Malaventura, western noir a la granaína

No se lo cuenten, pero le odié profundamente durante no menos de cinco minutos. Le odié desde las entrañas, mucho y mal. Y le envidié cosa mala, también. Estaba tomando café cuando un titular de IDEAL me hirió como una cuchillada: “’Malaventura’, un western con aires de Tarantino en una Granada entre Sergio Leone y García Lorca”. Lo firmaba, claro, ese tipo durante cinco minutos odioso: José Enrique Cabrero. (Aquí pueden leer la charla).

Terminé de leer el resto del periódico y volví a esa página. Había tomado una decisión: perdonar a Cabrero. Si no, “estaba claro cómo iba a terminar tó. Mal. Que es como siempre terminan las cosas”. Pedí otro café y leí despacio y bien, paladeando cada palabra, la conversación con Fernando Navarro, autor de ‘Malaventura’. ¡Foh!

Odié y envidié a José Enrique por haberla leído antes que yo. Por haberle echado el ojo primero. Por haber sido el más rápido a esta orilla del Genilsisipi. Porque hasta esa mañana, yo no sabía nada sobre ‘Malaventura’, una novela que, a final de año, aparecerá en toda selección que se precie con ‘Lo mejor del 2022’.

Fui a la presentación del libro al Centro Lorca en uno de aquellos días en que llovía barro. ¡Qué oportuno! Llenazo hasta la bandera para escuchar a un escritor nacido en Granada, en 1980, y autor de varios guiones, dos de ellos nominados a los Goya. Es su primera novela. ¡Y qué novela!

Ese mismo día, Impedimenta, la editorial que ha tenido el tino y el acierto de publicar ‘Malaventura’, había subido a redes una imagen que me provocó taquicardia. La portada de ‘Malaventura’, con una serpiente bicéfala sobre un lecho de flores rojas, aparecía junto a las de ‘Basilisco’, de Jon Bilbao, y ‘A lo lejos’, de Hernán Díaz; dos western noir prodigiosos que me hicieron muy feliz en los tórridos meses de verano. Afinidades electivas, efectivamente. 

Porque, digámoslo ya, ‘Malaventura’ es un “acid western de aires tarantinescos. Un abanico de historias con el sur como obsesión. Un híbrido de Lorca y Cormac McCarthy, que bebe tanto de las letras de la tradición flamenca como de Sergio Leone, y que se lee como una novela de iniciación y muerte”. ¡Qué buena, la descripción del libro que hace la propia editorial! Les confieso que por un momento pensé que se habían pasado de frenada, pero tras una noche de insomnio y lectura compulsiva, les aseguro que para nada. En absoluto.  

“Matar se convierte en algo que uno hace como si bebiera anís: calienta el cuerpo porque lo alimenta”, escribe Fernando Navarro. O esta joya de aliento lorquiano: “Entonces, el brillo del metal: el filo de la navaja golpeado por el sol que entraba a través de la ventana. El resplandor plateado seguido de un silbido. Seco. Como un pájaro antes de morir”. Esto lo lee Michael Cimino y lo mete en ‘La puerta del cielo’ fijo. 

También hay terror gótico: “Cuando los fantasmas nos miran en silencio no nos miran: nos comen por dentro. Nos muerden el corazón, que empieza a latir más lento, más pesado. Como un reloj estropeado”. 

Fino trabajo de estilista de Sergio García

¿Pero de qué ‘Malaventura’? ¿Cuál es el argumento? ¿Y los protagonistas? Pues la verdad es que no sabría decirles. Es decir, podría intentar explicarlo, pero no le haría justicia a esta suerte de relatos encadenados que describen un territorio mítico, una Andalucía fuera del tiempo y el espacio en la que los personajes comienzan montando a caballo y acaban conduciendo un Mercedes Colas y queriendo aparecer en el cine. 

Como aquel chavea de Níjar. No se enfaden ni Fernando Navarro, ni la editorial… ni el director del periódico, pero hoy voy a abusar del espacio que me brinda IDEAL para relatarles su historia. “Contaban en la escuela que había un zagalico de Níjar muy guapo y muy echao palante que quería salir en las películas. No pensaba en otra cosa. Yo lo vi un par de veces en el Jurelico y era lo único de lo que hablaba. Estuvo dos semanas en las cuevas, probando con un caballo para cuando viniera el de las gafas de sol de Madrid. Una tarde se cayó montando. Se rompió el cuello y ya no salió en ninguna película ni en ningún lao. Su madre se volvió loca y se iba a los rodajes y a la puerta de los cines, enlutá y llorando como una descosía”. 

Fernando Navarro

Esta ha sido una de las entregas de El rincón oscuro que más he tardado en escribir. Por larga y porque a cada rato paraba de teclear, cogía el hermoso libro de Impedimenta y, además de acariciarlo —ese gramaje y ese tacto son únicos— releía las historias de ‘Malaventura’ de forma anárquica y salteada, volviendo a mascar la prosa de Fernando Navarro mientras afuera no dejaba de jarrear agua, la tarde de un sábado de primavera. Leer, escribir, siempre soñar… ¡Qué placer!

No sé qué más buenas lecturas nos traerá este 2022, pero tengo claro que, como ‘Malaventura’, no habrá otra igual.

Jesús Lens

Bacurau, un western noir del futuro pasado

El año pasado, al volver del Almería Western Film Festival, coincidí en el coche con el ganador del mejor cortometraje, un encantador y rubicundo chaval inglés que lucía una espectacular chaqueta de cuero negro. Como es normal en ese tipo de situaciones, hablamos de cine.

Me preguntó por ‘Bacurau’, la película brasileña ganadora del festival. Me disculpé por no haberla visto, que la proyectaron antes de mi llegada. “No te la pierdas”, me aconsejó. Y seguimos parloteando.

—¿Cuáles son tus westerns favoritos?— me preguntó.

—Liberty Valance y Centauros— contesté—. ¿Y los tuyos?

—Centauros y Bacurau.

Me quedé parado. Como estábamos hablando en inglés, temí no haber entendido su pregunta.

—¿Hablamos de los mejores westerns de la historia?

—Sí. Tienes que ver ‘Bacurau’.

Achaqué lo que me pareció un desmedido exceso de euforia a la consecución de su propio premio, aunque bien era verdad que todos los comentarios escuchados aquellos días sobre la película eran enormemente elogiosos y que se había alzado con el Gran Premio del Jurado en Cannes 2019.

No sé por qué he tardado varios meses en verla. Lo hice el pasado viernes. Y reconozco que me voló la cabeza. Miren que le tengo ojeriza a dicha expresión, que no termino de comprender. Sin embargo, al acabar ‘Bacurau’ lo tuve claro: aquella película me había provocado algo parecido a un cortocircuito neuronal.

¡Ojo! Es una película dura y fuerte. Tiene un guion literalmente acojonante, en todos los sentidos de la expresión. Y su realización… ¡Foh! Portentosa. Como la interpretación de todo el elenco artístico, de los actores y actrices principales a, sobre todo, unos secundarios de lujo.

‘Bacurau’ es un western noir con ribetes terroríficos que, por momentos, bordea el gore y la ciencia ficción de carácter anticipatorio y distópico. A la vez, es puro realismo mágico. Un realismo mágico en que este trasunto noir de Macondo se ve teñido de rojo sangre tras ser pasado por una turmix estilística y conceptual y la ingesta de dos o tres sustancias lisérgicas.

Cualquier cosa que les cuente sobre el argumento de esta joya, valiente, visceral y arriesgada hasta el delirio; no le hace justicia a una película que comienza con un camión cisterna lleno de agua que avanza a duras penas por una pista en mal estado. Estamos en una zona cercana a Pernambuco, en Brasil, en un futuro cercano, entre lo posible y lo ¿probable?

De repente, el camión empieza a sortear obstáculos en el camino. Son ataúdes: otro camión ha sufrido un accidente y ha dejado un reguero de féretros, todavía vacíos, a su paso. Era su siniestra carga.

Al llegar a Bacurau, una localidad recóndita y dejada de la mano de Dios donde tienen problemas de abastecimiento de agua por un conflicto político en relación a una presa, nos enteramos de que Carmelita, la matriarca de la localidad, acaba de fallecer. En ese momento, además, el pueblo deja de aparecer en los mapas satelitales. Y ahí comienza la parte mágica de la historia.

En ‘Bacurau’ hay políticos corruptos y líderes comunitarios en lucha. Tenemos a una traficante de vacunas, a una médico con propensión a la bebida y a Pacote, un tipo que, dicen, era un consumado atracador con facilidad para apretar el gatillo. El autobús escolar se ha transformado en vivero y, allá por la presa, habita Lunga. Y hay turistas, ojo. Turistas que recorren la región en moto.

¿A que no se han enterado de nada? Efectivamente. ‘Bacurau’ es un pandemónium inexplicable que pide a gritos que deje usted de leer estas notas y busque la película con ansia, empeño y porfía, si fuera menester.

Jesús Lens