Los libros son para el verano

Hace unas semanas escribía una irónica y desenfadada columna en IDEAL con instrucciones para elegir libros de cara al verano y no morir en el intento… de leerlos. Como me lo pasé tan bien, (AQUÍ la podéis leer) ahí va una continuación. 

Si se va fuera, no se limite a echar en la maleta la pila de libros amontonada en la mesita de noche. Si hasta ahora no los ha leído, ¿qué le hace pensar que correrán mejor suerte en su lugar de veraneo? Dele una oportunidad a otros títulos. Póngale cariño al proceso. Haga una selección consciente. Tómeselo con calma. Mire en sus estanterías, coja libros que llevan tiempo allí y escúcheles, a ver qué le cuentan. Déjese seducir por ellos. Anticipar el placer de la lectura ya es un placer en sí mismo. De ahí que los acaparadores de libros nunca tengamos suficientes: aunque necesitáramos diez vidas para leer la mitad de los que ya atesoramos, seguiremos comprando. 

Ese sentimiento de culpa por seguir comprando libros…

Aproveche para leer varios libros seguidos del mismo autor, sobre todo si tiene un universo propio o un estilo muy particular. Con tiempo por delante, es una gozada pasar horas y horas acompañando al Ripley de Patricia Highsmith, al Parker de Connolly, a los excesivos personajes de Ellroy o a la familia Corleone.

     Olvídese de la autoficción. Al menos, de la autoficción más cercana. Si en vacaciones tratamos de huir de nuestro cotidiano día a día, adentrarse en la vida, manías, fobias y tribulaciones de gente tan parecida a nosotros no parece un plan precisamente excitante, ¿verdad? Si nos vamos a calzar los zapatos de otro (dejando al margen lo maloliente de la expresión), que al menos nos lleven a sitios interesantes y nos permitan descubrir culturas, paisajes y universos lejanos y alternativos.

Si va usted a un sitio chic con gente de su entorno, le preocupa el qué dirán y piensa en cuidar su imagen de persona grave e intelectual; forre con papel no transparente su novelita romántica, esa pamplina policiaca cuya adicción trata de disimular o la ciencia ficción especulativa y violenta que le tanto le pirra, pero tan poco viste*. Si alguien le pregunta, diga que está con los ensayos de Montaigne, un libro tan valioso que relee todos los veranos y que, precisamente por eso, no se arriesga a que le caiga un chorreón de bronceador. Eso sí, use como separador de páginas un papelote con un texto del citado Montaigne, no sea que alguien le pida que le lea algo.

Haga posados lectores molones y súbalos a las redes. Fotografíese leyendo libros guays con filtros para Instagram. Hágase un selfi de postureo cultureta con un buen tocho entre las manos. Uno gordo y sesudo. Intelectual. Súbalo a su Estado con una frase sentenciosa, como de sobrecillo de azúcar. Una vez hechos los deberes, guarde el libraco y entréguese sin reparos ni contemplaciones, de nuevo, al policial, romántico, fantástico y/o terrorífico. 

Posados naturales, que no parezcan en absoluto forzados…

 

Use el libro como excusa para cortar conversaciones coñazo en el rebalaje, el paseo o el chiringuito. “Perdona, que me quedan 50 páginas para terminarlo y esta tarde tenemos club de lectura por Zoom”. No falla. Le dará prestigio y sembrará en su interlocutor la duda existencial sobre si no estará desperdiciando sus vacaciones. Y su vida.

*Para evitar disgustos y malos entendidos, que hace mucho calor y estamos susceptibles, iba en tono irónico y sarcástico, ¿eh? Vayamos a que alguien se sienta herido en sus gustos literarios. Les recuerdo que esta sección se titula El rincón oscuro, que organizamos un festival dedicado a esas ‘pamplinas’ policíacas y otro en el que la ciencia ficción tiene gran importancia. ¡Que hay que explicarlo todo! 😉

Jesús Lens

‘Top Secret’, cine y espionaje

Hay dos tipos de exposiciones: las que se agotan en sí mismas y, una vez vistas, quedan en el recuerdo —o directamente relegadas al olvido— y las que te sacuden con la fuerza de un electroshock neuronal y abren las puertas de la percepción. Las que, al salir, te invitan, casi que te obligan a seguir investigando, estudiando, aprendiendo, descubriendo y, por supuesto, disfrutando. Exposiciones en las que te pasas el tiempo haciendo fotos a las cartelas para después, en casa, ampliar información. Las propuestas que te incitan a buscar, ver, leer y escuchar otros libros, películas, discos, revistas, cuadros, podcasts, series o documentales.  

‘Top Secret. Cine y espionaje’, la muestra recién inaugurada en el CaixaForum de Madrid, es de las segundas y justifica por sí sola una escapada a la capital de España. Se lo diría igual incluso si no fuera un adicto a las historias de infiltrados y agentes dobles, palabrita de niño Jesús. Se la aconsejo con el mismo fervor que, en su momento, les recomendé visitar el Museo del Espionaje de Berlín, otro hito, pero mucho más lejano. (Leer AQUÍ).

Antes de hablar del cine y las series, es importante reseñar que en la exposición hay mucha cacharrería real y original usada por los espías en su trabajo. Los espías de verdad. Como el famoso paraguas búlgaro con punta envenenadora, una de las armas letales que más me fascinan por su aparente sencillez asesina. Máquinas de la verdad, encriptadoras, grabadoras y, por supuesto, cámaras fotográficas y de vídeo.

Y ahí es donde ‘Top Secret. Cine y espionaje’ se convierte en una muestra visionaria que tiende puentes entre la realidad y la ficción ya que las cámaras y la técnica, además de la actuación y la interpretación; la caracterización y el disimulo son aspectos compartidos por disciplinas tan aparentemente alejadas entre sí como el cine y el espionaje. 

¿Qué es un espía, sino un actor de tomo y lomo que, además de convencer en su papel y ser capaz de cambiar de aspecto cuando se tercie, ha de manejar con soltura todo tipo de cámaras y demás artilugios de grabación de imágenes y sonido?

¿A que es algo de cajón? ¿Lo habían pensado ustedes? Si vieron ‘Argo’, en su momento, seguro que sí. O las caracterizaciones de ‘La noche más oscura’, ‘Oficina de infiltrados’ y ‘Homeland’.  Y ‘El topo’ y demás adaptaciones de John le Carré. Pero es al sumergirse en ‘Top Secret’ cuando se cobra conciencia de la íntima conexión entre cine y espionaje, más allá de las tramas adictivas y las persecuciones trepidantes. 

007 ocupa un papel destacado en la exposición promovida por Fundación la Caixa, faltaría más. ¿Vieron la final de Wimbledon, por cierto? Las gradas parecían un casting para el nuevo James Bond. Los focos se centraron en el cesante Daniel Craig, todo maqueado, trajeado y elegantísimo. Pero también pululaban por allí Idris Elba, cuya última encarnación de ‘Luther’ terminaba como terminaba. Ejem. Y Tom Hiddleston, igualmente guapete, al que solo le faltaba un martini en una mano y una pistola con silenciador en la otra. Y mi favorito, aunque nadie hable de él: Hugh ‘Lobezno’ Jackman.

El concienciado y paranoico cine de los 70, con el que estoy viviendo un idilio, la lucha contra los nazis y la Guerra Fría. Las nuevas tecnologías de la información y el control, las filtraciones de Chelsea Maning y Edward Snowden. Palmer, Bourne y Hitchcock. La CIA y la KGB. Y Mata Hari, claro. Se me termina el espacio y aún me queda mucho por contar de una exposición que, a buen seguro, volveré a ver. Porque es de visita obligatoria y ningún buen aficionado al noir se la debe perder.  Y de paso, lean a Mick Herron y sus novelas de espías torpes, o a Charles Cumming y su espionaje contemporáneo. O esta de Gervasio Posadas sobre ‘El mercader de la muerte’. No olvidemos ‘La unidad’

Tampoco de ‘La unidad Kabul’ y ni mucho menos de Jerónimo Andreu y Gibraltar ni de

Jesús Lens

En un (gélido) confín del mundo

No sé si es mejor o peor, en plena ola de calor, leer una novela negra cuya acción transcurre en un ignoto pueblo perdido en mitad de Finlandia. Y en invierno. Con su frío, hielo, lagos congelados y noches eternas. Al leer ‘En un confín del mundo’, de Antti Toumainen, publicado por la Serie Negra de RBA, pude sentir la nieve a través de sus páginas, por mucho que me encontrara junto al rebalaje, a orillas del mar.

Cuando apretaba la calor y sentía una cierta melancolía al visualizar las botas de invierno, los gorros de lana y los gruesos plumas, me quitaba las gafas de sol y me lanzaba a las cálidas aguas del Mediterráneo. Nadaba un poco, me sumergía para bucear y flotaba haciendo el muerto, pero a los cinco minutos volvía a estar sentado en mi silla, presto y dispuesto a seguir leyendo. 

Y es que me lo he pasado teta leyendo ‘En un confín del mundo’, un noir de lo más original, con lo difícil que eso es, protagonizado por personajes que no habrían desentonado en la mítica serie ‘Doctor en Alaska’ y cuyo MacGuffin es, ni más ni menos, que la caída de un meteorito, así como suena. 

A un meteorito pequeño, me refiero, no al gordo y destructor tan deseado por los exinticionistas de boquilla, los negacionistas del raciocinio humano que, cuando leen o escuchan alguna las polladas a las que somos tan dados, invocan la inmediata avenida del meteorito purificador, como si del quinto jinete del Apocalipsis se tratara. 

Choca el meteorito con el coche de un conductor de rallies venido a menos que circula a toda velocidad por las carreteras secundarias de una remota región finlandesa y, una vez recogido y depositado en el voluntarioso, pero precario museo local; los lugareños se sientan a esperar un convoy de Helsinki que lo recoja y se lo lleve para estudiarlo en profundidad. 

Lo que pasa es que hasta en los confines más profundos de la  Finlandia interior saben que un meteorito de 4 kilos, bien vendido en el mercado negro, puede reportar un pastizal. Un millón de euros, incluso. Y se despierta la codicia…

El protagonista de ‘En un confín del mundo’ es un personajazo de aliento hawksiano. Un pastor, en el sentido religioso del término, que participó en una misión en Afganistán donde pisó una mina que le dejó estéril. Ama a su mujer, Krista, con pasión inmoderada, y escucha con santa paciencia las cuitas de los miembros de su congregación. En especial, los desvaríos de un impenitente convencido del inminente fin del mundo. 

El pastor es uno de los voluntarios que, por la noche, vigilan el meteorito, dado que la comisaría de policía más cercana está a 90 kilómetros. Durante la primera jornada de vigilia, “estuve leyendo la Biblia durante media hora y a James Ellroy el resto de la noche”. Toda una declaración de principios. Cuando amanece, vuelve a casa. Allí le esperan Krista y una noticia tan impactante como el propio meteorito: está embarazada. 

No se piensen que les he destrozado la historia: todo esto pasa en las primeras 20 páginas de una descacharrante y vertiginosa novela de cerca de 300. Les recomiendo vivamente que, estos días de calor desbocado, se hagan con una cerveza fría y, debajo del ventilador, pongan rumbo a ‘En un confín del mundo’. Antti Tuomainen será un guía excepcional, un conductor de lujo que mezcla sabiamente el suspense, la acción y el humor negro. Un paisaje único y un paisanaje singular nos deparan una divertidísima y vitriólica novela muy negra que transcurre en un paisaje muy blanco.

Jesús Lens

Muertos solos y bosques con secretos

Desde tiempos inmemoriales, los cuentos populares han alertado sobre el riesgo de que un extraño se lleve a los niños que andan solos por el bosque. Es un género que no se termina nunca y que ha ido actualizándose. Hoy, el bosque puede ser metafórico o digital y el depredador, estar emboscado bajo la apariencia de Brad Pitt o de Gurú del Buen Rollo, pero los riesgos son idénticos.

En ‘El secreto del bosque’, de Daniel Hernández Chambers, novela publicada por la imprescindible Serie Negra de RBA; no hay nada de metafórico en la desaparición de una niña que juega al escondite en plena naturaleza, allá por 1980. Carolina quiere ganar a toda costa y encuentra un sitio donde nadie podrá encontrarla. O eso pensaba ella…

Tres décadas y media después, una feroz tormenta desencadenada sobre Moreña hace aflorar huesos de inequívoco aspecto humano. ¿Serán los restos de Carolina, por fin? Para investigarlo, Estefanía Román, forense de reconocido prestigio y reciente éxito popular gracias a la publicación de una novela policíaca, se desplazará desde Madrid. Sólo que su investigación tendrá mucho menos que ver con los restos aparecidos que con las personas de carne y hueso. Al estilo de ‘Twin Peaks’, pero con menos personajes estrambóticos. O no. Que cada pueblo tiene lo suyo.

‘Pueblo chico, infierno grande’, reza la sabiduría popular. Y algo de eso hay en ‘El secreto del bosque’, una novela que emparenta con ‘Mala mar’, de Javier Rovira. La importancia del paisaje en el carácter de los vecinos, las heridas mal cerradas de un pasado que no termina de quedar enterrado, los traumas personales a la hora de afrontar una investigación y, siempre, la necesidad de conocer la verdad: más allá del quién y el cómo lo hizo, el porqué.

Una pregunta que también está en la base de ‘Qué solos se quedan los muertos’, un clásico del noir de Mempo Giardinelli felizmente recuperado en España por Alianza Editorial. De este autor había leído una historia de viajes, ‘Final de novela en Patagonia’, un territorio mítico para mí. De los viajes que nunca he hecho, es el que más y mejor me conozco.

 

En ‘Qué solos se quedan los muertos’ tenemos a José, un periodista argentino que vive en México D.F. y al que Carmen, una antigua camarada de lucha, una vieja novia; le pide que vaya a Zacatecas: han asesinado a tiros a su actual pareja y tiene miedo. 

A José, las cosas como son, lo que más le interesa es reencontrarse con Carmen, una mujer a la que había amado “con la fuerza de la imposibilidad”. Y es que en ‘Qué solos se quedan los muertos’ asistimos a una historia marcada por la infalibilidad del destino, uno de los temas clásicos del noir. 

“Uno solo siente que debe seguir, y sigue. Intuye o sabe que si se va, si se rinde, si abandona, si claudica, llevará sobre sí la culpa del miserable, del cobarde, del indigno”, dirá José. Y en su investigación, que será más en forma de espiral que lineal, va dejando perlas que trascienden el aquí y el ahora. Por ejemplo, la apertura de este capítulo: “Estaba muerto de hambre, y además desconcertado. Mala junta. Súmenle al hambre y al desconcierto una buena porción de autoritarismo, y tendrán una descripción de América Latina”.

Termino, solo de momento, con Mempo, a quien el gran escritor José Manuel Fajardo define como un grande de la literatura después de recomendarnos su ‘Luna caliente’. “Es la novela menos políticamente correcta que he leído nunca. Una joya de la ironía”. ¡Ya la hemos puesto en busca y captura!

Jesús Lens

May R. Ayamonte y la Granada más negra

Me lo decía un amigo: “Está enganchada”. A su hija, se refería. Y no. No hablábamos de droga. O sí. Porque estaba enganchada a la prosa de May R. Ayamonte y sus libros podrían ser catalogados como adictivos, efectivamente. Droga dura. 

Hace un par de meses, en la Feria del Libro, May petó la carpa principal, la patrocinada por Caja Rural, a la que hay que agradecer su compromiso con la literatura y las letras en nuestra tierra. La llenó hasta la bandera y se quedó gente fuera, escuchando a través de las ventanas abiertas a la Fuente de las Batallas. May presentaba su nueva novela, ‘Las aguas sagradas’, publicada por la editorial Contraluz, y la escuchamos hablar largo y tendido sobre Jimena Cruz y Fátima Suárez, las dos grandes protagonistas. Y sobre Leónidas, Gari y el resto de secundarios. 

Si escribiendo, May es buena; de cara al público es aún mejor. Responde a lo que se le pregunta sin irse por las ramas, encandila con su voz y, sobre todo, hay contenido en cada una de sus palabras. Y sentido en sus mensajes. Como nos gusta decir a quienes nos dedicamos a esto, da titulares. 

No es de extrañar que, al terminar su presentación, se hiciera una larga cola frente a la mesa de firmas. Una cola intergeneracional en la que destacaba un montón de jóvenes y ávidas lectoras, de antaño o nuevas, que se llevaban el libro dedicado y se hacían un selfi con la autora. Tampoco me extraña que, al finalizar la Feria, May R. Ayamonte fuera la autora más vendida. En un sentido amplio e integrador: nadie vendió más que ella, incluyendo a las superestrellas que vinieron de fuera. (De eso hablamos AQUÍ, destacando a esa Negrísima Trinidad de Granada, en el Top nacional).

Clara Peñalver, Men Marías y May R. Ayamonte conforman la Negrísima Trinidad de Granada

¿Por qué triunfa May? Por sus personajes, en primer lugar. Creíbles y cercanos. Cargados de contradicciones. Falibles. Molestos, incluso. Jimena, la protagonista, puede llegar a ser tan… (rellenar con la memoria y/o la imaginación) que hay momentos en que te dan ganas de… (rellenar con la imaginación). 

Jimena es una periodista joven, pero sobradamente preparada. Es decidida. Es impaciente, impetuosa y nerviosa. Tiene tics. Casi tocs. Y vicios. Y debilidades. La conocimos en ‘Las niñas salvajes’ y nos cautivó con sus broncas con el jefe. Y con sus padres, su hermana, amigos, compañeros y amantes. ¡Qué peleona es, eterna insatisfecha! Todos esos personajes secundarios, por cierto, también son clave: en su relación con Jimena descubren su auténtica naturaleza.

Y está Granada como escenario, claro. La Granada histórica, con más peso en la primera de la saga que en ‘Las aguas sagradas’. La Granada paisajística que se convierte en escenario de pesadilla. La Granada de las Bodegas Castañeda y El Fútbol donde los personajes se toman sus tercios de Alhambra Especial, faltaría más. También la Granada subterránea, física y metafóricamente. 

May R. Ayamonte triunfa por los temas que toca, como la salud mental o los niños robados. Y por la poca confianza que muestra hacia las instituciones, de forma que sus protagonistas son outsiders de la investigación, como periodistas o profesores de la UGR, más que jueces, policías o fiscales. 

Y está el ritmo. No sé cómo lo hace, pero te tumbas a leer a May y, sin darte cuenta, han caído 100 páginas. De ahí que el (notable) tamaño de sus libros policíacos, de varios cientos de páginas, haga que pesen más físicamente que a la hora de afrontar su rápida, ágil y gozosa lectura. Con May R. Ayamonte tengo una conversación (y firma de libros) pendiente. Yo le propondría Casa Enrique, un rincón muy especial y que, indirectamente, tiene que ver con su libro más reciente. Lo vamos hablando…

Jesús Lens