TROPAS DE ELITE

Para quiénes además de ver cine nos gusta hablar sobre cine, desde un punto de vista formal y, también, temático o de fondo, una película como “Tropa de elite” es todo un regalo, un festival para los cinco sentidos del cinéfilo militante.

“Tropa de elite” es una película brasileña de pura cepa, aunque venga con el marchamo de los celebérrimos hermanos Weinstein que permiten a Quentin Tarantino rodar todas aquellas idas de olla que se le ocurran.

Brasileña. ¡Uf! Favelas, pobreza, miseria, violencia… ¿estaremos ante una de esas películitas bienintencionadas, de realismo social, supuestamente destinadas a cambiar el mundo y a mejorar al ser humano? ¿Una de esas películas que, cuando terminan, dejan en el espectador la sensación de haber estado “luchando” por una sociedad más justa?

No. Ni mucho menos. “Tropa de elite”, al finalizar, lo que deja en el espectador es la sensación de haber sido aplastado por una apisonadora. Porque se trata de una película demoledora, brutal y sin concesiones. Espléndida. Contundente. Tremenda. En todos los sentidos. Y así lo reconocieron buena parte de los críticos que la disfrutaron en el pasado Festival de Berlín, con comparaciones automáticas con aquella otra maravilla titulada “Ciudad de Dios”.

Y tienen que ver. Claro que tienen que ver. Temática y estilísticamente, ambas películas podrían ser primas hermanas, o, quizá, el reverso de la misma moneda. En la película de Meirelles, el protagonismo sería para la gente de dentro de la favela. En “Tropa de elite”, para la gente que, desde fuera, tiene que combatir contra la violencia y la corrupción que imperan a su alrededor y que, de hecho, permiten que sigan existiendo.

Y precisamente por ello, sin coartada artística de ningún tipo, sin aspirar a la utopía, sin contar ninguna historia de superación personal, “Tropa de elite” se convierte en el reverso tenebroso de aquella “Ciudad de Dios” que ya resultaba oscura, violenta y tremendamente desesperanzada.

Tenemos a varios personajes principales. Primero, el narrador. Un poli que pertenece a esas tropas de elite que, cuando el Papa Juan Pablo II visita Río de Janeiro y se empeña en alojarse cerca de las favelas, para estar con los marginales y pobres de mundo, tienen que velar por su seguridad. Y ello supone entrar en las Villa Miseria de Brasil. Y entrar allí, con uniforme, es hacerlo a sangre y fuego. Sin contemplaciones. Sin miedo. Sin piedad. Sin remordimientos. A saco.

Porque, “Tropa de elite” habla de las favelas, pero, sobre todo, habla de hombres. Como los aspirantes, seres humanos reducidos a su versión más extrema: para sobrevivir en un entorno hostil, te tienes que convertir en una bestia. En un cabronazo. En un hijo de mala madre sin entrañas, renunciando a cualquier atisbo de humanidad.


Y ése es el proceso que, en toda su crudeza, nos cuenta José Padilha: se coge a la persona, se la vacía por dentro, sacándole el corazón y las vísceras y se sustituyen por plomo y acero fundido. Se vuelve a coser la carcasa y listo para servir. Frío. Muy frío. Como la venganza. La venganza contra un sistema corrupto, hipócrita y cínico. Contra los bienpensantes. Contra los solidarios de boquilla. Contra los comprometidos de fin de fin de semana.

Porque “Tropa de elite” es una espléndida película que, sobre todo, irritará a los amigos del buenrollismo liofilizado del siglo XXI. A los filósofos de salón. A los poseedores de verdades absolutas y fórmulas magistrales.

Una película que, ojalá, haya sido y sea vista por más gente y podamos comentar. Ahora o cuando salga en DVD.

Valoración: 8

Lo mejor: Que es como si te tiraran un puñado de tierra en unos ojos bien abiertos. Y la música. Sensacional.

Lo peor: Que la primera mitad del “Full Metal Jacket” de Stanley Kubrick es insuperable.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.
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MEDIA MARATÓN DE MOTRIL

Hay que contarlo. Claro que sí. Ya he leído la extraordinaria reseña de Manolo Pedreira, nuestro futuro hombre en Nueva York, cuyas extraordinarias virtudes atléticas están a la par de las literarias.

El último esfuerzo.

Y también he leído la decepción de otro amigo, Paco Montoro, al que deseo fervientemente que vuelva por sus fueros.

Manuel Pedreira y José Antonio Flores, atletas e Internautas

Pero ¿qué pasa conmigo? ¿Cómo nos fue esa Media Maratón motrileña, un año después de aquel horroroso debut como “corredor”?

Pues bien. Francamente bien. Diría que, incluso, muy bien. Porque batí mi marca personal (1 hora, 41 minutos y 55 segundos, aunque el tiempo oficial computa quince segundillos más por lo “lento” de salida) Porque el puesto, 375 de los más de 800 que entraron en meta, es digno.

Antes de la carrera. Chucha. (Blusa de baseball de Lorenzo Lunar)

Porque no las pasé canutas, como el año anterior, recortando diez minutos al tiempo del 2007.

Porque después de la carrera, era humano, capaz de sonreír, hablar, hacerme fotos con Paco, Antonio, Javi, Manolo, José Manuel o Abel y tomarnos unas birras con los colegas de Las Verdes y nuestras sufridoras mujeres, esclavas de nuestra afición. (Aunque fallé en la transmisión de datos por SMS a mi Alter Ego, ausente de Motril por andar de viaje en Berlín, y al que he sableado las fotos de su Blog.)

Sin embargo, tengo una cierta preocupación. Salí relativamente fuerte, recortándole segundos a los 5 kilómetros estándar de cada kilómetro. Pero no sé beber en los avituallamientos y me atraganto y me ahogo. Y en cada uno de estos puntos veía cómo se me iba la gente con la que corría hasta ese momento.

¡Misión cumplida! Motril.

Pero lo peor de todo es que, sin el calor extremo del año pasado, sin pájaras ni hundimientos, hice un tiempo bueno para mí… que no sé si seré capaz de volver a superar, la verdad. Un terreno favorable, un día espléndido, a cero metros sobre el nivel del mar. Llegué en el peso que considero adecuado, me hidraté… Entonces, ¿qué margen de mejora me queda?

Podría hacer como mi amigo Javi, -¡que sólo por haber recuperado su amistad, ya valen la pena todas las horas y horas dedicadas a esto de trotar!- o el resto de Las Verdes, y entrenar de forma sistemática. Con series y demás. Pero mi forma de ser anárquica me lo impide.

Javi, en escorzo. Manolo, repostando. Dos titanes.

Entonces, si voy a seguir saliendo a mi aire, guiándome por las sensaciones (aunque espero incorporarme a las salidas Verdes más tranquilas y sosegadas a partir de ahora) ¿cómo voy a seguir arañando segundos al crono?

Las Verdes, creciendo.

Podría adelgazar más, pero Sacai me echaría de casa y mi ya de por sí intrascendente papel en nuestro equipo de baloncesto terminaría menguando hasta la inanidad más absoluta.

Y en estas cuitas andaba cuando mi amigo Jorge, que estará con nosotros en la salida de la Media de Granada (junto a Abel, Mario, Javi, José Antonio, Alfa, José Manuel o Gregorio), me mandó un SMS: “¿Qué tal las rodillas?” Me puse de pie y di unos pasos. Y las rodillas, níquel. Y la tibia, el peroné o los gemelos, las partes de mis piernas que más sufren los estragos de mi tamaño y mi peso… igualmente níquel.


¿Qué me dolía? Pues, de las rodillas a mitad de cuerpo… todo. Mil dolores pequeños, ahí concentrados. Tengo agujeteados todos los músculos que utiliza un corredor y que, sin embargo, un trotón no sabe ni que existen. ¿Qué significa eso? Pues que en mi anarquía corredora no me estoy esforzando como debiera. Que tengo que meterme más caña, probarme, pegar tirones y esprines y hacer todo aquello que decíamos sobre correr por sensaciones.

(Al terminar la carrera, Javi y yo nos hicimos una foto. Pero yo éstaba sin camiseta.

Javi quería que colgara esa foto, pero dado el aspecto de mi único y gran abdominal,

mejor deleitarles con esta imagen de arriba.)

Las piernas, que son como el algodón y no engañan, me dicen que sí. Que soy un flojo, que me he acomodado. Que todavía queda margen de mejora sin necesidad de profesionalizarme. Así que, la mejor conclusión de la Media de Motril, nos la da el majestuoso Groucho Marx: “¡Más madera!”

Jesús Lens.

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