Bacurau, un western noir del futuro pasado

El año pasado, al volver del Almería Western Film Festival, coincidí en el coche con el ganador del mejor cortometraje, un encantador y rubicundo chaval inglés que lucía una espectacular chaqueta de cuero negro. Como es normal en ese tipo de situaciones, hablamos de cine.

Me preguntó por ‘Bacurau’, la película brasileña ganadora del festival. Me disculpé por no haberla visto, que la proyectaron antes de mi llegada. “No te la pierdas”, me aconsejó. Y seguimos parloteando.

—¿Cuáles son tus westerns favoritos?— me preguntó.

—Liberty Valance y Centauros— contesté—. ¿Y los tuyos?

—Centauros y Bacurau.

Me quedé parado. Como estábamos hablando en inglés, temí no haber entendido su pregunta.

—¿Hablamos de los mejores westerns de la historia?

—Sí. Tienes que ver ‘Bacurau’.

Achaqué lo que me pareció un desmedido exceso de euforia a la consecución de su propio premio, aunque bien era verdad que todos los comentarios escuchados aquellos días sobre la película eran enormemente elogiosos y que se había alzado con el Gran Premio del Jurado en Cannes 2019.

No sé por qué he tardado varios meses en verla. Lo hice el pasado viernes. Y reconozco que me voló la cabeza. Miren que le tengo ojeriza a dicha expresión, que no termino de comprender. Sin embargo, al acabar ‘Bacurau’ lo tuve claro: aquella película me había provocado algo parecido a un cortocircuito neuronal.

¡Ojo! Es una película dura y fuerte. Tiene un guion literalmente acojonante, en todos los sentidos de la expresión. Y su realización… ¡Foh! Portentosa. Como la interpretación de todo el elenco artístico, de los actores y actrices principales a, sobre todo, unos secundarios de lujo.

‘Bacurau’ es un western noir con ribetes terroríficos que, por momentos, bordea el gore y la ciencia ficción de carácter anticipatorio y distópico. A la vez, es puro realismo mágico. Un realismo mágico en que este trasunto noir de Macondo se ve teñido de rojo sangre tras ser pasado por una turmix estilística y conceptual y la ingesta de dos o tres sustancias lisérgicas.

Cualquier cosa que les cuente sobre el argumento de esta joya, valiente, visceral y arriesgada hasta el delirio; no le hace justicia a una película que comienza con un camión cisterna lleno de agua que avanza a duras penas por una pista en mal estado. Estamos en una zona cercana a Pernambuco, en Brasil, en un futuro cercano, entre lo posible y lo ¿probable?

De repente, el camión empieza a sortear obstáculos en el camino. Son ataúdes: otro camión ha sufrido un accidente y ha dejado un reguero de féretros, todavía vacíos, a su paso. Era su siniestra carga.

Al llegar a Bacurau, una localidad recóndita y dejada de la mano de Dios donde tienen problemas de abastecimiento de agua por un conflicto político en relación a una presa, nos enteramos de que Carmelita, la matriarca de la localidad, acaba de fallecer. En ese momento, además, el pueblo deja de aparecer en los mapas satelitales. Y ahí comienza la parte mágica de la historia.

En ‘Bacurau’ hay políticos corruptos y líderes comunitarios en lucha. Tenemos a una traficante de vacunas, a una médico con propensión a la bebida y a Pacote, un tipo que, dicen, era un consumado atracador con facilidad para apretar el gatillo. El autobús escolar se ha transformado en vivero y, allá por la presa, habita Lunga. Y hay turistas, ojo. Turistas que recorren la región en moto.

¿A que no se han enterado de nada? Efectivamente. ‘Bacurau’ es un pandemónium inexplicable que pide a gritos que deje usted de leer estas notas y busque la película con ansia, empeño y porfía, si fuera menester.

Jesús Lens

Grandes Temas del Wéstern

Ayer estuve en Fort Bravo, Tabernas, hablando de los grandes temas del wéstern, que son los grandes temas de la vida. Invitado por el Almería Wéstern Film Festival, presenté el libro que con ese título, ‘Grandes temas del wéstern’, reúne treinta ensayos de autores diversos que han reflexionado sobre cuestiones como la ambición, la amistad, el racismo, la redención o, la que me tocó a mí: la violencia.

También hay trabajos sobre el nacimiento de una nación, los Estados Unidos, de la tierra de frontera a la importancia del ferrocarril. Le tengo que agradecer a Fernando Marías, ese terremoto creativo, que me propusiera unirme a un proyecto que, tras dos azarosos años, por fin ha visto la luz gracias a Dolmen, que ha hecho una preciosa y preciosa edición en tapa dura.

Me gusta escribir de cine. Para mí, es la mejor manera de saber qué pienso realmente de una película, un director, un guionista o un compositor. Escribiendo ordeno mis ideas. Además, escribir de cine es la mejor coartada posible para que te llamen para hablar de cine, otra de mis pasiones. Y otra de las mejores maneras de afinar el pensamiento crítico y articular un discurso coherente.

Escribir de cine hace que te inviten a sitios tan interesantes como el Almería Western Film Festival, repleto de amantes del cine del Oeste entregados a la causa. Este año, el de su décimo aniversario, faltan los grandes desfiles que inundan Tabernas de música y color. Pero hay cine en la plaza, cortometrajes en el teatro y un buen número de actividades diversas en torno a un género mítico.

Estos días, leyendo todos los trabajos de ‘Grandes temas del wéstern’, me han dado unas ganas horrorosas de ver y volver a ver varias películas. Las miraré con otros ojos. Leer de cine amplía horizontes y hace que lo veas todo con una óptica diferente.

Además, no dejo de acordarme de lo que podría haber hecho nuestro cine con temas tan apasionantes como la aventura equinoccial americana, el fenómeno fronterizo entre cristianos y musulmanes en la Península, compartido durante siglos y siglos, o las grandes figuras del bandolerismo. Pero esa es ya otra historia. Ahora sigo imbuido por los paisajes horizontales en pantalla grande, la música de Ennio Morricone, los duelos en la cantina y las cabalgadas por el desierto.

Jesús Lens