Pierre Lemaitre y su pasión por el Noir

Llevo varios días sobando las 500 páginas de un libro que podría acompañarme en la mochila por siempre jamás. Se titula ‘Diccionario apasionado de la novela negra’, lo escribe uno de los grandes del noir europeo, Pierre Lemaitre, y lo publica la excitante editorial Salamandra, que me tiene loco perdido, sin dar tregua lectora. 

“No tiene muchas novelas en su haber, apenas una decena. Cierren los ojos y cojan cualquiera de ellas. Los desafío a dejarla. Es apostar sobre seguro porque, tratándose de Pete Dexter, como se metan en una de sus historias ya no habrá quién los saque”. ¡Pete Dexter! Me fui a mis estanterías dedicadas al noir. Recuerdo un libro azul, del Círculo de Lectores, creo. Todavía no lo he encontrado, pero sí me he topado con un Kenneth Fearing que tenía perdido. Casualidades. 

Me gusta leer diccionarios y picotear en sus entradas de forma anárquica y desordenada. Por eso hemos propuesto un ejercicio diferente y original en el Club de Lectura y Cine de Granada Noir: cada uno elegiremos una entrada con la que estemos de acuerdo con Lemaitre y, más divertido aún, otra con la que no comulguemos. Y también algún descubrimiento que nos parezca particularmente prometedor.

Como todo diccionario de autor que se precie, el de Lemaitre es personal y subjetivo, con sus filias, muchas, y alguna fobia. Vebigracia, John Grisham. ¿Entonces, por qué le incluye? “Porque sin duda es irritante, pero puedes meterte en una de sus novelas y no enterarte de que pasan las horas porque sus tramas son sólidas y estás bien construidas”. Y, como remate, el guiño cómplice, el que te hace sentir que te estás tomando una caña con Lemaitre mientras hablas de libros: “Por superficial que sea el placer, es un placer. Es como comerte un dulce: lamentas haber cedido a la tentación y te prometes que no volverás a hacerlo, pero no tienes más remedio que reconocer que te ha gustado”. 

Lo habitual de la mayoría de entradas es que Lemaitre hable bien, con pasión argumentada, que no forofista, de los autores reseñados. Contextualiza su vida, si lo considera necesario para hablar de sus obras; da unas pinceladas de los argumentos, sin spoilers, y se centra en los porqués: por qué le gusta una novela, un autor, una trama, una película o una serie de televisión. 

Porque ‘The Wire’ tiene una entrada muy amplia, y ahí están ‘Seven’, ‘El silencio de los corderos’, Hitchcock, ‘El cartero siempre llama dos veces’ o ‘Breaking Bad’. Y es que el noir es un género transversal en el que necesariamente se imbrican literatura, cine, cómic, música, periodismo, arte, política, sociología…

¿Y de España? Un autor incontestable: Manuel Vázquez Montalbán y su Carvalho. Y otro que está mucho más vinculado al género negro por ahí fuera que en casa, donde se ha constituido en un género en sí mismo: Arturo Pérez Reverte. 

Voy a participar en el juego que les comentaba antes. Coincido con Lemaitre en que la trilogía de El Padrino “se ha instalado en el pelotón de cabeza de mis películas de Pávlov: aquellas que me hacen salivar en cuanto pienso en ellas”. 

Un proyecto inmediato de lectura: David Peace. “Envidio a quienes aún no lo hayan leído. ¡Qué suerte tienen! Al acabar esta entrada, se abalanzarán sobre el Red Riding Quartet y se sumergirán en uno de los relatos más absorbentes, más morbosos, más políticos y más asombrosos de la literatura negra de los últimos años. Considero a David Peace uno de los mejores escritores de su generación (nació en 1967), y a esta tetralogía una de las cumbres del género negro europeo”. 

¿Y en qué discrepo con Lemaitre? Me lo reservo para nuestra reunión presencial de los Adictos al Crimen en Librería Picasso, que así lo pasaremos mejor.          

Jesús Lens

Las listas perdidas

No va de listas electorales, si es lo que está usted pensando, que ni a Juan Marín, el Usain Bolt de las primarias exprés, le ha dado tiempo a confeccionar las de su partido, fraccionado además. Hablo de esas listas que empiezan a proliferar con la llegada del puente de la Inmaculada Constitución, a modo de resumen con lo mejor del año. Algunos las hacen con lo peor, pero eso ya es regodearse.

He consultado algunas listas con los mejores estrenos cinematográficos del 2021 y me he topado con la triste realidad de que apenas he visto las películas que copan los diferentes Top-10. ‘Dune’ y poco más. Aunque, curiosamente, la vi dos veces en el cine. La pandemia no es la única causa que ha provocado mi deserción de las salas, pero no es de eso de lo que quiero escribir hoy, día en que pienso hacer borrón y cuenta nueva, acercándome al Madrigal a ver ‘La hija’, que tenemos en Granada a su director, Manuel Martín Cuenca, para hablar con los espectadores.

Me pasa lo mismo con los libros. Entre las lecturas que conlleva la organización de dos festivales culturales y nuestro activo Club de Lectura de Adictos al Crimen; vivo en una burbuja literaria que constituye un fascinante universo paralelo de tiros, secuestros, asesinatos, ciencia ficción e investigaciones negro-criminales. Y luego están las obsesiones personales. Si en 2020 aproveché para releer todo Tintin, este año estoy entregado y rendido a Corto Maltés, disfrutando de la metódica y sistemática reedición que ha hecho Norma Editorial.

Los conciertos también han desaparecido casi por completo en mi vida. Nunca he disfrutado tan poco de la música en directo. Otro tema que estoy obligado a replantearme y que va más allá de la Covid-19, insisto. Tiene mucho que ver con el cortoplacismo impuesto por la realidad de estos dos años. Hacer planes era comprar boletos para la frustración y la ansiedad. Mejor vivir al día, sin juntarse demasiado, y dejarse llevar.

Así las cosas, este 2021 no haré listas. Ni tontas. Sí estoy tomando nota de todo lo mucho y bueno que me he perdido estos meses, con el firme propósito de ponerme al día. Y de esta forma tan subrepticia dejo anticipado el tema para una próxima columna: los propósitos. Los cumplidos o por cumplir de este año y los que barajo para el 2022. Porque, a falta de listas, ¿a qué quedaría reducido un diciembre en que tampoco habláramos de los bienintencionados propósitos?

Jesús Lens

Una detective llamada Reina Isabel

No les voy a negar que, al principio, yo también recelé. ¿Una novela policíaca protagonizada por la reina Isabel II cuyo escenario principal es el castillo de Windsor? ¿En serio?

Cogí el libro así como con suficiencia, enarcando una ceja y pensando para mis adentros: “a ver qué invento es este”. El nombre de la autora, S. J. Bennett no me decía nada. Que lo publicara Salamandra, sin embargo, sí era un buen aval: todavía no he leído un libro malo suyo.

La cita con que se abre la historia ya era un toque de atención. Al menos, así lo sentí yo. “Que la vergüenza caiga sobre aquel que piense mal”, lema de la Orden de la Jarretera.

Abril de 2016. La reina Isabel cabalga a lomos de sus ochenta y nueve años de edad… y de un lustroso poni. Hace una mañana estupenda y la campiña inglesa brilla con una tonalidad singular. Y, sin embargo, hasta a la regia monarca británica se le puede aplicar la máxima popular de: “Hoy hace un día estupendo. Seguro que viene alguien y lo jode”.

Un muerto. Un pianista ruso de veinticinco años se ha ahorcado en su habitación del castillo de Windsor, donde había pasado la noche tras una animada recepción palaciega. Comienza una investigación oficial que apunta a un posible complot internacional: la nacionalidad del fallecido no es baladí.

Las primeras pistas apuntan a la presencia de un topo entre el personal de confianza de la Reina. Cunde el desánimo y la preocupación. Es entonces cuando su Majestad decide tomar cartas en el asunto y emprender una investigación particular, valiéndose para ello de su secretaria personal adjunta, Rozie Oshodi.

‘El nudo Windsor’ se ha descrito como un cruce entre la popular serie ‘The Crown’ y miss Marple. De ambas tiene algo, claro. Y del buen humor, eterno y maravilloso, de P. D. Wodehouse, me atrevería a añadir. Pero puestos a sumar referentes, añádanle una gotas de ‘Oficina de infiltrados’, la adictiva serie francesa sobre espionaje contemporáneo.

Aunque recelen y no se lo crean, ‘El nudo Windsor’ es una novela policiaca muy seria. ¡Y funciona! Vaya que si funciona. Porque la reina Isabel, a la que se le coge un cariño inmenso desde su primera aparición en la narración, es un personaje fascinante, divertido y repleto de aristas. Constreñida por el formalismo y el protocolo, jugando la baza de su discreta existencia, moverá las fichas de una partida de ajedrez excitante y de plena actualidad.

No les digo más. Es la novela del mes en el club de lectura ‘Adictos al crimen’ que Granada Noir organiza en la librería Picasso y estoy como loco porque llegue el próximo lunes para comentarla en buena compañía.

Otra recomendación, en este caso, de un clásico. ‘Asesinato en el París-Marsella’ es una novela-enigma de Sébastian Japrisot cuya nueva traducción acaba de publicar la editorial Tres Puntos.

De vez en cuando es un gustazo leer novelas policíacas en las que no hay internet, ordenadores ni teléfonos móviles. Investigaciones a la vieja usanza en la que los policías tienen que gastar suela y saliva, pateándose las calles… y los garitos.

Con su estructura fragmentaria, la investigación del inspector Grazzi nos lleva a conocer a una serie de personajes cuyas vidas quedarán marcadas por algo tan azaroso como haber compartido noche en el coche-cama de un tren nocturno. Y de paso, descubriremos algo más sobre la sociedad del momento, en plena transformación. Esta novela sirvió al cineasta Costa Gavras como material de partida para su primera película, ‘Los raíles del crimen’, en 1965, y su lectura es de lo más reconfortante.

Jesús Lens

Balance de medio año

Es tal la intensidad de las últimas semanas que, ya bien entrados en julio, no he tenido el tiempo ni la calma necesarios para hacer un mínimo balance del primer semestre del año. Y es que, como el que no quiere la cosa, ya nos hemos zampado la mitad del 2021.

Ayer domingo, por mucho que refrescaba las ediciones digitales de los periódicos, nada cambiaba así que a eso del mediodía, con el sol tratando de abrirse paso entre las nubes, oliendo a mar y salitre, aproveché para echar la vista atrás y repasar mis propósitos para este año.

En general, bien. Al menos en la parte que estaba en mi mano. En la otra… Como a lo largo de estos meses ya les he ido hablando de mis caminatas, no insisto en el tema. He convertido mis piernas en mi medio de transporte habitual y eso ha redundado en beneficio de mi cuerpo y de mi cartera. Andar también me ha hecho abundar en mi pasión por la narración oral, que me he inflado de escuchar podcast a la caída de la tarde, cuando me quedaban kilómetros por devorar para cumplir con el compromiso de los 10 diarios.

Estoy leyendo más que nunca, lo que tampoco es de extrañar dados los confinamientos y cierres perimetrales provocados por el atracón navideño. Unos 75 libros y tebeos cayeron a lo largo de estos meses. Y algo que me produce especial regocijo: cerca de 150 películas. En casa, claro. Que el cine apenas lo he pisado, espinita que espero sacarme a partir de ahora, Pfizer mediante. Por contra, apenas 10 temporadas de series, la mayoría muy cortitas. ¡Y hemos conseguido hacer un Gravite presencial!

Nuestro nuevo Club de Lectura

Volver a ver cine de forma compulsiva y metódica es un gustazo. Cine clásico, sobre todo. No les voy a insistir en lo que ha supuesto la llegada de Filmin a mi vida, pero no quiero imaginar cómo habría llevado la pandemia sin la plataforma de marras. Ahora, por otros seis meses más.

Jesús Lens

‘Mystic River’, maridaje de novela y cine negros

Vi la película una sola vez, en el momento de su estreno, allá por 2003. Recuerdo que me pareció portentosa. Sobre todo, la interpretación de los actores. Del estelar trío protagonista conformado por Sean Penn, Tim Robbins y Kevin Bacon; los dos primeros se llevaron el Oscar. Además, la cinta de Clint Eastwood también estuvo nominada como mejor película, director, actriz de reparto y, por supuesto, guion adaptado.

Traducido de nuevo, la editorial Salamandra, referencia imprescindible de la mejor novela negra contemporánea mundial, acaba de reeditar el clásico de Dennis Lehane. ¡Y qué lectura, amigos! No les diré que no me acordaba de la trama. Sería mentir. Aunque vi la película hace muchos años, los detalles más importantes se me fueron apareciendo a medida que devoraba las páginas del libro. ¿Saben qué? Me dio igual. Disfruté de la prosa de Lehane como el político corrupto que renueva su cargo por cuatro años y sabe que podrá seguir llevándoselo crudo.

Vivimos demasiado obsesionados por el síndrome del spoiler. Cuando una novela o una película son buenas, no pasa nada por saber qué pasa al final. O al principio. O en mitad. De ahí que, una vez terminada la compulsiva lectura de ‘Mystic River’, volver a ver la cinta haya sido toda una experiencia. Un disfrute.

En el Club de Lectura y Cine de Granada Noir nos gusta leer novelas, ver las películas basadas en ellas y comentarlas. Por lo general, gana el libro, claro. Es más completo y complejo, más amplio, con más matices. Nos imaginamos a los personajes, poniéndoles rostros, gestos y ademanes. Hacemos nuestro propio montaje, tarareamos la banda sonora, reescribimos el guion… Así las cosas, ¿cuál es la grandeza del buen cine? Su capacidad para transmitir emociones, más allá de la estricta letra del libreto, convenciendo incluso al espectador que ya se había hecho su propia película en la cabeza.

“De los Flats no habían salido unos hijos de puta tan locos, violentos e intransigentes como los hermanos Savage… De la unión de su padre, otro cretino integral, y la santa de su madre, una mujer flaca, los hermanos habían ido saliendo como churros, con once meses de separación, como de una cadena de montaje de balas perdidas”.

Cuando los Savaje entran en escena en la película de Eastwood, no hace falta que una voz en off te los describa. Nada más verlos sientes todo eso que cuenta Lehane. Eso sí: haber leído su prosa, ayuda. “Theo se había refugiado en la bebida… Era el mismo refugio que tenía alquilado desde casi toda la vida, pero después de la muerte de Janey pidió una hipoteca y se lo compró”. Realismo a ultranza, en la novela y en una película filmada íntegramente en los barrios obreros de Boston donde transcurre la acción.

Pocas veces, el maridaje de un texto literario y su traslación a la pantalla resulta tan bien equilibrado como en ‘Mystic River’. 500 páginas condensadas en poco más de dos horas de metraje en las que no falta ni sobra nada. Incluido un montaje paralelo que le confiere toda la densidad dramática a su ¿desenlace?

Cuando terminé de leer la novela de Lehane, me quedó la sensación de que el autor dejaba las puertas abiertas a una posible continuación, pero estaba tan encantado con la lectura que no le di más vueltas. Al acabar la película, sin embargo, lo vi mucho más claro. Todo encajaba para que los personajes volvieran. Y a lo grande. Ellos y ellas. Una rivalidad basada en una lejana amistad. Las sospechas convertidas en certezas. Los cadáveres enterrados, no (solo) metafóricamente hablando. ¿Ocurrirá alguna vez? Ojalá.

Jesús Lens