500 kms. 11 horas. 30 paradas

El primer impulso al leer la oferta veraniega de Renfe que nos propone viajar de Madrid a Granada en once horas es echarse las manos a la cabeza y lanzarse a las calles gritando como posesos. ¡Se han vuelto locos estos ferroviarios! Pero luego lo piensas más despacio (modo ironía ‘On’) y se te pasa. (AQUÍ, la información).

Si usted tiene hijos díscolos a quienes se les resiste Geografía e Historia, un recorrido en ese tren les será de más utilidad que un trimestre de clases particulares. Tengan en cuenta que hace 30 paradas y pasa por localidades como Talavera de la Reina y algo tuvo que pasar allí. Lo mismo que en Navalmoral de la Mata. Por la parte de Naturales, recordar Monfragüe y los buitres negros a los que cantaba Extremoduro y no me digan que no les despierta interés toponímico saberlo todo sobre Los Santos de Maimona.

Al llegar a Guadalcanal pueden desbarrar con la famosa batalla de la II Guerra Mundial. ¿O fue la I? En Cazalla tocaría hablar de bebidas con pedigrí y en Villanueva del Río-Minas, analizar el fenómeno de la desindustrialización. ¿Y qué decir de las dos paradas del AVE en Antequera, como esas metrópolis con dos aeropuertos, en plan Berlín, Londres o París? ¡Con un par… de estaciones!

Una duda que se me plantea: ¿habrá vagón del silencio? Porque como lo haya, me pillo billete fijo. Con un plan muy concreto: leer lo más reciente de la Nobel de Literatura, Olga Tokarczuk. Recuerdo otro viaje a Madrid, en el AVE, devorando su mágica ‘Los errantes’, semanas antes de la pandemia. ¡Qué poco sospechábamos entonces el encierro que se nos venía encima! 

El caso es que lo nuevo de la autora polaca se titula ‘Los libros de Jacob’… y tiene 1072 páginas. El viernes pasado lo tuve en mis manos en la Librería Picasso y lo devolví a la estantería, agobiado perdido. Ahora pienso que podría caer entero en un sencillo viaje de ida y vuelta a Madrid y me vengo arriba. Y es que un periplo de estas características te permite volver a ver la trilogía de El Padrino de una tacada, sin molestias ni interrupciones. ¡Y te sobra tiempo! 

Siempre nos quedaría la posibilidad de meter en ese tren a Feijóo, Sánchez y sus equipos de negociadores. Si en ese trayecto no son capaces de ponerse de acuerdo sobre la gobernabilidad de España, yo ya no sé.

Jesús Lens

Mis imprescindibles del True Crime

Con esta quinta entrega de imprescindibles del Noir abordamos un género cada vez más en auge: el True Crime, lo libros dedicados a los crímenes reales, a la no ficción de corte negro criminal. Hoy me concentro en dos clásicos incontestables e imprescindibles.  

‘A sangre fría’, de Truman Capote, me conmocionó en su momento. Lo leí un verano en la edición de los ‘amarillos’ de Anagrama y fue un shock. Entonces no leía tanta novela policiaca como ahora y saber que todo aquello ocurrió de verdad… y que se podía escribir sobre ello… y de esa manera… ¡Uf! Es un libro fundacional que recomiendo mucho. 

Fueron seis años de trabajo desde que Capote leyera en The New York Times un breve sobre el enigmático asesinato de los cuatro miembros de una familia, en 1959, hasta la publicación del libro, en 1966. Nada más leer la noticia, comisionado por The New Yorker, el sofisticado Truman Capote, el alma de todas las fiestas del Manhattan más fashion, se largó a un remoto pueblecito de Kansas, a investigar. Habló con todo el mundo, se hizo amigo del sheriff de Holcomb y estuvo presente en los primeros interrogatorios a Dick Hickcock y Perry Smith, detenidos como sospechosos del cuádruple crimen.

 

Siguió el juicio y se entrevistó con ambos detenidos. De hecho, con Perry desarrolló una relación de lo más singular, hasta el punto de que, una vez juzgados y condenados a muerte, este le invitó a presenciar la ejecución. Y después, tres veranos de escritura en Palamós, retirado del mundanal ruido. 

Truman Capote se involucró de tal manera en la investigación de la muerte de la familia Clutter que su novela acabó siendo una especie de condena que le impidió volver a escribir nada medio decente nunca jamás.

Cambiemos de tercio. “La mañana del sábado 9 de enero de 1993, mientras Jean-Claude Romand mataba a su mujer y a sus hijos, yo asistía con los míos a una reunión pedagógica en la escuela de Gabriel, nuestro hijo primogénito. Gabriel tenía cinco años, la edad de Antoine Romand. Luego fuimos a comer con mis padres. Y Romand a casa de los suyos, a los que mató después de la comida”.   

Otro libro ‘amarillo’ leído en Anagrama: ’El adversario’, la portentosa obra de Emmanuel Carrère. Está escrita a través de una prosa desprovista de cualquier artificio. Se trata de una narración fría y desapasionada en la que no se hacen juicios de valor, pero la lectura resulta adictiva. Y es que todo en la vida de Jean-Claude Romand, hasta llegar a la infausta velada en que asesinó a su familia, es ciertamente sorprendente.

Siguiendo los pasos de Truman Capote, Carrère utiliza los recursos de la ficción y los del periodismo de investigación para contar la historia de un crimen atroz y profundizar en los orígenes y en la biografía del asesino. Pero, a diferencia de Capote, el propio autor se mete en la narración y convierte el proceso de documentación y de escritura de ‘El adversario’ en parte de la obra misma. Carrère no solo asistió al juicio en que se condenó a Romand y entrevistó a todas las personas de su entorno, sino que también se carteó con asiduidad con el reo e, incluso, fue a visitarle una vez a prisión.

Así las cosas, el proceso de escritura de ‘El adversario’ adquiere tanta importancia como la propia historia de su protagonista, permitiendo al lector adentrarse en las entrañas de la creación y, de paso, conocer mejor al autor del libro, ponerse en su piel, ser partícipe de sus dudas, zozobras e inquietudes vitales y artísticas.

Jesús Lens

Justo Navarro regresa a ritmo de jazz

El comisario Polo debía estar cansado. Se había metido 2500 kilómetros de tren entre pecho y espalda. Granada-Madrid-Barcelona-Milán-Bolonia. Cuatro días de viaje. Llegó a la muy culta y universitaria ciudad italiana el domingo 1 de junio de 1947 y apenas cuatro días después, en plena celebración del Corpus Christi, fue testigo del asesinato de un polaco.

“Era el año del boogie: Lucky, Camel, Hollywood boogie, Bologna boogie! Tutti in danza! ¡A bailar todo el mundo! Compás de cuatro por cuatro. Piano, contrabajo, guitarra, saxo, trompeta, batería. Marcaba el paso la mano izquierda del pianista, paseaba la derecha por las notas agudas, el contrabajo insistía, ritmaba la guitarra, exorbitaba y bramaba la trompeta, acompañaba el saxo, el baterista hacía malabarismos con las baquetas y los pedales del bombo y del charles. ¡A bailar! Tutti a ballare nella Terrazza Celeste!”.

Así comienza ‘Bologna Boogie’, la novela más reciente del escritor granadino Justo Navarro, publicada por la editorial Anagrama. Es la tercera entrega de la serie protagonizada por el inspector Polo, convertido ya en uno de los personajes de referencia del género negro español del siglo XXI.

A Polo le conocimos en la ‘Gran Granada’ de comienzos de los años 60, cuando ya era muy mayor. Pero el que tuvo, retuvo. Rejuveneció en ‘Petit París’, cuya trama transcurre en la capital francesa tomada por los nazis durante la II Guerra Mundial. Y ahora le descubrimos en la Italia de posguerra, en un momento histórico particularmente delicado y convulso.

Polo ha ido a Bolonia en busca de Guillermo Sola Bosch, profesor de Derecho de la Universidad de Granada y residente en el famoso Colegio de España. Porque Sola ha desaparecido sin dejar rastro, como suele decirse. Aunque, la verdad sea dicha, algún rastro sí ha dejado. Una huella. Una impronta. La de ser un buen católico, por ejemplo. Y la de gustarle el jazz. Y alguna otra que Polo irá descubriendo a lo largo de las tres o cuatro semanas que pasará en Bolonia.

Un par de consejos antes de sumergirse en la sincopada lectura de ‘Bologna Boogie’: busquen ratos largos de lectura. Porque el ritmo que le imprime Justo Navarro a su prosa hace que, como los buenos conciertos de jazz en uno de esos tugurios a los que se accede bajando unas escaleras, el ambiente se vaya caldeando con el paso del tiempo.

Y échenle un ojo en una buena enciclopedia, virtual o física, a la historia de Italia en los años inmediatamente posteriores a la II Guerra Mundial. Busquen el nombre de Salvatore Giuliano, por ejemplo. Pero no vean la horripilante película que le dedicó Michael Cimino, eso sí.

‘Bologna Boogie’ es una nueva genialidad de un Justo Navarro en estado de gracia que combina sabiamente el género negro con el género clásico de espías. Un híbrido que funciona a las mil maravillas. Si el gigantesco Polo es un héroe del noir clásico, secundarios como Carolina Munt o Bernagozzi podrían protagonizar las intrincadas tramas de John le Carré o Graham Green sin despeinarse.

Porque Bolonia, como toda Italia, al final de la II Guerra Mundial, se había convertido en un lugar tan apasionante como conflictivo donde empezaban a jugarse los primeros movimientos de esa larga partida de ajedrez conocida como Guerra Fría. “Me honra usted considerándome un idiota. Se ve que soy bueno en mi oficio: llevo treinta años dedicado a enterarme de los secretos ajenos, pero lo hago tan bien que los interesados, usted mismo en este momento, piensan que soy un idiota y no me entero de nada”, dirá uno de los personajes, que bien sabía de lo que hablaba.

Dejo aquí esta reseña, de momento. Que me han dado unas ganas locas de volver a ver ‘Novecento’. Vayan ustedes leyendo ‘Bologna Boogie’ y retomamos esta conversación en unas semanas.

Jesús Lens

Centenario feliz de Patricia Highsmith

Estamos de celebración y enhorabuena, que Patricia Highsmith, una de las autoras esenciales del noir psicológico más intrigante y adictivo, habría cumplido 100 años tal día como hoy.

Nacida en Texas, la vida de Highsmith no fue fácil: sus padres se divorciaron antes de que ella naciera y su madre trató de abortar, bebiendo aguarrás. Educada por su abuela en largas etapas de su infancia, desde pequeña fue una lectora voraz, con especial predilección por historias basadas en la perturbación mental, la culpa, el crimen, la mentira y la figura del Otro. Su disimulado lesbianismo, forzado por las circunstancias de la época, también influyó en la forja de un carácter complejo al que el alcoholismo terminó por derivar hacia la soledad y la misantropía.

Es famosa por la crudeza de los planteamientos de sus novelas, la completa ausencia de sentimentalismo o remordimientos en los personajes y la dudosa ética de sus protagonistas. Para celebrar este centenario, en el Club de Literatura y Cine de Granada Noir estamos liados con su primera historia, ‘Extraños en un tren’, perfecta definición del concepto llegar y besar el santo. Publicada en 1950, un año después fue adaptada al cine por Alfred Hitchcock, con guion nada menos que de Raymond Chandler. ¿Se puede acumular más talento por metro cuadrado?

Para mí, Patricia Highsmith ocupa un lugar de privilegio en el panteón de mis autores favoritos gracias a Tom Ripley. De todos los personajes de la historia del género negro, siento una especial predilección por él. No es poli. No es agente del FBI, la CIA o el Tesoro. No es espía ni detective privado. Tampoco es un gángster. Ni un chorizo. Ripley es… Ripley. Ripley es un género en sí mismo.

Su nacimiento literario data de 1955, en la novela ‘El talento de Mr. Ripley’, que la autora texana escribió tras su primer viaje a Europa, costeado precisamente por la venta de los derechos cinematográficos de ‘Extraños en un tren’. ¡Eso es invertir sabiamente el dinero ganado con el trabajo bien hecho! Para una chica joven nacida en Texas, Europa supuso un choque cultural sin parangón. Y así nació Ripley, un chaval norteamericano profundamente amoral, dispuesto a lo que hiciera falta para sobrevivir, adaptándose al entorno, suplantando personalidades, robando, engañando, estafando, falsificando y, si es necesario, matando.

Ripley es un personaje fascinante. Contradictorio, complejo y perturbador. De ahí que la lectura de sus novelas resulte tan adictiva: sabiendo que es un canalla y un taimado vividor, quieres saber cómo se las ingeniará para salir airoso de las diferentes situaciones que se le plantean. Pero es que, además, quieres que lo consiga. Y sufres por él… lo que te convierte en cómplice de sus fechorías. Aunque sea una complicidad por simpatía.

Aquella primera novela de Ripley cosechó un enorme éxito de crítica. Ganó el Gran Premio de Literatura Policíaca y fue finalista del Edgar, uno de los galardones más prestigiosos del noir. Después se sucedieron las siguientes entregas, hasta llegar a la última del ciclo: ‘Ripley en peligro’, publicada en 1991, casi cuarenta años después de su alumbramiento. Mientras, se fueron filmando diferentes adaptaciones cinematográficas. Así, Ripley ha tenido el rostro de Alain Delon, Dennis Hopper, Matt Damon o John Malkovich.

Esperamos con fruición la nueva la adaptación para la televisión de todo el ciclo literario protagonizado por Tom Ripley en una producción de Showtime. El formato que plantea Steven Zaillian es una serie de cinco temporadas, una por libro, con ocho episodios cada una.

Aprovechemos su 100 cumpleaños para leer —o releer— las cinco novelas de Highsmith, reeditadas por la editorial Anagrama en formato Compendium. Se venden en una caja que alberga dos volúmenes. ¡Por menos de 50 euros! Una oferta que no se puede rechazar.

Jesús Lens

La Memoria Histórica en la Novela Negra

Entre las lecturas encadenadas de estas últimas semanas, dos de ellas tienen mucho que ver con la recuperación literaria de la Memoria Histórica. Aunque ‘pequeñas mujeres rojas’, así en minúscula; y ‘Franco debe morir’ son dos novelas muy diferentes entre sí, temática y estilísticamente, ambas miran hacia atrás para hacernos reflexionar sobre el aquí y el ahora.

Marta Sanz termina su trilogía policíaca con ‘pequeñas mujeres rojas’, publicada por Anagrama. La protagonista es Paula, que llega a un pueblo llamado Azafrán para localizar y excavar fosas de la Guerra Civil. En vez de alojarse en un coqueto hotelito rural, como el resto del equipo, lo hace en el hotel de los Beato, los terratenientes de un pueblo al que algún vecino gracioso ha cambiado el nombre a Azufrón.

A través de una prosa deslumbrante, Marta Sanz hace que el lector se sienta dentro de la asfixiante realidad de Azafrán. Su novela, literariamente muy exigente, le reclama una atención plena. A cambio, le recompensa con una historia que le removerá por dentro. Que le obligará a parar de leer de vez en cuando para tomar oxígeno y distancia de lo que cuenta. Y de cómo lo cuenta.

“A Paula, los terneros, la vejez de las flores quemadas por el sol, los pueblos vacíos, le llegan a lo más hondo. Más que cada uno de los huesos que irá desenterrando”. Estamos en el territorio del western noir. con una idea muy clara sobre la importancia de recuperar esa Memoria Histórica que, para algunos, debería seguir enterrada: “Cuando nos ponemos a recordar nos encontramos con gente que ha perdido la memoria. Escribimos la historia, la corregimos, a partir de lagunas y huecos. Patologías, cicatrices del paisaje, senilidad. También nos mueve la mano algún aullido desgarrador. Un hambre. Porque también hay gente que se acuerda de todo. O que no disimula”.

La protagonista se pregunta por qué callan quienes deberían recordar, hablar y contar. “Por comodidad, por desinterés, por aburrimiento. Por un puesto de trabajo en el aserradero de pinos o en la fábrica de muebles. Por una reducción del alquiler”.

No les cuento nada del argumento de una novela cuya narrativa, como los travellings cinematográficos para Godard, es una cuestión moral. Al final, como explica Marta Sanz de una forma tan gráfica como preclara, “bajo la sábana no se ocultaba un piano, sino un ataúd”.

Por su parte y publicada por Reino de Cordelia, ‘Franco debe morir’ es la novela más reciente de Alejandro M. Gallo, en la que se narra la lucha de los guerrilleros antifranquistas en las montañas de Asturias y León, después de la Guerra Civil. La vida de los exiliados en Francia también ocupa una buena parte de la narración. Y un plan para matar a Franco, obviamente.

Todo comienza cuando, ya instalados en el siglo XXI, llega la noticia de la muerte de María Libertad, una de aquellas luchadoras antifranquistas de la inmediata posguerra. Gracias a unas grabaciones realizadas por la Universidad de Oviedo, podremos conocer algunas de “las experiencias de las gentes durante la dictadura. Las recopilaron de forma oral, conscientes de que nadie escribiría sobre ellas y lo importante era evitar que aquel material se perdiese. Archivo de Fuentes Orales para la Historia Social, creo que lo llaman”.

Y es que, para Alejandro M. Gallo, recuperar la memoria de la guerrilla antifranquista es esencial. Ahí está su ‘Operación Exterminio’, sin ir más lejos, en la que se narraba dicha lucha “hasta la primavera de 1948, cuando las fuerzas conjuntas de falangistas, militares y policías de la dictadura consiguieron asesinar a la mayoría de los integrantes de las partidas guerrilleras en Asturias y se produjo de seguido la matanza del Pozo Funeres”.

Con ‘Franco debe morir’ continúa contando la historia de los últimos guerrilleros antifranquistas: Manuel Díaz, Caxigal, en Asturias y Manuel Girón, el Inmortal’, en León. Además del exilio francés, como dijimos. Y una escapada al sur. Que la novela incluye un par de capítulos que transcurren en Granada, entre la sierra y el Sacromonte, protagonizados por ‘El Paco’ y el comandante Roberto.

Adictiva y repleta de ritmo y acción, ‘Franco debe morir’ está protagonizada por esa María Libertad que es toda una superheroína. Su periodo de formación, los entrenamientos y las primeras misiones en que participa cortan el aliento.

Pero la acción va de la mano de la reflexión. Y de la crítica social. Ilustrativo, por ejemplo, el momento en que, para tomar una decisión complicada, se reúne una autoerigida asamblea del Monte: “la cobardía ante la necesidad de tomar decisiones y la búsqueda del anonimato que da una asamblea”.

Una novela que, por seguir en el territorio del imaginario de Far West, sería un western crepuscular, lúcido y hermoso. Porque, como señala Alejandro al hablar de uno de los guerrilleros, “su vida había sido legendaria, pero hasta las leyendas se agotan”.

Jesús Lens