Antidisturbios: la (nueva) serie del año

Ha sido la serie del año del mes de octubre, con permiso de ‘Patria’, que fue la serie del año de septiembre. Hablamos de ‘Antidisturbios’, una intensa miniserie de seis episodios creada, escrita y dirigida por Rodrigo Sorogoyen que, desde su estreno en el Festival de Cine de San Sebastián, ha provocado un alud de reacciones y comentarios para todos los gustos. Y disgustos. Por ejemplo, de quienes abogan por aplicarle la detestable cultura de la cancelación, como denunciábamos AQUÍ hace unos días.

Esto que les sugiero es harto complicado, pero traten de ver ‘Antidisturbios’ sin condicionamientos apriorísticos. Intenten hacer oídos sordos a lo que se ha dicho sobre la serie por parte de representantes sindicales de la Policía o de determinados políticos independentistas que tratan de arrimar el ascua de la polémica a su siempre interesada sardina ideológica.

Cada parte hace una interpretación ideológica, partidista y política de una serie que tiene miga, calado y fondo. Pero obvian lo más importante: ‘Antidisturbios’ es una serie prodigiosa, impecable desde el punto de vista narrativo y cinematográfico, cuyas imágenes transmiten sensaciones físicas al espectador.

Como muestra, dos momentos. En el primer episodio se cuenta la ejecución de un desahucio en una corrala de Lavapiés por parte de un grupo de las Unidades de Intervención de la Policía, la UIP. La tensión en el ambiente es palpable desde el primer momento. La cámara parece un personaje más, incrustada entre los policías, sometida a la presión de los unos y de los otros.  Sabes que algo va a pasar. No sabes qué, cómo o cuándo, pero la nerviosa dirección de Sorogoyen te mete la incertidumbre y el nervio en el cuerpo.

Lo mismo ocurre en el episodio en que los antidisturbios tratan de controlar a un grupo de hinchas franceses de fútbol. La tensión se deja sentir desde el primer instante: la violencia verbal y los insultos, la presión, los gritos, los empujones…

Y, sin embargo, el eje principal sobre el que se asienta ‘Antidisturbios’ tiene menos que ver con ellos que con la trama de corrupción destapada desde una unidad de Asuntos Internos. Protagonizada por la actriz Vicky Luengo, la verdadera protagonista de la serie es Laia. De hecho, con ella se abre la narración, en la extraña secuencia de la partida familiar de Trivial, de tintes surrealistas, pero que tan bien funciona a la hora de describir a Laia. Y ojo a ese secundario que, con barbita recortada, gorra y gafas, es un indisimulado trasunto de Villarejo.

Decía antes que ‘Antidisturbios’ ha sido creada, escrita y dirigida por Rodrigo Sorogoyen, artífice de aquella otra obra maestra sobre la corrupción que es ‘El reino’, una de las grandes películas españolas de los últimos años, ganadora de un buen puñado de premios Goya y de la que escribí en su momento mucho y bien. (Leer AQUÍ). Como tipo listo que es, el cineasta ha vuelto a contar con la guionista Isabel Peña y con el músico Olivier Arson, que ya trabajaron con él en ‘El reino’. ¡Y menuda impronta dejan!

Las largas conversaciones grupales pespunteadas por una música hipnótica entre lo industrial y lo ambiental, son marca de fábrica del trío Sorogoyen-Peña-Arson. Esas conversaciones que arrancan de forma festiva y que se van tensando hasta acabar entre empellones y amenazas, cabeza contra cabeza. Esos diálogos eléctricos convertidos en interrogatorios. La desconfianza, la paranoia, la tensión…

Se critica de ‘Antidisturbios’ que los protagonistas son alcohólicos y drogadictos. ¿O será que en determinados momentos algunos de ellos —los más— se toman unas copas y otros —los menos— se meten unas rayas? Se critica a la serie porque muestra su vena violenta, demasiado histéricos todos, proclives al porrazo fácil. ¿Y su otra cara? La del padre que no deja de estudiar para ascender mientras trata de conciliar. La de la familia de vive separada a la espera de un traslado. La de la profesional comprometida que echa más horas que un reloj mientras ve cómo se descompone su relación de pareja…

No conozco la UIP ni a ninguno de sus miembros. No sé si la serie es fiel reflejo de su trabajo o no. Desde Movistar insisten en que es ficción para tratar de rebajar la intensidad del debate generado a su alrededor. Por mi parte, me creo lo que cuenta y me gusta cómo lo cuenta. Me siento involucrado y partícipe, más allá de ser un mero testigo presencial. Y eso no es nada fácil de conseguir.

Sorogoyen prepara con los actores el rodaje de ‘Antidisturbios’

Quiero insistir en la cuestión de la banda sonora. Cuando he visto que el parisino Olivier Arson, que combinó estudios de ingeniería informática con Bellas Artes, pasó dos años en Islandia para grabar su primer disco, me ha cuadrado todo. En la línea de artistas polifacéticos como el fallecido Jóhan Jóhansson o de la maravillosa Hildur Guonadóttir, que lo ganó todo con la banda sonora de ‘Joker’; su música resulta visual, táctil e hipnótica; contribuyendo a arrastrar al espectador al interior de la pantalla. (AQUÍ, un poco más sobre esta nueva música de y para el cine).

El músico, con el Goya

Por una vez, y ojalá sirva de precedente, la nueva serie del año responde a la expectativas y se muestra a la altura del debate generado en torno a ella.

Jesús Lens

Cancelar no es cultura

Cancelar. No me refiero a lo que va a volver a pasar con el tema de la Covid, por mucho que se repita la letanía de la seguridad. En Granada, con los actuales niveles de contagios, no hay nada seguro. Y mal hacen los responsables institucionales en engañar vilmente a la ciudadanía trasladando un mensaje tan equívoco como cuestionable. Pero no les quiero hablar hoy de ello.

Hablo de lo que ha dado en llamar la ‘cultura de la cancelación’, una aberración de definición, un oxímoron de tomo y lomo. Desde la cultura del esfuerzo a la cultura del pelotazo, de un tiempo a esta parte todo es cultura. Por llamársele, se le llama cultura hasta a las llamadas al boicot cultural. ¡Que ya es llamar!

La cultura de la cancelación busca anular a cualquier persona o institución que diga / haga algo que se considere inconveniente u ofensivo. Se trata de silenciarle, de cancelarle, de laminarle. Para ello se usan como instrumento las cacerías en redes sociales y el boicot a su trabajo profesional, a la plataforma que le sirve como altavoz o a los empleadores que le dan trabajo. Cultura de la cancelación como sinónimo de machacar a alguien. Ya ven ustedes qué bien.

Le acaba de pasar a un conocido actor de Hollywood que apoya a Trump y decidió no participar en una recaudación de fondos para Joe Biden. O, más cerca, le ha ocurrido a la serie de televisión ‘Antidisturbios’, de Rodrigo Sorogoyen.

En España, la llamada a la cancelación también tiene un sentido literal: a través del boicot se llama a la cancelación de la suscripción a las plataformas que albergan esas series o películas que, a algunos, no les gustan. Le toca ahora a Movistar. Hace unos días había que borrarse de HBO por ofrecer ‘Patria’ y, unas semanas atrás, le tocó a Filmin por anunciar que incluía en su catálogo las películas de Torrente.

Habría que ser muy mentecato para borrarse de tres plataformas por un quítame allá esas series y películas cuyos temas, tratamientos o personajes no me agradan, pero no podemos descartar que haya mentes planas y obtusas que lo hagan. Allá ellos. Casi mejor. Así no dan la murga con otros títulos, quedando reducido su espectro cultural a la cancelación, el boicot, el ruido y la furia.

Qué pena, a lo que nos ha llevado la cultura del megustismo impulsada por las cada vez más insoportables redes sociales.

Jesús Lens