¿Qué es ser una heroína, hoy?

Esa es la pregunta a la que responderán, a lo largo del próximo fin de semana, las escritoras de género negro que Granada Noir ha convocado en el Cuarto Real de Santo Domingo, dentro del proyecto Hnegra.

Un proyecto que, tras su presentación y puesta de largo en Granada, viajará a Aragón antes de continuar su periplo por una larga ruta de festivales dedicados al género negro. Porque el proyecto Hnegra es una iniciativa de mucho calado y largo alcance de la que no dejaremos de oír en los próximos meses.

 

Hnegra es un proyecto multidisciplinar con varios componentes fundamentales que se complementan y retroalimentan entre sí. Es, para empezar, un libro de cuentos. Pero también es una exposición de ilustraciones. Y ambas iniciativas serán estrenadas en Granada el próximo viernes, 29 de septiembre.

A partir de ahí, Hnegra irá adoptando diferentes formas. En Granada, por ejemplo, tendrá mucha visibilidad y protagonismo en los bares, gracias al patrocinio de Cervezas Alhambra, que permitirá disfrutar de encuentros y charlas con autoras de género negro en diversos garitos de la ciudad, disfrutando de una cerveza bien fría y de una tapa especial, diseñada al efecto.

 

Pero… ¿qué es Hnegra exactamente? Empecemos hablando del libro. Tal y como explica Fernando Marías, impulsor de un proyecto materializado gracias a la editorial Alrevés y a Ámbito Cultural El Corte Inglés: “hemos pedido a 22 autoras, nombres clave de la novela negra actual de nuestra literatura, pero también escritoras de otros ámbitos, además de dramaturgas, cineastas, periodistas, directoras de escena, actrices y poetas; que escriban un relato breve de atmósfera negra protagonizado por una mujer, que puede ser heroína o villana, justiciera o criminal, víctima o verdugo; la única condición era que su protagonista no fuera representante de la ley con placa y pistola. Posteriormente, convocamos a 22 ilustradores para que adaptaran los relatos”.

El libro Hnegra, una auténtica joya hermosamente editada, se compone de los 22 relatos y de sus correspondientes 22 adaptaciones en forma de ilustración. Y resulta una gozada comprobar cómo ha interpretado en clave visual, cada ilustrador, a la heroína que le ha tocado en suerte. Sobre ese tema también habrá una mesa redonda en Granada Noir, en la que participarán ilustradores como Javier Olivares, Premio Nacional del Cómic, Enrique Bonet, Santiago Sequeiros o Maite López.

 

Pero volvamos a la pregunta central: ¿Qué es ser una heroína, hoy? Le hemos preguntado a tres reconocidas autoras de género negro, que estarán en Granada Noir y cuyos relatos forman parte de Hnegra.

 

Para Berna González Harbour, “heroína en realidad es la superwoman que hoy logra trabajar, tener vida, amar y querer y disfrutar todo a la vez manteniendo el tipo. Desde un punto de vista literario es una construcción compleja: seguimos aferrados a dos tipos de modelos atávicos y clichés: Una es la mujer de escote, poco cerebro y muchas curvas como estímulo de las investigaciones; y otro es las investigadoras incipientes que muestran inteligencia pero aún no pueden exhibir borracheras o debilidades tan profundas como las de los hombres “Marlowe”. A la mujer se le exige siempre más, también en el protagonismo heroico sin desbarrar porque si desbarran, algo se desencaja en el esquema. Tenemos mucho que asimilar literariamente también para convivir con ellos sin necesidad de ser una (aparentemente) inofensiva Miss Marple”. Interesante planteamiento que nos invita a pensar en la novela del futuro protagonizada por mujeres.

Para Empar Fernández, “una heroína negra no necesita superpoderes, pero sí ingenio, valor y recursos. Tiene clarísimo que debe exigir que la respeten y se siente muy orgullosa de ser una mujer”.

 

Por su parte, Nieves Abarca, considera que “en la vida normal la heroína que gusta es la mujer 10: trabaja, hace las cosas de casa, se cuida y cuida a los niños sin descascarillarse la manicura… Pero en el «mundo noir», los papeles se cambian: la heroína puede ser tanto la malvada asesina sin escrúpulos como la abnegada policía que ofrece su vida por los débiles. Lo mismo que han sido siempre los hombres, protagonistas de su vida y de su historia, villanos o héroes. En el mundo noir todos somos iguales ante la literatura”.

Me surge una interrogante al leer los planteamientos de tres autoras como Berna, Empar y Nieves: ¿puede la literatura contribuir a cambiar la realidad? O, al menos, la percepción que tenemos de la realidad…

 

En ese sentido Granada Noir y AulaCine CAJAGRANADA han diseñado un ciclo de diez películas que, de forma paralela al proyecto Hnegra, invita a los espectadores a reflexionar sobre el papel de la mujer en el cine policíaco norteamericano a lo largo de la historia.

Así, la mujer ha pasado de ser la compañera sentimental del protagonista o la pérfida mujer fatal que lo arrastra a la perdición, en el cine de los años 30 a 60 del pasado siglo, a ser un personaje con individualidad propia cuyas aristas y perfiles resultan mucho más completos y creíbles en películas significativas de los 70 y los 80.

 

Por fin, el cambio de siglo ha permitido que veamos películas en las que la mujer es la heroína indiscutible del cine negro más moderno y atractivo, en igualdad de condiciones a los personajes masculinos, tal y como defendían Berna González Harbour, Empar Fernández y Nieves Abarca.

Para quienes sostenemos que el cine, la literatura y el arte en general son  poderosas herramientas para la transformación social, proyectos como Hnegra son esenciales, al permitirnos reflexionar sobre la realidad del momento en que vivimos a partir de un pasado compartido. Y todo ello con el fin último de trabajar y pelear por la consecución de una sociedad más justa e igualitaria en el futuro más inmediato.

 

Jesús Lens

Seguiremos hablando de ellas

“Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto” atesora, como primera gran virtud, uno de esos títulos con fuerza y personalidad, imposibles de olvidar. Un título que dan ganas de enmarcar con letras de oro y colgarlo en el despacho, sobre el escritorio, bien visible.

Por supuesto, la gran obra maestra de Agustín Díaz Yanes, dirigida en 1995, es más, mucho más, que un título prodigioso: si la película no hubiera sido tan grande como es, habríamos terminado olvidándonos de Gloria y de Doña Julia a las primeras de cambio.

 

Sin embargo, a comienzos de 2017, cuando el escritor Fernando Marías se planteó poner en marcha el proyecto Hnegra, en el que las mujeres serían las grandes heroínas de 22 cuentos cortos escritos por 22 autoras de género negro y que serían ilustrados por 22 reputados artistas, su referente fue “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto”.

 

“—No disparen… solo soy una puta…

 

Así recuerdo que suplicaba Gloria Duque, bañada en sangre ajena, ante los policías que irrumpían pistola en mano en la pantalla del cine, aquel lejano día de 1996. Desde mi butaca, estremecido, la vi llorar. Aterrorizada y sola, con las manos en alto, de rodillas en el suelo del tugurio, rodeada de cadáveres acribillados a balazos. Esa mujer muy pobre y muy desdichada, también inocente o incluso muy inocente, inocente de casi todo, no quería, a pesar de su vida perra, que la matasen un disparo fortuito.

 

—No disparen… Solo soy una puta…

…Esta película llegó para demostrar que era posible filmar obras maestras del cine negro en idioma español, senda que, por suerte, luego seguirían otras películas y cineastas. Pero, además, de forma también novedosa y hasta insólita, concedía el protagonismo de la trama y de su intensidad emocional a las mujeres”.

 

Estos fragmentos del excepcional prólogo que el escritor y muy cinéfilo cinéfilo Fernando Marías ha escrito para el libro Hnegra, publicado por la editorial Alrevés y Ámbito Cultural El Corte Inglés, nos dan la razón a quienes pensamos que sí. Que seguiremos hablando de ellas, por siempre jamás.

Seguiremos hablando de los personajes magistralmente interpretados por Victoria Abril y por Pilar Bardem, ambas ganadoras del Goya por sus interpretaciones de Gloria y Doña Julia, y escritos por un Agustín Díaz Yanes que hacía su debut como director con una película que, efectivamente, nos sacudió a todos los espectadores en la sala de cine.

 

Yo, que no soy de mucho llorar con las películas, no puedo evitar que, cada vez que veo el final de “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto”, me caigan lágrimas como puños mientras espero a que terminen los títulos de crédito, para rehacerme y recomponerme antes de volver a la realidad. Porque hablamos de una película más negra que el asfalto, pero con un poso de humanidad en sus personajes que, si no le conmueve, querido lector, es que está usted tallado en roca pura.

Pocos debuts cinematográficos tan deslumbrantes como “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto”, una película totémica y fundacional de un nuevo cine negro español que arrasó en el Festival de Cine de San Sebastián y que terminaría cosechando ocho premios Goya, entre ellos, mejor película, mejor director novel y mejor guionista; para Díaz Yanes, además de los referidos galardones a Pilar Bardem y a una Victoria Abril que definía así a Gloria, su personaje, durante el estreno de la cinta: “Es una personaje real, de hoy, del Madrid de 1995. Me siento representando a millones de mujeres de carne y hueso, no es una heroína de gimnasio. Es de las que se callan, cuya vida se desarrolla en una sociedad difícil, y más aún para las mujeres”.

Así las cosas, no es de extrañar que, más de veinte años después, sigamos hablando de Gloria Duque, ¿verdad? Sobre todo porque Agustín Díaz Yanes retomó su personaje en una extraordinaria secuela titulada “Solo quiero caminar”, en la que Gloria Duque regresa a México, viéndose enredada en la mala vida. Otra vez.

 

Otra potente historia, igualmente Noir, en la que el elenco femenino incluye a Ariadna Gil, Pilar López de Ayala y Elena Anaya, arropando a la imprescindible Victoria Abril. Y, si en la primera entrega, el villano estuvo interpretado por el argentino Federico Luppi; en este caso será el mexicano Diego Luna el personaje trágico masculino.

Uno de los temas que más me apasionan, de un tiempo a esta parte, es cómo reflexiona el cine sobre el paso del tiempo en películas que, pasados diez años o más, retoman a personajes de títulos anteriores y los sitúa en otro tiempo, en otro espacio, en otra sociedad y en otras circunstancias.

 

¿Cómo ha tratado la vida a Gloria Duque, en los cerca de quince años que median entre “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto” y “Solo quiero caminar”? ¿En qué han cambiado las sociedades española y mexicana que nos muestra Agustín Díaz Yanes? ¿Qué queda de la impronta de Doña Julia en la protagonista, años después de su muerte?

 

Para el festival multidisciplinar Granada Noir es un orgullo y un placer contar este año, en su tercera edición, con la presencia del guionista y escritor Agustín Díaz Yanes, que recogerá el Premio GRN a toda una trayectoria dedicada al género negro.

Será el martes 3 de octubre, en el Teatro CAJAGRANADA, antes de la proyección de su obra maestra, “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto”, con la que se inicia el ciclo que AulaCine CAJAGRANADA dedica a la mujer en el género negro.

 

Tras la proyección, el cineasta mantendrá un coloquio abierto con el público en el que hablará de su cine y sus novelas, de la adaptación de Alatriste, del guion de “Madrid Sur”, una cinta de ciencia ficción que no pudo ser rodada por falta de financiación; y de su película más reciente, “Oro”, que ya está a punto de estrenarse en las salas de cine.

Una película que esperamos con ansia cinéfaga sin límites.

 

Jesús Lens

Coches rápidos y música alta

“Baby Driver” es una apreciable película de 115 minutos de duración que hubiera sido mejor si durara 10 minutos menos. De hecho, habría llegado a ser realmente notable si su director se hubiera ceñido a los famosos tres rollos del cine clásico: aquellos ya olvidados 90 minutos a los que los grandes maestros solían ceñirse. Con notable aprovechamiento, por cierto.

Porque la cañera “Baby Driver” comienza a toda mecha, sigue a velocidad de crucero y termina derrapando y aburriendo al respetable al enrollarse sobre sí misma a base de escorzos e innecesarios giros del guion.

 

Edgar Wright, vigoroso director y guionista de la cinta, bien debía saber que “Baby Driver” es un poderoso ejercicio de estilo en el que el desarrollo de los personajes, más que secundario, resulta intrascendente. Que el protagonista tiene empaque suficiente como para sostener toda la historia sobre sus hombros.

¿Quién se acuerda, así a bote pronto, de los malos de “Bullit”, “Drive”, “Heat” o “The Driver”, películas que tanto tienen que ver con ésta? Sí. Hablamos de conductores. Y de coches, motos y persecuciones. De atracos. De música. Y de estilo. De clase. De presencia y de prestancia.

 

Resumiremos “Baby Driver” diciendo que el chaval al que hace referencia el título es un joven y experto conductor que trabaja en los sofisticados atracos que diseña Kevin Spacey. Un joven que, por un accidente del pasado, tiene una afección auditiva: le pitan continuamente los oídos. De ahí que siempre escuche música. Y ya.

 

Porque todo lo demás que contemos sobre el argumento carece de importancia. La clave está en la conducción a toda velocidad, en las maniobras imposibles que realiza Baby, brillantemente interpretado por Ansel Elgort, para burlar a sus perseguidores y en la música que escucha.

Que sí. Que hay una chica. Y un puñado de malotes. Y planes que salen bien. O no. Pero que conceptos como “tensión dramática” o “desarrollo de los personajes” no aplican en la película como para alargarla hasta las dos horas de duración.

 

Recordemos que el “Drive” interpretado por Ryan Gosling apenas llegaba a los 100 minutos. Y en la cinta de Nicolas Winding Refn sí había drama. También es verdad que el protagonista era tan lacónico que al guionista le costaba meter líneas de diálogo en el libreto, pero estamos ante una cinta extraordinaria que va al grano y no se embarulla innecesariamente, solucionando las cosas a base de martillazos cuando resulta necesario.

Walter Hill, por su parte, contó la historia de “The Driver” -hay que destacar la originalidad de los títulos de películas protagonizadas por conductores- en una hora y media exacta. Más que suficiente para que Ryan O’Neal ponga en jaque al policía interpretado por Bruce Dern e, incluso, para tontear con la enigmática jugadora interpretada por Isabelle Adjani.

Obviamos en esta entrega de El Rincón Oscuro al “Taxi Driver” de Scorsese, por mucho que Robert de Niro bordara a Travis y que, en su proceso de identificación con el personaje, obtuviera la licencia de taxista y ejerciera como tal en las calles de Nueva York, experimentando el estrés y la soledad que debe producir conducir en la jungla urbana. La cinta es bien negra, pero no hay persecuciones, atracos ni nada por el estilo.

Así que nos vamos a centrar en “Bullit”. Por varias razones. En primer lugar, por el carisma de Steve McQueen. Que no voy a ser tan osado como para comparar al Elgort de “Baby Driver” con él, pero que le da un aire. Y que su interpretación es un homenaje al maestro.

 

En segundo lugar, por las persecuciones. Que mira que es difícil que las escenas de acción del cine analógico puedan seguir pareciendo majestuosas en la era de los efectos digitales, pero la secuencia del Mustang lanzado a toda velocidad por las calles de San Francisco impresiona hoy tanto como en 1968.

Y luego está la cuestión de la música. Que la banda sonora de Lalo Schifrin forma parte esencial de nuestra vida cinéfila y no se puede entender la película sin la música, binomio inseparable y enriquecedor, modelo de cómo el séptimo arte debe compendiar a todas las demás.

 

Y es que, efectivamente, la clave de “Baby Driver” está en la música. Además de en las calles de Atlanta, un refrescante cambio de ambiente urbano, que Nueva York y Los Ángeles ya están muy vistas. La clave está en la música y en esos auriculares que Baby no se quita ni para dormir. Y en los efectos de sonido, Dolby Digital Surround… en riguroso estéreo.

 

Quedémonos con dos de las canciones que componen una banda sonora apabullante y espectacular: la vibrante “Bellbottoms” de Jon Spencer Blues Explosion que suena al principio de la película y le da el tono a la cinta. Hay que destacarla porque es un temazo… y porque está en el origen de “Baby Driver”, una película que su director ha tardado veinte años en filmar. Los veinte años que han transcurrido desde la primera vez que escuchó la canción en cuestión y soñó con verla en el cine.

Y está “Easy”, de Lionel Ritchie -interpretada por Sky Ferreira para la BSO- y que yo conozco en la versión que Mike Patton grabó como cierre amable y sosegado del descomunal “Angel Dust”, disco capital de una banda histórica del metal de los 90: Faith no more.

 

En estos días abrasados por el calor y la canícula, no es mal plan ver “Baby Driver” en una sala climatizada, con el sonido a todo volumen. ¡Sobre todo porque entre los malos, junto a Jon Hamm y Jamie Foxx, está el mismísimo Flea, mítico bajista de los Red Hot Chili Peppers!

 

Jesús Lens

Esteban Navarro, policía y escritor

Hace unos días tuve la ocasión de conversar con una agente de la Guardia Civil que trabaja en la UCO, nada menos. Entre otros temas, charlamos de literatura. Y me confirmó lo que todo el mundo sabe: que el Cuerpo adora a Lorenzo Silva, creador de los personajes Bevilacqua y Chamorro y autor de un puñado de excelentes novelas que han contribuido a desmontar tópicos sobre la Guardia Civil, acercando su labor a miles y miles de lectores.

El impacto de las novelas de Lorenzo Silva ha sido tal que el 15 de noviembre de 2010 fue distinguido como Guardia Civil Honorario por su contribución a la imagen del Cuerpo. ¡Para que luego digan que la literatura policíaca es un mero entretenimiento sin trascendencia alguna!

 

Coincidió dicha conversación con una noticia que nos ha dejado estupefactos a los lectores españoles aficionados al Noir: el expediente abierto a Esteban Navarro, agente de la Policía Nacional, por su labor como escritor de novelas policíacas.

Escándalo internacional

Navarro, que fue finalista del mismísimo Premio Nadal en 2013 son su novela “La noche de los peones”, nunca ha cobrado por participar en presentaciones de libros o en festivales literarios dedicados al género negro y, en sus novelas, la imagen de la Policía Nacional es positiva y sale reforzada.

 

Destinado en Huesca desde hace muchos años, Esteban Navarro ha colaborado en la organización de un festival como es Aragón Negro y siempre ha sido un activista de la cultura, lo que contribuye a dar una visión moderna y comprometida de la Policía.

 

Paradójicamente -¿o no tanto?- la denuncia que ha motivado la apertura del expediente disciplinario ha partido de la propia comisaría en la que trabaja Navarro. Una denuncia que cuestiona si el autor se aprovecha de su condición de policía para promocionar sus obras y si su actividad literaria perjudica al cuerpo para el que trabaja.

En los tiempos de las redes sociales, internet, transparencia, big data, modernidad líquida, etcétera, etcétera, la primer parte de la denuncia me parece absolutamente gratuita. Ese “aprovecharse” carece de cualquier sentido. Somos lo que hacemos, para bien o para mal. Y la doble condición de policía y escritor, en alguien como Esteban Navarro, se refuerzan y se retroalimentan.

 

Además, insisto, Esteban Navarro nunca ha cobrado por dar charlas, participar en mesas redondas o presentar sus libros. Y, créanme, de la venta de libros, en este país, viven cuatro o cinco escritores, no más. Eso, tirando por lo alto.

 

Y lo que resulta inadmisible es lo de que su actividad literaria perjudica al cuerpo para el que trabaja. Eso solo lo puede sostener quien no haya leído su obra.

 

No sé en qué quedará esta acusación contra Esteban Navarro, pero me parece intolerable. Máxime cuando la Policía Nacional tiene programas de acercamiento a la sociedad para hacerse querer, además de respetar. Por ejemplo, esos carnés de Policía Infantil tan simpáticos y coquetos que regalan a los pequeñuelos que visitan las instalaciones de la Policía o cuándo ésta va a los colegios, a hablar de protección y seguridad.

En España, afortunadamente, cada vez hay más policías que escriben. Escriben ensayos y novelas. Libros que pueden o no estar basados en casos en los que los autores han participado o de los que tienen conocimiento directo. Libros que, por lo general, exudan realismo y conocimiento. Y lo que cuentan estos policías escritores, siempre respetando la confidencialidad y el deber de secreto a que están obligados, resulta especialmente creíble y atractivo a los lectores.

 

Una de las quejas más habituales que les escucho a mis amigos policías es que el cine y la televisión mienten como bellacos, lo que provoca que la gente tenga una idea falsa y distorsionada sobre cómo se conduce una investigación policial. ¿No resulta paradójico que, a la vez, se denuncie a un policía que escribe novelas, de forma seria, documentada y rigurosa, por perjudicar al Cuerpo en que trabaja? ¿En que quedamos?

 

El caso de Esteban Navarro ha calado en el mundo del noir hasta el punto de que los Comisarios de los distintos Festivales dedicados el género negro en España hemos suscrito este comunicado de apoyo al autor. Dice así:

A lo largo de las ediciones de los distintos festivales representados por este colectivo, hemos tenido la posibilidad de conocer al autor Esteban Navarro, quien ha asistido a las jornadas de muchos de ellos siempre con una excelente disposición tanto para la difusión de la literatura en general como del género negro en particular, llegando incluso a organizar algunas ediciones de Aragón Negro.

 

De igual modo, el citado autor, a lo largo de sus intervenciones, charlas y presentaciones, no ha hecho más que ofrecer una imagen respetuosa de las fuerzas del orden, sin menoscabar nunca la imagen de la Policía Nacional, y sin aprovecharse en ningún momento de su condición de miembro de la misma. Más bien ha contribuido, al igual que otros compañeros de otros cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado que también escriben novela negra, a normalizar y dignificar el desempeño de su labor profesional entre el público lector.

 

Por ello manifestamos nuestra más enérgica repulsa hacia la denuncia formulada contra dicho autor, en la que se alega que se ha beneficiado de su puesto, por ser miembro del Cuerpo Nacional de Policía, para promocionar sus libros y aumentar las ventas de los mismos. Al mismo tiempo, queremos alertar sobre actitudes como ésta, que suponen un ataque muy peligroso a la libertad de expresión y de creación de todos cuantos nos dedicamos, de una manera o de otra, a la difusión de la literatura en nuestra sociedad.

 

Jesús Lens

Juan Madrid y los perros que muerden

Juan Madrid está de vuelta. Y no ha venido solo. En su nueva cita con las librerías y con los lectores, está acompañado por un puñado de perros. Que él dice que duermen. Pero no. Son perros fieros que gruñen y ladran. Perros que muerden.

Hace unos meses, en Getafe Negro, tras la presentación de la extraordinaria novela de Andrés Pérez Domínguez estuve hablando con la gente de Alianza Editorial, que se mostró completamente entusiasmada con el nuevo libro de Juan Madrid. Que era un tocho gordo, me dijeron. De cerca de quinientas páginas. Y que era una de las grandes obras de uno de los maestros del noir español.

Por cuestiones de fuerza mayor, el lanzamiento de “Perros que duermen” se ha retrasado unos cuantos meses, que la enfermedad sorprendió a Juan justo en el momento en que se preparaba la primera edición. “Una enfermedad te puede impedir escribir e incluso matarte y es un fastidio. No conozco nada peor”, ha declarado un Juan Madrid felizmente recuperado.

Por fortuna y desde hace unos días, “Perros que duermen” ya está en librerías. ¡Y qué razón tenían los editores de Alianza! Efectivamente, estamos ante una de las obras capitales de Juan Madrid, lo que es tanto como decir que estamos ante una de las obras capitales de la narrativa española contemporánea.

 

Tras varias novelas en las que Juan ha escrito sobre algunas de las lacras de la sociedad contemporánea, de la burbuja inmobiliaria y las políticas especulativas a la gentrificación –mucho antes de que ese horrible nombre se hiciera popular en los medios de comunicación- y a la corrupción; en “Perros que duermen”, el autor vuelve su mirada al pasado. A nuestro pasado. Al pasado de la historia de España.

Por mucho que algunos se obstinen en olvidar y enterrar, hay heridas del pasado que siguen supurando y que, mientras no se curen, jamás podrán cicatrizar. Como señala el autor: “Necesitaba contar esta historia. Se lo debía a mis padres, que lucharon en la guerra y me transmitieron sus sueños. Estuve más de dos años trabajando en ella, aún creo que no he terminado de escribirla. Ahora hay sombras por todas partes y muchas de ellas generadas en la guerra. Otras son de ahora, pero nacieron antes. Este es un país de sombras”.

 

De esas heridas y de esas sombras habla Juan en una novela que abarca un arco temporal que ocupa los años de la Guerra Civil y el primer periodo de la posguerra, cuando todavía había esperanzas de que el contexto internacional influyese en España, mientras los franquistas y la Falange se enzarzaron en una guerra sin cuartel por el control del gobierno.

Los protagonistas de “Perros que duermen” son, por una parte, Juan Delforo hijo, uno de los personajes recurrentes en la narrativa de Juan Madrid, a través del que ha construido una metaliteratura muy interesante, y Juan Delforo padre, un militar republicano que luchó en la defensa de Madrid y que es detenido y condenado a muerte, al final de la guerra.

 

Por otra parte está Dimas Prado, un falangista al que se encarga la investigación de un salvaje asesinato, en el Burgos de 1938: un jerarca de los nacionales ha asesinado a una prostituta y, después, se ha ensañado con el cadáver. Prado investigará dicho crimen y, posteriormente, intervendrá para evitar el fusilamiento de Delforo.

 

A partir de ahí, Juan Madrid traza un fresco, gris y sombrío, sobre unos años de plomo en los que todo fue desesperanza, miseria, dolor y podredumbre, física y moral. Años en los que a algunos solo les quedó la resistencia, como actitud vital.

“Perros que duermen” es una novela que narra, con la fuerza arrebatadora que caracteriza la prosa de Juan Madrid, los años de plomo del siglo XX español. Una novela en la que las balas siembran de cadáveres buena parte de sus páginas y en la que la investigación de un asesinato, durante lo peor del horror, se convierte en perfecta metáfora de la locura.

 

Como metafóricos son los perros a los que alude Juan Madrid en el evocador título de su novela. Esos perros que duermen, pero que, en cuanto te descuidas, muerden.

 

Jesús Lens