¿Ha muerto la cultura?

Hoy publico en IDEAL esta columna, que es de las que salen de lo más profundo, al ver con cuánta ligereza se trata por parte de algunos de denodados esfuerzos de otros…

Si hacemos caso a las tribunas de opinión que leemos en la prensa o a las pintadas en los muros de Facebook y a los Tuits del Pajarito Azul, la cultura ha muerto. El sentir mayoritario es que las instituciones, organismos, festivales, fundaciones y administraciones relacionadas con la cosa cultural, la han dejado morir.

 Educación es cultura

El problema es que el de “cultura” es un concepto amplio, vago y poco preciso. Cuando hablamos de cultura, ¿a qué nos referimos? Si por cultura solo entendemos las grandes exposiciones, los magnos conciertos y los eventos de alfombra roja, lentejuelas, focos y flashes; sí, es cierto: si no muerta, esa cultura está agonizando, aseteada por la crisis. Seguro que los directores, gerentes y responsables de programación de cualquier institución cultural serían felices pudiendo organizar, traer o estrenar algo verdaderamente grande pero, por desgracia, la contabilidad manda y los presupuestos, más mermados que nunca, no permiten veleidades por el estilo.

Ahora bien, ¿es ésa la única cultura? ¿No hay vida, más allá de la cultura-espectáculo? Si uno se asoma a la Agenda de los periódicos y atiende a la oferta de actividades de la ciudad, se encuentra con multitud de propuestas interesantes, desde el microteatro y cine en versión original a cabaret, conciertos de todos los estilos imaginables (y alguno hasta inimaginable), magia o exposiciones varias. Pero, además, empieza a haber dos denominadores comunes en muchas de esas propuestas: participación en talleres y actividades formativas para niños y jóvenes.

 Educación cultura

Talleres y actividades formativas que permiten a la gente dar rienda suelta a su creatividad, aprender técnicas y descubrir secretos para escribir, pintar, dibujar, interpretar, hacer fotografías, cine o teatro. Clubes de lectura para aprender a disfrutar de la lectura. Talleres para aprender a ver cine, para interpretar lo que se proyecta en una pantalla o lo que se esconde detrás de las pinceladas de un cuadro. “Pero eso no es cultura. Es educación”, habrá quien diga.

 Educación mas cultura

Efectivamente. Así es. Educación. Y formación. Porque sin ellas, sencillamente, la cultura es imposible. Y, si lo pensamos, uno de los fracasos de las políticas educativo-culturales de los años en que (en teoría) éramos ricos fue, precisamente, desvincular la educación de la cultura. Como si la primera correspondiera en exclusiva a los centros de enseñanza y la segunda fuera un continuo espectáculo.

Museos, centros culturales, orquestas, compañías de teatro, magos, escritores, artistas… todos vuelven sus ojos hacia la cantera, un concepto que debería ir más allá de lo deportivo. Porque si renunciamos a la formación de los alevines, benjamines, infantiles, cadetes y juveniles de la cultura, ¿quién comprará un libro en el fututo inmediato? ¿Quién invertirá su capital en adquirir obras de arte o se gastará sus ahorros en ver teatro o música en directo?

 Educación y Cultura

No. La cultura no ha muerto. Muy al contrario, se adapta y trata de sobrevivir, mirando y amparándose en las nuevas generaciones.

Jesús Lens

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La alegría de los profesores

Unas notas, para aportar al debate educativo, en un artículo que publicamos hoy en IDEAL, con un puntito sentimental y, como escribe Rosa Montero “Los articulistas llevan dos semanas escribiendo sobre los profesores: pocas veces he visto tanta redundancia. Mis disculpas al lector que ya esté harto”.

No me extraña la que le ha caído a Esperanza Aguirre por su famosa carta. Más allá de las supuestas faltas de ortografía, lo que me parece deleznable es que toda una ex Ministra de Educación firme y suscriba, como Presidenta de Madrid, la misma cantinela que venimos oyendo desde que el mundo es mundo: los profesores son unos privilegiados con trabajo fijo y garantizado que no sólo gozan de unos horarios envidiables sino que también disfrutan de unas interminables vacaciones, tan desproporcionadas como ¿inmerecidas?

Uno atesora la imagen imborrable de su madre, profesora, corrigiendo exámenes bajo un flexo, preparando clases, leyendo libros sobre filología, lengua y literatura, una tarde tras otra. O recuerda que, en su antigua casa, la banda sonora que nos despertaba los fines de semana era el continuo e interminable aporrear de los dedos de su padre, profesor, sobre las teclas de su máquina de escribir. Por eso, escuchar según qué cosas, me daría mucha risa si no fuera porque me da mucha pena. Y rabia.

Lo que pasa es que en este país, por mucho que estemos en el siglo XXI y nos creamos muy modernos y vanguardistas, seguimos teniendo la rancia mentalidad del presencialismo histórico y existencial: si no estás, es que no trabajas. Si no te ven, es como si no estuvieras. Dan igual Internet, el ADSL, la portabilidad, los iPad, la formación, el reciclaje, la calidad o la productividad. ¡Ahí te quiero ver, impasible el ademán, horas y horas encorvado sobre tu mesa! No importa tanto lo que hagas o cómo lo hagas, cuanto que te vean.

Y, sobre todo, los españoles seguimos siendo asquerosamente mezquinos y envidiosos. En realidad, pasamos de la calidad de la enseñanza, el Informe PISA y las aplicaciones informáticas en la educación. El hecho de que un profesor tenga dos meses seguidos sin clase (que no de vacaciones) nos jode. Y punto. ¿Por qué ellos sí y yo no? Esa es la cuestión.

Imaginemos que apareciera un nuevo sistema educativo por el que los maestros fueran capaces de conseguir que los alumnos aprendieran más y mejor… en la mitad de tiempo. ¿Nos pondríamos contentos y saltaríamos de alegría, pensando en el nuevo horizonte que se abriría frente a nosotros o empezaríamos a quejarnos, inmediatamente, de las muchas vacaciones que iban a tener los profesores?

Un reciente estudio de ESECA señala que quiénes más tiempo estudian y más esfuerzo invierten en su formación, tienen más probabilidades de encontrar trabajo. Y no es una perogrullada, que anda que no hemos escuchado veces, en los tiempos del ladrillazo, eso de que estudiar no sirve para nada. Así las cosas y en vez de quejarnos por sus vacaciones, ¿no deberíamos preocuparnos de que nuestros maestros y profesores estuvieran contentos, alegres y optimistas, fuertes y energéticos, motivados y satisfechos, para dar lo mejor de sí mismos en beneficio de nuestros niños y jóvenes?

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

EL DESAFÍO DE LA TIZA FILOSOFAL

La columna de hoy viernes en IDEAL, sobre la educación nuevamente, (AQUÍ la columna del viernes pasado, bien discutida y comentada) aunque desde otro punto de vista. Y es que estos días hemos venido leyendo algunas opiniones con las que no puedo estar más que en absoluto desacuerdo…. ¿qué pensáis?

 

Siglo XXI. Año 2009. Tras largas, sesudas, densas y complejas meditaciones, reflexiones y discusiones, parece que muchos opinadores han encontrado la Piedra Filosofal que solucionará los graves problemas que aquejan a la educación andaluza y pondrá fin a las manifiestas carencias que nuestros alumnos acreditan en informes PISA y otros por el estilo.

 

Se trata de una solución sencilla, accesible y barata; muy fácil de usar y entender por todos: la tiza.

 

Efectivamente, en los últimos días estamos leyendo y escuchando opiniones que, ante la llegada de los Centros TIC y de la informatización de las aulas y los alumnos en Andalucía, previendo el desastre que pueden llegar a ser, reclaman y añoran la vuelta de Santa Tiza, Santa Pizarra y San Encerado como la única y verdadera Santísima Trinidad de la educación universal: Santiago, cierra el Windows y acabemos con los ratones.

 

Sin embargo, puestos a sentir añoranzas y melancolías, me acuerdo de mi primer día de trabajo, cuando me dijeron que escribiera una carta en un ordenador, y yo no sabía lo que era el Word Perfect. ¡Qué añoranza de la pizarra sentí entonces! O cuando, en otra ocasión, mi jefe me dijo que preparara una exposición en Power Point. ¿Power qué? Yo, los únicos Power con los que había tenido contacto hasta entonces habían sido los Power Rangers.

 

Sinceramente, cuando nos hemos pasado la vida llorando por el subdesarrollo andaluz, criticando la brecha que nos separaba del resto de España y Europa, cuando hemos denostado la falta de desarrollo tecnológico de nuestra comunidad; este plañidero Canto a la Olvidada Tiza se me antoja de lo más extraño, absurdo e interesado.

 

Vaya por delante mi convencimiento de que lo realmente importante en esto de la educación, son los contenidos, de forma que los continentes, sean pizarras o sean ordenadores, no son sino medios para transmitir conocimientos. Ahora bien, ¿en qué cabeza cabe querer seguir manteniendo a las nuevas generaciones en un mundo analógico, y antagónico, cuando la vida que nos rodea y su futuro personal, social y profesional será, ya es, radicalmente digital?

 

Sinceramente, o se trata de criticar a la Junta de Andalucía, haga lo que haga, o es que estamos aterrorizados ante esa digitalización de una vida que no entendemos y que, paralizados por el vértigo, denostamos, rechazamos y tratamos de evitar a toda costa.

 

A mí me da que esta encendida reivindicación de la Tiza, lo que realmente enmascara es la impotencia de ver a los niños de hoy manejar las consolas con una soltura que nosotros jamás llegaremos a tener. Nos da miedo que las nuevas generaciones, con sus bytes, su infografía y su dominio de los espacios virtuales, nos arrinconen en nuestro ámbito profesional. Y, ante ese panorama, en vez de reciclarnos, ponernos al día e intentar subirnos al carro de las nuevas tecnologías, suspiramos por la vuelta a un obsoleto e inconsecuente Monopolio de la Tiza.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

EDUCACIÓN

La columna de hoy de IDEAL, en que hablamos de un tema tan clásico como obligatorio, y siempre polémico…

 

Hace unos días, durante la presentación de nuestro libro, «Hasta donde el cine nos lleve», decía que me hacía especial ilusión contar con la presencia de Andrés Sopeña, el que fuera uno de mis profesores de Derecho, posiblemente, el que mayor huella me dejó durante la carrera. Y no precisamente porque me sienta versado en Derecho Internacional Privado, sino porque fue uno de esos Profesores, con mayúsculas, que nos incitaban a pensar, a discurrir, a buscar la esencia de las cosas más allá de lo aparente, a cuestionar las supuestas verdades inmutables que nos vienen dadas desde tiempos inmemoriales.

 

Cuando repaso la lista de todos los profesores que he tenido, son dos las personas que más han influido en mi vida. Dos mujeres. Una, Cecilia, mi tutora durante los tres años de la segunda etapa de la EGB en el colegio de la Caja de Ahorros. La otra, Julia. Julieta. Mi madre. Que también daba clases. En el Sagrado Corazón. Y, por supuesto, en nuestra casa, a mi hermano y a mí.

 

Hace unos días, una de esas admirables y comprometidas madres que, además de mandar a su hijo al colegio, se involucran directa y personalmente en su formación, me soltaba una frase lapidaria tan cargada de sentido como de verdad: «Los niños se forman en la escuela, pero se educan en casa».

 

Según los resultados de una reciente encuesta, parece que hay un cierto consenso en que los padres juegan un papel determinante en la educación de sus hijos, pero, a la hora de la verdad, cuando constatamos que vamos retrocediendo en los rankings educacionales internacionales, le echamos la culpa al sistema, a las leyes educativas, a los colegios, a los profesores… a cualquiera menos a nosotros mismos.

 

Esa misma madre, cuando habla de las clases, los deberes y las evaluaciones de su hijo, lo hace en primera persona del plural: «tenemos que memorizar una poesía»,  «hemos aprobado Cono» o «el inglés nos cuesta mucho trabajo». Para ella, los éxitos o fracasos de su hijo son algo suyo, personal y propio.

 

Por eso, seguramente, nunca hará falta que a este niño le paguen un sueldo por ir a clase y terminar su formación secundaria. Pero, por desgracia, no todo el mundo reverencia la educación y la formación de la misma manera. Y, en muchas familias, sobre todo en las monoparentales, un pequeño sueldo complementario es lo que puede separar una vida digna de una menesterosa. Como ejemplo, una película tan sencilla como clarividente, «Frozen river».

 

Recompensar económicamente a un gandul de dieciséis años, hijo de papá, por asistir a clase, nos puede parecer bochornoso. Pero hacerlo al mayor de tres hermanos, cuya madre tiene un trabajo precario y ha de sacar adelante ella sola a su familia, permitiéndole continuar con su formación en vez de verse obligado a dejar los estudios para colaborar al sostenimiento familiar, es casi una cuestión de justicia en sociedades opulentas como la nuestra.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.