Música de Malí

Tenemos dos discos, nuevos, de los que son, posiblemente, los dos mejores músicos africanos. Por un lado, el Príncipe de los Albinos, nuestro griot más amado, Salif Keita, que dice que con «Talé» se retira. No quiero creerlo. No quiero pensarlo. Pero, por si acaso, vamos con un tema de su más reciente trabajo.

Y tenemos a Rokia Traoré. Para mí es, sencillamente, La Voz. Si Miriam Makeba era Mamá África, Rokia es el rostro más reconocible de ese Malí creativo, musical, hermoso, bello y arrebatador.

¿Sabéis que yo, por ir a concierto de Rokia Traoré, haría locuras? ¡Locuras!

Música. Ardiente música africana para un sábado que, por fin, sí parece de primavera.

¿Cuando volveremos al Malí?

Ojalá que sea pronto.

Ya sabes, ¿no? Nostalgia del hogar. Volver a Malí. Feeling like going home.

Mientras, tenemos la música.

En Twitter: @Jesus_Lens

¿Y los 6 de abril de 2008, 2009, 2010, 2011 y 2012?

África en guerra

¿Os acordáis de este SOS Tombuctú, del verano pasado? Hoy publico este artículo en IDEAL. Por favor, léelo. Y difúndelo. Dale vida y visibilidad. Si sirve para concienciarnos, un poco, misión cumplida. Aunque no estemos de acuerdo. De hecho, ni yo estoy de acuerdo conmigo mismo, como digo al final…

Ya estamos. Ya estamos con las generalizaciones. No. África no está en guerra, como tal. Están en guerra el Malí. Y Somalia. Y el Congo. Hay tensiones religiosas en Nigeria, Egipto es un polvorín, de Libia, hace tiempo que no sabemos nada y, ¿quién se acuerda del conflicto del Sahara y los Hijos de las Nubes? El Sahel y el Cuerno de África continúan agonizando por el hambre y, además, de los 200.000 leones que vivían en libertad en el continente africano, hoy solo quedan 15.000. Lo que puede parecer una banalidad, al confrontar este dato con los índices de pobreza de buena parte de los países del continente negro o con los conflictos económicos y sociales de Sudáfrica o Zimbabwe. Pero no lo es.

Foto de M. Villar.
Foto de M. Villar.

Nada de lo que pasa en África es banal, aunque nos lo pueda parecer. En esta España en crisis y en esta Europa en descomposición, asumida y descontada la tragedia de las pateras y los cayucos, hay muchas cosas en las que pensar antes de poner el foco de atención en África, donde la violencia, las sequías, las hambrunas y la muerte parecen ser males endémicos y sin aparente solución.

Hace unos días, Manuel Villar Raso nos ilustraba en un magistral reportaje publicado en estas páginas sobre la furia iconoclasta que estaba destruyendo el legado cultural, social, religioso y emocional de un lugar mítico y emblemático, Tombuctú, que tantas conexiones tiene con Granada.

Ahora, la amenaza de los islamistas radicales de hacerse con todo el Malí, una vez que habían conseguido dividir al país en dos, declarando la independencia de Azawad y aplicando la Sharia como única ley válida y vigente; ha obligado a Hollande a tomar cartas en el asunto y a mandar tropas francesas para defender las precarias posiciones del inestable gobierno maliense en la ciudad de Mopti, la Venecia africana; cerca, muy cerca de la capital del país, Bamako.

 Black Hawk derribado

Aprovechando la coyuntura, el Elíseo también ordenó la ejecución de un plan para liberar a un ciudadano francés secuestrado en Somalia, operación que ha resultado un fiasco, con el rehén, un soldado francés y diecisiete milicianos de Al-Shabab muertos. Una intervención que recuerda a aquel otro desastre protagonizado por el ejército estadounidense y que dio lugar a la terrible, pero ilustrativa película “Black Hawk derribado”.

Para tratar de entender la lógica de todo este caos, hay un libro necesario e imprescindible, recientemente publicado: “La ecuación de la vida”, del argelino Yasmina Khadra, brillante y poderosamente traducido por Wenceslao Carlos Lozano. Un libro en el que se dan la mano lo peor y lo mejor del ser humano, sometido a la implacable sinrazón de la locura, la barbarie y la miseria.

Un libro IMPRESCINDIBLE
Un libro IMPRESCINDIBLE

Por tanto, sí es verdad que África está en guerra. Más allá de los conflictos armados que ahora mismo asolan diversas partes de su geografía, toda África está en guerra. Una guerra sorda y silenciosa contra el olvido, contra la indiferencia y contra la abulia que todo lo que ocurre en dicho continente provoca en occidente.

No seamos ingenuos ni hipócritas. La intervención europea en Malí se ha producido, exclusivamente, porque una república islamista radical en el corazón del Sahel sería más peligrosa que el Afganistán de los talibanes o el Irak de Sadam Hussein. No hay nada de humanitario o solidario en una decisión en la que han primado la geopolítica, la economía y una estrategia global de seguridad.

Milicianos de Ansar Al Din en Malí.
Milicianos de Ansar Al Din en Malí.

Y, aun así, con todas las reservas que una acción bélica de este tipo suscita, solo es posible una conclusión: bienvenida sea. Desgraciadamente.

Jesús Lens

Ahora, a ver los 14 de enero de 2009, 2010, 2011 y 2012

SOS Tombuctú

Hoy, en el fantástico Suplemento V de los periódicos de Vocento, como IDEAL, publicamos este reportaje sobre una tragedia que… bueno, que a continuación contamos.

Durante el primer cuarto del siglo XIX se desató entre los más avezados exploradores europeos la carrera por ser el primero en llegar a Tombuctú, la mítica estación caravanera del corazón de África… y volver para contarlo. Tombuctú, una de las ciudades santas del Islam, estaba vetada para los no musulmanes y viajeros infatigables, como el escocés Laing, terminarían pagando con su vida la osadía de entrar en sus calles. En 1827, el francés René Caillé, disfrazado como los nativos y simulando ser un religioso practicante, conseguiría pasar dos semanas en la conocida como Ciudad de los 333 santos y regresar a Europa para contar su viaje, en forma de diario.

La historia, siempre empeñada en repetirse, hace que dos siglos después, Tombuctú haya vuelto a convertirse en una ciudad cerrada, de facto, a los no musulmanes. El 1 de abril de este año, la ciudad cayó en poder del Movimiento Nacional de Liberación del Azawad, un grupo insurgente formado por tuaregs e islamistas radicales que ha aplicado en la región la sharia, la estricta ley islámica, como ordenamiento jurídico, tras proclamar la secesión del Malí de lo que han llamado el Estado Islámico de Azawad.

Tombuctú, ciudad fundada en el siglo XI, se enriqueció gracias al comercio de la sal y llegó a convertirse en una de las capitales culturales del mundo musulmán, atrayendo a poetas, pensadores, científicos y arquitectos de reconocido prestigio, como el granadino Es Saheli que, nacido en 1290, conoció en La Meca al rey del Malí y le acompañó de vuelta a su ciudad, en la que residiría hasta su muerte, en 1346. Es Saheli, a través de su trabajo con barro y troncos de madera, dio origen al famoso estilo arquitectónico sudanés con que están construidos buena parte de los grandes monumentos del África subsahariana. Así, fruto de su importancia histórica, cultural y religiosa, Tombuctú fue declarada por la UNESCO como ciudad Patrimonio de la Humanidad.

En Tombuctú se encuentra, por ejemplo, una biblioteca financiada por la Junta de Andalucía que alberga miles de libros, documentos y manuscritos recopilados a lo largo de los años por la familia de Ali ben Ziyad, un musulmán expulsado de Toledo en 1468 que, en su exilio, arrastró consigo ese importantísimo caudal bibliográfico. Tras cruzar el Estrecho, Marruecos y el Sáhara, ben Ziyad y los andalusíes que le acompañaban se establecieron en la ribera del Níger, manteniendo e incrementando una colección de textos que terminaría por dispersarse en el siglo XIX. Habiéndose dado por perdida, uno de los descendientes de aquellos andalusíes, Ismael Diadié, consiguió volver a recopilar buena parte de unos textos en los que se cuenta la intrahistoria de la región, del comercio y las caravanas; crónicas de viajes, documentos religiosos y otros muchos de carácter fantástico y fabuloso que narran leyendas, cuentos y relatos; no en vano, un célebre proverbio maliense reza que “El oro viene del sur, la sal del norte y el dinero del país del hombre blanco; pero los cuentos maravillosos y la palabra de Dios sólo se encuentran en Tombuctú”.

Precisamente por su importancia religiosa, cultural e intelectual, Tombuctú se convirtió en una de las ciudades de peregrinación más reconocidas del mundo musulmán y en ella recalaron numerosos sabios y estudiosos cuyas tumbas y mausoleos, en su calidad de hombres santos, eran honradas por sus seguidores y descendientes, que conformaban importantes y fervorosas cofradías. Hasta ahora. Hasta que el integrismo musulmán más ciego y reduccionista ha decidido que rezar a un santón, para que conceda una gracia al oferente, va contra la voluntad de Alá.

Estos días, el mundo asiste, impotente, a la sistemática destrucción de tumbas, monumentos y mausoleos por parte de la acción combinada de los tuaregs y los islamistas radicales en la ciudad de Tombuctú, en lo que Diallo Fadima, ministra de cultura del Malí, ha calificado como un crimen de guerra. Igualmente resulta paradigmático que los tuaregs estén colaborando con los islamistas radicales en la imposición de una sharia que prohíbe la música en una región en la que se viene celebrando desde 2001 el famoso Festival au Désert, una cita musical y cultural que atraía viajeros de todo el mundo y que servía para dar a conocer no solo la música tradicional tuareg, sino también buena parte de su cultura nómada y ancestral. En la edición de 2012 del Festival au Désert participó el mismísimo Bono, el líder de U2. Y la web del Festival anuncia la celebración de la próxima edición para los días 10,11 y 12 de enero de 2013.

¿Será posible, dentro de seis meses, volver a escuchar el desgarrado lamento de las guitarras que hacen sonar el blues africano y disfrutar con las carreras de camellos sobre las blancas arenas del desierto del Sáhara o la intransigencia integrista habrá triunfado y un nuevo periodo de oscuridad, cerrazón y bloqueo se cernirá sobre Tombuctú, volviendo a dejarla aislada y sola en mitad del desierto?

Los gobiernos de muchos países, incluido el español, han condenado enérgicamente los ataques al patrimonio histórico, artístico y cultural de Tombuctú, pero la destrucción continúa y las imágenes de los monumentos echados abajo, piedra a piedra, se clavan en nuestra retina y nuestra conciencia como aguijones envenenados y ponzoñosos.

Jesús Lens.

Viajero y escritor.

Anoche soñé que volvía a Malí…

Una ensoñación de Jesús Lens Espinosa de los Monteros, provocada por un por una lente y ojo mágicos y privilegiados

(Parte de este texto forma parte de ESTA recomendable, imprescindible exposición, que no te puedes perder)

La historia es un incesante volver a empezar.

Tucídides (460 AC-396 AC) Historiador ateniense.

«Anoche soñé que volvía a Malí, me encontraba ante la verja pero no podía entrar, porque la frontera estaba cerrada. Entonces, como todos los que sueñan, me sentí poseído de un poder sobrenatural y atravesé como un espíritu la barrera que se alzaba ante mí. El camino iba serpenteando, retorcido y tortuoso como siempre… pero a medida que avanzaba, me di cuenta del cambio que se había operado; la naturaleza había vuelto a lo que fue suyo y poco a poco se había posesionado del camino con sus tenaces dedos. El pobre hilillo que había sido nuestro camino avanzaba y finalmente allí, estaba Mali. Mali reservado y silencioso. El tiempo no había podido desfigurar la perfecta simetría de sus contornos.”

Permítaseme el homenaje a la mítica “Rebeca”, de Daphne Du Maurier, para arrancar estas notas, este texto: una mera ensoñación de un país único, irrepetible e inimitable, el Malí africano que se extiende a orillas del Sahara y al que un río mítico le da toda su vida, sentido y esplendor: el Níger.

Hace ahora diez años que fui al Malí por primera vez, mi bautizo africano, aunque antes hubiera estado varias veces en el Marruecos magrebí. Una vez llegué hasta las inmediaciones del Sahara, al sur de Marrakech, y entré en contacto con esa otra África, más negra, supe que mi destino estaba más al sur. Irremediablemente al sur. Siempre al sur.

Y un nombre empezó a resonar con fuerza en mi cabeza: Tombuctú. Porque hay palabras cuya mera enunciación te permiten soñar con aventuras, misterios, tesoros y enigmas. Tombuctú y el mito de El Dorado es una de ellas. Antes de ir, lo leí todo sobre el Malí, el imperio Songay, Djeneé y su famosa mezquita, el estilo sudanés… Memoricé las vidas del Kankan Moussa y su arquitecto de referencia, Isaac es-Saheli. Y del conquistador Yuder Pachá. Leí las biografías de aventureros como René Caillé, Mungo Park o Heinrich Barth… y, por fin, fui a verlo.

Paradójicamente, esa primera vez no pude llegar a Tombuctú. Porque la famosa y mítica ciudad sigue siendo un lugar difícil de arribar. Sigue costando mucho tiempo, esfuerzo… y dinero, entrar en la ciudad caravanera, meca del comercio de la sal y el oro, pero también cuna del saber universal, no en vano, en Tombuctú se atesoran miles de libros, legajos, tratados y documentos con cientos de años de historia.

No pude llegar a Tombuctú, pero dio igual. Porque Malí es un estado mental y, nada más entrar en el país, recorriendo las calles de Bamako, su capital, te das de bruces con una realidad impensable cuando preparas el viaje y sólo estás preocupado por las vacunas, las enfermedades, las profilaxis, la seguridad… ¡Malí es el País de las Mil Sonrisas!

Hace diez años aún se estilaba mandar postales cuando uno salía de viaje. Yo envíe varias de ellas a mis amigos, preocupados porque me había ido a uno de los países más pobres del mundo. En todas y cada una de ellas no faltaba una frase: “Son las diez de la mañana y ya he disfrutado de dos docenas de francas y abiertas sonrisas. ¿Cuántas verás tú a lo largo del día?”

Bamako es fea. O, mejor dicho, no es bonita. Como buena parte de las grandes ciudades africanas, es una villa de aluvión, crecida sin orden ni concierto, caótica y desmesurada. En contraste, las demás ciudades malienses parecen apacibles y acogedoras. Como Mopti, la Venecia africana de cuyo puerto parten los grandes barcos y las pinazas que recorren los ríos Bani y, sobre todo, el Níger, la gran arteria que nutre y da vida a toda la región.

El Níger, cuyo nacimiento y desembocadura constituyeron uno de los grandes enigmas geográficos de la historia, al no poder entenderse el extraño recorrido que hacía. Conocer el curso del río fue uno de los objetivos que animaron a científicos y exploradores de toda Europa hasta que su curva, la famosa curva que el Níger traza en su caprichoso recorrido, quedó fijada en los mapas: tras adentrarse centenares de kilómetros tierra adentro, cuando la amenaza del desierto parece que se tragará las aguas del río, éste hace un quiebro que lo devuelve hacia el océano, tras haber recorrido más de 4.000 kilómetros, longitud sólo superada en África por los ríos Nilo y Congo.

Siguiendo el Níger es como mejor se disfruta de la auténtica vida del Malí, de sus pueblos ribereños y de la tranquila y sosegada vida que fluye en torno al río. En sus aguas vive el famoso capitán, un exquisito pescado, piedra angular de la dieta de los malienses. Y en sus riberas nacen las verduras de las que se alimentan no sólo los habitantes del país, sino sus arcas públicas, no en vano, la principal actividad productiva del país es la agricultura.

Por eso, el famoso músico Ali Farka Touré nunca abandonó su granja en Niafunké, donde vivía con su familia y, además de componer y tocar como nadie los blues que tan famoso le hicieron, cultivaba con esmero su huerta y criaba su ganado con mimo y cariño. Y la referencia al bluesman africano por excelencia no es gratuita. Porque si el Malí es el país de las mil sonrisas, también es uno de esos lugares en los que la música forma parte del ADN de sus habitantes. Los países en los que la música se integra en su vida cotidiana son especialmente intensos. Como Cuba. O Irlanda. Y el Malí, claro, donde las percusiones conectan la tierra con el cielo y se convierten en parte del latido del corazón de la tierra. Así, no es de extrañar que la nómina de músicos malienses sea larga y excepcionalmente rica y feraz, con el albino Salif Keita a la cabeza.

Fue la música la que me permitió, esa vez sí, cumplir mi sueño. Volví al Malí, siete años después de mi primera vez, con la intención de disfrutar del famoso Festival au Desert, en Essekane, un lugar indeterminado a un puñado de decenas de kilómetros de pista infernal de Tombuctú. Un festival de música y cultura tueareg que, año a año, se ha convertido en referente mundial de la música que se hace a orillas del Sahara.

Iba nervioso. Después de haber viajado a Malí, había vuelto varias veces a África. Burkina Faso, Tanzania, Etiopía, Egipto… pero el Malí seguía ocupando un lugar muy especial en mi corazoncito viajero. El Malí había sido como el primer beso, mi primer amor. ¿Y si la magia se había desvanecido? ¿Y si ya no era igual?

Pero sí. Nada más desembarcar en Bamako me di cuenta de que sí: el idilio continuaba. El misterio seguía intacto. La fiebre del Malí seguía inoculada en mi organismo, felizmente. Y, tras unos días de música, cultura, amistad y hogueras bajo el inmenso cielo del desierto, ardiente de día y cuajado de estrellas por la noche, entramos en Tombuctú. Y fue como llegar a casa. Porque Tombuctú es parte de nuestra tierra. De Al Andalus. De esta Andalucía en la que la fuga de talentos y cerebros viene dándose desde hace cientos y cientos de años.

La huella de Yuder Pachá y su estirpe, los Armas, sigue viva y vigente en Tombuctú y otras localidades del Níger. Un Yuder Pachá natural de Cuevas de Almanzora, (Almería). Y Es Saheli, el arquitecto y poeta amante de los paraísos artificiales que tuvo que exiliarse de Granada para dejar la más perdurable huella de su arte arquitectónico en mitad del desierto, utilizando para ello los pobres materiales que tenía a su alcance: barro y madera. Creó un estilo personal y propio, el estilo sudanés, que causaría sensación en la Exposición Universal de París. Si el primitivismo africano dejó huella en Picasso, por ejemplo, el arte de Es Saheli tuvo continuidad, siglos después, en el mismísimo Gaudí, sin ir más lejos.

Y están las bibliotecas y centros de estudios que, en Tombuctú y alrededores, conservan la memoria del exilio y la expulsión de los judíos y los moriscos de la España reconquistada. Memoria literaria y económica, memoria sentimental que espera a ser descubierta, estudiada y analizada. Porque sigue habiendo oro por descubrir. El oro de la sabiduría y el conocimiento. La riqueza del saber. Porque Al Andalus sigue viviendo, respirando y palpitando a miles de kilómetros de España.

¿Y cómo ha sido mi tercer viaje al Malí? Reconozco que más cómodo y sencillo. Menos sufrido. Pero igualmente excitante y apasionante. Es lo que tiene viajar sin salir de casa. Y hacerlo a través de las personalísimas fotografías de una artista como Alicia Núñez, cuya mirada única, personal e intransferible consigue captar la esencia y auténtica naturaleza de las personas a las que retrata.

Gracias a la nueva exposición de Alicia tenemos la oportunidad de recorrer paisajes de una belleza desnuda sin igual y, sobre todo, tenemos una inmejorable ocasión de descubrir el alma de los habitantes de un país que, económicamente pobre como pocos, es uno de los humanamente más ricos que he conocido jamás. Rico de espíritu, alegría, orgullo y capacidad de supervivencia y superación.

Cuando veáis las fotografías de Alicia, fijaos, sobre todo, en la mirada de sus protagonistas. En sus ojos. En lo mucho que nos dicen, a nada que les prestemos oído y atención. Es la magia de una artista excepcional: a través de su lente, da la palabra a quiénes nunca tienen oportunidad de tomarla. ¡Eso sí que vale su peso en oro!

Gracias a las fotografías de Alicia, hoy, el Malí se acerca un poco más a nosotros. A través del rostro de sus habitantes. De los colores de sus vestimentas. De la mirada de sus ojos.

Estoy seguro de que, gracias a esta exposición, nosotros también nos acercaremos un poco más a un país hermoso y arrebatador como pocos he tenido la suerte de visitar.

Gracias, Alicia, por tender estos puentes entre nosotros y ellos. Hoy, las distancias que nos separan son más estrechas.