¿Pasado o futuro?

Yo, que estoy pegado en ciencias, alucino cuando leo noticias como las de los neutrinos, que pueden dejar obsoleto al mismísimo Albert Einstein, el famoso científico de pelo revuelto del que no entiendo sus teorías, pero a quién admiro por sus máximas, aforismos y citas.

El caso es que, por lo visto, si lo de los neutrinos fuera cierto –que está por ver- podríamos empezar a pensar en viajar en el tiempo.

Así las cosas, vamos a soñar, hoy sábado. Un día frío y desapacible como solo puede ser un sábado pre-otoñal que nos encuentra en camiseta y pantalones cortos, sin ganas, ánimo o voluntad de rescatar siquiera una prenda de sport, de manga larga, del fondo del armario.

En breve: si pudieras viajar en el tiempo -y dicho viaje fuera asequible, claro – ¿irías hacia el pasado o hacia el futuro?

Dando por sentado que si vas al futuro no sabes qué te vas a encontrar y, por tanto, no podrías elegir destino, centrémonos en el pasado.

Si viajaras a una época anterior de nuestra historia, ¿a qué tiempo, civilización o cultura te trasladarías?

Venga. Juguemos. Que es sábado, el UARS ya no nos amenaza con caer sobre nuestra cabeza y el FMI parece estar de fin de semana, modosito y callado…

Jesús neutrino Lens

Ahora, eso sí, podemos viajar a los 24-S de los últimos tres años: 2008, 2009 y 2010.

Esperando a UARS

¡Arrojo!

Seguro que al saber la noticia del Satélite que se nos viene encima has pensado: «¡No le cayera en la cabeza a…!»

¡Malote! (Pero no, no caerá la breva 😉 ) Parece que caerá en el Pacífico, pero bueno. Por si cayera en el Zaidín, que ha sido un placer conoceros.

¡Hasta la vista!

PD.- Nunca pensé que la muerte, por satélite, iba a verse así. Esperaba que, al menos, fuera en HD 😀

Cultura del esfuerzo

Me gusta más el concepto, la idea y la intención que la definición final, que hoy todo es cultura de algo: la cultura del ahorro, la cultura del pelotazo… el aburrimiento de la cultura.

Pero es de destacar el mensaje y la intención: Esfuerzo.

El caso es que este año, el Valencia Basket no recibía ofertas significativas para que ninguna marca comercial patrocinara al equipo y, antes de malbaratar la marca, el prestigio y el nombre de la entidad, han decidido salir al parqué solo con el mensaje reseñado:

“Cultura del esfuerzo”.

Cierto que la familia Roig está detrás del accionariado del equipo y que su fortuna permite cuadrar un presupuesto que, en la mayoría de los equipos, resulta inasumible.

Pero, aún así, hay que destacar su intención de mandar un mensaje constructivo, positivo y alentador.

Es hora de reivindicar el Esfuerzo como santo y seña de unos tiempos turbulentos, duros y difíciles.

Así que, como buen madridista, seguiré apoyando a la escuadra merengue desde las tripas y el corazón (hablando de baloncesto, que en fútbol no puedo con Mourinho y su ranciedad), pero mi segundo equipo ACB, este año, es el equipo toronja.

¡Esfuerzo, sacrificio, sudor, ánimo, espíritu, arrojo y valentía!

Estamos con vosotros.

Jesús esforzado Lens

En 2008, 2009 y 2010, también nos esforzamos en publicar, un 23 de septiembre.

Azares del oficio (artículo de Muñoz Molina)

Es tan bueno este artículo de Antonio Muñoz Molina y habla de una forma tan cercana de muchas cosas de las que uno siente quelo copio íntegro. Repito, el texto es de ANTONIO MUÑOZ MOLINA.

Dentro de unos meses hará 30 años que publiqué por primera vez algo en un periódico. Dos años más tarde, a finales de 1984, apareció mi primer libro. Creo que voy teniendo ya una cierta perspectiva para reflexionar sobre lo que se llama el éxito y lo que se llama el fracaso, sobre la fama casi siempre dudosa que puede deparar la literatura y sobre la oscuridad en la que muchas veces queda postergada o perdida, incluso sobre el grado de justicia o de injusticia con que se valora a un escritor. Treinta años, o casi, dan para mucho. En 1982, cuando yo empecé a colaborar en un periódico recién fundado que duró muy poco tiempo, Diario de Granada, en las redacciones había un ruido frenético de máquinas de escribir y una neblina permanente de humo de tabaco. Las dos cosas parecían naturales. Las dos desaparecieron al cabo de no mucho tiempo, primero las máquinas, después el humo. Los artículos los escribía uno a máquina en su casa y los llevaba en mano al periódico. Dictar por teléfono era costumbre de enviados especiales en el extranjero. A los colaboradores de periódicos de provincias una de las muchas cosas que nos producían admiración de Francisco Umbral era que mencionaba como de pasada en sus crónicas que un motorista iba a su casa cada tarde para recogerlas.

Las mías yo las llevaba a pie o en autobús. Y aunque retrospectivamente parece que aquel era un comienzo inevitable yo no me olvido nunca de lo que tuvo de casual. Fue una casualidad que fundaran en Granada aquel periódico nuevo, y que yo conociera al redactor jefe, Antonio Ramos Espejo. Yo tenía 26 años y llevaba escribiendo desde antes de la adolescencia, pero nunca me habían publicado nada, ni me habían premiado ni seleccionado en ninguno de los concursos de cuentos a los que me presentaba. Me armé de valor una tarde y fui al periódico. Antonio Ramos me recibió con la amabilidad distraída de quien tiene demasiadas cosas a las que prestar atención y cuando le ofrecí llevarle algo me dijo, con una simplicidad desconcertante:

-Venga. Escríbeme una columna todas las semanas.

Que se diera por supuesto que esas colaboraciones no se cobraban me pareció lo más natural. Diario de Granada fue un periódico pobre que no duró mucho tiempo y en el que había a veces cantidades prodigiosas de erratas, pero sin esa oportunidad que tuve de escribir en él no sé cuál habría sido mi futuro de posible escritor. Los profesores, los mismos escritores, presentan la vocación como una fuerza solitaria que se alimenta de sí misma y que de antemano tiene trazada una dirección. Esa no es mi experiencia. Yo no sé cuánto tiempo más habría resistido mi vocación sin el estímulo de ver impreso lo que escribía; sin el eco inmediato de algunos lectores; sin la disciplina que se aprende escribiendo con una extensión predeterminada y con una fecha y una hora de entrega; sin la bendición de que al publicar uno se aligera de lo ya escrito y puede volcarse hacia lo ni siquiera intuido todavía.

Yo recortaba mis artículos del periódico y los guardaba en una carpeta con gomas: reliquias del pasado, del siglo pasado. Me asombraba y me halagaba una modesta notoriedad local, y eso me animaba a escribir más, a tantear de nuevo la posibilidad de una novela empezada y abandonada años atrás. Trabajaba de ocho a tres en una oficina y por las tardes escribía. Dos amigos que sacaban adelante una pequeña editorial de poesía, Silene, me propusieron que hiciera un libro con los artículos de aquella serie ya concluida en el Diario de Granada. La vocación no sucede en el vacío, y el poco o mucho talento que cada uno tenga no es nada sin ciertos azares decisivos, detrás de la mayor parte de los cuales hay al menos un acto de generosidad. Los poetas José Gutiérrez y Rafael Juárez me animaron a reunir ese libro de artículos, con una convicción que a mí me faltaba. El pintor Juan Vida me diseñó gratis la portada y me asesoró en el mundo recóndito de las imprentas locales. A mí me parecía una secreta indignidad publicar un libro pagándome yo mismo la edición, pero los dueños de la imprenta eran también amigos, y hasta un conocido se ofreció a llevar los ejemplares de cinco en cinco por las librerías y las papelerías de Granada. En el mundo exterior no había ni que pensar. Luis García Montero, Mariano Maresca, escribieron reseñas en periódicos de la ciudad. Entre unos y otros me daban direcciones de escritores o críticos a los que sería conveniente que les mandara ejemplares dedicados.

Tener un libro con mi nombre en la primera página era algo y no era nada. Verlo en el escaparate de la librería de un amigo; o en un anaquel de una papelería en la que los cinco ejemplares dejados por mi distribuidor permanecían intactos cada vez que yo entraba a comprar unos folios o simplemente a mirar de soslayo a ver si faltaba algún ejemplar. Vivía en la congoja de invisibilidad del aspirante a escritor confinado en su provincia. La frase de Pascal sobre la amplitud de los mundos que ignoran la existencia de uno me la aplicaba a mí mismo y a mi libro, que al menos llevaba el sello de la editorial Silene, ahorrándome así la habitual ignominia, edición del autor.

En cada momento lo que me sucedió podía no haberme sucedido. Pere Gimferrer podía no haber ido a Granada a dar una conferencia unos meses después. Mi amigo Mariano Maresca podía no haberle regalado mi libro. Y a casi nadie más que a Gimferrer se le ocurre leer un libro que le han dado después de una conferencia, en ese paréntesis fatigoso entre la charla y tal vez la cena posterior con los anfitriones y el regreso a la habitación del hotel, de donde uno se marchará con pocos recuerdos y casi siempre con alivio a la mañana siguiente. No hay muchos editores que tengan una verdadera vocación de descubrir. No los hay ahora y no los había entonces. Yo tuve la suerte de que mi novela recién terminada la leyeran Pere Gimferrer y Mario Lacruz; y también de que en aquellos años estuviera surgiendo un público lector que era tan nuevo como nosotros, los escritores de novelas, como la democracia recién inventada, excitante y convulsa en la que unos y otros nos encontrábamos y de una manera inesperada e instintiva nos reconocíamos.

Otros con iguales o mayores méritos no habrán sido tan afortunados. En la generación joven de ahora mismo habrá quien tenga más talento y brille menos que algunos de sus coetáneos. Todo depende tanto del azar, de la moda. En cada generación hay unos cuantos astutos que atisban mejor que nadie la dirección del viento y saben cómo y dónde colocarse, pero no sé si a la larga eso sirve de mucho. Tampoco estoy seguro de que al final el tiempo ponga a cada uno en su sitio. Escribir con entrega a lo que se hace y confianza en los desconocidos es la única seguridad razonable en este oficio incierto.