Balance del año negro y criminal

Terminado otro año y a la espera de ir comprobando qué nos deparará este 2020, es buen momento para hacer repaso a la feraz cosecha noir que nos dejó un 2019 con grandes momentos, tanto literarios como cinematográficos.

Comencemos recordando que hemos tenido el privilegio de asistir al renacimiento de Pepe Carvalho, uno de los personajes fundacionales del policíaco español. De manos de Carlos Zanón, disfrutamos de la vuelta a la vida del mítico detective y de sus garbeos por el Madrid y la Barcelona contemporáneos, tanta tensión, tanta distancia, tanta separación. Y otro esperado retorno: el de Domingo Villar y su inspector Leo Caldas, extraordinario.

Dos de las mejoras novelas negras españolas del año se centraron en la problemática de las personas que viven en las calles, en las que nadie se fija y cuya suerte trae sin cuidado a una inmensa mayoría. ‘El desfile de los malditos’, de nuestro querido y llorado Antonio Lozano; e ‘Invisibles’, de Graziella Moreno, quien también puso el acento en la gente con problemas psiquiátricos. Ambas novelas están publicadas por Alrevés, un año más, la editorial que más y mejor noir español ha publicado.

Mucha de la gente que vive en cajeros automáticos o bajo las marquesinas de los autobuses adolecen de trastornos mentales que les impiden llevar una vida normalizada. O lo que habitualmente se entiende como tal. Graziella Moreno, en una novela rebosante de la mejor literatura y repleta de poderosas imágenes, nos pone en su piel.

He leído muchas más novelas españolas que extranjeras. Es lo que tiene organizar un festival como Granada Noir: exige estar al cabo de la calle de lo que se publica en nuestro país para ofrecer al público la mejor selección posible de autoras y autores. En este sentido, debo destacar la excelente nómina de periodistas que, además, han publicado novelas este año: Marta Robles, Berna González Harbour, Tomás Bárbulo, Jerónimo Andreu o Íñigo Dominguez.

También leímos, de forma compulsiva, ‘El cártel’. El portentoso cierre de la Trilogía del Narco que nos regaló Don Winslow es pura adrenalina. Y descubrimos al autor galo Marin Ledun, cuyas novelas son una excelente radiografía de la Francia contemporánea. Y un pedazo de sorpresa: ‘Carreteras de otoño’, de Lou Berney.

En el mundo del cómic y a la espera de la vuelta de ‘Blacksad’, cuyos creadores fueron galardonados con el V Premio Granada Noir, alucinamos con la picaresca que preside ‘El Buscón en las Indias’, de Juanjo Guarnido y Alain Ayroles. La granadina Belén Ortega cerró su trilogía dedicada a la saga Millenium y nos hemos hartado —que no cansado— de leer historias del Joker, el perturbado más noir de los supervillanos, impulsado por el éxito de la película interpretada por Joaquim Phoenix. Ojo, también, a las adaptaciones al mundo de la viñeta que Hernán Migoya y Bartolomé Seguí están haciendo de las primeras novelas de Carvalho.

Cinematográficamente, y al margen de otros estrenos, hay que destacar ‘El Camino’, la vuelta de Vince Gilligan al universo expandido de ‘Breaking Bad’, un peliculón en el que conoceremos el destino ¿final? de Jesse Pinkman y, sobre todo, ese monumento fílmico, ese legado inconmensurable que es ‘El irlandés’.

Resulta paradójico que, en el siglo de las series y cuando se ha hecho popular pegarse atracones —maratones, les llaman— de varios capítulos seguidos, una de las pegas que se le ha puesto a la magna obra de Martin Scorsese es que sea ‘demasiado larga’. Otras críticas señalan que los venerables ancianos que protagonizan ‘El irlandés’ no resultan creíbles. Que son demasiado mayores para pegar palizas. Espero que los sustentadores de esta tesis no crean que John Wayne era una máquina de matar indios, dotado de una proverbial puntería, o que los diminutos James Cagney y Humphrey Bogart eran, de verdad, unos malotes de tomo y lomo.

‘El irlandés’ es una película totémica que juega con todo lo que ya hemos visto en el cine de Scorsese. El que sus protagonistas sean Pesci y De Niro no es gratuito. Ni casual. Las palizas, los asesinatos, la brutalidad… todo eso ya estaba en ‘Uno de los nuestros’ y ‘Casino’. Ahora, lo que toca es reflexionar sobre el paso —y el peso— del tiempo. Sobre los estragos de la edad. Sobre las consecuencias de haber dedicado la vida a ejercer la violencia. Una reflexión sobre los códigos de la lealtad y la servidumbre. Y a dónde conducen.

Termino este repaso a algunos de los destellos del 2019 con Víctor del Árbol, cuya novela ‘Antes de los años terribles’ nos conmovió hasta las entrañas, contando la tragedia de los niños soldado de África; y con Rosa Montero y su inaudita trilogía sobre la replicante Bruna Husky.

Porque ambos van a estar en Granada próximamente, participando en la segunda edición de Gravite que, patrocinado por Bankia, abrirá la temporada cultural-festivalera en nuestra tierra. Novelas de tinte policíaco que nos permiten viajar en el tiempo y sumergirnos en universos literarios y cinematográficos sólo aparentemente lejanos y alejados.

Jesús Lens

Con el mazo dando

Conocí a la jueza y escritora Graziella Moreno en el festival Las Casas Ahorcadas de Cuenca y me encantó escucharla hablar sobre su doble faceta, la jurídica y la literaria, a los chavales de diferentes institutos conquenses. Posteriormente, en una mesa redonda sobre el tema de la corrupción, estuvo igualmente brillante.

Así las cosas, compré su novela más reciente, “Flor seca”, publicada por la imprescindible editorial Alrevés y empecé a leerla con los dedos cruzados, deseando que me gustara.

Y aquí estamos, un par de semanas después, comentando lo muy interesante que me ha parecido la historia protagonizada por Sofía, jueza de un pueblo cercano a Barcelona que se enfrenta a la instrucción de un caso especialmente violento y sanguinario: el asesinato de una mujer a la que han destrozado la cara a golpes, con tanta saña que la han dejado irreconocible.

La investigación corre a cargo de dos jóvenes mossos d’esquadra, Anna y Víctor. Y tenemos a Rivas, un policía nacional muy amigo de Sofía al que encargan una investigación muy, muy especial.

A través de estos personajes, Graziella Moreno traza un fresco de la sociedad contemporánea rabiosamente actual y sustentando, en primer lugar, en el preciso conocimiento de autora sobre el funcionamiento de los juzgados de instrucción y las relaciones entre jueces, fiscales, abogados, funcionarios, forenses y los diferentes cuerpos de seguridad del estado.

Hay autores de género negro que se tienen que documentar profusamente para escribir la parte procedural de sus novelas y que resulten creíbles. Esa parte, Graziella la tiene convalidada. Y se nota que sabe bien de lo que habla, desde las primeras páginas de “Flor seca”: diálogos, sensaciones y situaciones a las que se enfrentan los personajes; narrados con absoluta naturalidad, sin necesidad de aspavientos o alardes enfáticos.

Y sus relaciones, tan complejas y contradictorias. Por aquello de las jerarquías y, sobre todo, por la naturaleza humana, que nos hace tan diferentes a unos y a otros. Por ejemplo, me encanta el fiscal del juzgado de Sofía. Me encanta que sea un petimetre presuntuoso, creído y pagado de sí mismo. Y me encanta cómo lidia la jueza con él.

Una de las cosas que más me gustaron de la intervención de Graziella en Las Casas Ahorcadas fue su reflexión sobre la corrupción, ese mal que nos trae a maltraer. Mal endémico, iba a escribir. Pero no hubiera sido justo. Ni cierto. Porque la corrupción aqueja a la sociedad desde que el hombre es hombre: no hay más que darse un paseo por la antigua Roma, por ejemplo, para saber lo que era comprar voluntades. O un garbeo por la novela negra norteamericana, desde los inicios del género. ¿Recuerdan que a la ciudad en que transcurría “Cosecha roja”, la novela fundacional de Hammett, se la conocía como Poisonville? La ciudad del veneno, corroída hasta los tuétanos por la corrupción…

No. La corrupción no es un mal endémico español ni, como nuestra historia reciente se ha encargado de demostrar, privativa de un partido político concreto o una ideología determinada. Ni de una cierta casta…

La corrupción tampoco es algo espectacular, enorme o desmesurado. Al menos, al principio. Los Jaguar en el garaje y las ayudas multimillonarias a empresas en crisis, tardan en llegar. En sus inicios, las cosas son más sencillas, más simples. Más cutres, también: unas buenas entradas para el partido del año, unos excelentes vinos de añadas imposibles, una mesa reservada en ese restaurante en el que hay lista de espera, el último modelo del teléfono de moda…

De todo ello nos habla Graziella en “Flor seca”. Porque la investigación del asesinato de la mujer muerta al comienzo de la novela tiene varias ramificaciones. Y una de ellas conduce, directamente, a la corrupción más obscena y rampante.

La autora no necesita inventar abstrusas y complicadas tramas para mantener enganchado al lector. Y es que la realidad cotidiana ya nos ofrece abundantes dosis de veneno y ponzoña como para tener que acudir a la ficción. La violencia de género, por ejemplo, igualmente presente en “Flor seca”. La más brutal y salvaje, pero también esa otra menos visible, la que se justifica en la pasión del amor.

Y un tema apasionante: los tatuajes. La simbología concreta de los que lucen algunos protagonistas de la novela, importante en la trama, pero también como nueva costumbre social, ampliamente generalizada.

Por todo ello, si les gustan las novelas realistas y apegadas a lo que pasa en la calle, lean “Flor seca”, de Graziella Moreno, una jueza con pasión por la escritura. Tanta que quiso ser periodista, aunque el Derecho se le cruzara por medio. Una jueza que, además de escribir, también lee. Y ve buenas películas y series de televisión. Y que tiene un enorme sentido del humor. Una autora de fiar, por tanto.

Jesús Lens