Viejuno gamberro, no grafitero

¿Grafitero? ¡Por favor! ¿Qué grafitero ni grafitero? Lo de este individuo no es un grafiti. Ni una pintada. Es un pintarrajo. Una bazofia. Un mojón. Y con este grado de indignación afronto mi columna de hoy, en IDEAL.

Pintadas Granada

Me refiero a la “obra” del detenido hace un par de días por estar “decorando” un muro de la calle Cetti Meriem. Que tiene tela la cosa. El dibujo quiere ser una especie de serpiente malhumorada, pintada con un único color: el marrón. Veo el dibujo y no pienso que podría pintarlo un niño, ni mucho menos. Resulta tan patético que un niño pequeño no osaría enseñársela ni a su mejor amigo. Un chavalito, al ver el resultado de su ejercicio, rompería el folio en cuestión y volvería a empezar.

Pero el menda detenido en Cetti Meriem, no. Imagino que el “artista” estaría puesto hasta los ojos para no abochornarse por el ridículo que estaba haciendo, más allá de vulnerar la ordenanza municipal de convivencia. O estaba ciego perdido… o tiene trastornadas sus facultades mentales.

Porque, y es un detalle importante, el supuesto grafitero no es precisamente un adolescente. Ni siquiera un joven artista, frustrado e impotente. Resulta que el julay tiene la friolera de… ¡52 años! Y se dedicó, la tarde-noche del jueves, a ir dejando sus churros por varios puntos de la ciudad, desde la calle Elvira a la Gran Vía.

La pregunta es: ¿por qué la policía llama “grafitero” a lo que no es sino un gamberro, anacrónico, desubicado y pasado de vueltas? Un grafitero es un artista. Nos podrán gustar más o menos las obras confeccionadas con spray. Y, por supuesto, es necesario consensuar dónde ejecutarlas. Pero llamar grafitero a cualquiera que va manchando paredes con un spray, además de conferirle un aura que no tiene, emborrona aún más la imagen pública de un colectivo de artistas que se merecen un respeto y una consideración.

El niño de las pinturas

El lenguaje no es inocente. Ni es neutro. Tenemos que ser rigurosos con su utilización. El caso del grafitero serpenteante no tiene mayor trascendencia ni pasa de anécdota, pero es un síntoma de la criminalización que, a través de las palabras, hacemos de colectivos y manifestaciones artísticas que, por lo general, muestran un necesario e imprescindible carácter crítico, combativo y reivindicativo con la sociedad.

granadagraffiti

A quienes nos gustan los grafitis, actuaciones como la del cincuentón de marras nos resultan doblemente hirientes. ¡No le llamen grafitero, por favor!

Jesús Lens

Twitter Lens

La imperiosa necesidad del ser… cívicos

Mi artículo de hoy en IDEAL. Que podría dar para una serie de varias temporadas. De momento, el piloto:

Ser cívicos, reconozcámoslo, no mola nada.

Definición de civismo: Comportamiento de la persona que cumple con sus deberes de ciudadano, respeta las leyes y contribuye así al funcionamiento correcto de la sociedad y al bienestar de los demás miembros de la comunidad.

Basura pintada

¡Por favor! ¿Se les ocurre una definición con más rancios regüeldos o que apeste más a alcanfor, aburrimiento y viejunismo? Es leerla y sentir cómo se encanece el pelo, nos crece la papada y nos paraliza el reúma. Nadie que quiera parecer mínimamente moderno, joven, vanguardista o contemporáneo puede ir por el mundo defendiendo una definición como ésa. De hecho, para destacar en una sociedad como la nuestra, parece que hubiera que hacer exactamente lo contrario.

Hace unos años, cuando se implantó la célebre normativa que prohibía fumar en lugares públicos, empleamos millones de bytes para posicionarnos, a favor o en contra de la misma. Durante unas semanas pareció que la cultura de la resistencia –a dejar de fumar en bares, restaurantes y centros de trabajo- era algo muy in, cool, moderno y molón. Sin embargo, hoy nos resultaría incomprensible e inaceptable volver al despropósito de antaño.

¿Y si el ser cívicos tuviera un cierto sentido? Vayamos más allá, que se ganó una batalla, pero la guerra cívica continúa. Y ahora mismo tiene varios frentes abiertos, como el de la suciedad, la basura y la mierda, por ejemplo.

Basura pintadas

En las últimas semanas, IDEAL está trazando un exhaustivo e imprescindible mapa con las indignas pintadas que estropean el patrimonio histórico artístico de Granada o que hacen inservibles muchas señalizaciones de nuestras calles. ¡Bien! Pero la batalla contra la basura, larga y compleja, tiene más focos: los cauces de los ríos convertidos en vertederos, el paisaje tras la batalla después del Botellón, los parques llenos de zurullos de perros, los borrachos que se mean en las calles…

Imagen de El Bolardo
Imagen de El Bolardo

Siempre me he preguntado, cuando entro en un bar con el suelo repleto de servilletas arrugadas y demás desperdicios tirados junto a la barra o bajo las mesas, quién es el primer cliente en romper el fuego. Es decir, a primera hora, el suelo está limpio, ¿verdad? Y alguien tiene que ser el primero en limpiarse la boca y arrojar la servilleta al piso. Debe ser un tipo madrugador, que su ejemplo no tarda en ser imitado por otros muchos clientes, impacientes por aportar su granito de mierda. ¿Por qué lo hacen? ¿No les da asco? ¿No se les cae la cara de vergüenza?

Cuando aceptemos que un espacio público es de todos y que deberíamos cuidarlo igual o mejor que si fuera propio, empezaremos a ganar esta otra batalla cívica. Porque ser cívicos puede no molar nada, pero su contrario da asco. Y apesta.

Basura bares

Por desgracia, esta guerra tiene más batallas en curso, como la del ruido. O la de la zafiedad y el mal gusto. Y una más reciente y sorprendente: la de las bicicletas. ¡Pronto volveremos sobre ellas!

Jesús Lens

Twitter Lens