Lucy

No cabía un alfiler. Vale que era el Día del Espectador, pero me quedé anonadado, el pasado miércoles y todavía en plena canícula de agosto, cuando fui a ver la última película de Luc Besson y, de casualidad, pillé la última entrada de la última fila de la sala.

 CT  CTH Lucy

Hay quien dice que la razón del ¿imprevisto? y colosal éxito de “Lucy” es, principalmente, Scarlett Johansson, hoy por hoy, la actriz más interesante del panorama cinematográfico, hasta el punto de haber sido capaz de enamorar a los espectadores solo con la sensualidad de su voz en “Her”, aquella película prodigiosa, repleta de magia y romanticismo.

Es posible que sea así. Pero “Lucy” es más que Scarlett, su gran y excepcional protagonista.

“Lucy” también es una inteligentísima mezcla de thriller y utopía distópica que comienza como una película de acción trepidante y termina convertida en una alegoría científica sobre las inmensas capacidades y desafíos que aún aguardan al cerebro humano.

 Lucy Johansson

A ver cómo lo contamos para no desvelar nada: Lucy, una rubia en Oriente, de fiesta con un yanqui tan yanqui que hasta lleva sombrero de cowboy. La entrega de un maletín a unos tipos orientales notoriamente sospechosos. ¿Qué hay en el maletín? Una sustancia azul. Lógicamente. ¿De qué otro color puede ser una sustancia estupefaciente, después de Walter White y en una película del director de, precisamente, “El gran azul”?

La entrega se complica. Mucho. Demasiado. Y la vida de Lucy cambia radicalmente y por completo.

Lucy mano

Mientras, en París, un veterano científico interpretado por Morgan Freeman diserta sobre el escaso desarrollo producido en el cerebro humano a lo largo de su historia, de forma que, ahora mismo, solo utilizamos un 10% de su potencialidad. Y especula con lo que podría pasar si el ser humano consiguiera ampliar su capacidad de uso, hasta el 20%. O incluso el 30%. Un oyente le pregunta:

–         ¿Y qué pasaría si alguien consiguiera utilizar el 100% de sus recursos neuronales?

–         Ni idea. Lo ignoro por completo.

Con estas mimbres, Luc Besson nos regala hora y media de adrenalina pura, con momentos vertiginosos trufados de una mística cientifista que está cabreando e indignando a muchos espectadores, para los que “Lucy” no es más que una tontería pretenciosa o una imbecilidad con ínfulas.

 Lucy Johansson

A mí me ha gustado, tanto en la forma como en el fondo. Esas imágenes documentales que van pespunteando el planteamiento de la trama, con los guepardos y los antílopes y, después, toda esa imaginería colorista y arrebatadoramente visual.

Y, por supuesto, lo puramente negro y criminal, la acción y las persecuciones de coches, las peleas y los disparos, los acuchillamientos, las vendettas, las palizas y las muertes; están brutalmente bien conseguidas.

Por todo ello, el éxito de “Lucy” me tiene un poco descolocado. Dando por sentado que estará gustando a los modernos, a los amantes del cine de acción, a los estetas y a los fieles adoradores de la Johansson; hay otra mucha gente que echa pestes y reniega de la cinta.

Aunque, bien pensado, será por eso. Porque no deja indiferente. Y porque cuando un compañero de trabajo te habla maravillas de una película, pero tu vecino la pone a parir… te picas. Y las posturas encontradas suscitan la curiosidad de ir a verla y participar en el debate.

 Lucy Korea

Así las cosas, está rentré cinéfila tras el parón de agosto nos obliga a tomar partido: ¿Y a ti, qué te ha parecido “Lucy”?

Jesús Lens

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Frozen

¿Por qué cantan tanto en “Frozen”?

 Frozen poster

Eso me preguntaba mientras disfrutaba de una de las películas navideñas por excelencia: la de Disney.

Y es que, técnicamente impecable, avanzando a buen ritmo, mostrando unos paisajes tan gélidos como hermosos y recuperando un cuento de Andersen… ¡hay demasiadas canciones!

La película, como pasa siempre con el cine de animación, comienza con un corto previo al largo. Un corto en el que se fusionan el Disney más clásico con el Pixar más moderno, el blanco y negro con el color y en el que se juega con la posibilidad de que haya vida para los personajes, más allá de la propia pantalla de cine.

 Frozen

Y, de inmediato, los hielos y las nieves del norte de Europa. Los fiordos. Los castillos. Y una maldición, al estilo de la del Rey Midas: todo lo que toques se convertirá en hielo.

Y la tragedia, para echar a andar la acción. Porque siempre tiene que haber una tragedia que posibilite que pasen cosas, para que empaticemos y simpaticemos con los protagonistas y para que hagamos nuestros sus cuitas y pesares.

Luego están, por supuesto, los secundarios. De lujo. Otro clásico en Disney. Los acompañantes, los amigos, cómplices y colaboradores de las heroínas, como ocurre en este caso. Y los villanos. Esos malos malotes que, cuando son buenos, son lo mejor de la función.

 Frozen nieve

En “Frozen”, están mejor los secundarios que los villanos. Y, sobre todo, lo excepcional es el tratamiento del hielo y la nieve, algo que, proyectado sobre una pantalla en blanco, no debe ser nada fácil de conseguir 😉

Me gusta que, habiendo princesas, pretendientes y besos; la historia sea diferente a lo que el tópico podría dejar traslucir. Y ahí lo dejo. Pero, lo que me da rabia, es que canten tanto. ¡Taaaaaantoooooo! ¡Tantíííííííííííííííísiiiiiiiiiiiiimooooooo!

Imagino que, destinada a un público infantil, es más fácil que “Frozen” entre a los niños mezclando canciones con diálogos. A mí, me sobraron, la verdad. Sobre todo porque, dobladas y con voces melifluas y aflautadas, no me dicen nada. Pero teniendo en cuenta que ha sido el pelotazo cinematográfico del año y que ha batido récords, está claro que Disney, como (casi) siempre, tiene la razón.

 Frozen reno

Y una pregunta: ¿por qué son tan parecidos los protagonistas masculinos de las más recientes películas de animación, tan diferentes entre sí como “Justin y la espada del valor”, aquella “Futbolín” con la que empecé el año cinematográfico 2014 y esta “Frozen”?

Misterios…

Jesús Lens

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12 años de esclavitud

Hay unas pocas películas que, al terminar, provocan determinadas reacciones, espontáneas y colectivas, en el público. Lo habitual suele ser recibir los títulos de crédito con una cierta indiferencia, recoger las pertenencias y desfilar hacia la calle, si acaso, comentando alguna cosilla con tu acompañante. Recuerdo, sin embargo, que al terminar “La vida de los otros”, todo el público rompió en un glorioso aplauso. O, al final de “The Artist”, que salías chasqueando los dedos y con ganas de bailar.

 12 años de esclavitud poster

Cuando “12 años de esclavitud” llega a su fin y leemos en pantalla que todo lo que hemos visto está basado en hechos reales, la reacción de la gente es… el silencio. Un silencio denso y ominoso, de los que se cortan con un cuchillo. Noqueados contra el asiento, cuesta trabajo recoger los abrigos y salir de la sala. Y, sobre todo, cuesta articular palabra y decir algo sobre una película que admite decenas de adjetivos, todos ellos superlativos. Y durísimos: de brutal, descarnada o sangrante hacia arriba.

El título es ya bastante ilustrativo de lo que vamos a ver: los doce infernales años que pasará Solomon Northup, en principio, un hombre libre, negro, violinista y padre de familia respetado y querido en su comunidad, tanto por blancos como por negros. Doce años de pesadilla que comienzan cuando es secuestrado y vendido al mejor postor en el sur racista y supremacista de los Estados Unidos, donde la esclavitud estaba legitimada y legalizada.

12 años de esclavitud fassbender

Interpretado magistralmente por Chiwetel Ejiofor, el personaje de Solomon, despojado de su libertad, de su identidad y hasta de su nombre, pasa por todos los estadios, empezando por la incredulidad y la estupefacción hasta llegar a la ira, el conformismo, la desesperanza y, en muchas ocasiones, el terror. Pero nunca, nunca, pasa por la rendición.

Y mira que es como pensárselo. Lo de rendirse. Porque los doce años que Solomon tiene que soportar resultan especialmente áridos y dolorosos tras conocer, casi desde el principio, la agradable y acomodada vida que llevaba con su esposa y sus hijos. El contraste, así, es mayor. Y, por supuesto, la identificación del espectador con el personaje, infinitamente más impactante que en los casos en que vemos cómo los esclavos son secuestrados en África y llevados a Estados Unidos (la serie “Raíces” y la película “Amistad” serían los referentes más cercanos). Porque, funcionando también como metáfora de los tiempos en que creíamos que todo era sólido; viendo la película, sentimos como potencialmente propia la caída en desgracia de Solomon.

12 años de esclavitud cartel

La película es larga. Y está filmada a través de tomas igualmente largas y morosas, con planos-secuencia extraordinarios, como ése en que Solomon es colgado de la rama de un árbol y ha de hacer equilibrios para no asfixiarse mientras, a su alrededor, los demás esclavos siguen trabajando, como si nada.

Las imágenes de las enormes mansiones de ese Deep South, con los sonidos de la naturaleza como la mejor banda sonora, son escalofriantes. Tanta belleza. Tanto sufrimiento. Tanta hermosura. Tanto dolor. (Ya decíamos AQUÍ que esta película iba a ser algo muy grande, lo que nos hace esperar con igual ansia la biografía de Mandela que está por venir).

Y luego están los diferentes personajes blancos con los que Solomon tiene trato. Reluce especialmente Michael Fassbender. Que no es que sea el actor de moda. Es que es el mejor actor del momento. Y punto. Su esquizofrenia y su relación de amor-odio con Patsey también pasa por todos los estadios posibles y desemboca en la secuencia de la que todo el mundo habla, que no vamos a describir y… que sí. Que yo considero necesaria. Como dice el propio director, Steve McQueen: “No es el momento de girarse o cerrar los ojos. Si (el espectador) lo hace, acepta ciertos aspectos de ello. Tiene que mirar… Es horrendo. Pero sí. Tenemos que aceptar esas cosas. Si no, no podemos seguir adelante”.

 12 años de esclavitud patsy

No sé si “12 años de esclavitud” se hartará de ganar todos los premios que se merece o su dureza y la crudeza de algunos pasajes serán demasiado indigestos para los gustos cinematográficos más conservadores. Pero es una película imprescindible y necesaria, de las que acreditan que el cine es más, mucho más que un mero entretenimiento.

Jesús Lens

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El juego de Ender

La novela el Orson Scott Card es una de esas que, aunque no lo recuerdes, seguramente habrás leído. Al menos, habrás leído sobre ella. O alguien te habrá comentado algo sobre las situaciones que plantea. Porque es un texto de ciencia ficción que trasciende lo puramente literario, hasta haberse convertido en un manual de gestión para ejecutivos, de estrategia para militares, de educación para docentes y de autoayuda para cualquier lector con curiosidad por buscar respuestas diferentes a las preguntas de siempre.

 El Juego de Ender

Ahora llega la versión cinematográfica, encabezada por un Harrison Ford al que, visto lo visto, no sabemos cómo le va a sentar el traje de Han Solo en la próxima entrega de La Guerra de las Galaxias, sinceramente. Y protagonizada por un actor infantil, Asa Butterfield, perfecto en su papel.

“El juego de Ender” cuenta la historia de un niño con todos los visos para ser el nuevo Elegido que comande a las fuerzas terrestres en su guerra contra las fuerzas alienígenas que, cincuenta años antes, trataron de conquistar nuestro mundo. Entonces, un gran guerrero consiguió destruir la nave nodriza de los invasores, sacrificándose en un noble y valiente gesto, al estilo kamikaze. Ahora, la pregunta es: ¿será Ender el nuevo héroe que necesita la raza humana?

 El Juego de Ender Ford

Y de eso va la película. De las pruebas que Ender tiene que superar para ver si, efectivamente, es ese líder. Pruebas de todo tipo, llevadas a cabo en potentes simuladores virtuales y ejecutadas con/contra sus propios compañeros/competidores.

Dos tesis principales plantea esta historia: ¿vale todo, para ganar una guerra? ¿Es lícito cualquier fin, estando legitimados hasta para cercenar la salud mental de una generación de niños-soldado?

La segunda tesis, más constructiva, invita a hacer cosas distintas para conseguir resultados diferentes. Un tema sobre el que se podría escribir una tesis doctoral.

 El juego de Ender reparto

Ambas cuestiones están bien tratadas en una cinta que me ha gustado, sin llegar a emocionarme. Que me ha interesado, sin llegar a impactarme. Que se deja ver. Pero que si no la ves, tampoco pasa nada. Pero, eso sí, que si tienes interés en ver; mejor en la pantalla grande de una buena sala.

Porque en la oscuridad del cine y en tamaño XXL, las películas de ciencia ficción, con planetas, naves espaciales y guerras interestelares; lucen más y mejor.

¡Y porque no es lo mismo ver una película que ir al cine!

 El Juego de Ender Kingsley

Lo que sí me gustó fue el final. ¡Qué impacto! ¡Qué shock! Al final de verdad, me refiero. No al segundo final. Al impostado. Al que trata de hacer más digerible la salida del cine al espectador y que, además, abre la puerta a una continuación.

Jesús Lens

En Twitter: @Jesus_Lens

Antes del anochecer

Hay películas que, además de ser “propiedad” de su director, guionistas, intérpretes y del resto del equipo que las hacen posibles; también son tuyas. Y mías. Nuestras. Literalmente y en el sentido afectivamente patrimonial del término. Películas que forman parte de nuestra vida y sin las cuales nada sería igual. Quizá porque la vimos con aquella persona especial. O porque está vinculada a un suceso, a un acontecimiento que cambió nuestra existencia. Radical o, al menos, parcialmente.

 Antes del Anochecer

Hay películas, en fin, que las ves en un momento vital tan singular que se integran en tu yo más profundo y te acompañan por siempre jamás.

Para los cuarentones, la Trilogía de “Antes de…” forma parte de nuestra educación sentimental desde aquel ya lejano 1995 en que los personajes interpretados por Ethan Hawke (1970) y Julie Delpy (1969) se conocieron en un tren. Diez años después, Jesse y Celine volvieron a coincidir en París. Por sorpresa. Nadie se lo esperaba. Porque “Antes del amanecer” fue una de aquellas películas pequeñitas y discretas que, disfrutadas por un puñado selecto de espectadores, ni arrasó en taquilla ni se hizo acreedora de grandes premios.

“Antes del atardecer” nos trajo, en 2005, el reencuentro entre los dos personajes con el guionista y director Richard Linklater, nuevamente como testigo de excepción, y demostró una vez más que la magia, en el cine, es posible. 80 minutos de diálogo en los que la misma pareja de actores, que ya sí figuraban en los créditos como coguionistas, hacen avanzar una historia de amor que pareció imposible y que, sin embargo…

 Antes de

En 2013, Jesse y Celine ya peinan canas, sus rostros empiezan a estar surcados de incipientes y reveladoras arrugas y la lozanía, los sueños y las esperanzas de entonces han dejado paso a la confirmación de una realidad palpablemente contradictoria conformada por carreras profesionales tan exitosas como exigentes, una vida en común, un par de hijas compartidas… y todos los problemas inherentes a una pareja que empieza a tener más pasado que futuro.

La llegada de los 40.

La caída del viejazo, o sea.

La tercera entrega de esta saga, filmada con las tripas y el corazón es, de largo, la más dura, la más amarga y la más descarnada de las tres. Y, sinceramente, no podría ser de otra forma. Se suele decir que, a los 40, cada uno tenemos la cara que nos merecemos. Jesse sigue teniendo cara de niño. Ha crecido, pero mantiene incólume su sonrisa de malillo y su atractivo canalla. Celine, sin embargo, a pesar de su maravilloso culo francés y de la belleza de su parcial desnudez, está más perjudicada, más ajada y envejecida. Y la cámara no hace nada para disimularlo. Sobre todo, en la secuencia del hotel. Esas piernas hinchadas, esos tobillos inflamados…

 Antes del Anochecer Delpy

No. El tiempo no ha tratado con el mismo rasero a ambos protagonistas. Y eso se nota. Se nota en los diálogos, en las pullas y en las réplicas y contrarréplicas que vuelven a jalonar una película intimista y dialogada en la que la palabra es la protagonista absoluta, como en las dos entregas precedentes.

En este caso, y para ponernos en situación y explicar qué ha sido de nuestros dos protagonistas, dado que están juntos desde que se reencontraran en París y no sería muy creíble que ellos mismos nos contaran su vida, el guion, en una hábil pirueta, nos presenta a un grupo de amigos que disfrutan de una agradable comida antes de dar por concluidas sus creativas vacaciones en el Peloponeso.

Y ahí, en unos primeros quince minutos que podría haber filmado el mejor Eric Rohmer, los personajes hablan, bromean y juegan, para poner al espectador en situación y hacerle saber qué ha pasado en estos últimos años con Jesse y Celine, antes de dejarles a ellos nuevamente solos, frente a ese espejo que son los ojos de quiénes les vemos desde el otro lado de la pantalla.

 Antes del Anochecer actores

Un paseo al aire libre, una puesta de sol en un café, una habitación de hotel y nuevamente el café. Y la vida, claro. La vida que pasa. Y pesa. La vida de dos personas, con sus ilusiones y decepciones, con sus sueños y sus pesadillas. La vida. Su vida. La mía. La tuya. Nuestra vida.

Porque pocas veces una serie de películas ha estado tan apegada a la realidad de lo que cuenta y, sobre todo, es difícil pensar en otra trilogía que haya sabido captar las aspiraciones, los miedos y las desilusiones de toda una generación que, en Jesse y Celine hemos encontrado el mejor y más ajustado reflejo que el cine puede mostrar.

 Antes del Anochecer cartel

No sé si habrá cuarta parte, cuando estemos rondando los cincuenta. Hasta entonces, creo que sería una inmejorable idea, cuando “Antes del anochecer” esté en el mercado doméstico, ver la trilogía de una sentada… y hablar. Hablar, como decía Paul Auster, hasta que se nos suban los colores, “Blue in the face”.

Porque hay veces en que el cine solo es la excusa.

@Jesus_Lens , impresionado.