Envuelta en la bandera

Suena temprano el despertador en San Telmo, hoy lunes. Susana Díaz lo apaga y se da la vuelta para dormir cinco minutitos más. Se lo puede permitir, que esta mañana tardará un pispás en vestirse: volverá a sacar la bandera blanca y verde del armario, se envolverá en ella, la sujetará con un sencillo imperdible y… ¡al lío!

Desde mitad de la pasada semana, cuando la ex ministra Tejerina dijo lo que dijo, hemos podido leer y escuchar decenas de veces la misma cantinela: Susana Díaz ha aprovechado la coyuntura para envolverse en la bandera de Andalucía.

Que ya me imagino a la de Triana, en la tienda, comprando trapos de tonalidad blanquiverde.

—¿Se lo envuelvo, presidenta?

—No, chiqui. Me lo llevo puesto. La que se envuelve soy yo.

Acción y reacción. De repente, el informe PISA es Dios. Gracias al cielo, eso sí, por las memes que le quitan hierro al asunto educativo y nos permiten reírnos gracias al ingenio colectivo que circula por la Red, con los infantes de Castilla-León convertidos, todos ellos, en genios matemáticos y metafísicos, émulos de Einstein.

Que el informe PISA dice lo que dice, es un hecho. Pero, ¿qué tal si vamos un poco más allá? ¿Qué tal si, por ejemplo, leemos a Julio Llamazares -otra vez- cuando habla de la auténtica tragedia de su tierra, Castilla-León? Lo escribía hace solo dos días, en su imprescindible columna de El País: El camino inverso. Aludía a la noticia de que un niño había nacido en la aldea de Pobar, una localidad radicada en lo que el autor llama la Laponia española, por razones obvias.

Llamazares prefiere hablar de la España despoblada, mejor que de esa España vacía de la que Castilla-León es paradigma. Una España despoblada -y pobre- con decenas y decenas de pueblos fantasma, abandonados porque sus habitantes se han ido trasladando a las ciudades, más ricas y con más oportunidades. Educativas, por ejemplo.

¿Cuál es la sentencia de muerte de cualquier pueblo? Que cierre el colegio. Porque no hay niños. Quedarse sin maestros. Las aulas vacías, por la ratio. La diáspora. La soledad. El fin.

Hablemos del PISA, claro que sí. Pero hablemos también de la población y de su densidad. Y de la geografía. De la España abandonada. De la España vacía. Y hablemos, ya puestos, de la financiación autonómica.

Jesús Lens

La España vacía… y vieja

El pasado viernes, cenando con Sonia y con Gustavo y Augustin, fundadores e impulsores de la iniciativa Teranga Go, plataforma para organizar viajes colaborativos entre inmigrantes; comentábamos la desconcertante paradoja de que España sea cada vez más vieja, con tasas de crecimiento demográfico negativas, mientras que seguimos aplicando políticas migratorias brutalmente restrictivas.

En España mueren más personas de las que nacen. Y no es algo puntual: viene ocurriendo en los tres últimos años. La tasa de envejecimiento de la población ha pasado de preocupante a alarmante y todo el sistema de pensiones sobre el que se sustenta el Estado del Bienestar está más amenazado de extinción que el lince ibérico.

 

Un país, además, en el que un libro como “La España vacía”, de Sergio del Molino, puso de relieve otra de las grandes tragedias de nuestro siglo XXI: el abandono de cientos de pueblos que, poco a poco, se van quedando abandonados, vacíos y en estado ruinoso. Pueblos en los que la falta de gente fuerza a que se cierren los dispensarios médicos, los colegios, las boticas, los cuartelillos…

Mientras, Andalucía y las Canarias no dan abasto para atender a los miles de inmigrantes que se juegan la vida para llegar a España, en busca de un futuro mejor. “Atender” como eufemismo, por supuesto. Que, con los inmigrantes, se trata de retener y expulsar, en la medida de lo posible.

 

De todas las paradojas provocadas por la aberrante desigualdad que asola a nuestro mundo, la de las España vieja y vacía que expulsa a los inmigrantes que vienen a nuestro país con ganas de trabajar para ganarse la vida es una de las más contradictorias.

 

Siempre que se habla de estos temas es habitual recurrir a conceptos como control, mesura, orden, racionalidad, seguridad, etcétera. Que si pueden colarse potenciales delincuentes, que si el peligro del terrorismo, que si hay que atraer talento, que si… Que sí. Que todo lo que ustedes quieran.

 

Pero el hecho incuestionable es que España es un país cada vez más viejo, cada vez más vacío, cada vez más desatendido, cada vez más obsoleto. Y que, en poco tiempo, la inmigración será una necesidad perentoria. Y entonces sí nos encontraremos con un auténtico problema: asimilación, integración, cultura, convivencia…

Temas poco apropiados, quizá, para las Navidades. Aunque, en realidad, este debate siempre resulta ingrato e incómodo…

 

Jesús Lens