Igort o la imperfecta perfección

Cuando vayan ustedes a su librería de referencia, échenle mano a un cómic de portada amarilla con un gran 5 en el centro dibujado en negro. También aparece la figura de un tipo tocado con sombrero que, con la mano derecha blande una pistola mientras que, en la izquierda, porta una maleta.

Abra el tebeo, exquisitamente publicado por Salamandra Graphic y échele un ojo. Es posible que algunas de las viñetas le parezcan descuidadas, apenas esbozos. Casi como un ‘work in progress’, más que una obra terminada.

Es la imperfecta perfección e Igort, polifacético artista italiano cuyo trabajo es contar historias. Las cuenta en formato ‘fumetto’, como se conoce al tebeo en Italia, pero también escribe cuentos, novelas y ensayos; además de ser músico, ilustrador, guionista y editor. Y buena parte de esas facetas se encuentran en ‘5 es el número perfecto’, una novela gráfica cuya acción transcurre en la Nápoles de la Camorra.

Igort también se ha convertido en cineasta, ojo. Adaptando a la pantalla esta novela gráfica, precisamente, en un proceso que le ha llevado trece largos años y que ha consumido diez guiones diferentes. Hablamos, por tanto, de un artista total y de una obra de ambición universal.

Todo comienza en Nápoles, en los años 70 del pasado siglo. Peppino le hace a su hijo Nino un regalo de cumpleaños muy especial: una pistola. Porque ambos son sicarios de la Camorra. Pepinno, ya retirado, se siente orgulloso de la carrera de su hijo. Lástima que, a las primeras de cambio, al atildado Nino le tiendan una emboscada. La sangre llama a la sangre y a Pepinno no le quedará más remedio que cambiar la caña de pescar por las pistolas. Otra vez.

Apuntes a vuelapluma sobre ‘5 es el número perfecto’. Primero: el paso del tiempo y la nostalgia. El propio Igort habla de ello en una entrevista incluida al final del cómic, en la edición de Salamandra Graphic: “La nostalgia es uno de los elementos fundamentales de mi trabajo, que es un trabajo centrado en la memoria. Me gusta contar el tiempo que se detiene y que de algún modo resurge gracias a los recuerdos… creo que la nostalgia es un componente fundamental de la novela moderna. De ‘Oblómov’ a ‘En busca del tiempo perdido’, toda la novela que ha recorrido el siglo XX es respiración en el tiempo, memoria, recuerdo y evocación”.

De ahí el grafismo tan singular que utiliza el autor, esa especie de apuntes del natural que rememoran la Nápoles de los años 70, el contrapunto expresivo del blanco y negro, secuencias que parecen casi teatrales, como bailes de máscaras o el kabuki de la tradición japonesa que tanto interesa a Igort. Una forma de “escritura visual”, en definición del propio autor, en la que resultan esenciales los ambientes, las atmósferas… Un dibujo que huye del preciosismo y de la atención al detalle para centrarse en la sugerencia.

Un ‘fumetto’ italiano 100% que puede recordar a Tarantino, pero que no trata de emular al cómic norteamericano. Con lo difícil que es sustraerse a su fuerza gravitacional…

Lean ‘5 es el número perfecto’ y déjense seducir por el universo gráfico y narrativo de Igort. Después, haremos por ver la película y comentar la traslación de su particular universo de la viñeta a la pantalla.

Jesús Lens

Esos jueces marcianos

Siempre que una frase lleva una adversativa, lo que importa no es lo que encabeza la oración, sino lo que sigue al ‘pero’ o al ‘aunque’ correspondientes.

Por ejemplo: respeto la decisión del juez de Alcázar de San Juan que anula la obligatoriedad del uso de las mascarillas porque se vulnera los derechos fundamentales, PERO me parece una temeridad de proporciones colosales. El juez de marras tampoco da el visto bueno a la petición de la Delegación de Sanidad de suspensión de las actividades colectivas de ocio por su carácter genérico e indeterminado, ni al cierre cautelar de parques y jardines. ¡Qué pelotazas!

¿Influirá esta decisión en el cierre del prostíbulo de dicha localidad, que generó un brote de coronavirus hace unos días? Verás tú que, resolución judicial mediante, reabre sus puertas como espacio para el ocio nocturno…

Son cosillas como esta las que nos devuelven la fe en el Estado de Alarma, tan denostado hace unos meses y que empieza a ser añorado, visto el sindiós que nos viene encima. Con esto va a pasar como con los escraches, el acoso y la intimidación: quienes empezaron por prescribirlos como receta de jarabe democrático, abjuran y echan pestes de ellos una vez que se les han vuelto en contra.

¿Se acuerdan de los cacerolos, clamando por el final del Estado de Alarma? ¿Se acuerdan de aquellos juegos florales sobre su constitucionalidad? Pues estamos a dos tensiones más de la curva de contagios para echarnos a la calle y pedir el mando único en la gestión de la segunda ola de la pandemia, esa de la que todos hablamos, pero que algunos se empeñan en no ver. Todo ello gracias a resoluciones judiciales tan miopes y marcianas como las de determinados jueces de Alcázar de San Juan, Madrid o Barcelona; que parecen vivir en sus particulares y togados mundos de Yupi.

Suspiraremos por el Estado de Alarma, también, por la inoperancia y la incompetencia de determinadas autoridades autonómicas. Por su imprevisión y falta de planificación en la toma de decisiones. Y por no dotar de recursos económicos suficientes según qué partidas, esenciales, para protegernos del virus. Las educativas, por ejemplo.

En Berlín, tras dos semanas de clase, han tenido que cerrar 41 colegios por niños y profesores contagiados. Un 4,5%, dado que alberga 825 escuelas. Y hablamos de Alemania en el mes de agosto. Disfrutemos (prudentemente) de lo que queda de verano, que el otoño se nos viene calentito.

Jesús Lens

Lo importante es lo que importa

La España de las autonomías también era esto. Enfrentarse a la gestión de la segunda ola de la pandemia, por ejemplo. Y decidir qué hacer en competencias como Educación y Salud. Ni los Géminis más recalcitrantes podemos entender que pidan su gestión centralizada los mismos que, allá por mayo, clamaban por el final del estado de alarma y la devolución de esas competencias a las autonomías. Sobre todo porque no lo hacen por una cuestión de salud pública, sino por pasarle el marrón a otro.

Estamos a poco más de una semana para septiembre y hay quien habla de la ‘incertidumbre’ sobre lo que nos traerá el otoño. ¿Incertidumbre? No quiero ser derrotista o alarmista, pero tampoco hay que ser Nostradamus para anticipar que el resto del 2020 y el arranque del 2021 van a ser muy complicados, por decirlo suavemente.

En su momento se decidió dar por terminado el curso escolar sin que hubiera vuelta a las aulas. Era lógico. A la vez, se puso en marcha la recuperación del sector de la hostelería y el turismo. Igualmente lógico y necesario. La operación Salvar el Verano, si la miramos con los ojos de marzo o abril, ha sido un éxito. Pero está teniendo un coste muy alto: brotes, rebrotes, conatos de transmisión comunitaria y el cierre del ocio nocturno.

Así las cosas, nos encaminamos a un septiembre para el que deseamos, tanto como tememos, la vuelta del alumnado a las aulas. ¿Ha hecho sus deberes la administración? A la vista de lo que vamos leyendo estos días, parece que no, hasta el punto de que ya se anuncian huelgas en el sector en Madrid.

Para la operación Salvar las Aulas, la Junta de Andalucía tendrá qué decidir qué es lo que realmente importante. Porque me parece contradictorio que ya se hable de educación semipresencial y, a la vez, se anuncien los calendarios de competiciones deportivas de alevines, benjamines y demás pezqueñines. No seré yo quien le ponga un pero a la importancia del deporte escolar, pero es necesario priorizar. Y la cuestión de las actividades extraescolares no resultará pacífica.

Tendrán que hilar muy fino la Junta de Andalucía y los Ayuntamientos. Se van a hartar de limitar, acotar y prohibir actividades lúdicas, deportivas y recreativas. Determinar qué es lo realmente importante será su responsabilidad prioritaria. Y les lloverán palos. Porque la España descentralizada y de las autonomías también era esto.

Jesús Lens

Con mascarillas, más bonicos

Cae la tarde en Ronda. Plaza central del casco histórico. Un tipo se sitúa en el mejor lugar posible para hacerse un selfi. Iba a decir que el muchacho es difícil de mirar, pero lo cierto es que, en realidad, es feo. Muy feo, objetiva y picasianamente hablando.

Ni que decir tiene que está petao, lleva un peinado modelno con sus correspondientes mechas y luce tatuajes varios por diferentes partes del cuerpo, bien visibles bajo su camiseta de tirantes. Por supuesto, no lleva mascarilla. Al menos, no mientras se afana con en palo selfi. Cuando termina, se calza una quirúrgica. Y el muchacho gana bastantes enteros con ella puesta.

En las cercanías del famoso tajo de la localidad malagueña, más de lo mismo. Como si fueran la Resistencia de Miguel Bosé, decenas de personas se fotografían sin su mascarilla. —¿Por qué lo hacéis?— me apetece preguntarles—. ¿Por qué os la quitáis, sin con la mascarilla estáis más bonicos?

Pero no hay manera. Con darse una vuelta por las redes sociales, está todo dicho. Pregunta para juristas: ¿puede sancionar la autoridad competente a las personas que se exhiben a sí mismas en Facebook, Twitter e Instagram, incumpliendo la normativa vigente de forma tan voluntaria como flagrante?

No hemos conseguido interiorizar que la amenaza del coronavirus sigue ahí fuera, vivita y coleando. Hace unos días, un puñado de tíos grandes como castillos, miembros de una peña deportiva y no convivientes, por tanto; se fotografiaban en el interior de un garito sin mascarillas y sin distancia social alguna, felices de reencontrarse. ¿Y qué me dicen de esas familias que, para agasajar al abuelo, juntan a no menos de quince o veinte hijos y nietos que, desembozados, lo rodean y lo abrazan en el salón de su casa?

¿Qué tendrá el ego narcisista que, con la está cayendo, lleva a tantas personas supuestamente inteligentes a comportarse como auténticos descerebrados?

Quizá sea hora de pasar a la ofensiva y empezar a echarle la boca a la gente que incumple las normas, en la calle y en las redes. Que mucho reírnos de Miguel Bosé y echarnos las manos a la cabeza con la estulticia de los antimascarillas, pero luego, en la práctica, nos parece más importante una fotito para el Instagram que nuestra salud y la de quienes nos rodean. Sin olvidar que, en muchos casos, en las fotos salimos mejor y más bonicos con la mascarilla que al natural.

Jesús Lens

Entre el escrache y el acoso

Siempre me ha parecido deleznable. Será que me pilló mayor, pero los llamados escraches, el jarabe democrático recetado por algunos teóricos políticos, era algo muy parecido al acoso. Y el acoso es violencia. Ni que decir tiene que lo sucedido a la familia de Montero e Iglesias en sus vacaciones es inaceptable. Como inaceptables me han parecido, siempre, la coacción y la intimidación practicada por los de la voz en grito.

En la Universidad de Granada ha ocurrido alguna vez. Con Rubalcaba, por ejemplo. Y eso que iba a hablar de Química. Que no es lo mismo, pero que es parecido. O no. Yo ya no sé qué pensar. Es como lo de llamar gordo, tigretón y zampa phoskitos a Miguel Bosé. No sé. La gordofobia que criticaba Kichi, el alcalde de Cádiz, hace unas semanas.

¿Es gordofobia hacer chistes de gordos en las redes sociales? ¿No pierden fuerza las críticas a Bosé por la idiocia manifestada en relación a las mascarillas al mezclarlas con sus kilos de más? Aunque, en realidad, ¿qué son kilos de más?

Sostiene alguna gente que al manifestante antimascarillas ingresado en el hospital por la Covid-19 no habría que atenderlo. Sin pensarlo, es lo que pide el cuerpo. A nada que lo pensemos, si embargo, es atroz. Por esa regla de tres, no habría que atender a los fumadores de cualquier afección pulmonar, a los aficionados al ‘trinqui’ de cuestiones hepáticas y a los adictos al trabajo —que haberlos, haylos— de sus problemas cardíacos.

Al fulano, si se prueba que contravino la normativa, que la autoridad le sancione como corresponde mientras los médicos actúan hipocráticamente y hacen todo lo posible por librarle de la neumonía.

Vivimos tiempos de confusión, de polarización, tensión y crispación a raudales. Bien harían nuestros representantes políticos en dar ejemplo y rebajar el tono, dando instrucciones precisas a sus seguidores de que así, no.

Ni acosos, ni escraches, ni insultos, ni descalificaciones innecesarias o gratuitas. Van a venir meses muy duros. Estamos viendo que las comunidades autónomas también cometen errores en las parcelas de gestión de la pandemia que les corresponden. Y eso que todavía no es septiembre ni ha llegado la vuelta al cole.

Favor de bajar el pistón. De frenar. Estamos viviendo uno de los momentos más complicados de nuestra historia y nada aportan el insulto, el acoso ni la violencia, por muy dialéctica que digan que es.

Jesús Lens