Sciascia, la conciencia crítica de Italia

Juraría que solo he leído una novela del escritor siciliano Leonardo Sciascia, cuyo centenario se celebra el próximo viernes. Sé positivamente que fue ‘El día de la lechuza’ y creo que la leí en una edición publicada por Alianza Editorial en ese formato suyo de bolsillo, tan cómodo y manejero. Sé que era corta. Apenas 150 páginas. Pero llevaba una carga de profundidad kilotrónica.

Efectivamente, Sciascia escribía sobre la mafia, pero no solo sobre los capos, los soldados y los consiglieri, sino también sobre cualquier abuso de poder, lo ejerciera quien lo ejerciera. Nacido un 8 de enero de 1921 en Racalmuto, conocido como ‘el pueblo de la razón’, el escritor fue un ejemplo de compromiso entre pensamiento, vida y obra. Compromiso político, intelectual, vital y literario que actualmente podemos descubrir y disfrutar a través de diez de sus títulos más importantes, publicados por Tusquets.

Una sencilla estatua homenajea a Sciascia en su pueblo natal. Está a pie de calle, en mitad de una acera, y le muestra caminando con total naturalidad, con una mano metida en el bolsillo del pantalón y la otra levemente extendida, fumando, como si estuviera hablándole a su compañero de paseo.

‘El día de la lechuza’ arrancaba con el asesinato en plena calle de un pequeño empresario llamado Salvatore. También había una desaparición. Y el carabinero encargado de la investigación, un antiguo partisano que se enfrentará a la famosa omertà, la ley del silencio en la que siempre se ha amparado la mafia para hacer y deshacer a su antojo.

Hace ya muchos, muchos años que leí la novela de forma compulsiva sin soltarla hasta que la terminé. La leí en verano, subiendo o bajando de Carchuna en la mítica Alsina Graells. Pura adicción. Y hasta ahora.

La historia del propio Sciascia es igualmente apasionante. Comenzó por estudiar magisterio, dedicándose a la enseñanza durante varios años. Cuando se jubiló anticipadamente, en 1970, el periodismo le entró en vena, cambiando la tiza y el encerado por la plumilla, la tinta, la libreta y las rotativas, trabajando para Corriere della Sera. Comprometido con el Partido Comunista y posteriormente con el Partido Radical, su independencia de criterio le llevó a abandonar ambas formaciones, a pesar de haber ocupado puestos de responsabilidad política, que llegó a ser Eurodiputado.

Sciascia formó parte de la comisión que investigó el secuestro y asesinato de Aldo Moro por parte de las Brigadas Rojas y publicó un apasionante libro sobre ello. Además, nunca dejó de denunciar en la prensa la corrupción política italiana y la violencia mafiosa, siempre tan de la mano. En ‘Para una memoria futura (Si la memoria tiene un futuro)’ se recogen sus artículos publicados a lo largo de los años 80, tan duros como clarividentes, siempre criticando el manto de silencio en que se envolvían aquellos dos vicios seculares de la sociedad transalpina.

Estoy escribiendo estas notas y, a la vez, me pregunto por qué no he leído más novelas de Sciascia. La respuesta les parecerá absurda: porque me gusta tanto este autor que termino dejándolas aparcadas para un momento especial. Una de esas contradicciones en las que tantas veces incurrimos los lectores. También, porque no están de moda. No suscitan debate. No aparecen en lista alguna. Porque siempre hay algo más urgente que leer, aunque seguramente no tan importante.

Háganme caso. Este mes, dediquen un par de días o tres a leer a Sciascia. Sus novelas son muy cortas. No tienen farfolla. Van a lo mollar desde la primera página. Y cuentan la realidad tan cual es. Nada menos. Y nada más.

Jesús Lens

Seguiremos hablando de ellas

“Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto” atesora, como primera gran virtud, uno de esos títulos con fuerza y personalidad, imposibles de olvidar. Un título que dan ganas de enmarcar con letras de oro y colgarlo en el despacho, sobre el escritorio, bien visible.

Por supuesto, la gran obra maestra de Agustín Díaz Yanes, dirigida en 1995, es más, mucho más, que un título prodigioso: si la película no hubiera sido tan grande como es, habríamos terminado olvidándonos de Gloria y de Doña Julia a las primeras de cambio.

 

Sin embargo, a comienzos de 2017, cuando el escritor Fernando Marías se planteó poner en marcha el proyecto Hnegra, en el que las mujeres serían las grandes heroínas de 22 cuentos cortos escritos por 22 autoras de género negro y que serían ilustrados por 22 reputados artistas, su referente fue “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto”.

 

“—No disparen… solo soy una puta…

 

Así recuerdo que suplicaba Gloria Duque, bañada en sangre ajena, ante los policías que irrumpían pistola en mano en la pantalla del cine, aquel lejano día de 1996. Desde mi butaca, estremecido, la vi llorar. Aterrorizada y sola, con las manos en alto, de rodillas en el suelo del tugurio, rodeada de cadáveres acribillados a balazos. Esa mujer muy pobre y muy desdichada, también inocente o incluso muy inocente, inocente de casi todo, no quería, a pesar de su vida perra, que la matasen un disparo fortuito.

 

—No disparen… Solo soy una puta…

…Esta película llegó para demostrar que era posible filmar obras maestras del cine negro en idioma español, senda que, por suerte, luego seguirían otras películas y cineastas. Pero, además, de forma también novedosa y hasta insólita, concedía el protagonismo de la trama y de su intensidad emocional a las mujeres”.

 

Estos fragmentos del excepcional prólogo que el escritor y muy cinéfilo cinéfilo Fernando Marías ha escrito para el libro Hnegra, publicado por la editorial Alrevés y Ámbito Cultural El Corte Inglés, nos dan la razón a quienes pensamos que sí. Que seguiremos hablando de ellas, por siempre jamás.

Seguiremos hablando de los personajes magistralmente interpretados por Victoria Abril y por Pilar Bardem, ambas ganadoras del Goya por sus interpretaciones de Gloria y Doña Julia, y escritos por un Agustín Díaz Yanes que hacía su debut como director con una película que, efectivamente, nos sacudió a todos los espectadores en la sala de cine.

 

Yo, que no soy de mucho llorar con las películas, no puedo evitar que, cada vez que veo el final de “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto”, me caigan lágrimas como puños mientras espero a que terminen los títulos de crédito, para rehacerme y recomponerme antes de volver a la realidad. Porque hablamos de una película más negra que el asfalto, pero con un poso de humanidad en sus personajes que, si no le conmueve, querido lector, es que está usted tallado en roca pura.

Pocos debuts cinematográficos tan deslumbrantes como “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto”, una película totémica y fundacional de un nuevo cine negro español que arrasó en el Festival de Cine de San Sebastián y que terminaría cosechando ocho premios Goya, entre ellos, mejor película, mejor director novel y mejor guionista; para Díaz Yanes, además de los referidos galardones a Pilar Bardem y a una Victoria Abril que definía así a Gloria, su personaje, durante el estreno de la cinta: “Es una personaje real, de hoy, del Madrid de 1995. Me siento representando a millones de mujeres de carne y hueso, no es una heroína de gimnasio. Es de las que se callan, cuya vida se desarrolla en una sociedad difícil, y más aún para las mujeres”.

Así las cosas, no es de extrañar que, más de veinte años después, sigamos hablando de Gloria Duque, ¿verdad? Sobre todo porque Agustín Díaz Yanes retomó su personaje en una extraordinaria secuela titulada “Solo quiero caminar”, en la que Gloria Duque regresa a México, viéndose enredada en la mala vida. Otra vez.

 

Otra potente historia, igualmente Noir, en la que el elenco femenino incluye a Ariadna Gil, Pilar López de Ayala y Elena Anaya, arropando a la imprescindible Victoria Abril. Y, si en la primera entrega, el villano estuvo interpretado por el argentino Federico Luppi; en este caso será el mexicano Diego Luna el personaje trágico masculino.

Uno de los temas que más me apasionan, de un tiempo a esta parte, es cómo reflexiona el cine sobre el paso del tiempo en películas que, pasados diez años o más, retoman a personajes de títulos anteriores y los sitúa en otro tiempo, en otro espacio, en otra sociedad y en otras circunstancias.

 

¿Cómo ha tratado la vida a Gloria Duque, en los cerca de quince años que median entre “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto” y “Solo quiero caminar”? ¿En qué han cambiado las sociedades española y mexicana que nos muestra Agustín Díaz Yanes? ¿Qué queda de la impronta de Doña Julia en la protagonista, años después de su muerte?

 

Para el festival multidisciplinar Granada Noir es un orgullo y un placer contar este año, en su tercera edición, con la presencia del guionista y escritor Agustín Díaz Yanes, que recogerá el Premio GRN a toda una trayectoria dedicada al género negro.

Será el martes 3 de octubre, en el Teatro CAJAGRANADA, antes de la proyección de su obra maestra, “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto”, con la que se inicia el ciclo que AulaCine CAJAGRANADA dedica a la mujer en el género negro.

 

Tras la proyección, el cineasta mantendrá un coloquio abierto con el público en el que hablará de su cine y sus novelas, de la adaptación de Alatriste, del guion de “Madrid Sur”, una cinta de ciencia ficción que no pudo ser rodada por falta de financiación; y de su película más reciente, “Oro”, que ya está a punto de estrenarse en las salas de cine.

Una película que esperamos con ansia cinéfaga sin límites.

 

Jesús Lens

El Sur Profundo y sus encrucijadas Noir

Cada vez que paso por un cruce de caminos, no puedo evitar mirar alrededor, a ver si se me aparece. Al Diablo, me refiero.

Porque, si hacemos caso a la leyenda, fue en una encrucijada de Mississippi donde el músico Robert Johnson le vendió su alma a Satanás, a cambio de convertirse en el mejor guitarrista del mundo. En concreto, aquel cruce de caminos está fijado entre las carreteras 61 y 49, en el término municipal de Clarksdale, y es uno de los lugares de culto y peregrinación de los amantes del blues… y del terror.

 

Más allá de la leyenda, lo que sí está documentado, históricamente, es que el mencionado Johnson murió en otro de esos míticos cruces de caminos, a los 27 años de edad. Fue el 16 de agosto de 1938, en un crossroad cercano a Greenwood, Mississippi. Y, con su muerte, Johnson inauguró el tan famoso como siniestro Club de los 27 al que pertenecen nada menos que Brian Jones, Jim Morrisson, Janis Joplin, Jimmi Hendrix, Kurt Cobain o Amy Winehouse.

 

Aunque existen hasta tres lápidas con su nombre, lo más seguro es que Johnson fuera enterrado bajo un árbol, al borde del camino. Que ya lo dejó escrito en “Yo y el Diablo”, una de sus canciones más conocidas: “Enterrad mi cuerpo junto a la carretera, para que mi viejo y malvado espíritu pueda subirse a un autobús de la Greyhound y viajar”.

¿Murió tan joven, Johnson, porque el Diablo se cobró pronto su deuda? Es posible. Pero, en ese caso, Satanás adoptó la personalidad de un marido burlado que decidió vengarse del bluesman, envenenando con estricnina su comida.

 

Desde aquel lejano 1938, la leyenda de Johnson no ha hecho sino crecer. Las pocas grabaciones que quedan de su música y el hallazgo casual de alguna foto perdida del músico ha engrandecido una historia que, además, ha inspirado a novelistas, cineastas y dibujantes de diferentes épocas, países y culturas.

El ejemplo más reciente es el cómic “Avery’s Blues”, escrito por Angux e ilustrado por Núria Tamarit. Editado por la editorial Dibbuk, el tebeo es finalista al Premio del Salón del Cómic de Barcelona, que se fallará a final de mes, y cuenta la historia de Avery, un joven músico que quiere convertirse en el mejor bluesman de todos los tiempos. Un tipo duro que fuma, bebe, roba y se mete en broncas y peleas, lo que no le permite estar en una situación especialmente ventajosa a la hora de vender su alma al Diablo, cuando se le aparezca en un cruce de caminos.

Digamos que el Diablo sabe que, con esa vida, el alma de Avery no tardará en ser suya. Por méritos propios y sin necesidad de pacto alguno. Pero, como el músico le cae bien, Lucifer le hace una propuesta: que busque a un alma pura y se la entregue en otro cruce de caminos, unas semanas después. En ese caso, sí: convertirá a Avery en el mejor músico del mundo. Y ahí es donde el pequeño Johnny hace su entrada en escena…

 

El tebeo, mitad historia de intriga, mitad narración de viajes, pone el acento en la necesidad compulsiva del protagonista de dejar un recuerdo permanente de su paso por el mundo, una huella indeleble que ningún amante del blues olvidará jamás. La vida eterna, a través de su consagración como músico excepcional. Llegados a este punto, la pregunta es obligatoria: ¿se cobra Satanás su deuda con los músicos que le venden su alma, siempre, cuando cumplen los 27 años de edad?

El mito de Robert Johnson está también en el origen de una novela excelente cuya versión cinematográfica es una de mis películas favoritas de todos los tiempos: “El corazón del Ángel”. Escrita por William Hjortsberg, la novela es una extraordinaria mixtura de cine negro y terrorífico, pespunteado por un blues demoníaco y abisal que Alan Parker adaptó con una fuerza arrolladora; con un Mickey Rourke que todavía aspiraba a suceder a Marlon Brando, un Robert De Niro maravillosamente pasado de vueltas y una abrasadora Lisa Bonet cuya actuación en la película supuso su traumática ruptura con Bill Cosby y su célebre serie de humor tan blandito como bienintencionado.

“El corazón del Ángel” es una película de culto que, casi treinta años después de haber sido filmada, sigue impresionando notablemente. El viaje de Harry Ángel desde una opresiva y gélida Nueva York (la secuencia de Coney Island en invierno es memorable) al Delta del Mississippi, sus encuentros con la echadora de cartas y con la preciosa bruja practicante de vudú se convierte en un apasionante descenso a los infiernos del que Robert De Niro es un testigo de excepción.

Hay quien considera que la película ha envejecido mal y que sus efectos especiales ya no impresionan como antes. A esta gente hay que recordarle que no son las películas las que envejecen, sino el espectador. Y su mirada.

Por “El corazón del Ángel” no pasan los años y, cuantas más veces la veo, más ganas tengo de viajar a ese Mississippi que, si hacemos caso a lo que nos contaba la serie “True Detective”, sigue siendo un lugar turbio, oscuro y misterioso.

 

Jesús Lens