Sexo y lujuria, motores del Noir

Las tres palancas que mueven el universo del crimen son dinero, poder y sexo. A partir de ahí, se admiten mil y una derivadas: codicia, envidia, celos, lujuria…

Fuego en el cuerpo

Historias policíacas con el poder y el dinero como motor de la acción las hay por miles. Lo del sexo, sin embargo, cuesta más trabajo de asumir. Y a este tema dedico hoy El Rincón Oscuro, la sección semanal que IDEAL dedica a la cultura Noir.

Hoy por hoy, el personaje de la mujer fatal forma parte de la mitología del cine y la literatura en blanco y negro, perteneciendo a una época en que los personajes podían fumar libremente en los clubes de jazz y el humo de los cigarrillos contribuía a darle atmósfera al ambiente.

Así, un novelista como James M. Cain, a quien debemos clásicos como “Doble indemnización”, adaptada al cine como “Perdición” por Billy Wilder; o “El cartero siempre llama dos veces” es una rara avis en el mundo del género negro, gracias a sus poderosísimos, fríos y enigmáticos personajes femeninos. Un cliché que ha perdurado más en el cine, gracias a películas como “Fuego en el cuerpo” o “La última seducción”, que en la propia literatura. Y es que una cosa es ver en pantalla a Kathleen Turner o Linda Fiorentino y otra muy diferente es imaginarlas a través de la lectura.

El cartero siempre llama dos veces

Por todo ello, en el siglo XXI cuesta trabajo encontrar buenas historias en las que el sexo sea el auténtico protagonista de la narración. De ahí el estruendoso alborozo con el que los lectores hemos acogido la publicación de “Obscena. Trece relatos pornocriminales”, editada por la muy valiente Alrevés y de cuya coordinación se ha encargado el escritor Juan Ramón Biedma.

Obscena portada

“Casi invariablemente, la pornografía escrita se nos presenta bajo la forma de burdas historietas que, incluso más allá de su propia índole sexual, han contribuido a devaluar hasta lo inapreciable la cualidad intelectual o artística de este género. Pero ¿qué pasaría si comenzáramos a asociar el sexo explícito con concepciones narrativas de alto rango literario?”

De esta premisa parte el origen de pedir a trece reconocidos autores de género negro trece relatos criminales de alto voltaje sexual. Sexo explícito, ojo. Nada de sexo velado, sugerido, perfumado u ocultado tras el biombo. Y es que, como bien decía Woody Allen, el sexo solo es sucio cuando se hace bien.

Tiene algo de morboso y de perverso acostarse por la noche con un libro como “Obscena. Trece relatos pornocriminales” entre las manos, abrir sus páginas y sumergirse en las historias inventadas por autores como Carlos Salem, Carlos Zanón, David Llorente, Empar Fernández, Fernando Marías, Guillermo Orsi, José Carlos Somoza, Juan Ramón Biedma, Manuel Barea, Marcelo Luján, Marta Robles, Montero Glez o Susana Hernández.

Obscena Fernando Marías Carlos Salem

Un libro muy apropiado para esta época del año, el otoño. Vuelve el frío, los colores se amustian, la vida se retrae y la oscuridad ocupa muchas horas del día. ¿Qué mejor, para estos meses oscuros y monocrómicos, que darse el gustazo de disfrutar del tórrido calor que emana de estas trece historias pornocriminales?

Las hay para todos los gustos y perversiones. Desde el fetichismo por un determinado modelo de zapato al amor imposible entre personas de diferentes edades y condiciones. Relatos que invitan a volver al bar de Lola o a descubrir el sexo del futuro, entre humanos y robots. A cobrarse viejas deudas pendientes y a saborear dulces venganzas.

¿Qué tienen en común, estos trece relatos, más allá del sexo y el crimen? Su calidad. El alto rango literario al que apuntaba la declaración de intenciones anteriormente señalada. “Obscena” es la prueba palpable de que el sexo y el crimen maridan estupendamente y encajan a la perfección.

Obscena Biedma

Una apuesta valiente y arriesgada que nos permite adentrarnos en territorios poco transitados en su obra por algunos de los autores participantes en “Obscena” y abundar en la faceta más canalla de otros, para los que el sexo sí es frecuentado por sus personajes.

Una apuesta excitante que viene a reivindicar la vertiente más húmeda, erótica y festiva de una literatura Noir para para la que ningún tema debe ser ajeno. Sobre todo si ese tema es el sexo.

“Obscena. Trece relatos pornocriminales” es un puñetazo en el rostro de la mojigatería y de lo políticamente correcto. Un grito de libertad temática y estilística que anima a los autores a lubrificar su prosa y recuerda a los lectores que la buena literatura, negra o de cualquier color, ha de estar viva, ser visceral, rezumar humores y provocar sensaciones. Lo demás, es mecanografía.

Jesús Lens

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Penny Dreadful

“Es demasiado fácil ser monstruos.

Tratemos de ser humanos”.

Dr. Víctor Frankenstein

Tres veces vi el final de la serie “Penny Dreadful”. Tres veces seguidas. Tres veces rebobiné los últimos minutos del último episodio de la temporada final de la serie gótica más Noir de la historia reciente de la televisión. Y de ello hablo en El rincón oscuro de IDEAL de hoy, la sección que mi periódico dedica a la cultura noir.

Penny Dreadful nieve

El episodio final de cualquier serie es, junto al piloto que presenta a los personajes, la trama y el escenario, el momento más delicado de un proceso creativo que, si sale mal, puede dar al traste con varios años de trabajo.

Si hablar de series está de moda, debatir sobre los desenlaces de determinadas sagas televisivas puede generar encendidas discusiones, más enconadas que las polémicas filosóficas de Kierkegaard. Hablar del final de “Perdidos” todavía levanta ampollas. El desenlace de “Los Soprano” nunca fue real, cierto y constatable… hasta la muerte de James Gandolfini, el actor que interpretaba a Tony Soprano, años después del final de la serie; y “Breaking Bad” fue algo tan memorable que consiguió mantener el listón a la altura de récord del mundo hasta el último segundo de su memorable The End.

¿Y “Penny Dreadful”? ¿Cómo termina la serie gótica por excelencia del Noir contemporáneo? ¡Tranquilos! No. No voy a destripar nada. Solo diré que termina extraordinariamente bien. En el sentido que la palabra “bien” tiene cuando hablamos de una historia protagonizada por Drácula, Frankenstein, el Hombre Lobo, Jekyll, Hyde, Dorian Gray y una amplia nómina de vampiros, brujas, espiritistas y demonios de todo tipo y pelaje.

Penny Dreadful Frankenstein

Tres temporadas ha durado una de las series más turbadoramente malsanas de la televisión contemporánea. Confieso que no le tenía mucha fe, pero cuando se anunció que Juan Antonio Bayona dirigiría los dos primeros episodios, le di una oportunidad. Y es que, hasta ese momento, no me sonaba de nada el nombre de John Logan, creador de “Penny Dreadful”. Y que Sam Mendes estuviera en el ajo mientras andaba enredando con los últimos 007, tampoco era garantía de nada.

Sin embargo, fue trasladarme a ese Londres victoriano y conocer a Sir Malcom Murray, al doctor Frankenstein, a Ethan Chandler y, sobre todo, a Vanessa Ives… y caer rendido a sus pies. ¡Qué ambientación! ¡Qué atmósfera! ¡Qué decorados! ¡Qué interpretaciones!

Penny Dreadful Eva Green

Siempre hay que ver el cine y la televisión en VO, pero en el caso de “Penny Dreadful”, más que nunca. Ese perfecto inglés de academia, esas inflexiones de voz y esa pronunciación shakesperiana les confieren a los personajes un hálito de tragedia sin parangón.

Reconozco que, como buen Hijo de Mary Shelley, soy un enamorado de la Inglaterra victoriana en la que los avances científicos y médicos trataban de paliar las enfermedades y la miseria que asolaban las calles de un Londres en que lindaban las mansiones más opulentas con los rincones más infectos. El barrio de Whitechapel o Spitafields, tan vinculados a la historia de Jack el Destripador, son algunos de los escenarios de “Penny Dreadful”, aunque los hechos que cuenta la serie ocurren meses después de los asesinatos de Ripper Jack. Una época, en fin, en la que el calor de los versos de los poetas románticos hacía hervir las probetas de científicos letraheridos, pálidos y ojerosos.

Penny Dreadful locura

Hablamos de una serie, además, radicalmente contemporánea en la que las mujeres tienen un gran protagonismo y una fuerza arrolladora. Porque, ¿hemos hablado ya de Vanessa? ¡Ay, Miss Ives, esa vidente interpretada por una sugestiva, inquietante y adictiva Eva Green!

Vanessa Ives es el núcleo central en torno al que pivotan el resto de personajes de la serie, los principales y los secundarios. Ella es el centro. El núcleo irradiador que seduce a los sectores aliados laterales, por utilizar una terminología errejonista que no sé lo que significa, pero que le va al pelo a una serie barroca y desmesurada como es “Penny Dreadful”.

Contemporánea, también, por el mestizaje que hay en el reparto de personajes, con unos guionistas a los que no les tiembla el pulso a la hora de incorporar a un brujo proveniente del Senegal, a un indio apache con capacidad visionaria o a un hindú con graves problemas edípicos.

Penny Dreadful

Y lo mejor es que funciona. Porque “Penny Dreadful” es un canto a la otredad radical, un elogio de los que son diferentes, a los raros y a los extraños. Un canto a la marginalidad, a las pesadillas y a los terrores nocturnos. Un cuento de horror y fantasía cuyo final vi tres veces seguidas y cuyo principio estoy ardiendo por volver a ver.

Jesús Lens

Las mil caras de la ira

Coinciden en cartelera dos películas extraordinarias, policíacas, españolas y más negras que el carbón. Dos películas que han conquistado al público y a la crítica en los exigentes y prestigiosos Festivales de Venecia y San Sebastián. Dos películas que acreditan el extraordinario momento que atraviesa el cine Noir en nuestro país y de las que hablo hoy en El Rincón Oscuro de IDEAL.

El hombre de las mil caras

Son dos películas, además, de factura y temáticamente radicalmente distintas. Por un lado, “El hombre de las mil caras”, de Alberto Rodríguez, artífice de la memorable “La isla mínima” y en cuya producción también ha participado José Sánchez-Montes y la granadina Sacromonte Films. Escuchen aquí, por cierto, el programa de radio que hicimos sobre Alberto Rodríguez Javier Márquez, Juan Ramón Biedma y un servidor. No es por nada, pero nos ha quedado la mar de bien…

Por otro, “Tarde para la ira”, el inesperado y sorprendente debut tras las cámaras de un Raul Arévalo que, además de ser un excelente actor, apunta maneras para convertirse en un cineasta total y al que auguramos una exitosa carrera, también, detrás de las cámaras.

Tarde para la ira

“El hombre de las mil caras” es una película para ver con calma, sosiego y detenimiento. Se trata de una cinta de espías al estilo clásico en la que apenas se ve una pistola, un mal gesto o una sacudida de violencia. Un filme en que los seguimientos y las persecuciones nada tienen que ver con el cine de acción norteamericano al que estamos acostumbrados.

Una película con un diseño de producción exquisito en que Madrid, París, Singapur o Suiza lucen en pantalla con un esplendor y una minuciosidad en los detalles a los que no estamos acostumbrados en el cine español. “El hombre de las mil caras” cuenta la historia de un personaje que, si no hubiera existido en la realidad, habría que creado: Francisco Paesa. Un Francisco Paesa que, vivito y coleando, aprovechó el estreno de la película para conceder una de sus maravillosas y enigmáticas entrevistas. La vida de Paesa es tan desaforada que Alberto Rodríguez se ha centrado, exclusivamente, en el célebre episodio de la huida, paso a la clandestinidad y entrega de Roldán, un personaje que hubiera encajado como un guante en los tebeos de Ibáñez y que, sin embargo, fue director de la Guardia Civil y casi, casi Ministro del Interior del gobierno socialista.

El hombre de las mil caras Fotograma

“El hombre de las mil caras” es una lección de cine, desde el primer fotograma hasta el último. Y un recital interpretativo de un Eduard Fernández llamado a ganar todos los premios del año por su medida y memorable interpretación, perfectamente secundado por Carlos Santos y por un José Coronado que, por fin, cambia de registro. Sin dejar de ser él mismo, por supuesto…

El hombre de las mil caras Alberto Rodríguez

Y también hay que ir al cine a ver “Tarde para la ira”, por supuesto. Una película seca y áspera como la lija. Una película que te golpea como un zurdazo de Muhammad Ali, dejándote noqueado en la butaca del cine.

Un atraco frustrado a una joyería. Huyen los ladrones. El conductor que esperaba fuera tiene un accidente y es detenido por la policía. Pasa el tiempo. Cambio de escenario. Un bar de barrio. Un cliente serio, callado y taciturno. Los dueños, una pareja joven y optimista cuya hija va a hacer la comunión. Y la camarera, familia suya. Una camarera seca, consumida y hastiada por la vida que, cuando termina su turno tras la barra y sirviendo la terraza, va a la cárcel a visitar a su marido, en el bis a bis.

Con esos mimbres, que Arévalo cuenta en los cinco primeros impresionantes minutos de la película, están presentados todos los personajes y algunos de los escenarios en los que transcurrirá “Tarde para la ira”. A partir de ahí, una durísima historia de venganza y redención en la que las explosiones de violencia, secas y absolutamente carentes de cualquier pirotecnia, dejan boquiabierto al espectador.

Interpretada por un austero y contenido Antonio de la Torre, la ópera prima de Raúl Arévalo oscila entre el Noir urbano contemporáneo y un cine negro rural que recuerda, por momentos, a la violencia mostrada por Saura en “La caza” o, posteriormente, en “El séptimo día”, en que recrea la matanza de Puerto Hurraco.

Tarde para la ira de la torre

“El hombre de las mil caras” y “Tarde para la ira”, dos películas excelentes y de una factura técnica impecable. Dos ejemplos de las múltiples facetas que puede mostrar el Noir, con personajes, tramas, paisajes y situaciones radicalmente diferentes, pero que sirven para completar el mosaico del mejor cine español contemporáneo.

Jesús Lens

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A sangre fría en el cine

Hace un par de semanas hablábamos del impacto que causó la publicación de la novela “A sangre fría”, de Truman Capote, hace ahora cincuenta años. Impacto que trascendió lo puramente literario para conmover, también, el mundo del cine.

A sangre fría Anagrama

Como es habitual en Hollywood, en cuanto la obra se convirtió en un éxito, un avispado productor compró sus derechos para trasladar la narración al cine. Quiso la fortuna que, en el caso de “A sangre fría”, ese productor fuera nada menos que Richard Brooks, un sólido cineasta al que el éxito de “Los profesionales” había situado en una posición de fuerza frente a la industria.

Eso le permitió no solo escribir el guion y dirigir la película, sino también plantarse frente a la Columbia, que quería como protagonistas nada menos que a Paul Newman y Steve McQueen, dos rutilantes estrellas y excelentes actores que, sin embargo, no hubieran pegado en una película como ésta.

Porque la “A sangre fría” de Richard Brooks es una obra maestra del cine naturalista, una película sobria, austera y concisa; filmada en un riguroso blanco y negro exactamente en los lugares y paisajes en que transcurrieron los hechos narrados por Capote. El perfeccionismo de Brooks llegó al punto de filmar determinadas secuencias haciendo que los actores tuvieran frente a sí la misma vista que los auténticos protagonistas de la historia, en el pueblo de Holcomb, Kansas.

A sangre fría Brooks

Una historia dura y descarnada: el asesinato en 1959 de los cuatro miembros de una familia por parte dos ex convictos que, tras ser detenidos, juzgados y condenados a muerte, fueron ahorcados en 1965. El hecho de que la película se filmara tan poco tiempo después del acaecimiento de los hechos permitió que cada uno de sus fotogramas exude un inusitado realismo. De hecho, algunos de los figurantes de la película, como las responsables de la estafeta de correos, eran personas reales que vivían en el pueblo y cuyas conversaciones recogió Capote en su libro. De ahí, precisamente, que el protagonismo debiera recaer en actores poco conocidos y no en estrellas de Hollywood que desviaran la atención de lo realmente importante.

Y lo realmente importante era la historia narrada por Capote, seguida escrupulosamente por el guion de Brooks, hasta el punto de que la película abre sus títulos de crédito con un elocuente “Truman Capote’s. In Cold Blood”, para que no cupiera duda alguna sobre la autoría de la historia que los espectadores se aprestaban a ver.

A sangre fría Holcomb

“A sangre fría” ganó varios premios internacionales y obtuvo cuatro nominaciones al Oscar, incluyendo Mejor director, Mejor banda sonora, Mejor fotografía y Mejor guion adaptado. Pero su logro más importante llegó en 2008, cuando fue elegida para ser preservada en el archivo de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.

¿Tuvo que ver este reconocimiento con el hecho de que, en 2005 y 2006, se estrenaran dos películas diferentes, ambas basadas en el exigente y devastador proceso de creación de la novela de Capote?

Es algo que, de vez en cuando, ocurre en Hollywood: sin razón aparente, dos proyectos muy similares entre sí coinciden en las pantallas. Da lo mismo que sean películas catastróficas sobre volcanes o historias sobre Hitchcock. O, como en el caso que nos ocupa, guiones con el escritor como protagonista.

A sangre fría películas

En 2005 se estrenó “Capote”, dirigida por Bennet Miller y protagonizada por un Philip Seymour Hoffman en estado de gracia. Tanto que ganó el Oscar al mejor actor principal por su composición de un Truman basado en la biografía de Gerald Clarke. La película, candidata a varios Oscar más y acreedora de innumerables premios internacionales, se centra en la especial relación que se establece entre Capote y Perry Smith, uno de los asesinos de la familia Clutter.

Una relación que condicionará brutalmente la vida de Capote hasta el final de sus días. Un Capote obsesionado con terminar “A sangre fría”, la obra que le dio fama universal y que, a la vez, le condenó como escritor dado que, desde su publicación, el autor fue incapaz de volver a terminar un solo libro.

Al año siguiente, en 2006, le tocó el turno a “Infamous. Historia de un crimen”, escrita y dirigida por Douglas McGrath y en la que el personaje del escritor fue interpretado por un más discreto y contenido, pero igualmente excelente; Toby Jones. Basada en el libro de George Plimpton, esta versión de la investigación de Capote pone más énfasis aún en la posible relación homosexual entre el escritor y el asesino, interpretado en esta ocasión por el bondiano Daniel Craig, en un papel extremadamente complicado.

A sangre fría Toby Jones

En ambas cintas se plantea un importante problema moral: Capote estaba obsesionado con Perry. No diremos enamorado, pero sí enganchado a él. Entendía tanto sus frustraciones, su complicadísima infancia y juventud, sus complejos… y, sin embargo, necesitaba poner fin a su historia. Y el fin que mejor le venía a “A sangre fría” era la ejecución de los presos. ¿Pudo hacer algo más, Capote, por salvarles la vida o, al menos, por dilatar el proceso y postergar su ahorcamiento?

Esa es la duda que ambas películas siembran en el espectador. La misma duda que siempre atormentó a Capote, terminando para siempre con su carrera literaria.

A sangre fría Truman Capote

“A sangre fría”. La obra que le encumbró, la obra que le mató.

Jesús Lens

Twitter Lens

Hannibal Lecter, mito cinéfilo-literario

No hay un caso más y mejor terminado que el de Hannibal Lecter para comprobar hasta qué punto pueden llegar a retroalimentarse el cine, la literatura y la televisión a la hora de crear uno de los iconos más salvajemente fascinantes de la cultura popular contemporánea.

El Rincón Oscuro, en IDEAL
El Rincón Oscuro, en IDEAL

Empecemos por señalar que el célebre y sofisticado psiquiatra antropófago nació como personaje secundario en una de las primeras novelas del escritor Thomas Harris, “El dragón rojo”, publicada en 1981 y en la que se cuenta la historia de Will Graham, un detective retirado que ayuda al FBI en la captura de un asesino en serie apodado por la prensa como el Duende Dientudo. En esta novela, Lecter, gracias a su inteligencia, termina quedando por encima del resto de personajes, tanto de los malos como de los buenos, ganándose el aprecio de los lectores.

El dragón rojo

“El dragón rojo” fue adaptada al cine, en 1986, por un director de la talla de Michael Mann, lo que permitió al autor dedicarse exclusivamente a la literatura, sin prisas ni agobios económicos. Y así llegamos a 1988, año de la publicación de “El silencio de los corderos”, su novela más famosa y conocida y en la que Hannibal Lecter se convierte, por fin, en el protagonista absoluto. Y es que el personaje, basado en el Dr. Salazar, un sádico médico condenado a 20 años de prisión y al que Harris entrevistó en prisión en su etapa como periodista; tenía una fuerza arrolladora.

El silencio de los corderos novela

Tanta que, en la célebre adaptación cinematográfica realizada por Jonathan Demme en 1991, el doctor Lecter, brillantemente interpretado por Anthony Hopkins, solo necesitaba aparecer en pantalla quince minutos para que su presencia se hiciera perceptible durante las dos horas largas de metraje de una película que cambió la historia del cine negro y criminal.

Y es que se celebran ahora veinticinco años de un estreno que, protagonizado por un cruel caníbal asesino en serie, no solo consiguió fascinar a los espectadores de todo el mundo y ganarse el favor del público, sino que se alzó con los cinco Oscar más importantes del año: Mejor Película, Mejor Director, Mejor Guion Adaptado, Mejor Actriz y Mejor Actor. ¡Ahí es nada!

El silencio de los corderos oscars

Tras el espectacular éxito de “El silencio de los corderos”, todo el mundo quería más Lecter. Tanto los lectores de las novelas como los espectadores de los cinco continentes ardían por saber cómo continuaba la historia de Hannibal y de la agente Clarice Sterling.

Harris, fiel a su costumbre, se lo tomó con calma. De hecho, allá por 1994, el director de “El silencio de los corderos” confesó a la prensa que Harris, un tipo esquivo y huidizo del que apenas existen fotografías y que, por supuesto, jamás comparece ante los medios de comunicación; le había dicho que él veía a Lecter paseando por la vieja Europa, por las calles de Florencia o Múnich, deteniéndose en las tiendas de los viejos anticuarios y comiendo en los restaurantes más selectos.

Mientras Harris escribía la novela, el productor Dino de Laurentiis, que era el dueño de los derechos del personaje de Lecter y los había cedido gratis a otra productora para que hiciera “El silencio de los corderos” (decisión de la que siempre se arrepintió) negociaba con Jonathan Demme, Anthony Hopkins y Jodie Foster el importe de sus contratos, de cara a su ansiada secuela, en un intento de repetir el mismo éxito comercial y de crítica de la anterior película.

Primavera de 1999. Tirada de 1,6 millones de ejemplares de “Hannibal”, título con el que Harris lanzó al mercado una novela escrita, en realidad, para ser llevada al cine. Éxito total y apoteósico. Primera edición agotada y millones de libros más en imprenta, que se seguirían vendiendo como churros. Pero entonces llegaron los primeros problemas: Jonathan Demme, horrorizado por lo violento y sádico de “Hannibal”, se descolgaba del proyecto. Malas lenguas dijeron que, en realidad, lo que le angustiaba era el pánico a no estar a la altura de su película anterior.

Hannibal

Poco después, el oscarizado guionista que había adaptado “El silencio de los corderos”, también se bajaba del barco, igualmente asqueado por lo salvaje de la novela. Y, por fin, fue Jodie Foster la que dijo que no a “Hannibal”, siendo sustituida por Julianne Moore. El resultado final, dirigido por Ridley Scott y estrenado en 2001, fue una película interesante que, sin embargo, no alcanza en ningún momento la grandeza de su predecesora.

Pese a que “Hannibal” no repitió, ni de lejos, el éxito comercial de “El silencio de los corderos”, De Laurentiis estaba empeñado en seguir explotando el personaje de Lecter y pensó en una precuela que contara los orígenes del sádico doctor y su gusto por la carne humana. Thomas Harris no quería saber nada de ello, pero ante la perspectiva de que el proyecto cayera en unas manos inadecuadas, se decidió a escribir “Hannibal: el origen del mal”, que vio la luz como novela en 2006 y como película, apenas unos meses después, en 2007, lo que habla bien a las claras del objetivo perseguido con esta operación más crematística que creativa.

Hannibal el origen del mal

La película, que no tuvo gran aceptación ni por parte de la crítica ni del público, serenó los ánimos de un De Laurentiis que falleció en 2010. Sin embargo, su mujer, dueña de los derechos de la compañía y del personaje de Lecter, decidió aprovechar el tirón y el predicamento de las series de televisión para alumbrar “Hannibal”, uno de los seriales más barrocos, malsanos y abigarrados de la historia más reciente de la televisión.

Tres temporadas ha durado en la pequeña pantalla la historia de Will Graham, Lecter y Crawford. Pero pueden ser más. Porque su cancelación no fue bien acogida por un público devoto y los rumores de una posible resurrección de la serie son una constante en los foros de Internet.

Hannibal serie

¿Y a quién puede extrañar, dado lo fascinante de un personaje mítico en los últimos veinticinco años de la cultura popular estadounidense? Un cumpleaños que el Festival Granada Noir celebra por todo lo alto, en su segunda edición, del 3 al 8 de octubre próximos.

Jesús Lens

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