El hogar perturbado

Es, posiblemente, la novela más desasosegante, perturbadora e inquietante de las que he leído en los últimos meses. “Canción dulce”, de Leila Slimani, publicada por la editorial Cabaret Voltaire y ganadora del Premio Goncourt del año 2016, el más reputado y reconocido de las letras francesas. Una autora, por cierto, que vendrá a Granada el próximo año, a la Feria del Libro, en el marco del “Tres Festival, voces del Mediterráneo”, de la Fundación Tres Culturas.

“El bebé ha muerto. Bastaron unos pocos segundos. El médico aseguró que no había sufrido. Lo tendieron en una funda gris y cerraron la cremallera sobre el cuerpo desarticulado que flotaba entre los juguetes. La niña, en cambio, seguía viva cuando llegaron los del servicio de emergencias. Se debatió como una fiera. Había huellas de forcejeo, fragmentos de piel en sus uñas blandas.”

Así arranca una novela que, a la vista está, muestra sus cartas desde el inicio de la narración, sin engañar al lector en ningún momento. Una novela valiente, por tanto, que no busca sorprendernos con giros imposibles en la historia ni con sorprendentes escorzos en la trama. Una novela que, partiendo de la peor y más aterradora premisa, ofrece una explicación, que no justificación, a unos hechos aterradores y espeluznantes, narrados con la frialdad de un informe forense, para tratar de condicionar lo mínimo posible al sobrecogido lector. Si tal es posible, claro.

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Jesús Lens

En bici y a lo loco

En Manchester, no tardaron en aparecer arrojadas al canal,  metidas en los contenedores de basura o lanzadas a los jardines de las casas unifamiliares. En Londres, el mismo día de la puesta en marcha del servicio de bicicletas de alquiler, algunas de ellas aparecieron abandonadas en mitad de las vías del tren y Amsterdam, una de las ciudades con más ciclistas por metro cuadrado del mundo, prohibió el uso de las bicicletas amarillas menos de un mes después de inaugurada la iniciativa.

En China ya saben lo que es el problema

De todo ello podemos sacar dos conclusiones: en Granada somos tan incívicos como en Inglaterra y, como tantas otras veces, llegamos tarde a una iniciativa “pionera”… sin aprender de los errores ajenos.

Lo están viendo ustedes estos días: por un lado, bicicletas amarillas arrojadas al cauce seco y hormigonado del Genil, colgando en lo alto de los árboles a modo de surrealista decoración navideña o rotas y mutiladas en un descampado.

Por otro lado, surgen ciclos amarillos en mitad de cualquier sitio, como por arte de ensalmo: cruzadas en la calle, obstaculizando el tránsito en los pasos de peatones o peligrosamente arrimadas a la calzada, sostenidas por una frágil patilla.

Insisto: nada de todo esto es nuevo y los problemas generados por las bicicletas de alquiler, recientemente implantadas en Granada, se repiten en todas las ciudades a las que llegan esas misteriosas empresas que, recibidas como un Mr. Marshall del siglo XXI, siembran el espacio público con sus productos… y allá se las apañen ustedes.

En China, otra de las mecas del ciclismo urbano como vía de transporte para cientos de miles de personas, las bicicletas de alquiler se han convertido en un grave incordio en decenas de ciudades, donde han tenido que habilitar inabarcables cementerios de bicis que ofrecen imágenes marcianas, tomadas desde el aire.

Francisco Puentedura, concejal de IU del Ayuntamiento de Granada, critica la improvisación con la que se ha permitido el desembarco de la bicis amarillas en nuestras calles, el Ayuntamiento señala que va a instalar marquesinas en determinados puntos de la ciudad, a modo de aparcamiento, y todos los ciudadanos nos echamos las manos a la cabeza, ora por el vandalismo de unos, ora por la falta de sentido común de otros.

Y esto no ha hecho más que comenzar. Que vamos a tener dialéctica y polémica con las bicis de marras.

Jesús Lens