‘As bestas’, el rural noir más descarnado

El género negro está aparejado a ambientes urbanos desde hace un siglo, cuando los maestros estadounidenses nos contaron las guerras de bandas, la corrupción y el gangsterismo de ciudades como Chicago, Boston, Nueva York o Los Ángeles. En sociedades como la española, sin embargo, mucho más rurales, los problemas de lindes, aguas y atávicas enemistades entre familias han estado a la orden del día y han generado innumerables derramamientos de sangre. Además, en el campo hay más armas, de fuego y convencionales, que en las ciudades, por lo que es más fácil que, al calor de una discusión, una escopeta, un hacha o un azadón hagan su trágica aparición en escena.

Lo hemos podido comprobar en ‘As bestas’, la película más reciente de Rodrigo Sorogoyen de la que todo el mundo habla. No les voy a contar nada de una trama que tiene mucho de western noir y que comienza en un bar de pueblo. De aldea, en realidad. Los saloones del Lejano Oeste tenían más glamour. Pero en esta película, todo está despojado, reducido a su mínima expresión. Porque lo que importa no son los paisajes, sino los paisanajes. 

Un forastero ha llegado a la aldea. El francés. Por cierto que, si les ha gustado la interpretación del gran (en todos los sentidos), busquen ‘Custodia compartida’, de Xavier Legrand. ¡Impresionante! Antoine y Olga han llegado a una pequeña localidad gallega para cultivar su huerta, vender sus productos en los mercadillos y rehabilitar algunas viviendas. Pero algo pasa, porque su presencia no es bien acogida por los Anta: los hermanos Xan y Loren, como veremos desde el arranque de la película, un perfecto ejemplo de comienzo in medias res.

El trabajo actoral es soberbio. El elenco está unánimemente impresionante. Sobresale, claro, esa bestia parda que es Luis Zahera, uno de los pocos actores españoles contemporáneos que pueden presumir de ser un género en sí mismos. Marina Foïs, igualmente espectacular, está mucho más contenida, aunque Marie Colomb, su hija en la ficción, pueda llegar a tensionarla en algún momento. Y ojo a Diego Arnido, que desde lo del caballo…

‘As bestas’ es una película discursiva de cocción lenta en la que las palabras, los gestos y las miradas son clave. Y los detalles. Los franceses, por ejemplo, viven en lo alto de una cuesta. Sus vecinos siempre quedan por debajo de ellos, física y metafóricamente. De los forasteros vemos el mimo en el cuidado de la huerta, en el interior de su vivienda, en su relación de pareja. Sin lujos, han construido un hogar. A los nativos solo les vemos con sus vacas, en el corral, acarreando mierda. Esa mierda que está en la base de un diálogo que ya forma parte, por derecho propio, de la historia de nuestro cine.    

Una película de tesis. Y antítesis. Una película en la que todos los personajes tienen sus razones, sin que ninguno de ellos tenga por qué tener necesariamente la razón. Incluido el sobrino. 

Corría el riesgo Sorogoyen de deslizarse por una peligrosa pendiente que oscilara entre ‘Perros de paja’ y ‘Deliverance’. Que están ahí, como marco referencial para los cinéfilos, pero nada más. ¡Y nada menos!

‘As bestas’ habla de algunos de los problemas de la España contemporánea a la vez que conecta con la España negra que, desde los tiempos de Goya y Gutiérrez Solana, nos acompaña como la sombra de Caín. Imprescindible. 

Jesús Lens

Luther, mi serie noir del año

Si les digo que me he cepillado las 5 temporadas de ‘Luther’ en poco más de seis meses podrían pensar que soy un ansia viva, un espectador desaforado loco por competir en algún concurso de devoradores de series.

Los más avisados sabrán que, en realidad, no es para tanto. Cada temporada tiene muy poquitos episodios y de una duración asumible, además. La versión extendida de ‘El Señor de los Anillos’, por ejemplo, sería más larga.

‘Luther’ arrancó allá por 2010 con una primera temporada de seis capítulos que causó sensación. Su protagonista es un policía particularmente inteligente y mentalmente bien dotado que, en la estela de Sherlock Holmes, tiene una prodigiosa capacidad de observación, análisis y síntesis. Entregado a su trabajo, su vida personal (apenas) existe. Y como le descubrimos en mitad de una persecución, tomando una decisión moralmente cuestionable que no dejará de perseguirle, ya tenemos las mimbres de uno de los grandes personajes de la televisión del siglo XXI.

Interpretado por el gran Idris Elba, Luther se debate entre la ley y la moral, siempre tentado de tomar atajos en la resolución de los casos a los que se enfrenta. Que no son fáciles. Porque le toca lidiar con delitos graves y, después, con despiadados asesinos en serie.

Decir que cada temporada de ‘Luther’ comienza ‘in media res’ es quedarse corto: su arranque es tan brutísimo que dispara las pulsaciones del espectador desde el primer minuto. Y la cosa ya no decae, que los andares, ademanes y verborrea del protagonista transmiten una intensidad electrizante.

Como es marca de fábrica en la BBC, además de un cuidado diseño de producción en el que Londres ofrece su mejor cara y también la más sórdida e inquietante; hay unos secundarios de lujo. Como muchos de ellos son susceptibles de morir y desaparecer de una temporada para otra, no les hablo de ninguno en concreto.

En cada temporada de la serie, que se puede ver entera en Netflix, hay un caso central protagonizado por un asesino de crueldad sin límites. Y con una imaginación homicida a la altura de los peores villanos de la literatura negra escandinava. Pero, y ahí está la gracia de ‘Luther’, le conocemos casi desde el primer episodio. A su identidad, me refiero. Sabemos quién es, pero no resultará tan fácil echarle el guante como descubrir su identidad. Los genios del mal son así.

Además, están las tramas relacionadas con el protagonista que hilan y trenzan todo el arco narrativo, dándole continuidad: sus relaciones con las mujeres y sus compañeros de trabajo, sus problemas con los superiores, sus enganchones con la mafia londinense y, la relación más especial, con una mujer inquietante, perturbada y pertubadora.

El creador y máximo artífice creativo de ‘Luther’ es Neil Cross, guionista y novelista que comenzó fogueándose en la mítica serie ‘Doctor Who’ y que ahora está detrás de una nueva adaptación, esta televisiva, de la novela ‘La Costa de los Mosquitos’, de Paul Theroux.

Además de todos los episodios de ‘Luther’, Cross escribió una novela que aún no he leído, pero a la que estoy loco por echar el guante: ‘Luther. El origen’. En España la ha publicado la editorial Es Pop y, como les digo, le tengo muchas ganas: el viaje hacia delante en la tempestuosa y agitada vida del inspector se me hizo bola en la cuarta temporada y la quinta y más reciente resultó un tanto repetitiva, como si fuera un Greatest Hits de las anteriores. De ahí que me apetezca viajar en el tiempo hacia el pasado del personaje encarnado por Idris Elba.

Y la gran pregunta: ¿habrá sexta temporada? Según el prota, no. Lo que sí podría haber es película. Y eso sí es un notición de lo más estimulante.

Jesús Lens

La televisión, un mundo implacable

Esta historia comienza con el visionado de ‘Los tres días del cóndor’ la semana pasada. Durante las elecciones norteamericanas y su proceloso proceso de escrutinio, estuve viendo películas de temática electoral como ‘El disputado voto del señor Cayo’ o ‘Jarrapellejos’. En mitad de la panaroia y las conspiraciones, aproveché para ver el clásico de Sidney Pollack interpretado por Robert Redford y Faye Dunaway.

Siempre al quite, Fernando Marías me escribió para comentar que, si bien el plano final de la película era majestuoso, le parecía indignante e incomprensible el papel de nuestra adorada Faye, metido con calzador para que hubiera una historia de amor en mitad de la trama de espionaje. Sobre todo porque la actriz venía de filmar una obra maestra del calibre de ‘Chinatown’ y, al año siguiente, protagonizaría ‘Network, un mundo implacable’. Dos papeles soberbios e incontestables.

Si son ustedes usuarios de las redes sociales, les aconsejo que estén muy atentos al Instagram de Fernando Marías, que hace directos sobre cine que, después, se quedan grabados en la plataforma. Vean por ejemplo el de ‘Network’: al calor de aquella conversación, el pasado sábado veíamos la película y, por la tarde, hablábamos de ella y la comentábamos en vivo y en directo.

Quiso la casualidad, que siempre tiene mucho de causal, que viéramos una película sobre los excesos de la televisión y la obsesión por la audiencia a toda costa precisamente cuando las grandes cadenas de televisión norteamericanas silenciaron un discurso de Trump lleno de falsedades e incongruencias. ¡Hasta la Fox, que había sido su mejor altavoz antes y durante su polémico mandato, practicó el ‘mute’ presidencial!

No. No pienso que las cosas hayan mejorado en el universo catódico, por mucho que las teles ya sean planas y estén conectadas a internet. Era lo primero que comentaba Marías en su intervención: filmada en 1976, ‘Network, un mundo implacable’ no ha perdido un ápice de actualidad. De hecho, vista en la España de aquellos entonces, parecía ciencia ficción distópica. Hoy, es el pan nuestro de cada día.

Diremos de forma muy escueta que la película de Sidney Lumet cuenta la historia de Howard Beale, un veterano presentador de informativos al que, dados sus bajos índices de audiencia, van a retirar del programa. Al saberlo, en antena y en directo, anuncia que se suicidará frente a las cámaras. El revuelo es enorme. De repente, el encargado de dar las noticias se convierte él mismo en noticia. Paradójicamente, los índices de audiencia suben. Es lo que estaba esperando Diana Christensen, productora de programas sensacionalistas, para hacerse con los informativos, arrebatándoselos al veterano Max Schumacher.

La película, de una tensión brutal, cuenta la guerra abierta entre los financieros que solo buscan beneficios y los puristas del periodismo que no quieren injerencias en su trabajo. La dialéctica entre información y entretenimiento, entendiendo como tal una sección específica dedicada a secuestros, asesinatos y suicidios. ‘Network’ habla, en fin, del peligro de crear monstruos mediáticos que canalizan la rabia de la gente y se terminan convirtiendo en inmanejables (sic), como la criatura de Frankenstein. Los riesgos del mesianismo, y tal.

Una película que habla, también, del paso del tiempo, del ocaso vital y profesional y de las contradicciones e inconsistencias en las que todos incurrimos en nuestra vida.

El guion, prodigioso, es de Paddy Chayefsky, que también fue productor de la película. Un guion que debería estudiarse en las escuelas de cine… y en las de periodismo. En 2005, fue votado por el Sindicato de Guionistas de Estados Unidos como el octavo mejor guion cinematográfico de todos los tiempos. En su momento, además, ganó tanto el Oscar como el Globo de Oro.

‘Network, un mundo implacable’ es una cruel y despiadada sátira de la realidad de los medios de comunicación de masas que se sustenta en las prodigiosas interpretaciones de sus actores, protagonistas y secundarios. Peter Finch, que murió antes de recoger su Oscar al mejor actor principal. Faye Dunaway, que se llevó la estatuilla por su papel de productora sin escrúpulos y masculinas hechuras en su forma de ser y trabajar. Beatrice Straight, mejor actriz de reparto en su condición de sufridora esposa que ve cómo se derrumba su matrimonio sin poder hacer nada por evitarlo.

Como bien nos recordaba Fernando Marías, William Holden llegó a decir que, si Finch no hubiera fallecido justo después de la filmación de la película, el Oscar al mejor actor habría sido suyo, que también estaba nominado.

Recién terminada de ver y como buen coleccionista que soy, ya estoy buscando el DVD con la edición del 30 aniversario de ‘Network, un mundo implacable’ que incluye un documental de Lauren Bouzereau de 2006, dos horas sobre el making of de una película considerada “cultural, histórica y estéticamente significativa” por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos y seleccionada para su preservación en el National Film Registry. Un título imprescindible que, en 1976, anticipaba muchas de las cosas que terminaron pasando en el mundo del periodismo y la televisión.

Jesús Lens

Los ‘Rotos’ de Winslow, muy bien cosidos

Vaya por delante que ‘Rotos’, lo más reciente de Don Winslow, no llega a las 500 páginas, lo que para su legión de fieles lectores resultará extraño. Pero lo auténticamente singular del libro que esta semana publica Harper Collins Ibérica es que está conformado por seis historias diferentes, seis nouvelles independientes… que guardan relación entre sí.

Así explica el propio Winslow el porqué de ‘Rotos’: “El gran dilema en la vida de un escritor no es que haya pocas historias que contar, sino que hay demasiadas. Durante la mayor parte de mi carrera he sido una especie de corredor de maratones literarios, escribiendo libros largos y épicos que abarcaban continentes y décadas, libros que necesitan muchos años para ser escritos. Han sido gratificantes y estoy orgulloso de haberlos escrito, pero esto hizo que otras ideas quedarán postergadas, historias que a lo mejor no son épicas pero sí son atractivos relatos con personajes intrigantes concentrados tanto en el espacio como en el tiempo. Estas ideas no me dejaban en paz. De aquí surge ‘Rotos’”.

Seis historias cortas, unas más que otras, en las que Winslow trata algunos de sus temas más queridos. Y sufridos. Obsesiones, dirían algunos: corrupción, traición, crimen, lealtad, venganza, justicia, redención, amistad, drogas, libertad, muerte… (Lean esta entrevista que le hice a Winslow hace unos meses o las reseñas de ‘El poder del perro’, ‘El cártel‘ y  ‘La frontera’

Me ha pasado algo curioso con ‘Rotos’: me han gustado todas las historias por igual. Y eso que son muy diferentes entre sí. Es algo extraño en el mundo de las distancias cortas y los relatos, que suelen ser desiguales. Será porque en este caso, desde la primera página hasta la última, el lector sabe que se encuentra en ‘Territorio Winslow’, con su fraseado corto, intenso y contundente, como los disparos de un Kalashnikov.

La primera nouvelle, la que da título al libro, nos cuenta la historia de los McNabb, una saga de policías de Nueva Orleans para quienes el cumplimiento de la ley y la administración de justicia no siguen caminos necesariamente paralelos. El enfrentamiento entre enconados archienemigos y la brutalidad de las venganzas harán que los enamorados de ‘El poder del perro’ se sientan en su salsa. La cita con la que se abre la narración, de Hemingway, ya nos da una pista de por donde van a ir los tiros: “El mundo nos rompe a todos y luego algunos se hacen más fuertes en las partes rotas”.

‘Código 101’ cambia de registro y nos transporta a un universo mítico, a caballo entre lo literario y lo cinematográfico, protagonizado por un ladrón de guante blanco trazado con los rasgos, los ademanes y la personalidad de Steve McQueen. Nos movemos en los entornos costeros de San Diego y alrededores, con casas en las que se escucha el rumor del océano y coches molones que circulan por autopistas con vistas. Y ojo a su perseguidor, uno de esos polis tan de Winslow que también aparece en el siguiente cuento, dedicado a otro clásico del Noir: Elmore Leonard.

‘El zoo de San Diego’ es el más singular de estos cuentos, el que más se aleja de los registros habituales de Winslow. Comienza con un descacharrante episodio de humor surrealista en el que un mono escapado del zoo porta una pistola. A partir de ahí, el protagonista inicia una singular investigación que le enfrentará tanto a los delincuentes como a algunos de sus ¿compañeros? Pero siempre en un tono amable y desenfadado.

‘Ocaso’ es un cuento elegíaco de viejas amistades enemistadas por mor de las circunstancias. ‘Kill your idols’ era el nombre de una famosa banda punk neoyorkina. En este caso, los protagonista son una leyenda del surf con problemas varios y su viejo amigo, un veterano cazarrecompensas encargado de echarle el guante.

El surf también desempeña un papel esencial en ‘Paraíso’, el quinto relato que conforma ‘Rotos’ y que conecta con el universo de otro título de Winslow: ‘Salvajes’. Los protagonistas son los mismos, pero no hay que haber leído la novela para disfrutar de las andanzas por Hawai de Ben, Chon y la existencialista O. Y máxima atención a un invitado sorpresa que termina de redondear las conexiones con la narrativa pretérita del autor.

‘La última carrera’ es la historia más reivindicativa de todas. También la de mayor actualidad. El protagonista es Cal Strinckland, agente de la patrulla fronteriza entre Estados Unidos y México que, gracias a la mirada de una niña separada de sus padres, descubre que los llamados inmigrantes ilegales también son personas, y no solo cifras, números, estadísticas y problemas por resolver.

Esta última novela corta es un western noir de libro, aunque buena parte de los personajes de Winslow se comportan como héroes míticos del Far West. Son individualistas, comprometidos, profesionales y dotados con un fuerte sentido de la justicia y la lealtad, al margen de en qué línea de la ley se sitúen. Cabalgando a lomos de un caballo, surfeando olas sobre una tabla o conduciendo grandes descapotables por las autopistas de la Costa Oeste, los personajes de Winslow se rigen por un código de conducta personal e intransferible que harían las delicias de Howard Hawks.

Jesús Lens

La chica a la que no supiste amar

Vuelve Marta Robles a la actualidad editorial. Y lo hace de la mano del detective Roures, su personaje de cabecera en el universo literario negro y criminal. En esta nueva aventura, galardonada con el Premio 2019 de Narrativa Castellón Letras del Mediterráneo y publicada por Espasa, Roures se adentra en los entresijos de las mafias del tráfico de mujeres para la explotación sexual, dado que tiene que investigar la desaparición de una prostituta de origen nigeriano.

Hablamos con Marta Robles para que nos cuente, de primera mano, aspectos importantes de su novela y le preguntamos qué la llevó a escribir sobre el tema de las mujeres prostituidas.

“Hace más de una década descubrí la realidad de las mujeres esclavas, a través del entonces incipiente trabajo de mi amiga Mabel Lozano, directora de cine social y activista y del de Rocío Mora y Rocío Nieto a la cabeza de la asociación para la reinserción de las víctimas de trata APRAMP. Ya entonces pensé en escribir una novela sobre la trata y hasta me entrevisté con un par de víctimas; pero por entonces el tema aún era demasiado desconocido y requería la realidad de las noticias, los reportajes y los documentales. Con el tiempo se han hecho infinidad de documentales, se han realizado innumerables reportajes y no hay día que no aparezca alguna noticia sobre el asunto. Y encima el seguimiento por parte del público de todo este trabajo de investigación  es extraordinario. Es decir, a la gente le interesa. Pero, por desgracia, no le toca el corazón. Pensé que podía aportar mi granito de arena a la causa que tanto he seguido y a la que he contribuido cuanto he podido, profesional y personalmente, creando un personaje a través del que el lector viera que esas víctimas de trata son mujeres como cualquiera de nosotras y que eso le hiciera conmoverse. Y lo son. Son mujeres que solo quieren ser normales y que las quieran. Como las demás.  Mujeres que sueñan, sienten, sufren y enferman. Como las demás. Solo que ellas están muy solas, porque hasta compiten con sus compañeras por hacer lo que más les repugna, para poder pagar su deuda. Gracias al personaje de Blessing, estoy consiguiendo remover conciencias y ablandar el endurecido corazón de una sociedad que mira, pero no ve. Esa es la magia de la ficción”.

En ese sentido, la autora se ha documentado en profundidad para contar con enorme realismo el funcionamiento de las mafias que manejan las redes internacionales de trata de mujeres para su explotación sexual.

“He hablado durante horas con cinco mujeres nigerianas, víctimas de trata. He consultado mil y una veces a José Nieto, Inspector jefe de la UCRIF y a la gente de APRAMP,  me sabía de memoria el libro de Mabel Lozano, ‘El proxeneta’, que yo misma edité y también revisé con minuciosidad el de Pimp, el proxeneta, de Iceberg Slim, que me dejó el cuerpo cortado. Además he manejado informes policiales, una tesis sobre la ruta del infierno que recorren las mujeres nigerianas desde Benín hasta nuestro país, he comido con narcotraficantes retirados, con el ex responsable de un club muy conocido de Madrid, con abogados, con ex policías que sabían mucho de todos los entramados que se ocultan tras este vil negocio y hasta he consultado páginas webs de burdeles (que las hay, y son completísimas). Vamos, que casi me he hecho un master”, señala Marta Robles.

Tu personaje principal, Roures, no es un santo y, en su juventud, en sus tiempos como reportero de guerra, pudo incitar a las chicas, sino a la prostitución como la entendemos habitualmente, sí a un intercambio de sexo por dinero, comida, una ducha… no nos lo presentas como un moralista, pero sí como alguien con las ideas claras, que ha evolucionado. ¿Ha cambiado la percepción de los hombres sobre la prostitución?

Creo que, afortunadamente, la de muchos, sí. Ya no son todos los hombres los que se dan codazos y se ríen cuando se habla de “putas”. Eso no significa que el número de puteros en España no de escalofríos y que los haya en todos los estratos sociales y de todas las edades, pero también hay hombres concienciados y eso es imprescindible. De hecho yo quería que la reflexión sobre todo esto fuera masculina. Son demasiadas las veces que las mujeres nos reunimos y hablamos de lo que debemos hacer para combatir este u otros mil asuntos terribles que nos atañen aquí o en Tombuctú. Pero si no implicamos a los hombres, si los dejamos fuera, y más aún cuando son parte del problema, o el problema, como en este caso, será difícil que consigamos algo. Ellos tienen que concienciarse y comprometerse. Aunque un día cometieran algún error. Está claro que Roures lo cometió durante las guerras. Y no se siente orgulloso, sino todo lo contrario. Acepta su falta, siente remordimientos y reconduce su postura. A eso hay que aspirar. A eso y, por supuesto, a luchar sino por  erradicar la prostitución y la trata (tampoco se ha podido erradicar el narcotráfico o los asesinatos o las estafas), al menos por ponérselo lo más difícil que sea posible a los proxenetas y a salvar a cuantas mujeres sea posible.  Ya lo dice Prieto, el policía amigo de mi detective: “con que solo consigamos salvar a una mujer, habrá valido la pena”. Y, por cierto, debo añadir que reconocer los errores y reconducir posturas, en este siglo XXI donde todo el mundo quiere tener siempre razón y pretende no equivocarse jamás, me parece un rasgo de heroicidad.

El moralista de antaño, sin embargo, sí se ha convertido en un putero con todas las de la ley. ¿Cómo funciona ese mecanismo mental por el que nos autoconvncemos de que nosotros somos distintos, de que a nosotros sí nos está permitido un comportamiento censurable en los demás?

La auto justificación es un modo de supervivencia más extendido que cualquier virus. En realidad siempre queremos justificarlo todo, para tratar de evitar pensar que nuestro demonio le está ganando la partida a nuestro ángel ,que esa parte nuestra de mal no es es mala del todo, sino solo producto de…, lo que sea.  En el caso de este personaje sucede lo que con tantas personalidades narcisistas que transforman a los individuos cuando carecen de atención y de éxito. Su propio complejo les lleva a conductas muy peculiares, entre ellas a los celos y a querer demostrar su superioridad de alguna manera. Creo que muchos maltratadores lo son por puro complejo. Porque tras esa supuesta seguridad, se esconde una inseguridad brutal, que les hace necesitar someter a las mujeres que tienen al lado. Y creo que muchos maltratadores son puteros, claro. La prostitución y la trata son formas brutales de maltrato en las que los maltratadores dejan de sentir compasión por las mujeres que tienen a su lado.  En el caso de los proxenetas lo que sucede es que, además de no tener escrúpulos, no tienen empatía con las mujeres, no sienten compasión por ellas, porque no las consideran más que trozos de carne reutilizables. Y cuando uno no siente compasión por lo que le pasa a otros seres humanos, se convierte en un monstruo. Los proxenetas lo son. Y los puteros también.

Es el único personaje de la novela que está inspirado en una persona real es un policía que aconseja y asesora a Roures. “Mi amigo el comisario José Nieto al que quiero y admiro profundamente y que se divierte mucho con su alter ego y las cosas que le hago decir o hacer. No es él, pero tiene sus bondades. Quiero mucho a Pepe Nieto. Y le debo mucho. Hay muchos más agradecimientos en el libro, pero el de Pepe es especial. Está en toda la serie del detective Roures. En ‘A menos de cinco centímetros’, en ‘La mala suerte’ y en ‘La chica a la que no supiste amar’, cuyo título por cierto, es un regalo de mi también admirado Carlos Zanón, a quien se lo pedí tras verlo en uno de sus artículos de Ruta 66 y a quien también le solicité que me prestara unos versos. Porque esta historia es muy dura, y habla de prostitución, trata y otras oscuridades ocultas en la trastienda de nuestra sociedad, pero también está llena de música, de reflexión y hasta de poesía. Es un viaje de aprendizaje hacia nuestro interior, aunque los trayectos se realicen entre Madrid y Castellón”.

En la novela, los dueños de los prostíbulos temen que haya un cambio legislativo en España que les perjudique, pero la situación se ha complicado. Para Marta Robles, “parecía que el anterior ejecutivo de Pedro Sánchez lo iba a hacer, pero con los nuevos socios de Gobierno no se ve consenso suficiente. Sánchez parecía estar por la labor de hacer una Ley integral contra la trata y de dar pasos hacia la abolición. Creo que en Unidas Podemos hay una vertiente abolicionista y otra regulacionista. Y sin acuerdo, es difícil que caminemos hacia ninguna parte. Solo decir que yo soy abolicionista y que los proxenetas defienden el regulacionismo, con el que, sin duda, blanquearían su negocio.  Por si alguien tiene alguna duda.

Una última cuestión, apegada a la realidad. A partir de la experiencia atesorada en la documentación de este libro, ¿cómo piensa Marta Robles que afectará el confinamiento por el coronavirus a las mujeres prostituidas que están en clubes?

“Tengo la sensación de que todos los burdeles estarán cerrados, al ser catalogados como negocios de hostelería, pero eso no impedirá que puedan seguir algunos servicios de prostitución en las calles. Pero mi reflexión es que, si a los ciudadanos normales les cuesta muchísimo conseguir que les hagan las pruebas diagnósticas  e incluso a veces les resulta imposible…, ¿qué pasará con las mujeres que estén infectadas con el virus? Dudo mucho que los proxenetas las manden a los abarrotados centros de salud, hospitales etc. Supongo que igual ponen a su disposición el paracetamol aconsejado (eso espero), pero si alguna tiene algún problema respiratorio etc., creo que lo va a pasar aún peor que el resto. Y es posible que, como de costumbre, ni nos enteremos. Porque ellas viven en la más rotunda oscuridad, como el propio murciélago que algunos aseguran que nos trajo esta plaga…”.

Jesús Lens