A los chavales no les da tiempo a estudiar el 23-F y ya no saben qué pasó ese día: igual habría que recortar otras lecciones

 

Foto: Ramón L. Pérez

El 23-F de 1981 mi mujer y yo vivíamos en Güímar, en Tenerife. Yo ya era juez y para ella era el primer día de clase del segundo curso de Farmacia en la Universidad de La Laguna. La llevé hasta la facultad y me quedé esperándola en el aparcamiento. Puse la radio y escuché ‘el tejerazo’, el intento de golpe de estado. Las clases quedaron interrumpidas y Azucena y yo nos fuimos a casa. Antes compramos provisiones. No nos despegamos de la radio.  Al día siguiente fui al juzgado y un guardia municipal se puso a mis  órdenes… Le dije que yo no era nadie. El alcalde era Pedro Guerra, el padre de Pedro Guerra el cantautor.

Mi padre era senador independiente y pasó aquellas horas en primera línea. No pude hablar con él, pero sí con mi hermano, que estaba estudiando en Alemania. Era más fácil contactar con el extranjero que con España.

Todo eso y mucho más fue mi 23-F, porque todos los que lo vivimos tenemos el nuestro. En cambio, los que no lo vivieron se están olvidando de esa fecha clave en la historia de España. Para colmo, a los chavales no les da tiempo a estudiar el 23-F y ya no saben qué pasó ese día. Igual habría que recortar otras lecciones para que pudieran llegar al 23-F. Un poquito menos de Revolución Francesa, es un poner, y lo mismo da tiempo. Digo yo.

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