¿Le sujetamos o le dejamos caer?

Tuiteaba esta mañana la siguiente máxima del literato español A.P. Valdés:

 

«Cuando bordeamos un abismo y la noche es tenebrosa, el jinete sabio suelta las riendas y se entrega al instinto del caballo»

 

Y algunos sabéis que estos días planteábamos, precisamente, lo que harías con algunas, con determinadas personas, si te las encontraras al borde del abismo y, en tu mano, estuviera salvarlas o dejarlas caer.

 

Hoy, El Roto, publica esta viñeta, en El País

¿Le sujetamos o le dejamos caer?

¿Casualidad o el sueño de la crisis produje abismos?

 

Jesús abismado Lens 

La alegría de los profesores

Unas notas, para aportar al debate educativo, en un artículo que publicamos hoy en IDEAL, con un puntito sentimental y, como escribe Rosa Montero “Los articulistas llevan dos semanas escribiendo sobre los profesores: pocas veces he visto tanta redundancia. Mis disculpas al lector que ya esté harto”.

No me extraña la que le ha caído a Esperanza Aguirre por su famosa carta. Más allá de las supuestas faltas de ortografía, lo que me parece deleznable es que toda una ex Ministra de Educación firme y suscriba, como Presidenta de Madrid, la misma cantinela que venimos oyendo desde que el mundo es mundo: los profesores son unos privilegiados con trabajo fijo y garantizado que no sólo gozan de unos horarios envidiables sino que también disfrutan de unas interminables vacaciones, tan desproporcionadas como ¿inmerecidas?

Uno atesora la imagen imborrable de su madre, profesora, corrigiendo exámenes bajo un flexo, preparando clases, leyendo libros sobre filología, lengua y literatura, una tarde tras otra. O recuerda que, en su antigua casa, la banda sonora que nos despertaba los fines de semana era el continuo e interminable aporrear de los dedos de su padre, profesor, sobre las teclas de su máquina de escribir. Por eso, escuchar según qué cosas, me daría mucha risa si no fuera porque me da mucha pena. Y rabia.

Lo que pasa es que en este país, por mucho que estemos en el siglo XXI y nos creamos muy modernos y vanguardistas, seguimos teniendo la rancia mentalidad del presencialismo histórico y existencial: si no estás, es que no trabajas. Si no te ven, es como si no estuvieras. Dan igual Internet, el ADSL, la portabilidad, los iPad, la formación, el reciclaje, la calidad o la productividad. ¡Ahí te quiero ver, impasible el ademán, horas y horas encorvado sobre tu mesa! No importa tanto lo que hagas o cómo lo hagas, cuanto que te vean.

Y, sobre todo, los españoles seguimos siendo asquerosamente mezquinos y envidiosos. En realidad, pasamos de la calidad de la enseñanza, el Informe PISA y las aplicaciones informáticas en la educación. El hecho de que un profesor tenga dos meses seguidos sin clase (que no de vacaciones) nos jode. Y punto. ¿Por qué ellos sí y yo no? Esa es la cuestión.

Imaginemos que apareciera un nuevo sistema educativo por el que los maestros fueran capaces de conseguir que los alumnos aprendieran más y mejor… en la mitad de tiempo. ¿Nos pondríamos contentos y saltaríamos de alegría, pensando en el nuevo horizonte que se abriría frente a nosotros o empezaríamos a quejarnos, inmediatamente, de las muchas vacaciones que iban a tener los profesores?

Un reciente estudio de ESECA señala que quiénes más tiempo estudian y más esfuerzo invierten en su formación, tienen más probabilidades de encontrar trabajo. Y no es una perogrullada, que anda que no hemos escuchado veces, en los tiempos del ladrillazo, eso de que estudiar no sirve para nada. Así las cosas y en vez de quejarnos por sus vacaciones, ¿no deberíamos preocuparnos de que nuestros maestros y profesores estuvieran contentos, alegres y optimistas, fuertes y energéticos, motivados y satisfechos, para dar lo mejor de sí mismos en beneficio de nuestros niños y jóvenes?

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

El evangelio de San Juan

O El Brujo, o sea.

A esta obra de teatro fui como el que va al cine, a ver la última de Spielberg o una de Brad Pitt. En este caso, fui al Isabel La Católica, el sábado a la 19.30, a ver la de El Brujo.

A la entrada, de hecho, ni cogí el folleto en que se presenta la obra y se explica de qué va, cuál es su origen y su intención.

Nada.

Vamos a ver a El Brujo y, después, ya veremos.

Creo que es importante reseñar la sesión en la que estuvimos porque, en mitad de la misma, una señora se levantó de las primeras filas y, una vez de pie, sacudió la cabeza con altivez y salió cruzando el patio de butacas, con sus taconazos, más tiesa que una estaca, cloqueando como una gallina.

Rafael Álvarez, que la miraba desde lo alto del escenario, estalló y, después de soltar una inflamada filípica sobre la falta de tolerancia de algunos, invitó a quién estuviera harto, cansado o indignado a que siguiera los pasos de la señora gallinácea, lo que fue aprovechado por otra espectadora para salir por piernas.

Al final, cuando la obra terminó y todos estábamos de pie, aplaudiendo a rabiar las dos horas y media de deleite que El Brujo nos había regalado, éste pidió perdón por haberse alterado, lo que le honra enormemente.

Pero, digo yo, ¿qué esperaban esas señoras de una obra de El Brujo, basada en el Evangelio de San Juan?

¡Por favor!

Que Rafael lleva años y años haciendo teatro y sus tablas, sus falsetes, su forma de actuar, sus morcillas, sus comentarios críticos sobre la actualidad, etcétera, etcétera; son marca de fábrica, tan famosos como los pases de Iniesta, las paradas de Casillas o el realismo de Antonio López.

Pero bueno. Hay gente pa tó. Hasta para gastarse 30 euracos -que ya está bien- y marcharse airada a mitad de representación, justo cuando lo que estábamos viendo sobre las tablas respondía perfectamente al guión que esperábamos ver.

Y, ojo, no quiere esto decir que la obra de El Brujo sea una comedia facilona sobre los evangelios, la religión o el cristianismo. Ni mucho menos. Porque uno no dedica dos exigentes horas y media a vaciarse en un escenario, solo acompañado por cuatro músicos, para reírse o burlarse de algo que le resbala, le asquea o le deja indiferente.

En pocas palabras: al salir del teatro me dieron ganas de ir a casa y encerrarme a leer, de un tirón, el Evangelio de San Juan. Y eso no lo consigue alguien que se burla y se mofa de un texto.

Distinto es que El Brujo considere como sagrado al referido texto, algo intocable o inmutable. Que no lo es. Basándose en el original griego y relacionándolo con decenas fuentes antiguas, con la cábala y otras visiones etnocentristas de la religión, el cómico hace una encendida defensa de la palabra, del verbo, de la representación teatral, del hombre y su comunión con la naturaleza y lo sagrado; que va más allá del concepto intocable, temeroso y reverencial que, de Dios, nos ha transmitido la religión oficial.

Y todo ello trufado de guiños a la actualidad política y social del momento, unos que cuelan con total naturalidad y otros que necesitan de calzador y, casi, de vaselina. Pero que consiguen que las dos horas y media de espectáculo se hagan cortas e insuficientes.

Por ver a El Brujo en escena es, sencillamente, un privilegio al que no se puede, ni se debe renunciar. Por higiene. Por salud mental.

Jesús Embrujado Lens

¿Y en años anteriores? ¿Qué publicábamos este 19-S? 2008, 2009, 2010.