Volver para retroceder

#Volverparaavanzar fue el iluso hashtag que utilizó el PSOE local para popularizar el fin de la LAC y la vuelta a las líneas de autobús de toda la vida. Pero no. En realidad, ha sido volver para retroceder.

Miren que le he echado paciencia al tema, pero no hay manera. Esta semana, dos veces ha fallado el 5, que antes funcionaba como un metrónomo. El martes por la tarde, nos dio con la puerta en las narices, sin una explicación del conductor, dejándonos a los vecinos del Zaidín con cara de gilipollas. Me tocó subir a toda leche a la Avenida de Dílar, donde la frecuencia de paso de los autobuses de la línea frecuente, además de infrecuente, es caótica, con largos tiempos de espera y, de golpe, flipar al ver dos 4 seguidos, uno detrás del otro. “Otro día que llegamos tarde al trabajo”, es fácil oír entre la gente que desespera, esperando al Godot-Bus por las mañanas.

Me lo decía una señora, compuesta y sin 5, cuando nos quedamos tirados en la parada de Félix Rodríguez de la Fuente: “No tengo fuerzas para subir a la Avda. de Dílar, que vengo reventada del trabajo. Qué invierno más malo me espera”, suspiraba con impotencia.

Ayer por la mañana salí con más de una hora de margen para ir a la Estación de Autobuses. El 5 hizo de las suyas nuevamente y pasó 15 minutos tarde. Llegué con 5 minutos de margen para coger el ALSA al aeropuerto de Málaga sin que hubiera un solo atasco o retención en las calles de Granada. Si no, no llego.

Estos días, Ayuntamiento y Rober se cruzan acusaciones en los medios de comunicación. Debe estar tensa la cosa, entre sentencias judiciales ganadas por la concesionaria, autobuses obsoletos, falta de inversión, etcétera. Entre tener la razón y tener razones, el hecho objetivo es que las prestaciones de los buses urbanos cada vez son peores. En pocas palabras: no te puedes fiar de ellos. Y eso es lo peor que se puede decir de un sistema público de transporte. Resulta imposible calcular el tiempo de espera en cualquier parada, lo que convierte en una odisea hasta el recorrido más sencillo, con el consiguiente cabreo del personal, todo el día pidiendo disculpas y dando explicaciones de por qué vuelve a llegar tarde. Otra vez.

GRANADA: DESTINO IMPOSIBLE

Debutamos en la sección Puerta Real, de IDEAL. Año nuevo, etapa nueva. Espero que las columnas del sigan gustando e interesando.

 

Lo malo no es, a la vuelta de un lejano viaje a Damasco y Beirut, tener que coger dos aviones y hacer escala en el aeropuerto de Estambul. Lo realmente ingrato es, una vez aterrizado en Barajas, tener que bajar hasta Granada, apenas quinientos kilómetros que uno, la verdad, no sabe cómo afrontar.

 

La primera intención es, por supuesto, coger un avión. Pero las tarifas y los precios de Iberia no es que animen a ello, precisamente. Máxime porque bien sabemos que una de las costumbres más arraigadas de dicha compañía, como si de una perpetua broma pesada se tratara, es suspender sistemáticamente los vuelos entre Madrid y Granada. O diferirlos. O hacerlos bien sufridos, llevando al pasaje hasta Málaga para luego traerlo en autobús, después de una espera infamante.

 

Resulta llamativo que, al final, sea mucho más largo el pomposo nombre de «Aeropuerto Internacional Federico García Lorca de Granada y Jaén» que la lista de vuelos que operan con la capital nazarí, tras la cancelación de las conexiones británicas, parisinas e italianas que se vendieron a bombo y platillo.

 

Descartado el avión, pues, nos quedaría el tren. El tren de toda la vida, claro, que el AVE no vuela hasta Granada. El problema del tren es doble: el trayecto dura muchas horas y RENFE adolece de una escasísima frecuencia horaria, con lo que difícilmente te arriesgas a que un retraso de los habituales en Barajas te deje tirado en Madrid, cansado y ojeroso, al regresar de un viaje por tierras lejanas.

 

Y queda, por fin, el socorrido autobús. La Alsina, vendida primero a Alsa, que luego fue Continental y ahora pertenece a una multinacional británica. Lo bueno del bus es que es relativamente barato y los hay casi a todas las horas del día. Hay que pasar, eso sí, por esa auténtica Corte de los Milagros que es la Estación Sur de Autobuses, donde he llegado a ver a un sujeto tumbado, inconsciente, en su puerta y a los transeúntes pasando por encima de su cuerpo tendido, sin concederle la más mínima importancia.

 

El pasado lunes, pues, cogí el autobús para bajar a Granada, tras volver de Damasco. Y me encontré con una desagradable sorpresa que nos retrotrae al abismo de los tiempos: resulta que los dueños de la franquicia transportista, por aquello del ahorro de costes, no pagan la licencia preceptiva para proyectar películas en el autobús, con lo que los pasajeros nos vimos obligados a soportar, durante más de cinco horas, la Cadena Dial y el Canal Fiesta Radio.

 

¿Qué pecado hemos cometido, los granadinos, para tener que escuchar seis o siete veces al Melendi en una misma tarde? En serio, bien entrado el siglo XXI ¿puede alguien explicar por qué sigue estando Granada situada, exacta y literalmente, en el culo del mundo?

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.