos, fuga de talento y falta de rumbo o criterio deportivo y empresarial. Como consecuencia: la irrupción del guardiolismo y la hegemonía de su demoledor guante de seda. ¿Cómo se pudo venir abajo la todopoderosa Casa Blanca, de un día para otro?

Pues igual que se nos ha derrumbado el Milagro Español: a través de una mezcla de avaricia y apariencia en la que se despreció y se dio de lado al ser normal y juicioso que, con su trabajo sordo, callado, profesional y efectivo, tiraba del carro, levantándose temprano por la mañana, sudando la gota gorda en trabajos que sabía hacer y para los que estaba preparado y endeudándose lo justo y necesario para llevar una vida normal y corriente.

Jesús Lens