Alexis Ravelo, uno de los grandes

Se ha muerto Alexis Ravelo. Lo escribo y aún no me lo creo. Lo leí en un grupo de guasap, pero pensé que lo mismo no, que podía ser un error. Minutos después no cabía duda. Lo confirmaban las ediciones digitales de todos los periódicos. Un infarto. 50 años. Se me vino el mundo encima. Una cascada de recuerdos. El más reciente, allá por noviembre. 

El año pasado, Alexis iba a venir a Granada Noir. Su novela más reciente, ‘Los nombres prestados’, nos había cautivado y era una de las que íbamos a leer en nuestro Club de Lectura y Cine para comentarla después con el propio autor. A comienzos de noviembre me mandó un guasap. “Llámame cuando puedas, compañero”. No eran buenas noticias. Había tenido problemas de salud y cancelaba toda su agenda hasta final de año, incluida la presentación del libro en su propia tierra. 

Tenía que bajar el ritmo por prescripción facultativa y se iba a centrar únicamente en su escritura y en la preparación del festival Aridane Criminal. Lo había creado en 2021 y hace unos días que ha terminado su exitosa tercera edición. Pero él ya había decidido dejarlo para centrarse en la escritura. Aquella tarde hablamos mucho rato. Demasiados viajes y una agenda imposible. Demasiada tensión. La gestión cultural, que tantos y tan buenos ratos nos depara, también es muy cabrona y exigente. Lo que no se ve. Lo que nadie sabe. Las noches de insomnio. Los contratiempos. Los silencios. Los enfados. El cómo saldrá todo. 

Quedamos emplazados para más adelante. Cuando encartara. Donde fuera. En Granada o en Canarias, para ir también a Agüimes y ver a la gente de Antonio Lozano, otro de los nuestros que también se fue demasiado pronto. Se nos ha ido Alexis Ravelo. Hace ahora un año que nos dejaba Fernando Marías. Después fue Domingo Villar. ¿Qué está pasando?

No quiero que esta nota sea nada más que necrológica. Hablemos de los libros de Alexis. De ese western noir del que les hablaba antes, ‘Los nombres prestados’, repleto de descarnada poesía y en el que se hacía elogio de la redención, el perdón y las segundas oportunidades. O de aquel libro sobre la corrupción del que les hablé en agosto de 2021. Así comenzaba aquella reseña: “El título de la novela de Alexis Ravelo es ‘Un tío con una bolsa en la cabeza’ y la publica la editorial Siruela en su colección Policíaca. Yo le habría puesto, aunque fuera como subtítulo, ‘Manual práctico de corrupción contemporánea’. Además, si fuera responsable de un partido político, sea del color que sea, se lo regalaría a todos los miembros que ingresaran en las Juventudes y/o Nuevas Generaciones y, al mes, organizaría un club de lectura con ellos para asegurarme de que lo han entendido e interiorizado”. (Leer AQUÍ la reseña completa).

Y así seguía: “Alexis Ravelo, libra por libra uno de los mejores escritores de género negro de nuestro país, nos vuelve a noquear con una novela que no hace ni una maldita concesión y que golpea fuerte y duro en la cabeza. Una novela que llama al pan, pan y al corrupto, corrupto; sin ambages ni disimulos”.

Porque también había escrito ‘La estrategia del pequinés’, cuyo décimo aniversario se celebra ahora con una nueva reedición de aquella joya, ganadora del Premio Hammett de Semana Negra y de la que tanto y tan bueno escribimos, antes y después de su adaptación cinematográfica. (Leer AQUÍ). Y esa otra maravilla que es ‘La ceguera del cangrejo’, que reseñamos AQUÍ. Se nos ha ido Alexis. Nos quedan el recuerdo de su sonrisa franca, su chispeante sentido del humor, su bonhomía y sus libros. Siempre los libros. Descansa en paz, Alexis. 

Jesús Lens

Nuevos formatos de lectura Noir

No sé si me pilló blandito, pero me emocioné con uno de los relatos de ‘Algunos cuentos completos’ de Domingo Villar, publicados por Siruela con los linograbados de Carlos Baonza.

Que Domingo me perdone, pero me dejé llevar por un arrebato, fotografié el cuento con el móvil y lo mandé al grupo Uno de los nuestros, el Club de Lectura de Granada Noir. ‘Mabel y el cine sonoro’ es un prodigio de sensibilidad, una reivindicación de la narración oral como una de las Bellas Artes.

Un rato después de cometida la fechoría, hablando con Fernando Marías sobre audiolibros, Storytel y los podcast, pensaba en cómo la vida es circular. Ahora es tendencia que nos cuenten las historias. Lo que se lleva es leer de oído. Colocarnos un auricular y dejar que el propio autor nos lea su obra. Sobre todo en el caso de la autoficción, adquiere unos tintes muy íntimos y diferenciales.

Cada vez escucho más podcast. El culpable de esta nueva adicción fue José Antonio Pérez Ledo, que me enganchó con ‘El gran apagón’. Estos meses escuché ‘Guerra 3’ y ahora estoy con ‘Biotopía’. El siguiente escalón que espero subir son los podcast periodísticos que José Ángel Esteban está implementando a través de Vocento, en colaboración con Podimo.

Cuando hablamos de nuevos formatos de lectura pensamos en tecnología. De hecho, los efectos sonoros de los podcast son algo prodigioso, hasta el punto de que muchas veces me tengo que quitar los auriculares para saber si las sirenas, disparos o explosiones; el ruido del tráfico o las conversaciones susurradas que se escuchan de fondo son ficción o está a punto de atropellarme un camión.

Pero también hay nuevas formas de lectura más introspectivas en las que el autor te lee su obra sin mayores artificios, como si te estuviera contando su vida directamente a ti. Algo de eso tuvo la presentación de ‘Arde este libro’, de Fernando Marías, al calor de unas Cervezas Alhambra bien frías. Fue una confesión íntima sobre un pasado trágico que solo ahora empieza a cerrarse, gracias a la publicación de un libro extraordinario que duele, emociona y trastorna en cada una de sus páginas.

Así ocurrió, también, en el Teatrillo del hotel Alhambra Palace el pasado sábado. Domingo Villar y Alejandro Pedregosa charlaban de Cunqueiro y el mar, las sirenas y el vino de Ribeiro, cuando el gallego comenzó a leer uno de esos cuentos que “pretenden celebrar la vida y la amistad… narraciones orales sin otra intención que celebrar la risa compartida”.

Leyó el relato más negro, el dedicado a Michael ‘Chico’ Cruz. Al terminar, no había ojo sin su correspondiente lágrima entre el respetable. Después leyó ‘El Santo de Bella Unión’ y todo fueron risas. Y firmas de libros, que la librería Picasso se quedó sin existencias.

Con ‘Algunos cuentos completos’, Siruela ha publicado un libro de artista en el que los linograbados de Carlos Baonza resultan imprescindibles. No se entienden los cuentos sin las ilustraciones. Ni viceversa. Como en el jazz, mientras Domingo leía sus cuentos a amigos y familiares, Carlos dibujaba dejándose llevar. Apuntes del natural, frescos y espontáneos, que la técnica del linograbado no permite correcciones.

Le pregunté a Domingo por su futuro como cuentista y me dijo que este libro surgió por la imposibilidad de juntarse durante la pandemia y de compartir esos ratos de intimidad donde surgía la magia de la interacción entre narración y el dibujo. Así pues, salvo que alguien vuelva a comerse un pangolín y armar la mundial, no volveremos a tener más relatos íntimos y festejadores de Domingo Villar. ‘Algunos cuentos completos’ se convierte, por tanto, en un libro más valioso aún, en pieza de coleccionista. ¡No lo dejen escapar!

Jesús Lens

Todos a bordo de «El último barco», de Domingo Villar

Confieso: hubo un tiempo en que estaba convencido de que ya no lo leería. Ni yo… ni nadie. Al nuevo libro de Domingo Villar, me refiero. Por fortuna, me equivoqué. Yo, y todos los que pensaban como yo. Que eran muchos.

Porque Domingo Villar ha vuelto a las librerías con ‘El último barco’, la nueva novela protagonizada por Leo Caldas, su personaje de referencia. ¡Y cómo han vuelto, Caldas y Villar! Esta novela policíaca de 700 páginas se ha convertido en uno de los títulos imprescindibles del año, de lectura obligatoria para los amantes del Noir… y para quienes no sean aficionados al género negro, que tiene un componente realista y humanista que gustará a todo el espectro lector.

Estamos de enhorabuena, pues. Especialmente porque Domingo Villar se había convertido en un enigma y, durante los diez años transcurridos desde la publicación de su anterior novela, ‘La playa de los ahogados’, empezaron a correr diversas leyendas urbanas sobre su nuevo manuscrito. Aunque, en el caso de Domingo, más que urbanas, debían ser marinas.

Como si de un misterioso personaje mitológico de Cunqueiro se tratara, Domingo escribía, reescribía y volvía a escribir una novela cuya única copia pudo quedarse en un taxi, olvidada por el autor. Aunque también podría haberse disuelto en las entrañas de un ordenador que pasó a mejor vida, sin que Villar hubiera hecho copia de seguridad.

El halo de misterio que le rodeaba pareció desvanecerse en 2012, cuando el boletín de novedades de Siruela anunció la publicación de ‘Cruces de piedra’. Estábamos tan próximos a leerla que incluso nos deleitamos con una excelente portada, entre lo evocador y lo misterioso, con el océano como protagonista.

Pero el libro no salió: en un ejercicio de honestidad brutal y de compromiso con la máxima exigencia literaria y personal, el autor decidió que, por circunstancias íntimas, aquella no podía ser la nueva historia de Leo Caldas. Y empezó a escribir, de nuevo, una historia diferente y original.

Por todo ello entenderán lo emocionante de ir a la librería Picasso y comprar, ahora sí, la nueva novela de Domingo Villar, ‘El último barco’, de nuevo publicada por Siruela, editorial a la que es necesario agradecer el mimo con el que ha cuidado a su autor.

Cuando me gustan… ¡cómo me gusta que las novelas sean largas! Sirva esa tautología como declaración de principios: disfruto cuando los buenos libros se demoran en la presentación de los personajes, cuando la trama se va desmadejando despacio, cuando las relaciones entre los protagonistas fluyen delante de mis ojos. Me gustan las anécdotas y digresiones, la multiplicidad de personajes y que el autor me muestre un amplio abanico de posibilidades argumentales, sin llevarme a hopo, sin resuello o con las bridas tensas.

De ahí que las 700 páginas de ‘El último barco’ se me hayan hecho cortas y que, al llegar a su recta final, pasando de la 500, ya tuviera claro que no iba a levantarme del sofá hasta terminar de leer esta fascinante historia.

La capacidad de Villar para concentrar en escasos días y en un reducidísimo número de escenarios la investigación de la desaparición de una mujer, manteniendo en todo momento la tensión y el interés del lector, es la mejor prueba de su extraordinario talento narrador.

A destacar su encendida y entusiasta descripción del trabajo que se hace en las Escuelas de Arte y Oficios, una defensa a ultranza de la labor paciente y esmerada de los artesanos, de la labor manual realizada sin prisas, poniendo los cinco sentidos en modelar barro o tallar madera para hacer piezas de cerámica o instrumentos de música.

Una labor que tanto tiene que ver con la paciente investigación de Leo Caldas, ese brutote encantador que es Estévez y la efectiva Clara. Una labor tan emparentada, también, con el arte de contar historias. De escribir novelas. Un arte que, como el de los buenos diálogos y las mejores conversaciones, requiere de tiempo, calma y sosiego.

Así las cosas, al terminar la lectura de ‘El último barco’, ardía por hablar de ella. ¡Pero cualquiera decía nada, con la que está cayendo con los spoilers! Me toca esperar al día 13 de junio, a la próxima reunión del Club de Lectura de Granada Noir, cuando entraremos a saco para destriparla, final incluido. Es lo que tienen las mejores lecturas: incitan a la charla y al intercambio de opiniones.

‘El último barco’ es uno de los grandes libros del año y muerdo por hablar de él. ¿Se animan? Estoy seguro de que al gran Paco Camarasa, nuestro añorado librero de Negra y Criminal, también le habría entusiasmado y andaría recomendándolo encendidamente, con el convencimiento del que acierta seguro y sin margen de error.

Jesús Lens

LA PLAYA DE LOS AHOGADOS

Vaya por delante que, para mí, Galicia es como una tierra mítica, imaginaria, fantástica y fabulosa. Como Macondo para García Márquez o el condado de Yoknapatawpha para Faulkner, pero desde una perspectiva lectora. Galicia, desde sus bosques, su Camino de Santiago, su Prisciliano, sus Celtas, sus castros y su Santa Compaña hasta, por supuesto, la Costa da Morte.

Por todo ello, las novelas radicadas en Galicia, para mí, tienen un valor añadido, un plus especial que me predispone a su favor. Y, la verdad, no sé por que he tardado tanto en leer “La playa de los ahogados”, de Domingo Villar, máxime cuando su debut literario, “Ojos de agua”, me dejó un inmejorable sabor de boca.

Hay aficionados al noir que están un poco hartos de los policías y detectives de novela negra mediterránea que comen y beben bien y, además, hacen gala de ello. Leo Caldas es uno de estos. Y es que la gastronomía se ha convertido en un arma de resistencia frente a la hegemonía yanqui de las hamburguesas y la comida basura, el bourbon y los bebedores solitarios. Nuestros personajes de novela negra prefieren el lacón y la pata, los buenos caldos gallegos y tertulias como las del Sanedrín de sabios que se reúne en el restaurante de referencia del protagonista.

Un protagonista divorciado, sí. Pero que no anda llorando por las esquinas de cada página de la novela, empapándose en alcohol o cultivando otro tipo de vicios o perversiones más siniestras. De hecho, a Leo Caldas se le conoce como “El patrullero de las Ondas” por el programa de radio que hace todas las semanas y que le ha convertido en una estrella mediática cuya fama le precede allá por donde va.

Y tiene como compañero a Rafael Estévez, un sujeto de Zaragoza al que le sigue costando muy mucho hacerse con las peculiaridades del ser gallego. Sobre todo en los interrogatorios a los sospechosos en los que cada pregunta es respondida con otra pregunta, por supuesto.

En “La playa de los ahogados”, ambos policías han de investigar si la muerte del marinero Justo Castedo es un suicidio o hay algo más. Y para resolver el enigma de dicha muerte, además de hablar con los vecinos del pueblo en que vivió Castedo, habrá que ir hacia atrás en el tiempo ya que hay fantasmas del pasado sin enterrar que, quizá, estén pidiendo justicia desde el Más Allá. ¿O será desde el Más Acá?

Una novela de personajes, con los ambientes muy bien descritos y con una trama dividida en dos tiempos, en dos épocas, perfectamente hilada y conducida por un Domingo Villar que ha logrado lo más difícil de conseguir con una segunda novela: responder a las enormes expectativas que había levantado con su debut literario.

Ya esperamos la tercera. Y, desde luego, no tardaremos tanto en leerla como hemos tardado con ésta.

Jesús el Gallego en la distancia Lens.