Etnosur 2011

Se me hace extraño escribir de Etnosur cuando estamos (casi) preparando el petate para bajar a Salobreña y, desde la base de nuestro querido Hostal San Juan, organizar otro fin de semana de jazz, amigos, espetos, encuentros, charlas, planes, proyectos y arroz.

Foto: Cuate Pepe

Pero lo bueno de Etnosur, como ocurre con otros grandes e imprescindibles Festivales (Semana Negra, Encuentro Teatral Tres Continentes, Nuevas Tendencias de Salobreña, Festival de jazz…) es que sus efectos no se terminan cuando echa el cierre, sino que perduran y se amplifican, se potencian, crecen y germinan con el paso de los días, las semanas y los meses.

Este año conseguimos alojamiento en Alcalá la Real, con lo que pudimos disfrutar no sólo de los siempre imprescindibles y espectaculares conciertos nocturnos sino también de las actividades de día. Y de tarde. La Troupe Musiquera, más activa que casi nunca, puso rumbo a las tierras de frontera y Panchi, Pepe y Álvaro nos hicimos fuertes en el meollo de Etnosur, con el objetivo de sacarle todo el jugo posible. ¡Y vaya si lo hicimos!

Eso supuso un desgaste directamente proporcional a las muchas e intensas emociones y sensaciones de los diferentes eventos de los que pudimos gozar.

Foto: Cuate Pepe

Por ejemplo, de estar en primera fila, en el homenaje a Miriam Makeba, la querida, reverenciada y añorada Mamá África, cuya biografía vimos en cine hace unas semanas.

Y del colosal, turbulento y abrasador directo de Femi Kuti, al que habíamos visto en Territorios Sur de Sevilla, pero que, visto de cerca, resulta absolutamente arrollador. ¡Qué despliegue de energía! ¡Qué coordinación, sincronización y estética! Una inyección, un chute de vitalidad. En vena.

Foto: Cuate Pepe

El sábado por la mañana, a pique estuvimos de no encontrar sitio para la charla entre Rosa María Calaf, un arabista y Manu Bravo sobre las Primavera Árabe, con el Palacio Abacial lleno hasta los topes y un aire acondicionado incapaz de refrescar un ambiente expectante, activo y participativo. El Foro se alargó hasta pasadas las 2 de la tarde, momento en que nos tomamos una birra al son de la música ardiente de Afrogún, cuya sección de viento estaba muy inspirada en el Afrobeat más salvaje de la estirpe de los Kuti.

Foto: Cuate Pepe

Y llegó el momento relax, el oasis en el desierto perroflautero de Etnosur: el Rey de Copas de Frailes, un paraíso gastronómico a 10 kilómetros de Alcalá que recordaba con todo cariño de nuestros “años alcalaínos”, con Jorge y Lidia, cuando ésta era la juez del pueblo.

Y como el tiempo no pasa, el majestuoso hojaldre de langostinos con salsa de puerros seguía siendo un exquisito entrante. Además de las variadas croquetas de autor. O el pastel medieval. Y, como plato fuerte, un ligero y digestivo cochinillo al horno, con la piel bien crujiente. El vino: un honesto tinto cuya bodega estaba a 600 metros del propio restaurante. Todo queda en casa. O cerca. Charla, risas y buen rollo nos devolvieron a Alcalá, a relajarnos al Etnochill del Paseo de los Álamos, convertido en un megaconcierto dance con todas las de la ley.

Nos merendamos un blandito, casero y apetecible bizcochito, para empapar, y tras una necesaria y reparadora ducha, afrontamos el turno de noche. Un turno de noche que, seguramente motivado por la fuerza del grupo senegalés que abrió el fuego, lo vivimos y sentimos como a cámara lenta, por duplicado. ¡Qué percusiones! ¡Cómo sonaba el Djembe! Y la tama. Y qué saltos, qué bailes, qué acrobacias.

¿Dónde está Lens? Foto Ana Pancorbo

¡Ah! Que no habíamos hablado del pase de modelos de ropa senegalesa… en patines.

Ni comentamos la exhibición que nos dio el Padre de todos los Perroflautas de cómo se toca un Didgeridoo, aunque luego quisiera sangrarnos en la venta de uno.

Es lo que tiene Etnosur: como las pilas de los conejitos… dura. Y dura. Y dura…

Este Especial África de Etnosur ha supuesto un completo chute de endorfinas, empuje, fuerza y creatividad. El domingo por la mañana, en el desayuno, charlamos un rato con Pedro Melguizo, el inventor y factótum de todo este tinglado. Me encontró con la voz rota y, sonriendo, dijo:

– Se nota que lo habéis pasado bien.

– ¡Y mejor aún, créeme!

Jesús Etnosureño Lens

PD.- Y ahora… al Jazz en la Costa. Presumiblemente, hasta el domingo. Nos vemos. Y hablamos.

PD II.- Que sí, que sí. Que otros años también hemos publicado el 22 de julio: por ejemplo. Y aquí también.

Fue la vanidad

Antes de hablar del cuento de la vanidad, mucho tenemos que procesar, aún, sobre este Etnosur, recién terminado para la Trupe Musiquera “La Arrancaílla”, que acabamos de recalar en casa, para tomar un respiro antes de, la semana que viene… pero bueno. Esa es otra historia.

Ahora sólo queremos escuchar Afrobeat, como éste clásico imperecedero de Femi Kuti, «Beng, beng, beng», que nos puso las orejas tiesas y nos llevó a las nubes, al final de su concierto en Etnosur.

Ahora hablemos de Cuentos y Narraciones. ¿Tenéis por ahí el IDEAL, El Correo Vasco o La Verdad? O alguna otra edición regional de los periódicos de Vocento.

Con uno de esos relatos que tanto me gusta escribir, comienza hoy una sección nueva, veraniega, en el suplemento V de Vida, Artes y Cultura.

El cuento se titula “Fue la Vanidad” y, si no tenéis la edición impresa, aquí y aquí os dejo un par de enlaces a ediciones digitales de algunos diarios. Y, debajo, pegado como texto.

Espero que os guste el Cuentito de Verano de este año, ilustrado por Javier Muñoz.

Fue la vanidad

Pasaban de las ocho, el vigilante de la playa ya se había ido y la bandera roja amenazaba con salir volando, arrancada del poste que la sujetaba. Apenas quedaba nadie junto al mar, sobre todo desde que las nubes de arena arrastradas por el viento aguijoneaban la piel de los bañistas y cegaban los ojos de quiénes se habían olvidado las gafas de sol en el apartamento.

De repente, se montó un revuelo: una mujer se ahogaba. Una loca, una insensata que se había metido en el mar, desafiando las inmensas olas que barrían la línea costera. Una potencial suicida que, justo en ese momento, braceaba desesperadamente, boqueando, a unos veinte metros de la playa. Su cabeza se hundía y volvía a asomar, la cabellera rubia cubriéndole el rostro, aunque cada vez pasaba más tiempo dentro del agua que fuera.

Entonces, apareció él.

Como cada tarde del mes de agosto, corría por la orilla de la playa. Para haber pasado de los cuarenta, su cuidado aspecto imponía respeto y despertaba admiración. Y envidia, claro. Firmes abdominales, piernas como columnas jónicas, anchas espaldas con sus dorsales bien definidos, mandíbula de acero con hoyuelo en la barbilla incluido… No tardó ni diez segundos en despojarse de la camiseta sudada que cubría su poderoso torso mientras, haciendo palanca un pie con el otro, se sacudía las flamantes zapatillas. Tomó impulso y se arrojó bravamente a las aguas ante la mirada estupefacta de sus dos compañeros de footing, parados sin saber qué hacer, con el resuello perdido.

Apenas tardó un minuto en alcanzar a la chica que, por momentos, parecía haberse rendido, dejándose arrastrar por la fuerza de las aguas. Él se acercó cautelosamente y, cuando iba a sujetarla por detrás, como mandan los cánones de primeros auxilios en el mar, ella pareció reaccionar ante su presencia y se echó a su cuello, sumergiéndose ambos bajo el caudal de una ola especialmente violenta.

Al día siguiente, la prensa abría sus titulares con la noticia: “El superjuez Mejorana muere ahogado al intentar salvar la vida de una joven bañista en apuros”.

Aunque toda la prensa trataba la información con un cuidado exquisito, algunos columnistas no pudieron evitar que se deslizara alguna fina ironía en sus escritos de urgencia: “el mar, aliado de la mafia”. Efectivamente: a la vuelta de vacaciones, el juez Mejorana iba a juzgar a treinta y siete acusados de formar parte del crimen organizado.

Precisamente de eso hablaban los dos hombres que, a primera hora de la mañana, desayunan con champagne en la terraza de la suite presidencial del Hotel Villamagna, con vistas a la playa en que había ocurrido la tragedia y con toda la prensa del día desplegada sobre la mesa, iluminada por el sol.

– ¿Ves? Te lo dije. Yo tenía razón.

– Ciertamente, querido. Nunca pensé que podría salir bien.

En ese momento, una tercera persona se incorporó a la conversación, asomándose a la terraza desde el interior de la habitación. Vestía un enorme albornoz blanco y, con una toalla, se secaba su larga cabellera rubia, recién lavada.

– ¡Hombres de poca fe! Era imposible que el juez no intentara salvar a una pobre chica en apuros. Sobre todo, si de nadar se trataba. Un hombre como ése, tan pagado de sí mismo, un vigoréxico nato que para más inri había sido campeón universitario de natación, sencillamente, no podría evitarlo.

– ¿Y si no hubiera habido tormenta este mes de agosto? –dijo uno de los hombres.

– ¿Y si esta mañana no hubiera salido el sol? Todos los veranos hay, como mínimo, dos temporales en esta costa.

– Vale, vale. Pero, siendo él un hombre tan grande, ¿cómo podías estar segura de que conseguirías ahogarlo, con tus propias manos y a la vista de todo el mundo, sin despertar sospechas?

– Créeme, precioso. Cuando una ola de ocho metros te cae encima y una mano te está retorciendo dolorosamente tus partes pudendas, la sorpresa y la incredulidad hacen que las diferencias de peso, tamaño, género y condición pasen a un plano muy secundario. Pero, si os parece, seguimos hablando esta noche, cuando nos veamos para cenar y haya confirmado que el pago de mis emolumentos está ingresado en las islas Caimán. Ahora, si me disculpáis, me espera la prensa, deseosa de conocer un poquito más sobre la débil e inocente mujercita, la tonta rubia de bote por cuya salvación, el heroico juez Mejorana dio la vida.

Jesús cuentista Lens

PD.- Otros años, tal día como hoy, escribíamos esto. Y esto otro.