SI LA COSA FUNCIONA

En serio, ¿cómo puede alguien con dos dedos de frente decir que «Si la cosa funciona», la última película de ese genio llamado Woody Allen, es una película menor dentro de su filmografía? ¿Menor? ¿Qué se quiere decir con ese apelativo? ¿Que es de bajo presupuesto? Porque, si no, la cosa no se entiende.

 

El gran Woody vuelve a Nueva York, tras su periplo londinense y barcelonés. Y lo hace en estado de gracia. No quiero decir con ello que las películas dirigidas durante su etapa europea hayan sido necesariamente menos interesantes que su cine americano. Así, «Match point» es una auténtica joya, pero sí es verdad que me produce un cierto regustillo volver a ver esas calles neoyorkinas, esos cafés con las mesas en las aceras, el Village, los parques, los paseadores de perros y, en general, la fauna que habita la Gran Manzana. Es como ocurre con Scorsese: puede hacer grandes películas sobre cualquier tema, pero cuando se mete con la Mafia, me gusta el doble.

 

En la película que nos ocupa, el trasunto de Woody Allen está interpretado por Larry David, un vejete deslenguado con una venenosa capacidad de zaherir con su sarcástica lengua, más letal que el mordisco de una mamba negra.

 

Profundamente desencantado con la vida y arrastrando una ostensible cojera, secuela de un frustrado intento de suicidio, Boris Yellnikoff, supuesto candidato al Premio Nóbel de Física, conoce a una chica sureña y tontuela, reina de la belleza de algún ignoto poblacho de la América rural más profunda y de la que intenta alejarse a toda costa, pero con la que termina manteniendo una intensa y variable relación, en función de cada momento.

 

Con un humor vitriólico, basado en unos portentosos diálogos y en los típicos personajes urbanitas de la filmografía de Allen, hipocondríacos, intelectuales y cargados de manías y puñetas, a través de conversaciones religiosas, filosóficas o artísticas de lo más divertido, mordaz y procaz, la película empieza y termina dando carta de naturaleza a esa premisa que incorpora al afortunado título: si la cosa funciona…

 

Porque en esta vida, aunque nos empeñemos en complicarnos y en hacer difícil cualquier relación, lo importante es tener claro que, si la cosa funciona, hay que dejarla rodar y seguir adelante. Tanto pensar en el futuro, tanta estrategia, tanta planificación, tanta complejidad… todo ello palidece ante la sencillez de que, si la cosa funciona, es que está bien y conviene aprovechar la coyuntura para disfrutar y ser felices.

 

¿Una película menor? Será porque a los críticos les gustan los artificios complejos y complicados, de forma que la sencillez y la claridad impresas al mensaje de Allen les parece demasiado poco intelectual y elaborado.

 

Valoración: 8

 

Lo mejor: los diálogos y la sencillez de la propuesta. A fin de cuentas, si la cosa funciona…

 

Lo peor: el doblaje en español.

MÁS DE AMIGOS

Vuelta al tema de los amigos, que tocamos hace poco en ESTE enlace, pero cambiando de tercio.

 

Hace unas semanas, un lunes por la tarde-noche, cuando la recoleta y clausurada vida del postrer verano me estaba agobiando un pelín por demás, tras todo un fin de semana encerrado en casa, escribiendo, le puse un SMS a mi Cuate Pepe diciéndole que me apetecía tomarme una birra en un bar.

 

Su respuesta, aún la tengo grabada, a sangre y fuego:

 

  • ¿Cuándo y dónde?

 

Serían eso de las nueve de la noche. Le contesté que si le iba bien a las nueve y media en el Puerto Madero del Zaidín. Y una nueva respuesta, corta y expeditiva, se me quedó igualmente marcada:

 

  • Yo puedo estar allí a las nueve y cuarto, ¿y tú?

  

Apagué el ordenata y salí zumbando, a ponerle la cabeza como una olla de grillos al Cuate, que sabía que necesitaba desahogarme. Y entonces recordé esa otra frase anónima, que Quevedo hizo suya: «los amigos son como la sangre, cuando se está herido acuden sin que se los llame». Y no. El SMS no es un sustituto aplicable a la frase.

 

Pero no todo es fácil ni bonito en torno a la amistad. Por ejemplo, ¿qué ocurre con las asimetrías? Como dice A. de la Tour, «dos amigos no se quieren de la misma manera: hay un que besa, y otro no hace más que tender la mejilla». ¿Qué pasa con la reciprocidad? ¿Y con la intensidad? ¿Y con oportunidad? ¿Y con el momento? ¿Y con la distinta forma de entenderla, a la Amistad?

 

Vamos terminando. Con otra pregunta. Un amigo, ¿debe ser un alma gemela? Para Aristóteles, «El amigo es otro yo. Sin amistad el hombre no puede ser feliz». Tengo amigos con los que la identidad de pensamiento y actuación es casi total, compartiendo casi al 100% una particular forma de ver, entender y conducirnos por la vida.

 

Pero también tengo amigos radicalmente opuestos en muchas facetas y aspectos esenciales de la existencia. Con los primeros, todo es más fácil. Sin duda. Pero con los segundos, cada conversación y cada rato compartido, cada e mail y cada discusión resultan más enriquecedores, al aportar puntos de vista nuevos y distintos, sobre distintas cuestiones.

 

¿Amigos? ¿Seguro?
¿Amigos? ¿Seguro?

No es necesario, en este caso, que hagamos pregunta alguna, ¿verdad?

 

Y nos quedarían muchos más temas por tocar. Como el de las amistades virtuales y el de las amistades de género. Pero, mejor lo dejamos aquí, prometiendo volver al tema más pronto que tarde.   

  

Eso sí, nunca olvidemos a Fénelon, quién defendía que «si queréis formar juicio acerca de un hombre, observad quienes son sus amigos».

 

Advertidos estamos.

 

CONTINÚA

CON ALMA

Lo que tiene alma se distingue de lo que no la tiene

por el hecho de vivir.

 

Aristóteles.

 

No es fácil la propuesta de María. Que hablemos del alma.

 

Uno de sus chavales, viendo un capítulo de Los Simpson, se quedó intrigado por algo que dijeron en la serie de Matt Groening. Y le preguntó a su madre, angelito:

 

– ¿Qué es el alma? Y, lo que es más importante, ¿se puede comprar?

 

Y María… pues eso. Que nos dice que si le echamos una mano para explicarle a su hijo de qué va eso del alma.

 

Reconozco que he estado varios días dándole vueltas al tema, que no soy especialmente espiritual y no es algo que me hubiera planteado, la verdad. Para mí, el alma es pasión, amor, fuerza y energía. Siempre digo que un sitio, un lugar, un bar o una película tienen alma cuando transmiten sensaciones. Buenas sensaciones. Feelings. Buenas vibraciones. Como esta imagen de Nefertiti, por ejemplo. Por eso me identifico tanto con la cita de Aristóteles con que empiezo este artículo.

 

De hecho, hasta que hemos comenzado esta serie de reflexiones on line (a través de ESTE enlace podéis acceder a todas ellas), no me había dado yo cuenta de lo muy aristotélico que me estoy volviendo. «El alma es aquello por lo que vivimos, sentimos y pensamos». ¿No es un prodigio de definición, esta otra del sabio griego?

 

Yo había pensado definir el alma como ese algo interior e inmaterial que nos hace ser como somos. Pero, a la vista de la definición aristotélica, mejor me callo. Y doy la palabra a Antonio Machado, que escribió esta estupenda poesía:

 

«Moneda que está en la mano,

tal vez se deba guardar.

La monedita del alma

se pierde si no se da.»

 

Efectivamente. Eso que tenemos dentro y que nos conforma como las personas, como los individuos únicos y singulares que somos, ¿de qué sirve si no se comparte? Por eso hay que ser generosos, por encima de todo. Aquello que se disfruta en compañía es mucho más agradable que lo que se disfruta en soledad.

 

Y me acuerdo del gran clásico de Extremoduro, «Jesucristo García»:

 

«Y perdí

la cuenta de las veces que te amé.

Desquicié

tu vida por ponerla junto a mí.

Vomité

mi alma en cada verso que te di.

Olvidé

me quedan tantas cosas que decir.»

 

Por eso me gustan estas entradas blogueras tan especiales. Porque ponemos el alma en cada una de ellas. Palabrita de Niño Jesús.     

 

A todo esto, como no las tenía todas conmigo, pregunté a través del Twitter, por el asunto del alma. Y recibí una buena respuesta, aunque un poco triste, de una de las personas que se han hecho imprescindibles en este espacio virtual, Kaperusita: «Lo que queda cuando todo lo demás pierde sentido». ¿Qué os parece?

 

Yo no sé si todo esto le servirá a María para explicarle a su pequeñuelo que no es lo mismo malfreír un par de huevos que ponerle el alma a la elaboración de una buena cena. Que no es lo mismo ir a trabajar que ponerle cariño a tu trabajo. Que no es lo mismo salir del paso que apasionarse a cada paso.

 

Que el alma es lo que nos hace crecer, evolucionar. Lo que nos convierte en mejores personas. Porque, como dijo Pitágoras, «en tres partes se divide el alma humana: en mente, en sabiduría y en ira». La ira. Algo de lo que habría que hablar más despacio.

 

Por tanto, y vamos con la segunda cuestión, ¿se puede comprar alma?

 

Creo que no. Pero sí se puede vender. El alma se puede cultivar y engrandecer. Se puede descuidar, echar a perder y dejarla pudrir. Se puede malbaratar y vender. Pero no comprar. Porque el alma es algo demasiado precioso, demasiado delicado, demasiado personal como para podérsela trasplantar a un semejante. No. El que pretenda vivir del alma de los demás no es más que un vampiro, un zombie, un muerto viviente.  

 

Amiga María, no sé si todo esto te habrá servido de algo. Aprovecho para pedir a los amigos que estáis ahí para que aportéis un poco de lucidez a esta cuestión. ¿Qué os parece? ¿Cómo lo veis? ¡Animaos!

 

Jesús Lens, que detesta a los desalmados.

NEFERTITI: INOLVIDABLE AMOR

Frente a la Puerta de Ishtar me quedé pasmado. Pero fue frente al busto de Nefertiti donde, creo, me enamoré por primera vez de una obra de arte. Pasé ni recuerdo cuánto tiempo frente a ella, hipnotizado, imantado, embrujado. Me alejaba cada vez que un grupo de visitantes se acercaba a ella, pero volvía inmediatamente a su vera apenas se quedaba sola.

 

De hecho, cuando ya me iba del Museo, sentí la perentoria necesidad de regresar nuevamente a ella y echarle un último vistazo, a modo de despedida. Un hasta luego, por supuesto. Jamás un adiós.  

 

Nefertiti, belleza atemporal, inmortal, divina y sobrehumana.

 

Desde ayer luce con todo su esplendor en el Neues Museum de la capital alemana.

 

Ni lo dudéis. Sólo por verla de cerca, merece la pena viajar a Berlín. Cuando vayáis, dadle recuerdos de mi parte y decidle que pronto, muy pronto, volveremos a vernos. Que nunca la pude olvidar y que la llevo incrustada en el centro del pecho. Hondo. Muy hondo. Aunque sus eternas y hieráticas frialdad e indiferencia pongan distancia de por medio, en la vida hay amores que nunca pueden olvidarse, imborrables momentos que siempre guarda el corazón…    

 

Jesús Lens, inolvidablemente enamorado.