Edipo detective o la fuerza del sino

El pasado sábado participé, un año más, en BCNegra, el gran festival dedicado al género policíaco y criminal. Fue en una mesa redonda de lo más singular, dedicada al Edipo de Sófocles como detective. 

Foto: Imprescindible Charo

La propuesta partió, cómo no, de Carlos Zanón, que también se inventó otra mesa sobre los Hermanos Marx y Freedonia o nos condujo por el universo gótico de Faulkner, por Onetti, Narnia… Y es que no solo de Chandler y Hammett vive el Noir. 

Él no lo sabía, pero no se pueden hacer una idea de la inmensa alegría que me dio con esta idea. ¡Por fin podría hablar de esa mitología griega en la que mi padre era apasionado especialista, entreverándola del género negro que a mí me arrebata! Ni en el mejor de mis sueños… 

El caso es que Edipo nos sirvió de excusa a Carlos Bassas del Rey, Pilar Gómez y un servidor, moderados por Ana Castells, para hablar de la predeterminación. Del personaje trágico condenado a cumplir su destino. Entre los ejemplos por excelencia, la mítica película, que antes fue novela, ‘El corazón del ángel’, en la que un detective privado es contratado para encontrar a un famoso cantante que, herido en la II Segunda Mundial, anda desaparecido tras recibir un golpe en la cabeza y perder la memoria. 

A lo largo de su investigación, el detective interpretado por un Mickey Rourke anterior al boxeo, el bótox y las operaciones, se internará en los territorios del vudú y se verá obligado a descubrir cosas de lo más inquietantes… sobre sí mismo. La búsqueda de la verdad tiene riesgos y puede ser muy peligrosa. Ya lo vimos en el caso de Edipo, cuyos hallazgos terminaron por dejarle ciego, literalmente hablando.

Precisamente los problemas de memoria están en la base argumental de ‘Memento’, un peliculón del Christopher Nolan más primerizo, basado en un relato de su hermano Jonathan. El protagonista sufre amnesia anterógrada y no puede fijar en la memoria lo que le va ocurriendo desde que recibió un golpe en la cabeza, durante un asalto que se saldó con la muerte de su mujer. La trabajosa y procelosa reconstrucción de qué pasó hará descubrir a Leonard aspectos de su personalidad que no hubiera creído posibles.

¿Y qué me dicen de Jane Fonda, cuándo se despertó con una terrible resaca en la cama de una habitación que no conoce junto a un hombre igualmente desconocido que, para más inri, está muerto? El fiambre a primera hora nos parece un remedio demasiado expeditivo para combatir los estragos del alcohol, pero en ‘A la mañana siguiente’ nos demuestran que puede funcionar.    

Sigamos hablando de problemas de identidad. En su novela ‘Homo Faber’, el suizo Max Frisch nos cuenta la historia de un ingeniero, racionalista él, que se enamora de una chica joven. Poco a poco y por una serie de casuales circunstancias, empieza a barruntar que esa chica a la que ama locamente podría ser su hija. La razón enfrentada a la pasión. Y el destino, claro, llamando a la puerta para poner las cosas en su sitio.

Con la cuestión de las falsas identidades, Alfred Hitchcock se puso las botas. Muchas de sus tramas parten de confusiones más o menos tontas. La más espectacular y divertida, la de Roger O. Thornhill de ‘Con la muerte en los talones’. Más siniestra resulta ‘Psicosis’: a estas alturas de la película, todos sabemos que la madre de Norman Bates no era la asesina. ¿O quizá sí? 

De esta manera enlazaríamos con otro tema íntimamente relacionado con los problemas de identidad en el género negro: el del falso culpable. Lo dejamos momentáneamente aquí, gritando “¡Yo sé quién soy!”, pero no tardaremos en retomar el asunto.

Jesús Lens

Terremotos lejanos

El martes volví a mi habitación del hotel de Barcelona en que resido estos días a eso de las nueve y media de la noche, después de cenar en su restaurante, casi emboscados, con la escritora Nieves Abarca. Subía por las escaleras pensando que menudo terremoto de mujer cuando comenzaron a llegar los guasaps y los tuits: terremoto en Granada. Y otro más. Y más, y más y más. Y sigue. Y sigue. Y dura. Y dura. Como el famoso conejito de las pilas inagotables.

Me sentía extraño sin que la tierra temblase bajo mis pies. Había pasado miedo durante el crujido del pasado sábado, que hasta me dio tiempo a reaccionar y colocarme bajo el quicio de la puerta de mi despacho mientras escuchaba caer al suelo y romperse en pedazos alguno de los mil y un chismes que tengo en las estanterías de mi biblioteca.

Con esto de los terremotos, las réplicas y los enjambres sísmicos, nunca he tenido un miedo cerval a que llegue uno de los gordos y haga auténticos estragos. Siempre me han parecido algo anecdótico. Pero estamos en el 2021, oigan. Y con eso, creo que está todo dicho.

Confortablemente tumbado en la cama, no me concentraba en el libro que trataba de leer. No dejaba de mirar el móvil. Les confieso que me sentí mal por estar fuera de Granada en esos momentos. Como si hubiera huido de mi ciudad en el peor momento, escapando de peligros y calamidades. Como la rata traidora que abandona el barco cuando hace aguas.

Por otra parte, mi yo más racional pensaba que, de seguir así las cosas, lo mismo ‘pierdo’ el avión que debe devolverme hoy a Granada y pido asilo a la Generalitat, blandiendo mi salvoconducto cultural y mi pasión por la literatura de Manuel Vázquez Montalbán y Carlos Zanón como argumentos irrefutables. Contradicciones de Géminis.

Eso sí: me tengo que contener para no escribir burradas y barbaridades con palabras de trazo grueso sobre los bulistas que asustan con el gran cataclismo que está por venir. Por mucho que los especialistas y los científicos señalen que son imposibles de predecir, los terremotos provocan un miedo atávico en mucha gente. Las mentecateces de los creadores de bulos solo sirven para sembrar inquietud y contagiar pánico. Las memes de los memos. De los tontos de baba. Qué pena, tanta tecnología en manos de tanto descerebrado sin dos dedos de frente.

Jesús Lens

Es todo tan raro…

Es raro llegar al aeropuerto del Prat, en Barcelona, y no encontrarte a prácticamente nadie. Tiendas cerradas, cafeterías valladas e inmensos pasillos vacíos. Al pasar por un control, las preguntas de un miembro del equipo de seguridad: ¿de dónde viene? ¿Motivo de su visita?

Aunque llevo en el bolsillo el salvoconducto firmado por el director de Programas Culturales del Ayuntamiento de Barcelona, me siento inquieto. Salvoconducto. Una de esas palabras que, hasta hace unos meses, solo existían en el baúl de nuestros recuerdos literarios y cinéfilos. Salvoconducto. Como el de ‘Casablanca’, pero en la España de 2021.

He venido a Barcelona para participar en BCNegra, uno de los grandes festivales españoles dedicados al género policíaco. Se hace sin público presencial, retransmitido a través de streaming desde un set instalado en el maravilloso Palau de la Virreina. Es tan raro eso de hablar para un público presente solo al otro lado de la pantalla…

Pero había que venir. Había que estar aquí. Les confieso que, si no miedo, sí que me asalta la aprensión. Y el temor. Los recelos. En casa hemos interiorizado unas rutinas que nos permiten tener la sensación de que controlamos. Todo lo que se puede controlar un virus que se ha demostrado incontrolable. Al salir, toca reinventarlas y reordenarlas. Y cuesta.

Pero había que venir a Barcelona, insisto. En primer lugar, por no defraudar la confianza depositada por el festival. Si defendemos que la cultura es un bien de primera necesidad, hay que demostrarlo en la práctica y predicar con el ejemplo. Lo fácil era quedarme en Granada. Lo cómodo. Lo tentador. Pero el Ayuntamiento de Barcelona cree en la cultura. Y paga a los profesionales del gremio. ¡Eso sí que es una rareza, oigan! Es otra razón, igualmente de peso. El dinero. La pasta. El trabajo que tanto escasea.

Encapsulado en mi hotel, solo salgo a pasear. Solo. Ramblas, Corts, Gràcia, Barrio Gótico… Me asomo al Caixa Fórum a mediodía, cuando menos gente calculo que habrá. Acierto: hay tan pocos visitantes que puedo disfrutar de obras maestras del Prado en la soledad más absoluta.

En Cataluña, solo se puede desayunar hasta las 9.30 de la mañana. Los horarios del almuerzo no me los sé aún, que he prescindido de esa comida para compatibilizar el trabajo, los paseos y el noir. Las cenas, en el hotel, entre las 20 y las 21.30 horas. ¡De esta sí que vamos a europeizarnos!

Jesús Lens

¿Qué es la novela negra?

Calculo que entre el 65 y el 70% de la ficción que leo es negra y criminal. Aunque trato de dejarle espacio a la ciencia ficción y a la literatura de viajes, el noir consume buena parte de mis horas lectoras. El porcentaje de ensayos especializados en el género policíaco, sin embargo, es mucho menor. Y creo que sé la razón: no quiero deprimirme.

Por mucho que uno lea, por muy al día que crea estar en las novedades que se publican y por mucho que se precie de haber leído a los clásicos; cuando me asomo a trabajos teóricos de profundidad y enjundia, tomo conciencia de las enormes lagunas que tengo, de los inmensos socavones que jalonan mi trayectoria lectora.

Me ha pasado estos días, leyendo los dos tomos de ‘A quemarropa’, el excepcional trabajo realizado por Álex Martín y Jordi Canal que, publicado por la editorial Alrevés —qué haríamos sin vosotros, colegas— presentamos esta tarde en BCNegra. Será a las 18 horas, sin público, y se podrá seguir en streaming a través de la web del festival: www.barcelona.cat/bcnegra/es/home

¡Qué despliegue de erudición y sabiduría tan bien contado han hecho Álex Martín y Jordi Canal en las dos entregas de un trabajo que es imprescindible para todos los amantes del noir! Una de las primeras preguntas que les haré a los autores esta tarde: ¿Cuándo, por qué y cómo?

¿Cuándo surge la idea? ¿Por qué os animáis a ejecutarla? ¿Cómo afrontasteis el desafío? Pregunta una y trina, como se puede apreciar. Porque ‘A quemarropa’ es un tour de force brutal a través del que los autores tratan de aportar luz a ese gran enigma que, más pronto o más tarde, nos asalta a los aficionados al género: ¿qué es la novela negra? Así lo reconoce el mismísimo maestro Andreu Martín en la página que abre el primero de los libros: “¿Qué clase de profesional era yo, que no sabía y ni siquiera me había planteado nunca definir en qué consistía mi trabajo?”

Y es que cuesta trabajo decidir dónde encajar a Marple, Holmes, Smiley, Marlowe, Carvalho, Conde, Belascoarán, Delicado, Husky o Maigret; por ejemplo. A través de un pormenorizado análisis histórico, Canal y Martín van etiquetando, clasificando y ordenando novelas, escuelas, autores y tradiciones literarias. Saltan de continente, viajan por países lejanos, trenzan relaciones y trazan la estela de maestros y discípulos.

La cantidad de referencias que he anotado, de autores a los que tengo que leer o releer con más énfasis y fruición y la de ideas que he sacado para charlas, tertulias y presentaciones resulta inconmensurable. ¡Ténganme miedo en las próximas sesiones de nuestros clubes de lectura, Uno de los nuestros y Adictos al crimen! Avisados quedan.

No he hecho más que terminar con este excelente trabajo ensayístico cuando ya me apresto a hincarle el diente a otro libro que pinta extraordinariamente bien: ‘Lo leo muy negro’, de Antonio Lozano, recién publicado por Destino.

Lleva como subtítulo ‘Travesía por crímenes reales e imaginarios’ y el autor nos promete un viaje apasionante. Y acongojante: “Es un ensayo sobre ficción, crimen y vida que aborda el género negro desde múltiples ángulos. El interrogante que lo recorre es… qué nos fascina tanto el crimen, qué dice de nosotros como individuos y como sociedad. En paralelo bucea en los muy diversos modos y estilos en que la ficción ha buscado representar el lado más oscuro de la persona, colocando a nuestra altura un espejo perturbador, ante el cual a un tiempo apartamos la vista y quedamos hipnotizados”.

¿No les parece atractivo y sugerente? Pues próximamente lo comentamos.

Jesús Lens

Me he regalado una agenda

Viejunismo puro, lo sé. Una agenda de las de toda la vida. Bueno, más bien su versión hipster. Una agenda cultureta, con sus citas de autores, ilustraciones, historias, efemérides y buenrollismo militante. “Cuida tu tiempo”, reza en la portada. Y ahí está la clave. En el tiempo.

Junto a la agenda del 2021 tengo la del 2020, blanca e inmaculada. Vacía, sola y abandonada. Miserable y con telarañas, fiel reflejo del año que felizmente se termina.

Me gusta apuntar citas y convocatorias en las agendas de papel. Ir anotando los compromisos a boli y, después, dejar impresiones sobre cómo fue la cosa. Cuando vivíamos en la realidad de antaño, usaba las agendas también como diario. Una vez leí que tomar notas sencillas y a mano de lo que se dice en las reuniones, conferencias, tertulias y presentaciones hace que los contenidos se fijen con más fuerza en la memoria.

Dentro de mi caos y mi desorden habitual, siempre procuraba llevar encima la agenda. Ahí anotaba, también, las ideas fuerza para mis charlas, clases y presentaciones y esbozos para futuros relatos, columnas y artículos. Apuntes de las películas que veía en el cine, de los restaurantes que visitaba, de los conciertos y las exposiciones a los que asistía, de los libros que leía.

Pero la clave de una agenda es tener citas y convocatorias a las que acudir. Analógicas, quiero decir. Es necesario tener reuniones que atender. Presenciales, me refiero. Eventos a los que ir y en los que participar. En primera persona, por supuesto. En la gestión de nuestra vida virtual, Google se basta y se sobra para convocarnos y conectarnos. En ocasiones, incluso por su cuenta y riesgo, casi sin nosotros querer.

¿Saben ustedes la ilusión que me hace abrir la agenda del 2021 y empezar a anotar citas para los primeros meses del año? Ahora mismo tengo ya dos confirmadas, en la confianza de que se podrán celebrar y podré asistir. Una es para BCNegra y otra para un ciclo de conferencias en Málaga. Ambas negras y criminales, literariamente hablando.

Las cosas empiezan a moverse. No sé ustedes, pero ahora sí le tengo fe al 2021. Las imágenes de las personas vacunándose han sido un chute de energía y optimismo. Ni en mis mejores sueños pensé que llegarían antes del final del año. Veo luz al final del túnel y mi agenda recogerá cada uno de los pasos que nos irán devolviendo a la vida de antaño. O a algo parecido.

Jesús Lens