Marcos incomparables del Noir

Dos novelas diferentes. Dos escenarios lejanos entre sí. Dos marcos incomparables, ambos. Aviso para los amantes de las tramas con trasfondo artístico: ¡háganse con ‘Nenúfares negros’, de Michel Bussi, publicada por la colección noir de Harper Collins. “¿Qué se oculta en Giverny, el pueblo de Monet?”, nos pregunta una portada de atractivo diseño, plagada de plantas flotantes?

Desde el principio, uno sabe que pasa algo raro. Muy raro. Una enigmática vieja observa todo lo que ocurre en un pueblo tomado por los turistas que, siguiendo el rastro del célebre pintor, bajan de sus autobuses en busca de inspiración o con ganas de rendir pleitesía a uno de los grandes artistas de la historia.

 A partir del descubrimiento del cadáver de Jérôme Morval, tan enamorado del arte como de las mujeres, se inicia una investigación que se desarrollará exactamente en trece intensos días y en la que descubriremos que los paisajes de postal también albergan ominosos secretos. El responsable de dar con el culpable del crimen tiene un sentido del humor que sus subordinados definirían como cuestionable. Y el autor de la novela juega con ello, por ejemplo, cuando alude a una corazonada.

“—Explíquese mejor, jefe. Por regla general, no soy muy fan de las corazonadas de poli; soy más bien un maníaco compulsivo de la ‘coleccionitis’ de pruebas”.

Doscientas páginas más adelante, el tema seguirá candente: “En el norte no se lleva demasiado el método de la corazonada, sobre todo cuando esas corazonadas tienen menos que ver con lo que se cuece en el cerebro de un poli que con lo que pasa en sus panta…”.

Lean este verano ‘Nenúfares negros’ y tengan a mano algún dispositivo móvil  para buscar imágenes de Giverny, Normandía y de los cuadros de Monet. Estamos ante un libro que, más allá de su enigmática trama —van a flipar con el final— espolea diferentes resortes sensitivos a los amantes del arte y la cultura.

La editorial Salamandra Black, por su parte, ha tenido la feliz idea de publicar ‘El hombre perdido’, de Jane Harper, en plena canícula veraniega. ¿Piensan ustedes que hace calor y que lo del pasado fin de semana fue excesivo? Pues adéntrense en el interior más ardiente de la ardiente Australia y verán lo que es bueno.

 Había leído previamente las dos novelas de Harper publicadas en español hasta la fecha, ‘Años de sequía’ y ‘Naturaleza salvaje’. Sus títulos ya nos dan una buena pista de por dónde van los tiros. Con ‘El hombre perdido’, la autora se supera. Y eso que es, posiblemente, la novela más complicada de las tres. Ojo, se lee la mar de bien, pero su existencialismo, lo despojado del hombre enfrentado a una naturaleza árida e inclemente, está presente de la primera a la última página.

Jane Harper consigue que el lector sienta la vastedad y peligrosidad del inhóspito Outback australiano a través de sus páginas. Es una sensación que va más allá del calor. Es la posibilidad cierta de morir a nada que cualquier personaje cometa un error. Como alejarse del coche apenas unos kilómetros. Sobre todo, cuando el vecino más cercano se encuentra a tres horas y media de atenta conducción.

¿Qué hacía Cameron Bright junto a la conocida como ‘tumba del ganadero’, un mojón situado en mitad de la nada más absoluta? El descubrimiento de su cadáver sugiere que se suicidó. La policía lo tiene meridianamente claro. Falta poco para Navidad y la familia se reúne. Toca hablar de lo que ha pasado. Y de los porqués. No diremos más. Solo que ‘El hombre perdido’ tiene una intensa atmósfera a western contemporáneo y, a la vez, clásico.

Jesús Lens

La sequía negra y criminal

A la sequía atmosférica, me refiero. Que en cuestión de producción literaria, el Noir es uno de los géneros más fértiles, pujantes y ricos del panorama nacional e internacional.

 

Hablemos, pues, de la sequía, del campo y del entorno rural como tema para las tramas negras y criminales, recuperando la estela de la entrega que radicamos en Almería y en la que hablamos de “La mala hierba”, de Agustín Martínez, que transcurría en los áridos parajes del Cabo de Gata. Y del crimen de Níjar, cometido en el Cortijo del Fraile, en el que se inspiró García Lorca para “Bodas de sangre” y que puedes leer AQUÍ.

El género negro, a priori, pide a gritos ambientes urbanos, noche, callejones oscuros, edificios ominosos, barras clandestinas, niebla y clubes de jazz. Es la imagen prototípica que se nos viene a la cabeza cuando pensamos en Noir. Y, sin embargo, el género desborda las fronteras urbanas con creciente asiduidad y pasión. Como el crimen y el delito propiamente dichos, que no saben de delimitaciones ni catalogaciones.

 

¿Quién les iba a decir, por ejemplo, a los habitantes de Kiewarra, un pequeño pueblo del sureste de Australia, que el bueno de Luke Hadler iba a perder la cabeza y asesinar a tiros a su mujer y a su hijo, antes de volarse la tapa de los sesos?

 

(Sigue leyendo AQUÍ, en nuestra revista hermana, Calibre 38)

 

Jesús Lens