Tecnofobia, IA y terror

Llego tarde, lo sé, pero me quité de Netflix cuando se acabaron las cuentas compartidas y ahora lo tengo que ver de ‘prestaíllo’. Por fin he acabado la nueva temporada de ‘Black Mirror’, la joya seriéfila con la que Charlie Brooker revolucionó la televisión. Su punto de partida era la tecnofobia, pero con sentido. No se trataba de alarmar sin ton ni son, sino de invitar a los espectadores a una reflexión sobre un futuro distópico posible, incluso probable. Y no excesivamente lejano. 

¡La de conversaciones, tertulias y artículos que provocaron las anteriores temporadas de ‘Black Mirror’! Este año, sin embargo, tengo la sensación de que su estreno ha pasado sin pena ni gloria. O lo mismo soy yo, no sé. 

El punto de inflexión para Charlie Brooker vino con la pandemia, cuando paralizó la serie porque la realidad ya era demasiado distópica por sí misma. Como lo del Día de los Muertos de este año: demasiado real por cómo está el mundo. 

La vuelta de ‘Black Mirror’ nos trae dos capitulazos, el de la horrible Joan en el que una ejecutiva ve convertido su día a día en un reality show que emite una plataforma trasunto de Netflix en tiempo real. Denuncia las consecuencias de que lo privado se haga público. Y ‘Beyond the sea’, una ucronía que transcurre en un 1969 alternativo en el que la inteligencia artificial y la emocional se dan la mano… y se toman el codo. 

Los demás, estando bien, son otra cosa. Hay revisiones de clásicos del terror trufados de críticas a los medios de comunicación y una ácida reflexión sobre los true crime televisivos tan en boga. Pero a mí me gusta ‘Black Mirror’ cuando es ‘Black Mirror’. Entiendo que Brooker esté harto de hacer lo que se espera que haga, pero es lo que hay. 

También es verdad que, de un tiempo a esta parte, la mayor parte de las noticias que leemos sobre inteligencia artificial son puro terror cósmico. En unas semanas llega el TAI Granada. Ahí estaremos para ver por dónde van los tiros de una forma analítica. 

Jesús Lens

Una patada cómica al año

Era ya todo un rito navideño. El estreno de lo último de ‘Black Mirror’, una de las series distópicas más revolucionarias de la historia de la televisión, basada en la amenaza que el imperio de las nuevas tecnologías supone para el ser humano.

Black Mirror en vivo y en directo

 

Si cada año éramos más exigentes con las propuestas de sus máximos responsables, Charlie Brooker y Annabel Jones, lo del 2020 era un reto inconmensurable, no en vano estamos padecido en vivo y en directo una de esas distopías más propias de la ciencia ficción que de la realidad de nuestro día a día. ¿Cómo lo han resuelto en Netflix? Con un falso documental titulado ‘Death to 2020’, estrenado hace unos días con un título más castizo, español y muy español: ‘A la mierda el 2020’.

Véanlo, que merece mucho la pena. Y, sobre todo, la alegría, que te ríes mucho. Actores como Samuel L. Jackson, Lisa Kudrow, Joe Keery, Tracey Ullman o Hugh Grant, entre otros, hacen un repaso al año más extraño de nuestras vidas interpretando a médicos, científicos, historiadores, youtubers, asesores políticos de Trump, Isabel II o gurús de Silicon Valley.

¿Saben lo más curioso? Que la mezcla entre realidad y ficción está tan lograda que los auténticos Joe Biden, Rudy Giuliani y, por supuesto, Donald Trump resultan tanto o más fantásticos que los desmadrados personajes de ficción. ¿Se acuerdan de lo que escribimos hace unos meses sobre el falso documental de Borat aquí? Pues lo mismo.

Sesudos historiadores sin empacho en hablar de eventos del pasado que transcurrieron en los tiempos de ‘Juego de Tronos’, asesores presidenciales que niegan sin rubor alguno la existencia de Ucrania, una conspiranoica de kilométrica sonrisa que no es racista, pero…

Los creadores de ‘Black Mirror’ pasan por las vitriólicas aspas de su túrmix las elecciones norteamericanas, el Black Lives Matter, la cultura de la cancelación y, por supuesto, la gestión del coronavirus. Y resulta todo tan extraño, tan surrealista, que cuesta trabajo discernir qué es realidad y que es ficción satírica, como les decía antes.

Ojalá algo parecido aquí, con Simón diciendo que las mascarillas eran innecesarias, Iglesias como vicepresidente activista, los barones pidiendo autonomía para lo suyo en primavera y gritando “¡Sánchez, sálvanos!” en otoño o nuestro alcalde proclamando “Granada es un destino seguro” en plena segunda ola. Un ‘A la mierda el 2020’ hispano que nos permita darle la patada definitiva al año, entre el pasmo y la risa.

Jesús Lens

Espejo roto

Ahora, lo que se lleva, es poner a parir ‘Black Mirror’, la distópica serie de Charlie Brooker. Desde que se pasó a Netflix, a la gente no le gusta. Luego vemos capítulos como el de San Junípero o el Bandersnatch de la pasada Navidad y nos quedamos colgados, pero da igual. Ya no es lo que era.

Se han estrenado los tres capítulos de la quinta temporada de la serie más importante de los últimos años. Y, quitando el ya imposible elemento sorpresa que provocaban las primeras historias de este espejo negro televisivo, ‘Black Mirror’ sigue en plena forma.

El primero de los capítulos se centra en la capacidad de los videojuegos para imbuirte en una existencia virtual mucho más atractiva y excitante que la real. Es un tema trillado, pero incluye una variable poco tratada hasta la fecha: el descubrimiento de una sexualidad alternativa.

El episodio protagonizado por Miley Cyrus también tiene varias lecturas, aunque sea el más pedestre de los tres: la mercadotecnia en torno a los niños prodigio, los riesgos de la autoayuda y el positivismo a ultranza, la tiranía de la imagen y la manipulación de la creatividad.

Y nos queda ‘Añicos’, donde Brooker carga contra el agilipollamiento provocado por las redes sociales, aunque también hay cargas de profundidad sobre la cantidad —y calidad— de los datos personales sobre cada uno de nosotros que manejan las empresas tecnológicas, reduciendo al mismísimo FBI al papel de mero aficionado. También ironiza sobre la fugacidad del impacto de las noticias, incluidas las más duras: recibimos una alerta en el móvil, nos sorprendemos, nos indignamos un poquito en las redes… y la vida sigue. ¿Qué otra cosa podemos hacer, más allá de enarcar una ceja?

En este episodio aparece la mítica Casa del Desierto de Gorafe, como les decía hace unos días. Un lugar donde desconectar, en el sentido literal de la palabra. Una casa de vidrio con espectaculares vistas a los cañones del Geoparque del Cuaternario que invita al ensimismamiento, la contemplación reflexiva, el aislamiento zen… y al enarcamiento de ceja.

Jesús Lens

Black Mirror para desconectar

Estaba viendo ‘Carretera asfaltada en dos direcciones’, una película de culto dirigida por Monte Hellman en 1971, y no dejaba de buscarle conexiones con la situación actual de nuestro ayuntamiento, sumido en el caos y en el descrédito más absolutos. Ir y venir. Subir y bajar. Pactar y vetar…

En esas estaba cuando fui a echarle mano al móvil. Volvía a estar sin batería. Otra vez. Con los dedos como morcillas, amoratados de teclear, y la pantalla churretosa de tanto hacer scroll para refrescar; cobré conciencia de que necesito desconectar.

Ayer fue un día tan duro como apasionante. Mientras Gustavo y yo rematábamos la programación de la quinta edición de Granada Noir, no dejaban de sucederse alarmas incendiarias en la App de IDEAL. Además, un tranquilo intercambio de tuits de lo más respetuoso acabó como la relación entre Valls y Rivera, entre bloqueos y descalificaciones.

Tregua. Necesito una tregua. A la espera de lo que pase hoy en la Corte madrileña, donde los vasallos granadinos rendirán pleitesía a sus amos y señores, es perentorio tirar millas y poner distancia de por medio, que nos va a explotar la cabeza.

Pensando en un posible retiro reparador, me acordé de ‘Añicos’, el episodio de la distópica serie ‘Black Mirror’ que utiliza como escenario la conocida Casa del Desierto de Gorafe, en pleno Geoparque del Cuaternario.

No les reviento nada si les cuento que la vivienda en cuestión aparece convertida en una Meca para la desconexión infoxativa, el mejor lugar posible para disfrutar del silencio y la soledad. Una casa cuyas colosales vistas invitan a uno de los personajes, paradójicamente, a conectar con su yo interior. La vastedad del espacio empequeñece al ser humano. Le lleva olvidarse de lo que hay más allá y a cobrar conciencia de sí mismo.

Reconozco que me fliparía pasar aunque fuera una noche en la Casa del Desierto, dejando vagar la imaginación. Pero, a falta de ecovidrios y novísimos materiales constructivos, me vale cualquier sitio con amplitud de miras y, sobre todo, sin cobertura en el móvil.

Jesús Lens

Black Mirror Noir

El éxito o el fracaso de una película depende de dos factores: la recepción de la crítica,  durante el estreno y la recaudación en taquilla. Con las series de televisión y desde la llegada de las plataformas digitales, la cosa es muy diferente: influyen las críticas y el número de espectadores acumulados, por supuesto. Pero, para conocer el auténtico impacto de una serie, el dato realmente relevante es su capacidad de generar debate y conversación.

El cine, con muy escasas excepciones, ha perdido ese papel preponderante. Resulta poco habitual que los medios de comunicación utilicen películas de estreno como referente a la hora de contextualizar o ilustrar debates, tribunas o columnas de opinión. Las series de televisión, sin embargo, son el gran paradigma que está en boca de todos, un fenómeno sociológico que va más allá de lo audiovisual.

 

Y en ese marco referencial, Black Mirror se ha convertido en LA serie por excelencia. El estreno de cada nueva temporada genera conversación, análisis y controversia y cada episodio puede ser analizado desde mil y una perspectivas diferentes.

Así, el estreno de la cuarta temporada, en plena Navidad, nos ha traído seis episodios muy, muy potentes y diferentes entre sí, protagonizados por esa amenazante tecnología que cada vez ocupa más espacio en nuestra vida. Tal y como señala Charlie Brooker, su creador y guionista, “cada episodio tiene un tono diferente, un entorno diferente, incluso una realidad diferente, pero todos tratan sobre la forma en que vivimos ahora y la forma en que podríamos estar viviendo en 10 minutos… si somos torpes”.

 

La gran particularidad de “Black Mirror”, lo que la hace radicalmente diferente y original a otras series basadas en un futuro distópico, es que cada episodio es único, independiente y autoconclusivo, contando una historia diferente que transcurre en escenarios y paisajes alejados entre sí. De esa manera, los actores son distintos y cada episodio cuenta con un director específico. Por ejemplo, Jodie Foster, realizadora de esa joya titulada “Arkangel”, uno de los mejores capítulos de la recién estrenada T4 y que les recomiendo encendidamente. Sobre todo, a las personas con hijos a su cargo.

De los seis extraordinarios episodios de la T4, que ya están en Netflix, hay dos de temática puramente Noir: “Cocodrilo” y “Black Museum”. El primero, dirigido por un director tan solvente como John Hillcoat (“La carretera”, “Sin ley”), le da una interesante vuelta de tuerca a uno de los temas clásicos por excelencia del género negro más fatalista: las consecuencias de una toma de decisión equivocada tras un accidente.

 

Un episodio en el que la cuestión tecnológica ya estaba tratada en uno de los capítulos de la primera temporada, jugando con los potenciales peligros de tener a nuestra disposición una prodigiosa memoria que lo retiene todo, todito, todo; incluso cosas que ni siquiera sabíamos… que sabíamos. Filmado en una Islandia austera y opresiva, “Cocodrilo” hará las delicias de los aficionados al Noir… siempre que obvien la relación entre el físico de la actriz protagonista, una excelente Andrea Riseborough, y algunas de las cosillas que Brooker & Hillcoat la obligan a hacer.

Y luego está ese “Black Museum”, un episodio enciclopédico que, como su propio nombre indica, se convierte en compendio esencial de la filosofía que subyace bajo la etiqueta de “Black Mirror”. Se trata de un episodio que trenza tres hilos argumentales distintos para desembocar en el final más duro, perverso, cruel, canalla, oscuro y sensacional que se pueda imaginar.

 

“Black Museum” es un soberbio tour de force argumental que, filmado a caballo entre Málaga y el desierto de Tabernas, nos ofrece un triple menú de alarmante desarrollo tecnológico, aplicado a tres personajes diferentes: un médico que puede sentir exactamente lo mismo que sienten sus pacientes, lo que desemboca en una terrible adicción; un amante esposo que lleva a su mujer dentro de su cabeza después de que quedara en coma; y un holograma con la conciencia de un asesino condenado a muerte.

Sé que, así explicado, es complicado de entender. Por no decir imposible. Y ahí radica una de las grandes virtudes de “Black Mirror”: hay que verla, hay que lanzarse de cabeza a ese Espejo Negro que es la televisión para disfrutar de la experiencia. Para sentirla. Para padecerla. En el mejor sentido de la expresión.

Muchas veces me he sentido ridículo, en la barra del bar, explicando a los amigos el argumento de tal o de cuál episodio de “Black Mirror”, empezando por aquel primero del cerdo y del Primer Ministro británico. Pero en pantalla, funciona. Funciona hasta el punto de que, en muchas ocasiones, al leer noticias sobre sorprendentes avances tecnológicos llamados a cambiarnos la vida, nos suenan a conocidos… porque Charlie Brooker ya los había imaginado antes.

 

Créanme: la exposición a “Black Mirror” genera adicción y, en convreto, las atracciones que encierra el “Black Museum” no les van a dejar en absoluto indiferentes.

 

Jesús Lens