Sucia zona de confort

Pasaba por un Shawarma del Zaidín, el martes alrededor de la media noche. Había unos cuatro o cinco clientes dentro. Gente joven y bullanguera. Un par de minutos antes me había cruzado con unos chavales que juntaban dinero para comprar una litrona en el Chino de la esquina.

Justo enfrente del Shawarma, un banco. De los de madera. Completamente impracticable, repleto de desperdicios y basura: latas y botellas de plástico vacías esparcidas, recipientes de hamburguesas y varias bolsas tiradas por el suelo y, lo peor, el banco esturreado de salsas varias.

No sé si la intención de los chavales del Shawarma era tomarse su cena al fresquito o si los del litro de birra habían pensado disfrutarlo bajo las estrellas, pero en aquel banco no iba a ser, desde luego. ¿Para tranquilidad de los vecinos? Era será otra columna…

Cuando llegué a casa eché un vistazo a las últimas noticias y me llamó la atención lo de Senegal. Lo de la actitud de su público en el Mundial, quiero decir, con los aficionados recogiendo en la grada los desperdicios generados durante el transcurso del partido, para facilitar la labor de limpieza del estadio. ¡La caña! Luego vi que los seguidores japoneses habían hecho lo mismo, pero los senegaleses fueron los primeros. Al menos, para mí.

¿Qué convierte a determinadas personas en cerdos redomados, con perdón para el género porcino? Me resulta inexplicable. Nunca he entendido que a la gente no le avergüence dejar su basura tirada en mitad de la calle. Lo tengo muy escrito: ¿quién es el primero que, en el bar, tira al suelo su servilleta de papel o una cabeza de gamba, cuando está todo limpio y espercojao? Se empieza por ahí y se termina tuneando un banco con kétchup y mostaza. Por joder, básicamente.

Menos mal que, paradójicamente, el fútbol nos reconcilia con lo mejor del ser humano. Del ser humano senegalés o japonés, que de momento no consta que la afición española haya dejado limpia su zona de confort del estadio.

A ver si contra Irán cundiera el ejemplo. (Que no consta que cundiera)

Jesús Lens

El ser cerdos

Una de las cosas que más me gustaron de Armenia fue la extremada limpieza de la capital, Yereván, con calles impolutas y los suelos de los bares y cafeterías inmaculados. Y, sobre todo, los baños. ¡Qué pulcritud! En muchos de ellos, eso sí, hay que pagar. No mucho. Veinte céntimos de euro. A cambio, el acto de evacuar no se convierte en una tortura para la pituitaria, lo que es muy de agradecer.

Yerevan

Además, estoy convencido de que el hecho de disfrutar de unos baños públicos refulgentes, hace que los ciudadanos de Yereván sean más cuidadosos a la hora de mantener limpia su ciudad.

Me acuerdo de todo ello al leer acerca la falta de higiene en el recién estrenado hospital del PTS. A la espera de saber en qué queda la investigación policial sobre el posible boicot de algunos trabajadores a las nuevas instalaciones hospitalarias, me llama la atención una foto publicada en IDEAL en la que se ve un aseo con varias toallitas tiradas por el suelo… mientras la papelera parece bastante vacía.

Hospital Granada suciedad

Sí. Es cierto que da mucho asco entrar a un baño y encontrárselo hecho un estercolero. Hace no mucho, en un moderno edificio de oficinas, choqué con uno por el que parecía haber pasado la niña de El exorcista. Era un espectáculo tan grotesco que me tuve que dar la vuelta y salir por piernas, conteniendo las arcadas. ¿Qué pensaría el personal de limpieza que tuviera que enfrentarse a semejante desaguisado?

En España seguimos siendo muy cerdos. Me decía Aga, una de mis compañeras de viaje por Armenia, que cuando ve a alguien tirando algo al suelo, se le acerca y le dice que por favor lo recoja y lo tire a una papelera, que ella vive por allí cerca y no le gusta que haya basura en la puerta de su casa. A veces me han dado ganas de hacer algo parecido, pero mi volumen corporal cercano al 2×100 (2 metros de altura x 100 kilos de peso) me echa para atrás, que alguien podría acusarme de acoso, bullying, amenaza o intimidación.

El ser cerdo

Nos quejamos. Nos quejamos mucho. Pero el Mesón Baena de La Herradura invita a cañas a los ciudadanos que llenen vasos con colillas encontradas en la playa. La pregunta es, por tanto: ¿por qué somos tan redomada e irremediablemente cerdos, puercos e irrespetuosos?

Jesús Lens

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