La unidad, televisión de alto voltaje

Una sola temporada de seis episodios ha bastado para que la miniserie ‘La unidad’, recién estrenada en la plataforma de Movistar +, se haya convertido en obra referencial del noir televisivo español.

Hablamos de una serie policíaca sobre una unidad especializada en la lucha contra el terrorismo yihadista, radicada en la Comisaría General de Información. Una serie que transmite verismo y autenticidad: desde el primer momento te crees lo que pasa en pantalla. Realismo. Es la piedra angular sobre la que se proyecta ‘La unidad’. Realismo en las tramas, en los personajes y en la ambientación.

Empezando por la trama, es obligatorio hacer referencia a dos de las grandes series de espías de la televisión contemporánea: ‘Homeland’ y ‘Oficina de infiltrados’, de las que tanto —y tan bueno— hemos escrito en esta sección.

Terrorismo yihadista. La gran amenaza global que atenaza a los cinco continentes. Un tema complejo y difícil de abordar sin caer en maniqueísmos, repleto de aristas que cortan como las concertinas. Tráfico de drogas. Tráfico de armas. Tráfico de personas. Van de la mano del terrorismo: usan las mismas rutas, las mismas tácticas y los mismos intermediarios. Se nutren y se retroalimentan entre sí.

En el arranque de ‘La unidad’, rebosante de nervio, adrenalina y tensión, asistimos a una redada que se desarrolla de forma simultánea en Tánger, Melilla y Tolouse. Hemos disfrutado de espectaculares planos aéreos que, sobre todo, se centran en Melilla y en su controvertida frontera. La redada sale bien. Mejor que bien, incluso. Lo que parecía una operación más o menos rutinaria para evitar que unas chicas captadas por redes yihadistas acabaran en Siria, termina con la detención de uno de los terroristas más buscados del mundo. Abrazos, felicitaciones y champán para celebrarlo. Y el actor Luis Zahera, que interpreta a Sergio, dando uno de sus habituales recitales de verborrea desatada. ¡Cómo amo a ese hombre!

Las risas no tardarán en trocarse en lágrimas, nervios y preocupación. Porque tras el electrizante comienzo, que marca uno de los puntos álgidos de la serie, toca bajar el pie a tierra y empezar a conocer a los miembros que componen ‘La unidad’. Y a las miembras, como dijera la ministra Aído. Porque el equipo es mixto y, de hecho, la jefa de todos ellos es Carla, interpretada por Nathalie Poza.

A través de una narración más pausada iremos conociendo a todos y a cada uno de los integrantes de un equipo que combina el valor de la experiencia con la osadía de la juventud. El análisis de los datos con el impulso de la intuición. Y el trabajo de los infiltrados, lo que emparenta a ‘La unidad’ con la referida serie protagonizada por el imprescindible Mathieu Kassovitz.

Personajes creíbles, de carne y hueso. Ni duros de novela pulp, ni superhéroes de acción ni atormentados de película introspectiva de arte y ensayo. Personajes reales que cargan con sus historias de amor y desamor y para los que organizar la comunión de su hija o conciliar la vida familiar y laboral es una carga extra de ansiedad, por muy jefazos que sean.

Personajes que aciertan y que yerran, que discuten, se pelean, se perdonan —o no— y siguen adelante. Como los malos la función. Esos villanos crueles, cabrones, fríos y calculadores, pero nunca archienemigos de ciencia ficción. Los hay taimados. Los hay ambivalentes. Los hay repletos de certezas. Los hay que dudan y titubean. ¡Como la vida misma!

No es de extrañar que en la promoción, tanto el director de ‘La unidad’, Dani de la Torre, como el guionista de la serie, Alberto Marini; se harten de explicar cómo se empotraron en la Comisaría General de Información y tuvieron acceso a su forma de trabajar, a los infiltrados e, incluso, fueron testigos directos de alguna operación. No es por tirarse el moco. Es que así se explica el realismo que exuda la pantalla.

Y está la producción. Digámoslo en román paladino: ahí hay billetes. Pasta. Hay parné. Muy bien gastado, por cierto. ¿Cuántos escenarios diferentes hay en ‘La unidad’? La producción combinada de Movistar + y Vaca Films (‘Celda 211’, ‘Quien a hierro mata’ o ‘Cien años de perdón’) ha dado unos frutos extraordinarios.

De todos los escenarios, me quedo con los ya mencionados planos aéreos de Melilla, que tanto dicen. Y, por supuesto, con Lagos, la capital nigeriana. ¡Qué 10 minutos, los de Pepinillo en busca de un agente infiltrado de la CIA! Son como una versión redux y concentrada de ‘El corazón de las tinieblas’.

Déjenme que termine esta introducción a ‘La unidad’ comentando uno de los momentos más fuertes, impresionantes y sorpresivos. Uno en el que se recrea una modalidad de atentado terrorista que estremece y pone los pelos de punta y que, sin embargo, está filmado con el máximo respeto y miramiento.

Así las cosas, ‘La unidad’ es una de las grandes series del año y su formato, seis episodios de 50 minutos, la convierten en una inmejorable propuesta para disfrutar en un fin de semana.

Jesús Lens

Volver a los clásicos del Noir

Lo que sucede, conviene. Con el confinamiento, además de las personas, también han quedado en cuarentena las novedades literarias y cinematográficas. No hay estrenos, no hay presentaciones y apenas si hay lanzamientos.

Pero ni debemos ni podemos quedarnos quietos, inermes y a la espera de que escampe. Granada Noir, por ejemplo, persevera en su empeño de que el festival patrocinado por Cervezas Alhambra no se agote en el par de semanas que duran su programa central de actividades y la extensión a la provincia, de manos de la Diputación.

De ahí que haya puesto en marcha un Club de lectura y cine en el que, con reuniones semanales a través de Zoom, se comenta la lectura y el visionado de grandes clásicos norteamericanos del género negro.

Literatura policíaca y cine negro son uno de esos maridajes artísticos y creativos que encajan como la bala en el cargador de un revólver. Pocas veces dos disciplinas artísticas se han retroalimentado con tanta fuerza, energía y pasión, contribuyendo a enriquecerse mutuamente.

El género negro literario, el hard boiled, nació y creció a la vez que el cine. Son disciplinas artísticas hijas de su tiempo que vivían de la realidad cotidiana, de las crónicas periodísticas, los sucesos, las fotografías de las primeras planas de los periódicos, las revistas, los cómics y la pintura.

Los autores, guionistas y directores de cine negro no tenían que reproducir o recrear el pasado mitológico del western ni imaginar los mundos del futuro por venir. Se alimentaban del olor a pólvora de las calles, del sonido del caucho de los neumáticos derrapando por las carreteras secundarias de los Estados Unidos, del sabor a plomo de las balas, del tacto de la tinta fresca de los periódicos, del rojo de la sangre que teñía los callejones más oscuros de las grandes urbes.

De ahí que el género policial represente el realismo social por antonomasia del siglo XX y los cuentos, las novelas y las películas de corte negro y criminal sean la crónica viva de lo que pasaba en las calles, los garitos y los barrios bajos. De lo que ocurría, también, al otro lado de los muros de las mansiones de los ricos y poderosos. Y en los despachos más altos e inaccesibles de los vertiginosos rascacielos.

El género negro es un combinado de ética y estética. De compromiso y radicalidad formal. Para disfrutar de todas las manifestaciones y posibilidades del género, Granada Noir está analizando una serie de narraciones de diferentes épocas que, después, tuvieron su traslación a la gran pantalla. En algunos casos, fueron adaptadas en más de una ocasión al cine, lo que también sirve para analizar los cambios operados en la sociedad con el paso del tiempo.

El programa diseñado por Granada Noir comenzó con ‘The killers’, el cuento seminal de Hemingway, y sus dos adaptaciones cinematográficas. La propuesta siguió con la mítica ‘Cosecha roja’ de Dashiell Hammett, fuente de inspiración de películas de gángsteres, por supuesto, pero también de samuráis y del Oeste; y ahora se encuentra en plena disección de James M. Cain, el mítico cartero que siempre llamaba dos veces y los seguros con doble indemnización.

Como el Noir es un género transversal que bebe de todas las fuentes posibles —y algunas hasta imposibles— la literatura y el cine se trufan con la pintura de Hopper, las fotografías de WeeGee, el cómic, la música, el periodismo de nota roja o sucesos y un largo etcétera de disciplinas artísticas, culturales y sociales.

Semana a semana, Granada Noir renueva su propuesta para leer, ver cine y, los domingos por la tarde, hablar de todo ello. Entre las siguientes estaciones de paso, las novelas de Raymond Chandler, Dorothy B. Hughes, Patricia Highsmith, William R. Burnett, Thomas Harris, Robert Bloch, Dennis Lehane, Gillian Flynn…

Y las películas de Raoul Walsh, Howard Hawks, Billy Wilder, John Huston, Nicholas Ray, Alfred Hitchcock, Jonathan Demme o David Fincher; entre otros.

¡Qué importante es, siempre, volver la vista atrás y releer a los grandes clásicos del género negro! Y disfrutar del cine de los años 30 y 40, filmado en un luminoso blanco y negro repleto de grises. Resulta sorprendente, sobre todo, la vigencia de sus tramas y personajes. La pestilente corrupción de la Norteamérica de los felices años veinte del siglo pasado. El pesimismo nihilista de los oscuros años treinta. La violencia. La falta de expectativas. La rebelión frente a las circunstancias. El fatum de las tragedias griegas. Eros y Tanatos.

Igual que resulta extraordinario descubrir las innovaciones estéticas propiciadas por el cine negro norteamericano, el desembarco del expresionismo alemán, el mestizaje, la asimilación, la irrupción del color y la adaptación de los argumentos y la atmósfera a las cambiantes circunstancias estéticas y sociales de cada momento.

En la página web de Granada Noir (ver AQUÍ) se van subiendo las reflexiones que surgen en este largo y tortuoso camino a la perdición. Una senda tenebrosa que nos conduce a las fuentes del género y al redescubrimiento de clásicos imprescindibles que siguen vivos, salvajes y de palpitante actualidad.

Operación: salvar a Kennedy

El magnicidio de Dallas del 22 de noviembre de 1963 ha pasado a la historia universal de la infamia como una de sus fechas más señaladas. El asesinato de Kennedy marcó a toda una generación y cambió el rumbo de la historia de los Estados Unidos y, por extensión, la del resto del mundo.

Al comienzo del confinamiento por el Covid-19, el mítico Bob Dylan sorprendía a propios y a extraños lanzando a través de las redes una nueva canción original. Y no era una canción cualquiera: con más de 17 minutos, es la más larga de su descomunal discografía.

Recitando más que cantando, casi al modo de un juglar, Bob Dylan se apunta a la teoría de la conspiración y denuncia al comienzo de ‘Murder Most Foul’, que Kennedy fue llevado al matadero como un chivo expiatorio: “le abatieron como a un perro a plena luz del día, era cuestión de tiempo y el momento era ideal. Tiene usted deudas sin pagar, hemos venido a cobrar. Te mataremos con odio; sin ningún respeto. Nos burlaremos de ti, te sorprenderemos, y lo haremos a la cara. Ya tenemos a alguien para sustituirte”. Y una de las frases más demoledoras de la canción: “miles de personas estaban mirando, pero nadie vio nada”. ¡El truco de magia más perfecto de la historia del crimen!

El lanzamiento de la canción de Dylan me sorprendió leyendo ’22/11/63’, la novela en que Stephen King fabula con la posibilidad de retroceder en el tiempo… y evitar el asesinato de Kennedy.

Se trata de un novelón de más de 800 páginas narrado en primera persona en la que el protagonista se traslada del mundo actual a un día muy concreto del pasado: el 9 de septiembre de 1958. A partir de ahí, tiene que vivir como un ciudadano más de aquella época mientras espera a que llegue el infausto 22 de noviembre de 1963. Y cinco años de vida dan para mucho. Por ejemplo, para convertirse en vecino ejemplar de un pequeño pueblo de cerca de Dallas. Y para enamorarse.

Lo más interesante de la novela de King es el comportamiento del pasado. Un pasado ominoso que se resiste a ser cambiado y que lucha con uñas y dientes contra el viajero en el tiempo que trata de interferir en la historia ya escrita. Un pasado que le pone mil y una trabas y dificultades, complicándole enormemente la vida y comprometiendo su compleja y bienintencionada misión.

Jesús Lens

Crímenes y tiempo suspendido

Cuando viajo, me gusta leer libros cuya trama se desarrolla en los lugares por los que transito. No tienen que ser necesariamente libros de viajes. Me encantan, por ejemplo, las tramas policiacas. Me ayudan a contemplar el entorno con otros ojos, a bucear en sus rincones oscuros, razón de ser de esta columna semanal.

De una forma más o menos inconsciente o casual, estos días de confinamiento en los que el tiempo parece suspendido, como si hubiera roto su linealidad, estoy viendo la tercera temporada de ‘El Ministerio del Tiempo’, una de las grandes serie españolas de la historia, y la desasosegante miniserie ‘Devs’. Además, estoy leyendo ’22/11/63’, la novela de Stephen King en la que un viajero en el tiempo trata de evitar el asesinato de Kennedy.

Así las cosas, no es de extrañar que haya mañanas en las que, al despertar y escuchar a esos pájaros cuyo gorjeo se ha convertido en la banda sonora de la pandemia, tenga serias dificultades para saber dónde y, sobre todo, cuándo estoy.

Del asesinato de Kennedy hablamos la semana que viene, que hasta Bob Dylan le ha dedicado la canción más larga de su discografía: un ‘true crime’ de más de 17 minutos de duración publicado hace escasas fechas.

Hoy me quiero centrar en ‘Devs’, una excelente miniserie de 8 episodios que se puede ver en HBO. El creador es Alex Garland, director de una de las películas más perturbadoras y necesarias de los últimos tiempos: ‘Ex _Machina’. Y como en aquella, Garland se introduce en los turbios ambientes de los gurús tecnológicos de Silicon Valley, a los que acusa de ser unos peligrosos profetas del siglo XXI que se creen omnipresentes y todopoderosos. Y, lo que es peor: ¿que lo son?

El tiempo -pasado, presente y futuro- desempeña un papel básico en ‘Devs’, cuya trama negra, basada en el espionaje industrial, sirve a Garland para adentrarnos en un universo visualmente fascinante y atrapador en el que, efectivamente, corremos el riesgo de quedar atrapados, como moscas en la miel.

A partir de su imaginería simbólica, ‘Devs’ habla de la predestinación, el libre albedrío, la posibilidad de enmendar los errores del pasado y el multiverso. Una serie de cocción lenta que pide paciencia para disfrutar y reflexionar sobre las múltiples cuestiones de plantea, todas ellas de la máxima actualidad.

Jesús Lens

Complot en Estambul

Hay novelas que, desde el título, parecen escritas para uno. A mí me ha pasado con ‘Complot en Estambul’, de Charles Cumming, publicada por Salamandra Black. Dentro de la amplia panoplia de subgéneros del noir, el de espías es uno de los más atractivos. El problema es que resulta difícil encontrar novelas creíbles de espías, más allá de los clásicos británicos de toda la vida.

El cine ha condicionado exageradamente el género de espías, metiéndole adrenalina y dosis de acción por un tubo desde los tiempos de James Bond. Como muestra, las Misiones radicalmente Imposibles de Tom Cruise o el robótico Jason Bourne.

De un tiempo a esta parte y gracias a las series de televisión, las tramas de espionaje están descendiendo a ras de tierra, humanizando a los personajes, haciéndoles interaccionar con una tecnología razonable y mostrando sus dudas y zozobras, más allá de sus músculos. El ejemplo paradigmático es la portentosa ‘Oficina de infiltrados’ de la que en otras ocasiones les he hablado.

De ahí mi alborozo al hincarle el diente a ‘Complot en Estambul’, una novela adulta sobre espías contemporáneos en la que la máxima proeza atlética del protagonista, Thomas Kell, es subir unas escaleras a todo correr y terminar roto y extenuado, con el corazón a punto de salírsele del pecho.

Kell es un antiguo espía que, caído en desgracia, trata de volver a incorporarse al MI6 británico. Hizo su aparición literaria en ‘En un país extraño’, también publicada por Salamandra Black, pero he preferido sumergirme directamente en una trama que transcurre en una de mis ciudades favoritas, entre el puente Gálata y el Bósforo.

No les cuento nada sobre la trama de ‘Complot en Estambul’, más allá de que se trata de una historia de agentes dobles, lealtades y traiciones muy bien construida. Viaja de Gran Bretaña a Turquía, pasando por Grecia y Croacia. Comienza con la exfiltración de un agente iraní y termina… ¡Ay, cómo termina!

Detalle importante: el autor de la novela, Charles Cumming, además de licenciarse en literatura inglesa, fue tentado por el Servicio Secreto Británico para unirse a sus filas. Hizo los primeros cursos de formación, pero terminó dándole con la puerta en las narices al MI6 y se dedicó a contar en su obra literaria lo que aprendió durante aquellos años de aprendizaje, por lo que sabe bien de lo que escribe.

Jesús Lens