Un deseo

Y ahí le tienen, felizmente angustiado, poseído por la reconfortante sensación de que está perdiendo, miserablemente, todo el fin de semana…

Yo, el Vago

Gracias Cuate, por esta instantánea. Que no es del fin de semana. Pero que podría serlo.

Con todo cariño, os deseo, de corazón, que perdáis el tiempo y que este domingo no sirva absolutamente para nada.

A veces, hace falta.

Jesús El Vago Lens.

Tras la llamada…

– ¿Fuiste por los zapatos?

– Sí. Dejé la caja en la puerta del vestidor.

– ¡A ver cómo han quedado, que no me fío yo de ese zapatero tan jovencito…! ¿A dónde vas?

– A la azotea. Dejé tendida una camisa y ya debe estar seca.

¿Quiénes estos tipos, de qué hablan y qué se proponen (al menos, uno de ellos)?

Razón AQUÍ.

Jesús Lens.

Las niñas perdidas

No sé qué decir de esta novela. Lo siento. Hace días, hace semanas que terminé de leerla. Y cada vez que voy a meterle mano a la reseña, me quedo sin saber qué escribir.

Unas veces he pensado empezar con una pregunta:

– ¿Crees en la justicia o crees en la venganza?

Otras, he pensado preveniros. Porque la lectura de “Las niñas perdidas” es peligrosa.

Lo mismo estás en la librería y ves esta portada, blanca y virginal, y te confundes, por mucho que arriba veas que ha ganado el Premio L’H Confidencial 2011 de Novela Negra y esté editada por la colección Criminal de Roca Editorial.

Sí. Quería prevenirte porque, al terminarlo, este libro deja secuelas.

Además, genera adicción. Y te descubres releyéndolo, adelante y atrás.

No es de extrañar que, por ejemplo, haya ocasiones en que vayas a la estantería en que hayas escondido el libro, arrumbándolo lo más lejos posible, sepultándolo entre otras decenas de títulos, y lo rescates para volver a leer las indescriptibles “Instrucciones para matar a un perro”. O, peor aún, las más siniestras “Instrucciones para matar un hámster”.

¿Cómo voy a hablar de un libro que, si tuviera niños adolescentes en casa, quemaría hasta reducirlo a pavesas, no fuera a ser que lo encontraran, aún después de haberlo ocultado como el que esconde un tesoro de valor incalculable?

¿Qué queréis que os diga de un libro que recuerda dulces canciones como ésta?:

Con un cuchillito

de punta de alfiler

le saqué las tripas,

las llevé a vender.

A veinte, a veinte,

las tripas calientes

de mi mujer”

No, perdona. El autor de la novela no está zumbado. En todo caso, la zumbada será la autora. Fallarás. Cristina Fallarás.

Y a mí no me metas en esto.

Que bastante he tenido con leer un libro cabrón cuyos personajes me persiguen desde que me dejé contagiar por su insania, por su locura. Por su enfermedad.

Sí. El libro va de niñas secuestradas. Y de las cosas que les hacen. O les amenazan con hacer. Y de la gente que las busca. Y de la gente que las tiene. Y del porqué.

Pero no busques respuestas sencillas o simples a un asunto que no puede tenerlas. No busques, en “Las niñas perdidas”, una lectura agradable para antes de dormir: tendrás pesadillas, dormirás mal y te retorcerás bajo las sábanas.

Así que, si lees “Las niñas perdidas”, si eres capaz, no vayas a decir que no te advertí.

No quiero reclamaciones o broncas, mosqueos o recriminaciones.

Yo ya te lo he avisado.

Ahora, haz lo que te de la gana.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

Esto se escondía…

… ¿os acordáis? Seguro que sí, que era reciente la pregunta sobre lo que era ESTO.

Pues sí. Tenía que ver con la nieve, como tantas cosas en San Petersburgo: cuando llega el invierno, las esculturas y estatuas callejeras se protegen gracias a estos recipientes de madera. Se rellenan de arena, se tapan y entran en un estado de hibernación semejante al de los osos.

Después, cuando la primavera deshace los hielos, el arte vuelve a ver la luz. Como este Hércules, por ejemplo, que luce en toda su plenitud. ¿A que no está famélico ni parece haber pasado las penurias de las largas noches rusas?

Ya sabéis. Una caja y un buen puñado de arena…

Jesús posthibernante Lens.