Una breve historia real. Me ha ocurrido esta mañana en Granada. Salía del colegio con mi mujer y mi hija de la mano. Dos adolescentes se bajan de un ciclomotor y empiezan a pegar voces a otros dos muchachos bastante más pacíficos que, al parecer, habían atravesado la carretera de forma inadecuada. Parece una discusión más o menos normal. Pero en un instante todo cambia… a peor. Uno de los gritones suelta el puño y ataca brutalmente a uno de los otros chicos. Le da en pleno rostro. El sonido del golpe se escucha perfectamente. Pone los pelos de punta. Una mujer se acerca para pedir paz y atajar la agresión. El matón adolescente se encara con ella: «¡Tú cállate la puta boca y lárgate! ¿¡Y si mi llegó a caer de la moto y me parto la cabeza por culpa de ese ‘joputa’!?», sigue gritando el enérgumeno que, por cierto, no lleva casco. La mujer aguanta con coraje. Me acerco mientras llamo a la Policía, porque el voceras tiene toda la pinta de emprenderla a golpes también contra su segunda víctima. El macarra desiste por fin y escapa en la moto junto a su compinche. Me mira y me hace una peineta.
Mi mujer comenta: «Madre mía, ¡¿en qué familia se habrá educado ese chaval?!» Pues eso. Puedo equivocarme, pero el muchacho tenía todas las trazas de acabar siendo un maltratador… si es que no lo es ya.







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