Cuando la maldad es una obra de arte

Me gusta leer durante las presentaciones de libros. Leer fragmentos del libro presentado, quiero decir. Por ejemplo, el siguiente párrafo del arranque de ‘Nadie en esta tierra’, la novela más reciente de Víctor del Árbol.

“No tengo un nombre que vosotros podáis conocer y eso debería tranquilizaros; lo que no se nombra no existe y, a fin de cuentas, una voz sin nombre es un eco sin presencia, de modo que podéis decidir que soy fruto de la imaginación o algo parecido a un fantasma, alguien que estuvo y ya no está. Probablemente algunos sintáis la tentación de convertirme en un monstruo de cuento, uno de esos personajes que utilizáis para asustar a vuestros hijos y hacer que os obedezcan cuando los mandáis a dormir, el hombre del saco. Pero lo cierto es que no soy un monstruo que vive en el bosque ni soy una presencia en la niebla de vuestras pesadillas; soy humano, lo atestiguan mis cicatrices, y vivo entre vosotros. Sencillamente las personas como yo existen y aunque cerréis los ojos y os tapéis los oídos, no voy a desaparecer. Será mejor que lo aceptéis”.

¿Qué tipo de villano prefiere usted, estimado lector? ¿Cuál le gusta más? ¿El que sabemos que lo es desde el principio de la historia o el que se descubre sorpresivamente en el tramo final? De la maldad en estado puro hablamos el domingo con Víctor en la Feria del Libro, tanto en la presentación de su libro como después, en el Chikito, tomando una cerveza. (El domingo escribimos AQUÍ de la Feria del Libro y AQUÍ, sobre la novela de Víctor).

En ‘Nadie en esta tierra’ conocemos al villano desde el mismísmo prólogo. Y como habla en primera persona y no deja de interpelar al lector a lo largo de la toda la novela, se convierte en una presencia muy perturbadora. Y, lo que es peor: muy atractiva. ¿Peor he dicho? ¿Y si, igual que menos es más; cuanto peor, mejor? Parafraseando a Mae West, “cuando soy buena, soy muy buena, pero cuando soy mala, soy mucho mejor”. 

Por ejemplo, el tío Charlie. Volví a encontrarme con él en ‘La sombra de una duda’, uno de los clásicos de Hitchcock que menos se le recuerdan y que a mí más me gusta. Que el afable, encantador y atractivo tío Charlie no es trigo limpio lo sabemos desde los mismísimos títulos de crédito con que se abre la película. A pesar de que no tardamos en saber a qué se dedica el personaje interpretado por Joseph Cotten, Hitchcock consigue que el espectador se sienta atraído por él. Sobre todo, por la fascinación que ejerce en su sobrina, con la que comparte nombre. Por el rapto de brillante alegría y luminosidad que le imprime al soso día a día de los vecinos de una gris, tediosa y aburrida ciudad de provincias.

No hay sorpresa. Hay suspense. La mirada del abismo. El horizonte de sucesos. La irreprimible atracción de los agujeros negros. Y es que, como decía el personaje de Lisa Bonet en ‘El corazón del Ángel’, siempre es el malo el que hace latir deprisa el corazón de una chica.

Se me termina el espacio y no les he hablado de dos cómics recientemente publicados por Norma Editorial en los que el mal te asalta de principio a fin. El primero es ‘Contrition’, de Carlos Portela y Keko, y tiene la portada más inquietante que he visto en mucho tiempo. Lo comentamos pronto. El segundo viene compilado en dos dos soberbios tomos, se titula ‘El asesino’, es de Matz y Luc Jacamon y el protagonista mata por encargo.

Un flipe. Ya lo verán. Y también hablaremos de él largo y tendido. 

Jesús Lens

Ha vuelto el Víctor del Árbol más noir

Me lo insinuó cuando nos cruzamos brevemente en la fiesta posterior a la entrega del Premio Planeta. “En enero publico nueva novela”. Pero no soltó ni una palabra más cuando traté de tirarle de la lengua para que me avanzara algo. Se escabulló con un “te va a gustar, ya verás”. ¡Y vaya si me ha gustado! Porque Víctor del Árbol ha vuelto a la novela negra. Y lo ha hecho a lo grande, que más allá de estar protagonizada por un inspector de policía, ‘Nadie en esta tierra’, recién publicada por Destino; es una novela de Víctor por los cuatro costados. 

Junto al policía protagonista y a su compañera Virginia, Soria y Heredia; tenemos un sorprendente antagonista que escribe en primera persona y cuya voz, por momentos fantasmagórica, resulta de lo más inquietante ya desde el mismísimo prólogo: “no tengo un nombre que vosotros podáis conocer y eso debería tranquilizaros; lo que no se nombra no existe y, a fin de cuentas, una voz sin nombre es un eco sin presencia, de modo que podéis decidir que soy fruto de la imaginación o algo parecido a un fantasma, alguien que estuvo y ya no está”.

Todo comienza cuando el inspector Julián Leal regresa a la aldea donde nació, en plena costa gallega. Se fue de allí hace muchos, muchísimos años, y no regresó jamás. Ahora tiene sus razones, aunque su presencia no será bien recibida por la mayoría de los vecinos, excepción hecha de algún viejo amigo de cuando eran críos. “Pueblo chico, infierno grande”, reza la sabiduría popular. La máxima se cumple a rajatabla: desde el principio sabremos que algo no anda bien por aquellos lares. 

Ni por Barcelona, ojo, la ciudad donde trabaja Julián. Que las grandes urbes tampoco son lugares para tirar cohetes cuando toca hurgar en sus rincones más oscuros, sórdidos y pestilentes. Y en esas estamos. Porque Leal, además de viajar al pasado, se ha embarcado en una cruzada personal para hacer justicia. Y a veces, para conseguirla, hay que transgredir la ley, burlarla. 

Como es habitual en la narrativa de Víctor del Árbol, el pasado tiene un gran peso en la trama. El pasado personal y familiar de los personajes y el pasado histórico, político y social de los lugares. Sobre todo porque ambos van de la mano y se retroalimentan entre sí, convirtiéndose en un peso, en un lastre del que cuesta la misma vida desembarazarse. “Debería haberlo imaginado, que el pasado estaría ahí, con la guadaña afilada, mirándole con esa media sonrisa, diciéndole: “¿De verdad creías que me he olvidado de ti?”. 

Su estructura poliédrica, los saltos en el tiempo, el reparto coral y los conflictos de entonces y ahora, tan distintos y tan semejantes; hacen de ‘Nadie en esta tierra’ una de las primeras grandes novelas del 2023. Investigaciones paralelas, personajes enfrentados, culpa y expiación. Como también es marca de fábrica en Víctor del Árbol, los buenos no lo son tanto y los malos, una vez conocida su historia, no parecen tan monstruosos. O sí. Pero como dice la cita inicial de Banana Yoshimoto, “cuando estás en el fondo del abismo, encuentras en él un consuelo especial que no se halla en ninguna parte”.

Para terminar, dejemos la puerta abierta a la posibilidad de que ‘Nadie en esta tierra’ sea la primera entrega de una saga protagonizada por uno de esos personajes contradictorios, repletos de aristas y dobleces, a los que tanto cuesta querer, pero a los que tampoco se puede odiar. Al menos, no sin ambages.

Jesús Lens