Nápoles: a la sombra del Vesubio

Hay ciudades extranjeras cuyos nombres son casi más familiares que los de otras ciudades patrias, física y kilométricamente más cercanas, pero mental y sobre todo emocionalmente mucho más lejanas.

Por ejemplo, uno escucha Nápoles y le resulta mucho más cercana, conocida y accesible que, decenas y decenas de ciudades y pueblos españoles. Y, más allá de las sabrosas y añoradas napolitanas de chocolate, no es de extrañar que eso ocurra: en nuestro acervo histórico y cultural, en nuestra educación sentimental, literaria y cinematográfica, Nápoles siempre ha estado ahí.

De los años en que Maradona hizo que el despreciado sur futbolístico se tomara cumplida venganza con el siempre potente y poderoso norte a esa famosa Camorra que últimamente hemos visto tanto en las librerías como en las salas de cine; todo lo referente a Nápoles es excesivo y desmesurado.

Quizá tenga que ver con estar a los pies del Vesubio, aquel poderoso volcán que sepultó Pompeya y cuya lava la conservó, intacta, para nuestro goce y disfrute. O serán los miles de años de historia que atesoran sus calles, las fastuosas riquezas artísticas de sus palacios y museos.

O quizá sea la importante herencia española que todavía perdura en la ciudad la que nos la haga familiar, íntima, cercana…

Para este verano, sumidos en la devastadora crisis que nos asola, tenemos una recomendación: viajar a Nápoles. Un viaje que puede ser físico o real o, como hemos defendido tantas veces, literario, imaginativo y metafórico.

Porque la editorial ALMED acaba de publicar “Historia cultural de Nápoles”, subtitulado “A la sombra del Vesubio”, de Jordan Lancaster, una de esas británicas que, deslumbrada por la ciudad en que pasó unos años, le ha dedicado una vibrante historia, repleta de referencias históricas, pictóricas, arquitectónicas y culturales.

Especial referencia a las páginas en que se habla del dominio español sobre la ciudad, que duró dos siglos desde que el famoso Gran Capitán se hiciera con la ciudad. Ciudad que inspiró la famosa máxima de Carlos V, atribuida después de otros muchos autores: “Hablo en español a Dios, en italiano a las mujeres, en francés a los hombres y en alemán a mi caballo”.

Y el cine, claro. El cine de un napolitano como De Sica que hizo de Sofía Loren y Marcello Mastrionanni la pareja más reconocible de una cinematografía italiana que en “Divorcio a la italiana” respira Nápoles por los cuatro costados. ¡O el boogie-woogie “Tu vuo’far l’americano”, vuelto a la actualidad discotequera del siglo XXI y cuyo autor es el cabaretista napolitano Renato Carosone.

Vámonos a Nápoles. Físicamente. Pero antes, durante y después, disfrutemos del ameno, ilustrativo, divertido y documentado libro de Lancaster. Aprovecharemos y disfrutaremos del viaje infinitamente más. Y ya sabéis que Nápoles está a golpe de click, ya que ALMED te manda los libros, sin gastos del envío, directamente a casita.

Jesús viajero inmóvil Lens.

Y, el año pasado, tal día como hoy, Pateábamos exactamente esto

Jet Lag

Tengo jet lag. Tarde de domingo. Ciudad. Mes de julio. Y calor, mucho calor. Encima, el jet lag me tiene masacrado, en casa.

Es cierto que ya hace una semana que volví de Senegal. Y que, dada la intensidad de estos días, es como si hubieran pasado muchas, muchas semanas desde entonces.

Por otra parte, aún siento la frescura del atardecer en la Isla de Goree, el ruido de los mercados, la sonrisa de los senegaleses y su famosa Teranga. Escucho a Thione Seck y me acuerdo de aquella tarde, rodeado de tipos con mochilas y grandes auriculares, que trapicheaban, descargaban y vendían la mejor música africana del momento en MP3, única forma de acceder a los títulos de moda a través de los dispositivos móviles que, más o menos sofisticados, ya maneja todo el mundo.

Me acuerdo del pescado con arroz, picante. De las Flag y de los puestos multicolores de artesanía. Echo de menos mis paseos con Ndeye, su sonrisa y su cara de sorpresa al descubrir cosas de Europa. Imagino que idéntica a la que ponía yo al conocer un poco más la realidad de la sociedad africana contemporánea.

Echo de menos el sonido del balafón y la kora, el subir y bajar del barco que nos llevaba del embarcadero a la isla. Y vuelta. A Dior, Abdu, Fathu, Omar, Yara…

Pero el jet lag también me atenaza por culpa de otro viaje: el realizado entre el pasado jueves y esta mañana a Camboya.

Porque hay viajes que se pueden hacer sin moverse de casa. Unas veces será leyendo. Otras, viendo una película. O, como ha pasado estos días, descubriendo a un grupo de personas absolutamente maravillosas, como son Somaly Mam, sus hijos y algunos de sus colaboradores.

Verles ayer, a la caída de la noche, bailar en la plaza del Ayuntamiento de Granada, en mitad de una verbena popular; disfrutar de cómo convertían en una fiesta el hecho de comprar una correa para Tu tu, el pastor alemán de Nicolai o, sencillamente, ver los ojos de éste al probar el helado de vainilla; fue todo un disfrute.

La charla, después, nos llevaba hacia algunos de los rincones más oscuros del ser humano. Porque algunas de estas personas han sufrido, en sus carnes, la abyección de los tipos más despreciables del planeta tierra. Han presenciado y vivido lo más sórdido y repugnante de personas violentas, racistas, asesinas, crueles y sin escrúpulos.

Y, sin embargo, ahí están, brindando, riendo o cantando el cumpleaños feliz a su tío, por teléfono, entre risas y bromas. Disfrutando de la vida. Porque, a veces, la vida concede segundas oportunidades.

Camboya. Allí la gente es más alegre, más divertida que en Vietnam o Laos. Me lo decía Panchi, en las Sardinas de este año, obligatoriamente más cortas que otras veces. Y me lo confirmaba Somaly. Sinna, por ejemplo, es vietnamita. Y aunque también sonríe mucho y abiertamente, es cierto que la expresión de alegría de los rostros de Ning o Nicolai, por ejemplo, es más natural. Al menos, se transmite mejor.

Hablamos del día a día en la difícil, pero ilusionada vida de unas personas que, a pesar de todos los pesares, no se van de una Camboya en la que han vivido auténticas pesadillas. Pero a la que aman, claro. Y a la que nos invitan a ir y conocer.

Esta mañana, se marcharon. Llegó, otra vez, el momento de los besos, los abrazos, los intercambios de e-mail y las promesas de escribirnos y seguir en contacto. De ir. Y de volver. Entonces llega el jet lag.

Vuelves a casa, sales a correr, te duchas, comes, descansas un rato… y falta algo. Falta esa intensidad, ese derroche de vitalidad de un grupo de personas que en apenas unos días se han convertido en amigos con los que te comprometes, sin albergar la más mínima duda de que lo cumplirás, a viajar a Camboya para devolverles la visita, a conocer el trabajo de AFESIP desde dentro, a brindar por las cosas hermosa de la vida… ¡y a comer serpiente!

It is a deal!

Jesús desubicado Lens