VUELVE "OMEGA"

¿Os acordáis de aquella bitácora, “Pinchando en hueso”? Recuperamos esta tarde una de sus entradas, dedicada al “Omega” de Enrique Morente y Lagartija Nick ya que, según leemos en IDEAL, vuelve otra vez ese impresionante y colosal disco, esta vez, en formato digital y a través de Internet.

Dejábamos por entonces, también, alguna de las canciones del mismo. Y, en cualquier caso, en este enlace están todas las novedades, las fechas de la (escueta) gira que van a iniciar, el nuevo libreto, un bonus track…

Muchos detalles para desempolvar el que fuera uno de los grandes y esenciales discos de la década de los noventa, trascendiendo géneros y apelando a un mestizaje transfronterizo e intercultural que, todavía hoy, nos sigue maravillando por su fuerza, su frescura y su intensidad.

Jesús Lens.

EN EL NOMBRE DE HOLLYWOOD

En las páginas de Vivir de IDEAL podéis encontrar hoy una doble página que, impresa y bien maquetada, luce como los chorros del oro. Que los colegas del periódico son unos ases. A ver qué os parece.

“¿Uma? No suena bien. ¿Qué tal… Pamela?”

El nuevo anuncio de una conocida marca de refrescos, que utiliza a Uma Thurman como reclamo publicitario, apela a eso que nos diferencia y nos hace distintos. En el caso de la protagonista de “Kill Bill”, su nombre, rebuscado y difícil, se considera un activo importante. Y, sin embargo, no hace tantos años, el publicista que le aconseja cambiarse el nombre en el anuncio se habría salido con la suya.

Así, por ejemplo, el recientemente fallecido Charlton Heston se llamaba, en realidad, John Charles Carter, una cacofonía muy complicada de pronunciar y, por tanto, difícil de retener en la memoria de unos espectadores que buscaban nombres sonoros, poderosos e identificables en sus estrellas más queridas. En el caso del intérprete de “Ben Hur” y “Los diez mandamientos”, el Heston le vino por parte del segundo esposo de su madre, Chester Heston, de quién tomó prestado el apellido que tan famoso se haría en el Hollywood clásico de los estudios y las colosales películas épicas de los años cincuenta.

Norma Jeane Mortenson, por su parte, fue bautizada con ese nombre en homenaje a dos estrellas del cine mudo: Norma Talmadge y Jean Harlow. Pero dichas referencias cinematográficas no fueron óbice para que, ya teñida de rubio platino, después de haber posado como modelo de los más reputados fotógrafos del momento y ante su salto al mundo del cine, Norma Jeane se transformara en la mítica Marilyn Monroe que todos conocemos y a la que tanto amamos los espectadores de películas como “El príncipe y la corista”, “Niágara”, “Como casarse con un millonario” o “Con faldas y a lo loco”.

Una de las primeras apariciones reconocibles de Marilyn en pantalla se produjo en la película “Amor en conserva”, la última película de los Hermanos Marx. En ella, la actriz pedía auxilio a Groucho: “Quiero que me proteja. Me persigue un hombre”, decía con su pícara carita de chica inocente. “¿Sólo uno?”, le contestaba con su ironía habitual el gran Groucho.

Los célebres Hermanos, nacidos en el Nueva York de finales del siglo XIX, se apellidaban Marx originalmente, aunque a veces hayamos podido pensar que, por sus tendencias ciertamente anarquistas, optaron por ese apellido con el único fin de poner en apuros la seriedad tomista de las doctrinas filosófico-políticas del otro Marx más famoso de la historia: Karl.

Sin embargo, los Marx sí que cambiaron sus nombres de pila. De mayor a menor de edad, Leonard se convirtió en Chico, Adolph en Harpo y Julius Henry en ese Groucho que hace una severa competencia al mismísimo padre del materialismo dialéctico, cuando se trata de filosofar, no en vano, suyas son célebres máximas como la inolvidable “Perdonen que no me levante” que hizo grabar en su lápida, a la pesimista “Partiendo de la nada, alcanzamos las más altas cotas de la miseria.”

Pero sigamos hablando de nombres y de humoristas cinematográficos. Por ejemplo, el aparentoso Woody Allen, en realidad, se llama Allan Stewart Königsberg. Ahí es nada. A Jerry Lewis, sus padres, que ya formaban parte de la farándula, le pusieron Joseph Levitch y una de sus parejas cinematográficas por excelencia, Dean Martin, se llamaba en realidad Dino Paul Crocetti, conocido en sus primeros años, cuando era una joven promesa del boxeo como Kid Crocetti. Después, cuando se cansó de recibir mamporros y empezó a cantar en clubes nocturnos, se hacía llamar Dino Martini, con insobornable aroma a crooner italiano.

Si para los comediantes, el tener un nombre que sonara a serio y solvente no era cosa de broma, podemos imaginar lo trascendental que sería tener un nombre apropiado para artistas que trabajaran en géneros cinematográficos teóricamente más trascendentales y masculinos. Por ejemplo, el western.

“Mi nombre es John Ford. Hago películas del oeste”. De una forma tan sencilla y a la vez tan rotunda se presentaba en sociedad el que pasa por ser el mejor director de cine de todos los tiempos. ¿Habría sido igual si se hubiera presentado diciendo “Mi nombre es Sean Aloysius O’Fienne y hago westerns”? Y, desde luego, todo el que haya visto “El hombre tranquilo” – y el que no lo haya hecho está en pecado mortal – sabrá que el célebre director estaba más que orgulloso de su origen irlandés.

Es como el majestuoso John Wayne, también conocido como El Duque y en cuya partida de nacimiento figuraba como Marion Michael Morrison. De hecho, en su primera irrupción cinematográfica acreditada aparecía con dicho nombre en los títulos de crédito. Pero en “La gran jornada”, de Raoul Walsh, auténtico descubridor del actor, ya aparecía como John Wayne, a instancias del propio director y en homenaje al general de la Guerra de la Independencia norteamericana, Anthony Wayne. Como curiosidad podemos comentar que en la penúltima y peor entrega de la saga de Rocky, el personaje que se enfrentaba al Potro Italiano estaba interpretado por Tommy Morrison, boxeador profesional y, a la sazón, nieto del mismísimo John Wayne, aunque sin un ápice de su carisma y personalidad.

Otros vaqueros famosos que cambiaron de nombre fueron William Franklin Beedle Jr., transmutado en el efectista William Holden; y, de origen ucraniano, el enorme Vladimir Palaniuk se convirtió en Jack Palance.

Y, como John Ford, hubo otros directores y actores que cambiaron de nombre, sobre todo, los de origen alemán y judío que, al emigrar a los Estados Unidos, sintieron que su integración sería más fácil si convertían sus complicados apellidos originales en otros de fonética más anglófila. Así, Willi Weiller se convirtió en el William Wyler que dirigiría “Jezabel” y “Los mejores años de nuestra vida”, Melvin Kaminsky se transformó en el reputado cómico Mel Brooks, artífice de joyas como “El jovencito Frankenstein” y desmadres como “La loca historia de las Galaxias” o László Löwenstein simplificó su apellido al más accesible Peter Lorre.

Pero volvamos a las mujeres. Si Marilyn es el ejemplo más famoso de actriz con nombre a la medida de su personaje, Greta Garbo había nacido en un barrio pobre de Estocolmo como Greta Lovisa Gustafsson y su amiga, la igualmente turbadora Marlene Dietrich nació en Berlín, en 1901, como Marie Magdalene von Losch.


Las dos Hepburn más famosas de la historia del cine, Audrey y Katherine, compartieron un parentesco común, muy lejano. La primera de ellas nació en Bélgica como Audrey Kathleen Ruston, hija única del inglés Joseph Ruston, quién más adelante añadió el apellido de su abuela maternal Kathleen Hepburn a la familia; y su apellido se convirtió en Hepburn-Ruston, estando lejanamente emparentado con el mismísimo Rey Eduardo III de Inglaterra, del que Katherine también parece haber descendido. Ésta, sin embargo, según cuenta en su autobiografía, practicó un montón de deportes desde muy niña y un verano se cortó el pelo para hacerse llamar «Jimmy», convirtiéndose en un marimacho, imagen muy alejada de la que podríamos tener de toda una descendiente de la monarquía británica de más rancio abolengo.


En España es bien conocido el caso de Margarita Carmen Cansino, nacida en Nueva York, hija del bailarín sevillano Eduardo Cansino y de Volga Hayworth, de origen irlandés y de la que tomaría su nombre artístico: Rita Hayworth, protagonista de obras maestras como “Sólo los ángeles tienen alas” y, por supuesto, de “Gilda”, en la que además de hacer un sensual strip tease con un guante, propinaba una de las bofetadas más famosas de la historia del cine al chulesco Glenn Ford.


En clave hispana, nuestra internacional Sara Montiel se llama, en realidad, Maria Antonia Abad Fernández y la malagueña Josefa Flores González utilizó ora el Pepa Flores, ora el Marisol que tan famosa la hizo. Debemos recordar que Fernando Fernán Gómez acortó el Fernández de su primer apellido, para que no resultara reiterativo, que Imperio Argentina se llamaba originalmente Magdalena Nile del Rio y que de origen gallego es también la saga de los Estévez, cuyo cabeza de familia, Ramón, nacido en Ohio, se convirtió en el Martin Sheen que protagonizaría Apocalypse Now. Aunque su madre era irlandesa, el apellido británico lo eligió como homenaje a Fulton J. Sheen, obispo de Nueva York. Dos de sus hijos siguieron sus pasos en Hollywood. Mientras Charlie se quedó con la vertiente anglosajona del apellido, Emilio decidió recuperar el castellano, habiendo protagonizado y dirigido varias películas, entre ellas la reciente y muy alabada “Bobby”, en que cuenta las últimas horas de Robert Kennedy.

Esta aceptación de nombres y apellidos originales, por fortuna, parece haber calado entre las nuevas generaciones. Ya sabemos que Uma Thurman no se llama Pamela y Gwyneth Paltrow nunca renunció a su nombre de pronunciación imposible. Hasta el musculoso Arnie decidió dejarse su complicadísimo Schwarzenegger de origen austriaco, lo que no fue óbice para convertirse en uno de los actores más taquilleros de Hollywood y, después, alcanzar el mismísimo gobierno de California. Porque lo natural, vende.

EL PERIODISMO EN LA TECNOSOCIEDAD DEL SIGLO XXI

Este año, la Feria del Libro de Granada tiene como leit motiv al periodismo. IDEAL publicó el viernes un interesante suplemento en que varios colaboradores escribimos sobre las relaciones entre literatura y periodismo, la irrupción de Internet y su influencia en los diarios así como los retos de futuro y las interrelaciones con Foros, Blogs, etc.

Ésta fue ni colaboración…

– ¡Extra, extra! ¡Últimas noticias!

Una noticia de impacto, no hace tanto tiempo, se transmitía de esta forma tan peculiar y característica: las redacciones enloquecían para componer una sábana que, en grandes titulares y a cuatro columnas, contaba lo que había pasado. Las máquinas funcionaban a todo trapo y, con la tinta aún fresca, cientos de chiquillos vociferantes se echaban a las calles a vender la exclusiva.

Eso, en las grandes ciudades. Porque a las zonas rurales, un última hora podía tardar semanas en llegar. Después aparecieron la radio y la televisión. Y empezó a dudarse sobre la idoneidad de la prensa escrita como vehículo de transmisión de noticias, una vez perdida su capacidad de velocidad e inmediatez. Debate que sigue abierto.

Ahora, sentado frente a un terminal de ordenador en una remota aldea y a golpe de click, un usuario conectado tiene a su alcance los periódicos del mundo entero, las noticias de última hora y la posibilidad de acceder a las más variadas fuentes de información. Por tanto, ¿para qué sirve un periódico impreso, en la era de Internet, en pleno siglo XXI?

Paulatinamente, los periódicos están cambiando su rol. De transmisores de noticias, están pasando a ser analistas e intérpretes de la actualidad. Cada vez más, los buenos periódicos se van destacando por la calidad y certeza en sus análisis de la realidad, la profundidad de sus reportajes y la habilidad y el genio de sus columnistas de opinión.

Una pantalla de ordenador, hoy por hoy, permite una lectura cómoda y atenta de, aproximadamente, dos/tres minutos. No más. Las ediciones digitales de los periódicos, por tanto, además de ser visualmente muy potentes, son instrumentos idóneos para una escueta y fría emisión de noticias y para una gráfica transmisión de datos en forma de barras, quesos, diagramas y demás brillante parafernalia de la infografía más moderna. El multimedia informático permite acceder a pequeños y escuetos bocados de una realidad que no puede durar más allá de un puñado de segundos.

Internet, por tanto, no ha venido a sustituir a la prensa tradicional, sino a complementarla. Porque los artículos de opinión, las entrevistas y los reportajes, para ser bien deglutidos por el lector, siguen pidiendo a voces estar impresos, negro sobre blanco. El papel sigue apareciéndose como elemento necesario e imprescindible a la hora de practicar un detenido y atento ejercicio de lectura que propicie la reflexión, el análisis y la generación de ideas.

Después podremos volver a la versión on line del periódico y participar en los foros de discusión abiertos al efecto, opinar y discutir, con razones y fundamento. O podremos entrar en las bitácoras personales de los columnistas de opinión para refutar sus tesis, corregir sus errores, matizar sus puntos de vista, refrendar sus ideas.

Igualmente, los blogs especializados permiten un tratamiento intensivo y permanentemente actualizado acerca de los temas más variopintos. Sean deportivos, cinéfilos, musicales, económicos, viajeros o gastronómicos; a través de las bitácoras es posible disfrutar del día a día de nuestras aficiones e intereses, interactuando con el dueño del blog y con otros lectores y usuarios que comparten gustos semejantes.

Pocas veces ha estado más vivo el periodismo que en este arranque de siglo XXI. Un periodismo que se cuela en la vida de los lectores a través de innumerables vías, lo que permite sentirlo más propio, más cercano, más accesible. Nunca ha sido tan estrecha como ahora la relación entre el periodista y el lector y, por tanto, de éste con su diario de cabecera.


Ello conlleva, lógicamente, una imperiosa necesidad de cambios y adaptaciones a esta nueva realidad, poliédrica, interactiva y bipolar. Cambia el lenguaje, la forma de escribir y, sobre todo, la forma de relacionarse con unos lectores cada vez más formados e hiperespacializados.

El periódico del futuro será, pues, el que sepa conectar con sus lectores, el que mejores plataformas les brinde no sólo para que accedan a una información de calidad, sino para que, después, puedan comentarla, discutirla y ponerla en tela de juicio, contribuyendo a un mutuo enriquecimiento. Sin olvidar que hoy, como antaño, el fin último del papel de periódico es servir como envoltorio para un buen par de lubinas.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

VISIÓN DEL PORTERO ANTE LA VIDA

Volvemos al Proyecto Florens. En esta ocasión, tenemos una entrada dedicada a unos personajes singulares y sorprendentes: los porteros. Una entrada de José Antonio en que reivindica a unos personajes singulares, siempre especiales, con fama de locos, diferentes, raros y extravagantes.


Los porteros apenas participan del juego, pero su concurso es siempre esencial, a la vista de todos, cada gesto y movimiento escrutado hasta el último detalle.

Disfrutemos de esta Visión del Portero ante la vida.