HELADA

Concurso de Microrrelatos para Getafe Negro. 150 palabras máximo empezando por «La sangre sobre la nieve es más roja».

 

Mi cuento:

 

 

La sangre sobre la nieve es más roja, más viva, más amenazante. No tengo frío. Ella, sin embargo, está helada. Azul. Amoratada. Las tinieblas hacen impenetrable la oscuridad de la noche, pero las primeras luces del amanecer amenazan con romper el horizonte. Silencio. Se empieza a hacer tarde.

 

Un perro ladra en la lejanía. Me detengo, sólo un momento, para coger resuello. Los músculos de brazos, hombros y espalda piden un descanso que no les puedo conceder. No es fácil picar la tierra helada y el cadáver tiene que quedar enterrado antes de que llegue el día. Hace rato que el cerco de sangre dejó de crecer alrededor de su cuerpo. Vuelvo a cavar y le echo un vistazo de soslayo. Por una vez, no me responde con su mirada desafiante e insolente. Y, sin embargo, la sangre sobre la nieve es tan roja, tan viva, tan amenazante…     

 Jesús Lens

REAL MADRID: ¿INSULTO O SOCIOS SIN HUMOR?

A los socios del Real Madrid de baloncesto, el club les ha obsequiado este año con un regalo muy especial: un «pack» consistente en tablero de cartón, barra de plástico para colocarlo en una papelera y  los Dos Balones oficiales del Real Madrid que se acompañan en la foto.

 

¡Menudo par de pelotas!
¡Menudo par de pelotas!

Los socios, cabreados, han tirado el regalo, despreciándolo olímpicamente. ¿Será la venganza por lo de Río de Janeiro, se ha pasado el Club cinco pueblos o es que los socios del Madrid han perdido su sentido del humor?

 

Jesús Lens, divertido.  

NOWHERE?

Correr 25 kilómetros por la Vega puede producir monstruos:

 

Allí se encontraba. En mitad de ningún sitio. Hacía unas semanas que había emprendido un camino difícil y complicado. Aún cargado de energía, ilusión y esperanza, tenía sus recelos. Sabía que la empresa no era fácil, los escollos eran numerosos y el sendero, serpenteante, tortuoso y, sobre todo, largo. Muy largo.

 

Pero se conocía. Se había preparado a fondo y estaba convencido de que, dando lo mejor de sí mismo, si la suerte y las circunstancias le acompañaban, culminaría la empresa con éxito.

 

Y allí se encontraba. En la mitad del camino. Seguir adelante o volver atrás no era una decisión que tuviera sentido. No había atajos, desvíos o trochas. Lo sabía cuando emprendió la marcha. De hecho, por eso había elegido precisamente esa ruta y no ninguna otra. Era parte del reto. Del encanto. Las había más fáciles. Más accesibles. Más cortas. Pero su camino era ése. La experiencia acumulada así se lo había indicado.   

 

Y, sin embargo, había ocasiones en que, cuando se volvía para mirar de dónde venía y, después, se giraba para escudriñar el horizonte, se sentía perdido. En mitad de ningún sitio. Sólo se escuchaba el Silencio, pero ninguna señal era visible ni perceptible. Era lo que tenía el viajar sin mapa ni GPS. Que, muchas veces, el camino pinchaba por demás.

 

Pero no se arrepentía. Ni se preguntaba el célebre «qué hago yo aquí» que le había asaltado en otros viajes anteriores. No. Esta vez estaba absolutamente seguro y convencido de haber emprendido el camino correcto. El definitivo. Sólo que, a veces, se sentía perdido, cansado y desalentado. Solo.