Blacksad. El infierno, el silencio

– “¿Cómo se imagina el infierno, señor Blacksad? Para mí es un lugar sin música … en completo silencio.”

Así se expresa uno de los personajes del último, premiadísimo e imprescindible álbum de Canales y Guarnido, “Blacksad. El infierno, el silencio”.

Y no le falta razón, ¿verdad que no?

Hoy hablamos de música, de Nueva Orleans, de la cuna del jazz y, sobre todo, de esa genialidad que es Blacksad, de la que ya hablamos AQUÍ.

Para saber más del último álbum de Canales y Guarnido, «Blacksad. El infierno, el silencio», daros un garbeo por nuestro Club de referencia, el Blue and Noir.

Jesús gatuno Lens

Dublinés

Lee uno palabras como James Joyce, Ulises o Dublineses y le entra una especie de miedo paralizante, de pereza inconmensurable, de tedio supino, de superior aburrimiento.

Lo siento, pero es así. Al menos, a mí me pasa.

¿Qué me llevó, pues, a comprar y leer una obra como “Dublinés”, de Alfonso Zapico?

Teniendo en cuenta de que “es una obra llena de detalles, está centrada en la vida de James Joyce y recorre con el autor los momentos, las conversaciones, las penurias y las aventuras con las que se fue construyendo una de las grandes figuras del siglo XX”, sería como para hacérselo ver, ¿no crees?

Ahora que, ¿y si nos encontramos a Joyce “escribiendo novelas o bebiendo cerveza? Es posible que le veas vacilándole a Yeats o riéndose de Proust en su propia cara. Si te lo cruzas, conviene no molestarle… Es mucho mejor reírse con él”.

¿Ein? ¿Perdón? ¿Reírse con… Joyce? ¿Con James Joyce? ¿Estamos locos, se nos ha ido la pinza o es que, quizá, Eduardo Madina había bebido demasiadas pintas al escribir ese párrafo anterior?

Pues no, amigos. No. Resulta que, efectivamente, James Joyce puede ser un cachondo. Al menos, eso piensa Alfonso Zapico. Y así nos presenta al autor de algunas de las obras más, más, más (*)… de la literatura universal: un juerguista nato, un irresponsable, un niño grande egoísta y sinvergüenza que vivía en los pubs y que cada libra que tenía, se la gastaba en una buena farra.

Alfonso Zapico ha escrito y dibujado un fastuoso álbum en que ha recreado el Dublín de los años 20 así como las grandes (y pequeñas) capitales europeas en las Joyce residió a lo largo de su vida. Un álbum fastuoso y desenfadado en el que veremos al genio irlandés echando la pota después de agarrar una kurda, a su hermano hecho un basilisco por tener que aguantar a un gorrón como el literato y a la señora Joyce hecha una energúmena, cansada de las golferías de su díscolo esposo.

Disfrutaremos con los paseos de Joyce por esa Dublín que, después, describiría con todo lujo de detalles en sus libros. Sentiremos la atmósfera de los pubs y descubriremos el proceso creativo de un autor que, no por consagrado, era menos humano que el resto de sus semejantes, con sus imperfecciones, infidelidades y miserias a cuestas.

Le veremos descubrir el amor y el sexo, comportarse como un irresponsable y caprichoso, viajar por toda Europa, pegando sablazos a todos los que se le ponían a tiro. Le encontraremos dando clases de inglés para sobrevivir y aquejado de la melancolía, la morriña y la saudade por su Irlanda perdida. Conoceremos esas leyendas que tanto le gustaban y le escucharemos entonar esas baladas que todo buen irlandés lleva impresas en su ADN más profundo.

Decíamos que “Dublinés” es un álbum fascinante. Fastuoso y desenfadado. Es uno de los grandes tebeos, o cómics, publicados por la imprescindible editorial Astiberri en su más que delicioso catálogo.

Penséis lo que penséis de Joyce, no dejéis de leer “Dublinés”. Eso no te garantiza que, después, leerás el “Ulises”. Pero sí, a buen seguro, que le tendrás menos manía.

Jesús Lens

(*) Que cada uno añada los objetivos que, consideren, mejor pegan en ese espacio.

Blacksad 4

Cuando volvimos de Salobreña, después de aquel intenso fin de semana de Jazz en la Costa en que supimos que a Juanjo Guarnido, nuestro hombre en París, le habían concedido el Eisner por la cuarta entrega de Blacksad, me tiré como un poseso a mi biblioteca en busca de ese álbum que se abría con la maravillosa imagen del gato protagonista sumergido en el mar azul, languideciendo, con la ropa desarmada.

El título, igualmente evocativo: “El infierno, el silencio”.

Tumbado en el sofá, me sumergí en la nueva historia de Canales y Guarnido. Y ya no me moví hasta terminar el álbum. Que no se lee, no. Ni se devora. Es que se canibaliza. ¡No me extraña que, en Francia, estuviera entre los libros más vendidos, durante un montón de tiempo! Ojo, libros. No tebeos. Que en Francia no hacen distinciones.

En esta ocasión, Blacksad tiene que resolver un entuerto en esa Nueva Orleans que tanto nos gusta. Una Nueva Orleans que respira jazz callejero por los cuatro costados. El encargo: encontrar a un tipo desaparecido desde hace tiempo. Un punto de partida canónigo, de género negro por excelencia.

En su investigación, Blacksad irá topándose con personajes de todo pelaje, ni buenos ni malos sino todo lo contrario. Y con algunos ciertamente turbios. Lo mejor de las historias de Canales y Guarnido es que, habiendo leído e interiorizado a los clásicos históricos y a los clásicos contemporáneos del género negro, evitan cualquier atisbo de maniqueísmo.

Y, por supuesto, el arte que tiene Juanjo en humanizar a los animales que utiliza en las historias. O en animalizar a las personas. ¿Habrá algo más efectivo que convertir a un pingüino en un camarero? O ese viejo chivo loco, con la barbita prototípica.

Atentos a la definición que, el propio Guarnido, hace de su trabajo, de su arte: “La generación que tiene nuestra edad y que representa el grueso del mercado, se ha criado con las películas de Disney, y creo que combinarlo con el tratamiento un tanto atrevido por lo realista de los personajes zoo-morfos en un ambiente de género negro, con su pequeña dosis de caricatura e incluso de cartoon, si no ha tocado su fibra sensible, ¡ha sido como si lo hiciese!”

Y tanto que sí.

Un último detalle: los autores se declaran en deuda con William Claxton, por sus clásicas y veneradas fotografías sobre ese Nueva Orleans mítico que, repito, me arrebata (te recuerdo que, cuando vengas, debes fijarte). Cuando se dan la mano, en un proyecto, dos de los artistas que más admiras, el resultado solo puede ser uno: espectacular. Y eso me recuerda que tengo que terminar de ver «Treme» antes de que empiece la segunda temporada.

En serio, si todavía no has entrado en el universo Blacksad, hazte una pregunta: ¿a qué carajo esperas? Mira que, cuando hagan la película e inauguren el monumento a Blacksad en Salobreña, te tirarás de los pelos por no haber descubierto antes las maravillas que se ocultan en estos cuatro álbumes maravillosos…

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

Ahora, de año en año: 2008, 2009 y 2010

Salobreña y Guarnido: la conveniencia de un matrimonio

Columna de ayer, publica en la sección de opinión de IDEAL. ¡Quién recoge el guante?

Buena parte de los actores y directores de cine de este país ya tienen su reconocimiento en el Paseo de las Estrellas de Madrid, recién inaugurado por Bardem, Almodóvar, Amenábar y Penélope. Pero no sólo de gente del cine, habitualmente guapa y glamourosa, viven los reconocimientos populares: músicos, pintores, deportistas, bailarines, escultores o fotógrafos son honrados, recordados y reivindicados por sus pueblos natales, por las ciudades que les vieron crecer, formarse y empezar a destacar antes de conseguir la fama y el ascenso al Olimpo de los Dioses, más o menos efímeros o perdurables.

En Granada, natural de Salobreña, podemos vanagloriarnos de contar con un artista que acaba de ganar el premio más importante del cómic mundial: el Eisner, equivalente al Oscar, al Grammy, al Tony o al Emmy. Como la Champion´s League o la Copa del Mundo de fútbol. Su nombre: Juanjo Guarnido. Su criatura: el reverenciado y admirado, multipremiado y unánimemente reconocido Blacksad. Su último trabajo: “El infierno, el silencio”, un álbum negro con Nueva Orleans como escenario y el jazz más abrasador como telón de fondo. La categoría del premio: mejor pintura / artista multimedia del año.

La noticia del galardón coincidió con otra de carácter triste y luctuoso: la muerte de Amy Winehouse, cuyo segundo y último disco se titulaba “Black is back”. Y continúan las casualidades: cuando llegó la noticia de la concesión del premio, estábamos precisamente radicados en Salobreña, para disfrutar del Jazz en la Costa de Almuñécar, hablando con el artista y diseñador Colin Bertholet (no dejéis de seguir su imprescindible La otra mirada) de la conveniencia, casi necesidad, de que la localidad costera reconociera de alguna manera el talento de uno de sus artistas más reputados.

Ahora, dicho reconocimiento ya es imprescindible: más alto que Guarnido es imposible llegar. Nos decía Colin que el nombre de una calle o de una plaza estaría muy bien, pero que lo suyo, además, sería erigir un conjunto escultórico a Blacksad, el gato detective que ha dado fama mundial al dibujante granadino.

Salobreña es uno de esos municipios llamados a atraer a gente creativa de todo el mundo, siempre que sus rectores, recién incorporados a sus puestos tras las últimas elecciones municipales, apuesten por la cultura como uno de los motores de desarrollo del pueblo más atractivo de la costa granadina. No tan agredida como otras localidades del litoral, Salobreña conserva su encanto tradicional a la vez que acoge espacios vivos, modernos y contemporáneos, como la Plaza del Ayuntamiento, y locales con alma y carisma, como el Sunem, el Studio JA o el delicioso hostal San Juan.

En agosto llega el imprescindible Nuevas Tendencias, que tratará de recuperar el Castillo como escenario musical. Y ahí están la Casa Roja y la Casa de la Cultura, afilando sus programaciones de otoño-invierno. Seguro que Guarnido y Blacksad no tardarán en encontrar su lugar bajo el sol de Salobreña. Es de justicia.

Jesús Lens

GUERRA, MUERTE, GUSANOS, DESOLACIÓN

Ha querido la casualidad que, en la misma semana, haya visto la miniserie “The Pacific” y haya leído “La canción de los gusanos”, dos productos tan distintos como curiosamente complementarios.

“The Pacific” fue la gran apuesta de la HBO para esta temporada, en formato miniserie televisiva, recién galardonada durante los Emmy con un buen puñado de premios. Heredera de la famosísima y reverenciada “Hermanos de Sangre”, la autoproclamada serie más cara de la historia de la televisión cuenta la II Guerra Mundial desde la óptica de los Marines que combatieron en el frente del Pacífico, de Guadalcanal a Iwo Jima.

“La canción de los gusanos”, por su parte, es un cómic en el que los granadinos Álex Romero al guión y López Rubiño al lápiz cuentan la I Guerra Mundial, desde la óptica de dos soldados ingleses a quiénes, como en las obras de Shakespeare, una ominosa presencia les hace partícipes del destino que les espera. Un destino cruel.

¿Qué tiene que ver la serie más cara de la historia de la televisión, producida con todo lujo de detalles por todo un Tom Hanks, con un cómic publicado en España por Norma editorial?

La relación está en la apocalíptica visión que ambas obras trazan acerca de ese lugar llamado “guerra”, una nebulosa que, más allá de las coordenadas geográficas y espacio-temporales, se repite una y otra vez, con su ominosa carga de podredumbre, dolor, muerte, crueldad, sinsentido, desolación, vacío, sangre, violencia, crudeza, vísceras destripadas, insania y locura.

Habitualmente, la historia del arte, de todas las artes, nos ha contado la guerra desde la óptica de los vencedores, los héroes y las hazañas, las medallas, los logros, los triunfos y las conquistas. Puntualmente, ha habido casos en que la guerra cobraba otra dimensión, oscura, tétrica, cruel, pestilente… en ese sentido, las pinturas negras de Goya sobre la Guerra de la Independencia de los franceses no son una referencia baladí, cuando lees “La canción de los gusanos” y ves la representación de algunas de sus viñetas.

“The Pacific” no ha dado de sí todo lo se esperaba. Mucha cáscara, mucho lujo en los detalles, mucha riqueza de medios, pero poca intensidad, por muchas vísceras que volaran por los aires. Ha sido un intento de reverdecer los laureles de “Hermanos de sangre”, pasando por el tapiz de “Banderas de nuestros padres” y “Cartas desde Iwo Jima”, de Clint Eastwood, pero sin la fuerza, la densidad y la intensidad de aquella.

Sólo hay un episodio en todo “The Pacific” que medio lo consigue: ése en que hace un calor espantoso, los soldados no tienen agua y la fotografía sobreexpuesta hace que la imagen aparezca blanca en pantalla, quemada, abrasada como los labios resecos de los combatientes. Combatientes que son como zombies, que deambulan en pantalla, que no sabes lo que hacen ni por qué, como marionetas o robots desmadejados, rotos.

Y, en mitad, un infierno de cuerpos muertos, podridos y ensangrentados, comidos por los gusanos, desmembrados. Justo como el panorama en que Álex Romero y López Rubiño sitúan la tragedia en dos actos y un epílogo de dos soldados cuya trayectoria en la Guerra no sabemos y que aparecen solos, en mitad de un campo desolado, sin ninguna misión que cumplir, colina por tomar, posición que defender. Sólo saben que uno desertará y el otro le matará. A partir de ahí, la nada. La abyección. La locura. La enfermedad. La crueldad. Con el enemigo. Con los compañeros. Con los civiles. Y los cadáveres, comidos por los gusanos, como testigos de excepción de un tiempo, unas circunstancias que, por desgracia, siempre terminan volviendo.

Porque la guerra no es bonita ni tiene nada de hermoso. Para entender el pacifismo, nada mejor ni más apropiado que “La canción de los gusanos”, los únicos que acaban teniendo voz en mitad de la podredumbre.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.