El Museo del Espionaje de Berlín

Decía Woody Allen que hay nombres de ciudades cuya mera enunciación provoca sensaciones incuestionables e inspira historias clásicas. Por ejemplo, el idilio entre la capital francesa y el amor desembocó en ‘Medianoche en París’, una de sus obras maestras más recientes. A la espera de saber qué le ha sugerido San Sebastián, donde se encuentra filmando su última película —¿serán los pintxos y la gastronomía los grandes protagonistas?— recordamos que, cuando le preguntaron por la historia que rodaría en Berlín, no tuvo atisbo de duda: una película de espías.

Me acordaba de Woody Allen cuando, de visita en la capital germana, me vi en el tesitura de elegir entre el Pergamon y el Museo Alemán de los Espías. Fiel a mi compromiso con esta sección, decidí postergar una nueva visita a la babilónica Puerta de Ishtar, al Altar del Pérgamo, a la Puerta del Mercado de Mileto o a la mismísima Nefertiti y descubrir la colección de artefactos y memorabilia dedicada a los servicios secretos alemanes.

La entrada al museo dedicado al espionaje no es precisamente discreta. Situado a tiro de piedra de la maravillosa Postdamerplatz y su todavía futurista Sony Center, el color verde neón que lo anuncia no deja indiferente al viajero que pasee por Berlín.

A la entrada, una línea del tiempo con la historia sobre el nacimiento y la evolución de los servicios de inteligencia y la transmisión y descodificación de mensajes cifrados desde los tiempos de los egipcios y los babilonios. Y una frase atribuida a Napoléon: ‘’Un espía en el lugar adecuado vale por 20.000 hombres en el campo de batalla”. De inmediato, la llegada de la I Guerra Mundial y el auge de los servicios de espionaje. Y, por supuesto, la II Guerra Mundial.

Las primeras salas del museo del espionaje alternan los paneles informativos con instalaciones interactivas que invitan a los visitantes a superar diferentes pruebas y ponen a prueba su ingenio y habilidad como hipotéticos agentes secretos. Empecé bien, utilizando un espejo para descifrar un mensaje. Me lié con una especie de cinturones que, debidamente enrollados, escondían mensajes en clave y atiné con unas luces de diferentes potencias para revelar tinta invisible. Sin embargo, reconozco que me rendía demasiado fácilmente en las instalaciones que requerían más paciencia.

Tras un repaso por diversas máquinas desencriptadoras y el merecido homenaje a los indios navajos, utilizados por la inteligencia estadounidense para transmitir mensajes, dado lo intrincado de su idioma, pasamos a la parte más excitante del museo: la dedicada a la Guerra Fría.

Tras la creación del Muro de Berlín surgió el Telón de Acero, referencia a la frontera política, ideológica y física entre los países de la Europa Occidental y capitalista y los de la Europa del Este, de extracción comunista. En la llamada Guerra Fría, el papel desempeñado por los espías y los servicios de inteligencia fue clave, inventándose mil y un gadgets con los que extraer información al enemigo y transmitirla a los amigos.

La parte más interesante del Museo de los Espías está dedicada a todo ello, de maletines con doble fondo para ocultar armas o papeles comprometidos a pipas que escondían pistolas o naipes que enmascaraban planos con información relevante. El más alucinante: el paraguas utilizado por un agente búlgaro para matar a un enemigo, inoculándole veneno a través de su punta metálica. Un prodigioso artefacto que da pavor por la complicada simplicidad de su letal mecanismo.

El museo tiene apartados especiales para el intento de asesinato del Papa Juan Pablo II por el turco Ali Agca, al servicio de los servicios secretos búlgaros, y para el papel de los agentes dobles que, fichados por el MI6 británico, ya trabajaban para los soviéticos, con Kim Philby a la cabeza.

Al llegar a la parte final del museo, nos encontramos con un imprescindible apartado dedicado al cine, la televisión, las novelas y los tebeos, con el agente 007 como invitado estelar de un completo recorrido por el noir protagonizado por espías, con referencias a ‘Homeland’, ‘El puente de los espías’ y al agente secreto por excelencia: el protagonista de ‘Con la muerte en los talones’, de Alfred Hitchcock: el personaje interpretado por Cary Grant era un agente tan, tan secreto que ni él mismo sabía que lo era.

Una sala repleta de láseres verdes pone a prueba la habilidad de los visitantes con ganas de emular al Ethan Hunt de ‘Misión imposible’, obligándoles a hacer contorsiones, agacharse y saltar para esquivar las severas y lumínicas medidas de seguridad.

Y, a la salida, antes de llegar a la imprescindible tienda del museo, repleta de divertidos gadgets y recuerdos, un recordatorio al neoespionaje realizado a través de la web y a las escuchas masivas. A la vigilancia con cámaras de televisión, a las fake news, a Assange y Snowden.

Así las cosas, el Museo Alemán del Espionaje resulta muy interesante, evocador e instructivo, visita obligatoria para todos los amantes del Noir que pasen por Berlín.

Jesús Lens

El quinto poder

Hay que ver el pánico que les entra a los potenciales defraudadores de Hacienda cuando el Ministerio del ramo anuncia que va a hacer públicos los listados de personas con problemas con el fisco, ¿eh? Y no podemos olvidar que uno de los trucos más usados por los cobradores de impagados es identificar al deudor y llenarle la puerta de su casa de pegatinas con la leyenda “Moroso paga”.

 el quinto poder poster

Solo sacar a la luz los secretos de la gente tiene tanto o más morbo que ser el discreto depositario de ellos. Y, para interpretar el papel del Fisgón Global, del Ojo que Todo lo Ve, de Todo se Entera y Todo lo Cuenta; apareció en escena un tipo cadavérico con el pelo blanco llamado Julian Assange y cuyo aspecto de vampiro, si tenemos que hacer caso a lo narrado en “El quinto poder”, no es en absoluto casual.

No está gustando la película. Ni a la prensa especializada ni al público en general. Al menos, no está arrasando, como podría haber sido previsible, al tocar el famoso y controvertido tema de Wikileaks, máxime cuando estos días estamos asistiendo a un nuevo escándalo con el espionaje como protagonista.

 el quinto poder

A mí me gustó la película. Quizá, porque tiene factura de serie de televisión. Porque conecta un mundo globalizado a través de la Red. Y, sobre todo, porque los protagonistas son unos geeks de tomo y lomo, unos auténticos enganchados a los ordenadores, pero a la hora de la verdad, no dejan de verse, reunirse, citarse y encontrarse en cafés, bares y tugurios de todo tipo y condición. De hecho, en el momento culminante de la película, cuando un personaje hace entrega a otro de un mensaje cifrado de vital importancia… ¡se lo da escrito en una servilleta de bar!

 el quinto poder café

Pero donde falla la conexión de la película con el público es en el personaje del teórico héroe de la historia, ese Julian Assange interpretado por un Benedict Cumberbatch que, ya como Sherlock Holmes, resulta bastante indigesto. Como personaje, que no como actor. Y en “El quinto poder” pasa lo mismo: desde su primera aparición en pantalla resulta cargante, histriónico, agobiante y pesadísimo. Uno de esos tipos encantados de haberse conocido cuyo ego no encuentra un recipiente lo suficientemente grande como para ser contenido.

Y así, el amigo del héroe, que se convierte en el héroe de una historia en la que no está llamado a ser el héroe, aunque esté sólidamente interpretado por el siempre solvente Daniel Brühl; me deja frío. Porque el guion está basado en su libro. Y, ¿por qué será?, a estas alturas de vida, uno ya no se cree el libro de nadie. Ni su versión. Ni su discurso. Ni nada. De nada.

 THE FIFTH ESTATE

Ahora iba a hablar sobre ese Quinto Poder que ha trascendido el otro, al mítico y reverenciado Cuarto Poder. Pero ya llevo más de quinientas palabras y no es cuestión de provocarte hastío, tedio o mareos, ¿verdad?

Pronto. Muy pronto volvemos sobre “El quinto poder”.

Mientras… ¡seguimos!

Jesús Lens

En Twitter: @Jesus_Lens