‘Mystic River’, maridaje de novela y cine negros

Vi la película una sola vez, en el momento de su estreno, allá por 2003. Recuerdo que me pareció portentosa. Sobre todo, la interpretación de los actores. Del estelar trío protagonista conformado por Sean Penn, Tim Robbins y Kevin Bacon; los dos primeros se llevaron el Oscar. Además, la cinta de Clint Eastwood también estuvo nominada como mejor película, director, actriz de reparto y, por supuesto, guion adaptado.

Traducido de nuevo, la editorial Salamandra, referencia imprescindible de la mejor novela negra contemporánea mundial, acaba de reeditar el clásico de Dennis Lehane. ¡Y qué lectura, amigos! No les diré que no me acordaba de la trama. Sería mentir. Aunque vi la película hace muchos años, los detalles más importantes se me fueron apareciendo a medida que devoraba las páginas del libro. ¿Saben qué? Me dio igual. Disfruté de la prosa de Lehane como el político corrupto que renueva su cargo por cuatro años y sabe que podrá seguir llevándoselo crudo.

Vivimos demasiado obsesionados por el síndrome del spoiler. Cuando una novela o una película son buenas, no pasa nada por saber qué pasa al final. O al principio. O en mitad. De ahí que, una vez terminada la compulsiva lectura de ‘Mystic River’, volver a ver la cinta haya sido toda una experiencia. Un disfrute.

En el Club de Lectura y Cine de Granada Noir nos gusta leer novelas, ver las películas basadas en ellas y comentarlas. Por lo general, gana el libro, claro. Es más completo y complejo, más amplio, con más matices. Nos imaginamos a los personajes, poniéndoles rostros, gestos y ademanes. Hacemos nuestro propio montaje, tarareamos la banda sonora, reescribimos el guion… Así las cosas, ¿cuál es la grandeza del buen cine? Su capacidad para transmitir emociones, más allá de la estricta letra del libreto, convenciendo incluso al espectador que ya se había hecho su propia película en la cabeza.

“De los Flats no habían salido unos hijos de puta tan locos, violentos e intransigentes como los hermanos Savage… De la unión de su padre, otro cretino integral, y la santa de su madre, una mujer flaca, los hermanos habían ido saliendo como churros, con once meses de separación, como de una cadena de montaje de balas perdidas”.

Cuando los Savaje entran en escena en la película de Eastwood, no hace falta que una voz en off te los describa. Nada más verlos sientes todo eso que cuenta Lehane. Eso sí: haber leído su prosa, ayuda. “Theo se había refugiado en la bebida… Era el mismo refugio que tenía alquilado desde casi toda la vida, pero después de la muerte de Janey pidió una hipoteca y se lo compró”. Realismo a ultranza, en la novela y en una película filmada íntegramente en los barrios obreros de Boston donde transcurre la acción.

Pocas veces, el maridaje de un texto literario y su traslación a la pantalla resulta tan bien equilibrado como en ‘Mystic River’. 500 páginas condensadas en poco más de dos horas de metraje en las que no falta ni sobra nada. Incluido un montaje paralelo que le confiere toda la densidad dramática a su ¿desenlace?

Cuando terminé de leer la novela de Lehane, me quedó la sensación de que el autor dejaba las puertas abiertas a una posible continuación, pero estaba tan encantado con la lectura que no le di más vueltas. Al acabar la película, sin embargo, lo vi mucho más claro. Todo encajaba para que los personajes volvieran. Y a lo grande. Ellos y ellas. Una rivalidad basada en una lejana amistad. Las sospechas convertidas en certezas. Los cadáveres enterrados, no (solo) metafóricamente hablando. ¿Ocurrirá alguna vez? Ojalá.

Jesús Lens

Jim Thompson, un clásico del Noir más desquiciado

Como habíamos tenido dos o tres lecturas más o menos sosegadas, negras y criminales, pero no demasiado salvajes, decidimos meterle heavy metal al Club de Lectura y Cine de Granada Noir y nos lanzamos sobre Jim Thompson y su brutal ‘1280 almas’. En la reunión de esta tarde, por fin presencial, corremos el riesgo de terminar a palos. A mí me toca hacer de poli malo y defender a Nick Corey, el sheriff protagonista de la novela. Me temo que estaré solo. Muy solo.

Nick Corey, digámoslo desde el principio, es la hez. Se trata de un vago redomado, un sheriff corrupto de un ignoto y perdido pueblucho del sur de los Estados Unidos que no quiere complicaciones. Pero cuando se acerca el momento de la reelección y se encuentra con un rival en liza, el que parecía ser un tarugo de tomo lomo, un tonto del haba; se nos irá descubriendo como un maquiavélico psicópata sin empacho en liquidar a todo el que se le ponga por delante. Y por detrás. Incluso al lado.

Escrita en primera persona, ‘1280 almas’ resulta incómoda de leer. Porque el narrador, por supuesto, es Nick Corey. Y resulta difícil, muy difícil, asimilar su verborrea, sus maquinaciones, pensamientos y justificaciones. Y eso que su sentido del humor, negro como la pez, acaba arrancando alguna que otra carcajada cómplice del lector más desprejuiciado.

Cuando uno lee la biografía del autor, descubre que el padre de Jim Thompson fue sheriff del condado… y tuvo que huir tras ser acusado de malversación de caudales públicos. Un sujeto alcohólico y violento de vida azarosa que lo mismo ganó una fortuna con el petróleo que la perdió entre juergas, timbas y pésimas inversiones.

Thompson, alcohólico también, desempeñó mil y un empleos, fue periodista de nota roja y escritor de relatos criminales basados en hechos reales. Con pasión por los personajes más desquiciados, representa el lado oscuro y siniestro del sueño americano. Una pesadilla que el mismísimo Stephen King describe de la siguiente manera: “Lo que convierte los libros de Thompson en literatura es su disección clínica de la mente alienada, de la psique trastornada hasta convertirse en una bomba de nitrógeno, de las personas cuya existencia recuerda a unas células enfermas y situadas en el intestino de la sociedad estadounidense”.

Con su padre ingresado en un manicomio, Thompson decidió escribir una novela para conseguir dinero y sacarle de allí. Le prometió que en un mes estaría fuera. Trabajó de forma enfervorizada en jornadas de hasta 20 horas diarias. En dos semanas tenía la novela terminada, pero una de sus crisis alcohólicas le llevó al hospital. Cuando salió, el mes prometido había pasado y su padre se había suicidado. Ni que decir tiene que en su literatura, el complejo de Edipo también ocupa un papel destacado.

Thompson fue guionista de Stanley Kubrick en ‘Atraco perfecto’, un noir de manual, y en ‘Senderos de gloria’. Además, muchas de sus novelas fueron llevadas al cine, desde ‘La huída’, dirigida por Sam Peckinpah, con Steve McQueen y Ali McGraw a la propia ‘1280 almas’, en la que Betrand Tavernier se lleva la acción al África colonial francesa. Una de las más notables es ‘Los timadores’, de Stephen Frears, una joya de 1990 muy complicada de encontrar.

No puedo recomendarles que lean ‘1280 almas’. Bastante voy a tener con defenderla esta tarde. Y, desde luego, no osen adentrarse en ‘El asesino dentro de mí’. ¡Ni se les ocurra! No se dejen influir por Stanley Kubrick cuando sostenía que es “la historia más escalofriante que haya leído jamás sobre una mente deformada por el crimen”.

Jesús Lens

La novela negra más Especial del año

Hace unos días escribía que este año no voy a hacer las tradicionales listas con lo mejor del año. ¡Y mira que me gustan! Pero estoy tan empachado de ellas que no me apetece sumar otra al ruido y a la furia mediáticos.

Si tuviera que hacer un análisis del año 2020 negro y criminal me quedaría con las novelas de espionaje publicadas por Salamandra Black, con autores tan interesantes como el sarcástico Mick Herron o el cosmopolita Charles Cumming. Es un género que cada día me gusta más. Y ojo a Gervasio Posadas y ‘El mercader de la muerte’.

Resaltaría el humor negro, negrísimo, de Llort y sus ‘Herencias colaterales’, acreedora del I Premio Paco Camarasa de Novela Negra, ahí es nada. No podría obviar la vuelta a los clásicos, tampoco. El Club de Lectura y Cine de Granada Noir ha hecho que este año le dediquemos mucho tiempo a las novelas y películas fundacionales del Noir norteamericano. ¡Qué buenos ratos, volviendo a Hemingway, Chandler, Hammett, Cain, Burnett, Vera Caspary, Dorothy B. Hugues, etc. Para los próximos meses nos esperan Agatha Christie, Patricia Highsmith, Jim Thompson o Chester Himes.

Detecto que le he prestado menos atención de la debida a la no ficción y a la narración periodística. Y lo sé porque este fin de año me ha pillado leyendo, disfrutando y sufriendo dos libros tan crudos como un steak tartar: ‘Olor a muerte en Pioz’, de la periodista de sucesos Beatriz Osa, publicada por la colección Sin Ficción que Marta Robles dirige para la Alrevés; y ‘No digas nada’, de Patrick Radden Keefe, periodista de The New Yorker. Echaba de menos este género híbrido entre el periodismo y la narrativa que tanto nos sirve para interpretar la realidad del mundo en que vivimos.

Este 2020 ha sido el año de ‘El mal de Corcira’, una novela soberbia de Lorenzo Silva en la que su personaje por antonomasia, Rubén Bevilacqua, ajusta sus cuentas con el pasado y nos cuenta su pasado, sus inicios en la Guardia Civil y su paso por el País Vasco en los años de plomo del terrorismo etarra. Una novela, una serie esencial de la historia de la literatura negra española. Y otro ajuste de cuentas con el pasado: ‘Sin muertos’, de Alicia Giménez Bartlett.

Juan Ramón Biedma volvió por la puerta grande con una novela marca de la casa, ‘El sonido de tu cabello’, y Juan Madrid se las vio con el Emérito y las cloacas del estado en ‘Gloria bendita’. Los ‘Rotos’ de Don Winslow nos hicieron disfrutar como a enanos gracias a sus cuentos y novelas cortas y ‘pequeñas mujeres rojas’ de Marta Sanz; ‘Franco debe morir’ de Alejandro Gallo y ‘La virgen de los huesos’ de Guillermo Galván son buena prueba de que la Memoria Histórica constituye un excelente material narrativo.

Ahora bien, si tuviera que quedarme con una sola novela negra del 2020, si me viera obligado a elegir la que, para mí, ha sido la lectura más especial del año, optaría por ‘La noche de plata’, de Elia Barceló.

Habitual del género fantástico, Elia Barceló ya había publicado ‘El color del silencio’ y ‘El eco de la piel’, dos novelas de misterio e intriga en las que las indagaciones en el pasado de sus protagonistas descubren secretos, miserias y hasta crímenes más o menos resueltos… o por resolver.

‘La noche de plata’ es ya una novela negra de ley, canónica y extraordinaria, que comienza de esta forma tan expeditiva: “El cadáver había sido enterrado al pie de un roble enorme, lo que hacía que su tamaño pareciera incluso más pequeño, por contraste”.

La protagonista de la novela es Carola Rey Rojo, una policía en horas bajas que se toma un descanso después de una mala experiencia profesional y se instala en Viena, donde encuentra una ocupación que la debería mantener alejada de la investigación de esos secuestros y homicidios infantiles en que está especializada. Su trabajo consiste en ordenar y clasificar la excelsa biblioteca de un marchante de arte recién fallecido. Y en Viena retomará su relación de amistad con un policía de la ciudad, al que conoce bien porque en aquella gélida ciudad desapareció la hija de Carola, casi treinta años atrás.

No les cuento más de la trama de ‘La noche de plata’. Solo les diré que es una novela monumental, repleta de tramas y subtramas, en la que Elia Barceló hace una perfecta disección de las sociedades europeas contemporáneas, con sus muchas virtudes, pero sus no menos defectos.

En el convencimiento de que Elia Barceló seguirá escribiendo futuras historias policíacas, me quedo con esta soberbia ‘La noche de plata’ como mi  Novela Negra Especial de este 2020 que por fin se empieza a terminar. ¡Salud y buenas lecturas!

Jesús Lens