Bajar la ciencia a la calle

Mañana viernes podrán leer ustedes en el suplemento Gourmet de este periódico una charleta con Antxon Alberdi, director del Instituto de Astrofísica de Andalucía. Nos juntamos al calor de una Cerveza Alhambra fresquita para hablar de pintxos, tapas y asadores y acabamos saliendo por los anillos de Saturno. (AQUÍ, la entrevista)

Hubo un momento en que apelé a la sinestesia y le pregunté por la relación entre un agujero negro y un plato. Se hizo un silencio cósmico. Antxon, mirando al infinito, comenzó a hablar del contraste entre un haz de luz que ilumina la oscuridad más insondable y tuve claro que, además de un hombre de ciencia, es un poeta; un romántico.

Con el devenir de la charla salieron a colación el fútbol, la música y los viajes, pero Antxon vibraba especialmente cuando hablaba del trabajo del IAA, que aglutina nada menos que a 220 personas, incluyendo 120 científicos, 60 ingenieros y personal especializado en óptica, software, mecánica, administración…

Me decía que su trabajo consiste en el estudio de la física, pero en un escenario muy particular: el universo. Como está en permanente estado de transformación, es imposible repetir un mismo experimento en igualdad de condiciones. Me habló de la luz como su fuente primigenia de información, de los rayos gamma y de ese nuevo mensajero que son las ondas gravitacionales. Para que no se me desencajara la mandíbula y se me cayera la baba, yo bebía cerveza y comía callos. Y tomaba notas.

Lo que más me gustó de Antxon es que no descomponía el gesto cuando le preguntaba simplezas como si será posible cultivar patatas en la Luna, siguiendo la estela de Matt Damon en ‘Marte’. O por la posibilidad de encontrar vida en otros planetas. Ahí me habló de los lagos helados de Júpiter, de los cometas como viajeros interestelares y del proyecto SETI. Y yo seguía alucinando.

Adentrarse en profundidad en cada uno de esos temas hubiera requerido pedir más cerveza y ambos teníamos que trabajar esa tarde, pero qué buen sabor de boca me dejó la conversación. Es esencial que el extraordinario e ingente caudal científico que tenemos en nuestra tierra conecte con la ciudadanía. Tenemos que sacarle más partido al nombramiento de ‘Granada, Ciudad de la Ciencia y la Innovación’. Bajarla a la calle. En beneficio de todos.

PD.- No comeremos patatas cultivadas en la luna. Al menos, nosotros no. Como decía Antxon, ahora mismo es más ciencia ficción que ciencia.

Jesús Lens

Un coro abierto a la sociedad

Ayer domingo, un señor me echó la bronca. Estaba en el bar Rollo de la plaza de las Pasiegas, conversando con Jorge Rodríguez Morata y tomando notas en el portátil. “No trabajes hoy, hombre. Hoy es un día para el descanso y para el Señor. ¿Has leído la Torá? Yo sí. La Torá certifica que en Sabbat no se debe hacer nada”.

El hecho de que el hombre vistiera jersey de lana a las dos de la tarde y tuviera la mirada extraviada me disuadió de entrar en disquisiciones teológico-laborales: no hay nada más contraproducente que darle carrete a quien no tiene otra cosa mejor que hacer.

¿Cómo explicarle que hablar con Jorge no es exactamente trabajar? Habíamos quedado para una de las entrevistas de nuestro suplemento gastronómico de los viernes, compartiendo una Alhambra bien fría. O dos. O las que se tercien. Porque el riesgo, bendito sea, de estas citas es que uno sabe a qué hora empiezan, pero no a qué hora terminan.

Ya tendrán ocasión ustedes de leer la parte relacionada con lo culinario. Hoy, les quiero hablar de la importancia de que la UGR cuente con talentos como el de este músico prodigioso. Como al militar el valor, al director del Coro de la Universidad se le presume la más alta formación académica y musical. Lo que distingue a Jorge, lo que le convierte en esencial, es su capacidad para armar proyectos musicales multidisciplinares en colaboración con diferentes instituciones, certámenes y festivales de la provincia; además de tender puentes entre artistas de todos los estilos, orígenes y procedencias. Ahí están el ‘Mater Lux’ y ‘Los cielos cabizbajos’, por ejemplo.

El próximo domingo, Jorge lleva un proyecto precioso a la Malaha, con Soleá Morente y Antonio Arias. Y a final de agosto estará en Sulayr, en Pampaneira, con otra propuesta original. Además, muchas de las alianzas musicales que teje cobran vida propia y transitan sus propios caminos libremente, con lo que esa labor de apertura, colaboración y diseminación llega más lejos aún.

Jorge Rodríguez Morata es un tipo generoso que no duda en poner su talento y su trabajo, exigente y profesional, a disposición de los demás. Siempre que las propuestas respondan a unos niveles mínimos de calidad y seriedad, por supuesto. Como ejemplo reciente, la colaboración con Tato Rébora y el Festival de Tango en el homenaje a los cien años de Piazzolla. Un lujazo que la UGR aporta a Granada.

Jesús Lens

Que no nos tomen el pelo

Ayer por la mañana, a la misma hora en que Sebastián Pérez comparecía en el Meliá para contar su versión de los hechos del 2+2, yo me encontraba en otro hotel capitalino. No fue un error o un despiste de los míos, aunque cosas más raras se han visto.

Mientras Sebastián ponía los puntos sobre las íes al affaire Salvador y sacudía los resortes de la Ciudadanos Connection, yo escuchaba hablar de cocina e innovación en Arrozante, el restaurante del Barceló Granada Congress. Ya ha arrancado el congreso Granada Gourmet y en los próximos días seré un cúmulo de esferifaciones, retrogustos y texturas más o menos untuosas.

Permítanme por tanto que no les hable del tema estrella del día y que recupere una de las cuestiones que más me inquietan del famoso Plan España 2050 presentado la semana pasada. Vaya por delante que me parece extraordinario que se apele al diálogo y a la confrontación de ideas en temas tan importantes como la transición energética, la educación y el futuro de las pensiones. Ojalá nuestros dirigentes fueran capaces de llegar a acuerdos de mínimos en esas esenciales cuestiones. No deberían ser armas arrojadizas cada cuatro años.

Lo que me inquieta es que, una vez ‘decidido’ que será necesario posponer la edad de jubilación, nos lo presenten como algo bueno, poco menos que una panacea. Y no, oigan, no. Equiparar el ser útiles y productivos a la sociedad con trabajar es una ignominia. Es insultar a esos millones de personas jubiladas que, tras toda una vida dejándose el lomo en sus trabajos, ahora disfrutan del bien más preciado que tenemos a nuestro alcance: el tiempo.

Habrá jubilados que, de acuerdo con según qué estándares, pierdan el tiempo miserablemente. Puede ser, pero es su derecho. Otros cientos de miles de ellos disfrutan de su jubilación aportando su experiencia y su talento a la sociedad. Lo hacen de mil y unas maneras. Por ejemplo, atienden a los nietos para que los padres puedan producir más y mejor. O colaboran con asociaciones y ONG.

A mí me encanta mi trabajo. Disfruto escribiendo y, mientras me quede un hálito de energía, seguiré aporreando estas teclas. Pero lo haría mucho más tranquilo y relajado teniendo garantizadas una jubilación y una pensión dignas en el horizonte, sin el ansia por facturar todos los meses lo necesario para pagar la luz, el agua y la comunidad hasta el 2050.

Jesús Lens

Granada, para comérsela

Hoy domingo, en Granada Gourmet, hay una comida muy especial, preparada a 14 manos por 7 reputados cocineros granadinos. ¿A qué sabe Granada? Hoy podremos descubrirlo en uno de los momentos álgidos de una de las citas imprescindibles con la gastronomía andaluza.

Granada, créanme, está para comérsela. Lo que van a hacer hoy Raúl Sierra, Ismael Delgado, Diego Higueras, José Caracuel, Antonio Lorenzo, Marcos Pedraza y Álvaro Arriaga es pegar un puñetazo en la mesa y reivindicar el poderío, el talento y el buen hacer de los restauradores granadinos.

En los últimos meses me he metido a fondo, profesionalmente hablando, en el mundo de la gastronomía. Poco a poco voy hablando y conociendo a distintos cocineros de nuestro entorno y me gusta mucho lo que veo. Sobre todo, por la claridad de ideas y el empuje de los jóvenes cachorros, dispuestos a darle la vuelta a los fogones y a poner patas arriba las cocinas de Granada.

Lo que están haciendo Manolo Adame, Rafa Arroyo, Samu Cala, Chechu González, Miguel Castilla, Iván Serrano o Álvaro García, entre otros cocineros de nuestra tierra, tiene mérito. Mucho mérito.

Son chavales jóvenes dotados de un inmenso talento culinario, con una sólida formación y una acreditada experiencia acumulada que les hace encarar el futuro con los pies bien anclados en el presente. Cocineros viajados y leídos que conocen de primera mano lo que se está haciendo por ahí fuera. Gente emprendedora y valiente que, al frente de conocidos restaurantes de la ciudad, tampoco dudan en poner en marcha sus propios negocios.

Lo que más me gusta de estas hornadas de cocineros, los más veteranos y los más jóvenes, es que apuestan por el producto granadino de alta gama y de la mejor calidad. Sus menús están confeccionados con platos que usan nuestros aguacates, mangos, quisquillas, espárragos y corderos segureños. Un compromiso firme y decidido con el Km. 0, el producto de mercado y una slow food sana, saludable y, sobre todo, exquisita. Y diferente.

Las cosas están cambiando en la Granada gastronómica más valiente y desprejuiciada. Y eso nos deparará grandes alegrías.

Jesús Lens

Un gourmet solitario, observador y reflexivo

Un par de tebeos nos invitan a reflexionar sobre el acto de comer y nos animan a descubrir nuevos horizontes gastronómicos de inspiración japonesa

Se llama Goro, viste con impecables traje y corbata y no se despega de su maletín. Vive en Tokio, se dedica a la importación y exportación y su vida es un constante ir y venir de reuniones, citas y encuentros, dado que no tiene una tienda u oficina en la que atender a sus clientes.

Al terminar sus reuniones de trabajo, Goro siempre tiene hambre. Y, dada su naturaleza curiosa e inquisitiva, busca nuevos restaurantes en los que saciar su proverbial apetito. En ocasiones, quiere disfrutar de los sabores de siempre. Otras veces, busca nuevos desafíos gustativos. Pero siempre, siempre hace todo lo posible por disfrutar de uno de los ritos más antiguos de la historia de la humanidad: comer.

Goro es el protagonista único de dos tebeos gastronómicos japoneses convertidos en clásicos incontestables: “El gourmet solitario” y “Paseos de un gourmet solitario”, del dibujante Jiro Taniguchi y el guionista Masayuki Kusumi, a través de los que descubriremos visualmente la gastronomía nipona más tradicional, basada en un cuenco de arroz blanco cocido -que funciona al modo de nuestro pan- sobre el que pivotarán infinitas combinaciones de carnes, verduras o pescados.

Publicados con 16 años de diferencia, ambos álbumes están editados en España por Astiberri y son una auténtica delicia, en el doble sentido de la expresión.

A Goro le gusta comer a deshoras. Y solo. Siempre solo. Apenas sabemos nada de su vida: algo de su trabajo, que tuvo una pareja que emigró de Japón, que domina artes marciales… y que disfruta comiendo, por supuesto.

Como le gusta tanto zampar, acude a los restaurantes por la mañana temprano o a mitad de la tarde, huyendo de las aglomeraciones. Le gusta disfrutar con calma y morosidad del almuerzo, sintiéndose a sus anchas, sin verse compelido a engullir su comida a toda velocidad porque hay otros comensales esperando sitio.

¿Cómo, si no, se puede disfrutar de un menú compuesto de sopa de miso con hojas de nabo y tofu frito, espinacas cocidas con aliño de salsa de soja, nabo adobado en salvado de arroz, algas hijiki cocidas, ensalada de patata, sardina al estilo europeo y tofu seco y huevos salteados? O de un fastuoso Udon, aderezado al gusto del comensal…

Goro acude a locales sencillos de diferentes barrios de Tokio, aprovechando sus reuniones comerciales. Casi nunca sabe nada de ellos. Tiene dudas y titubeos. Se deja llevar por impulsos, aromas… y por los gruñidos de su estómago. Entra tímidamente, pide mesa para uno, examina la carta, encarga la comanda… y comienza la aventura.

A Goro le encanta hacer probaturas y mezclar alimentos y sabores. Tomemos como ejemplo el Akamon que pide en el comedor de una célebre universidad de Tokio. Se trata de un guiso de setas shiitake, zanahoria, puerro y carne picada que se sirve con fideos y al que se le puede añadir aceite de guindilla, sihchimi o pimienta roja; a gusto del comensal. O el Teriyaki de Buri a partir del que nuestro héroe irá pidiendo arroz, pescado y huevos fritos, a medida de goza con cada bocado.

Goro es abierto de mente y no le hace ascos a los currys de origen indio, al shumai chino, el kimchi coreano o a los bistecs europeos. Además, prueba sofisticados kits de viaje mientras se desplaza en tren bala o, durante una noche de trabajo e insomnio, busca una máquina de vending y se organiza un fastuoso menú de productos preparados gracias a la más moderna tecnología.

Su gastronómico deambular solitario también le permite a Goro prestar atención a todo lo que ocurre a su alrededor. Reflexiona sobre los cambios operados en los barrios por los que transita, se fija en los detalles que confieren personalidad y carácter a los restaurantes en los que almuerza, curiosea los platos de otros comensales y, por supuesto, presta atención a las conversaciones de los parroquianos que, acodados en la barra, pegan la hebra con los camareros y cocineros del local.

De esa forma, hay mucho de sociología y de psicología en los tebeos de Taniguchi y Kusumi: pocas veces nos mostramos tan auténticos, tan como somos, como en los bares y en los restaurantes de barrio.

Y está la nostalgia, por supuesto. Porque no hay como un bocado de una comida familiar para despertar recuerdos, además de placenteras sensaciones. Aquella cena con un antiguo amor, aquella comida con un buen amigo, aquellos almuerzos de verano que no tenían fin…

“El gourmet solitario” y “Paseos de un gourmet solitario” son una invitación a disfrutar del placer de comer y a descubrir horizontes gastronómicos diferentes a los habituales. Leyendo ambos tebeos, he sentido la irrefrenable tentación de salir a pasear por Granada y visitar los diferentes restaurantes de inspiración nipona que hay en nuestra ciudad, a ver si encuentro un Donburi de anguila con kimosui y encurtidos o el Hanpen negro con algas nori.

Y, sobre todo, me siento impelido a dejarme sorprender por nuevos sabores y combinaciones culinarias orientales que me saquen de los caminos más trillados del sushi y el sashimi.

Jesús Lens