Valor de ley

Yo pensaba que nunca había visto “Valor de Ley” (True Grit. 1969). dirigida por Henry Hathaway, porque no quería ver a John Wayne en sus últimos momentos, por mucho que el papel de alguacil tuerto al servicio de una niña tan valiente como insolente le reportara el Oscar a la mejor interpretación. Aquello, en realidad, fue más un homenaje que otra cosa.

Sin embargo, después de haber visto la joya escrita, producida y dirigida por los hermanos Coen, con el mismo título que la película de Hathaway, sé que la razón por la que nunca vi el canto del cisne de El Duque fue el no condicionar el visionado de esta nueva “Valor de Ley”, un impecable y glorioso western de largo aliento, tan trágico como poético.

Yo no sé si habréis leído el libro que mi querido amigo Fran y un servidor publicamos hace un par de años, “Hasta donde el cine nos lleve”. Posiblemente, los paisajes más emocionantes que conseguimos escribir son los dedicados al western. Lo decíamos entonces y lo reitero ahora: parece que los Lumiere inventaran esto del cine para que los directores americanos filmaran películas del Oeste, con vaqueros a caballo, enormes praderas delante de los ojos y, a la caída de la tarde, hogueras crepitantes y el aroma al café que hierve sobre el fuego.

Desde que tengo uso de razón, el mejor cine, el que más me llega, el que me arrebata con locura, viene empaquetado bajo el marchamo de western.

Por eso, películas como “Valor de ley” hacen que ir al cine me haga sentir como a buen seguro se sentía mi padre cuando iba a ver los clásicos de Hawks y Ford que, después, volvíamos a ver en casa, con pasión desaforada, mi hermano y yo.

Sacar una entrada de cine para ver un western es viajar en el tiempo. Es conectar con el inconsciente colectivo de millones de espectadores que, desde finales del siglo XIX, hemos cabalgado por las Rocosas, vencido en tensos duelos al amanecer y luchado a brazo partido contra forajidos y asesinos de la más baja estofa.

Ir a la taquilla del cine y pedir una entrada para un western debería ser una actividad cultural y sentimental de especial protección por la UNESCO. Como mínimo.

No creo que a estas alturas de reseña, haya que decir nada más sobre “Valor de ley”, ¿verdad?

Jesús western-man Lens

DIÁLOGOS DE AMOR Y MUERTE

Sam Peckinpah es uno de esos directores con un universo propio y al que siempre conviene volver. No me extraña que Fernando Marías, en las dos veces que ha presentado nuestro libro, “Hasta donde el cine nos lleve”, siempre hable del director que más le ha impresionado de toda la historia del cine.

Estos días, gracias a esa joya de la televisión que es la TCM (el cine que tendrías que haber visto), estoy recuperando perlas como “La cruz de hierro”, “Duelo en la Alta Sierra” o esa obrita maestra llamada “La balada de Cable Hogue”, con su carga de humor, lírica y música.

Y que tiene diálogos tan maravillosamente sencillos como éste, sostenido por dos amigos, justo antes de despedirse:

– Es curioso. Por mucho que se haya viajado y por muchas mujeres que se hayan conocido, de vez en cuando aparece una que te llega a lo más hondo. Hasta el corazón.

– ¿Y qué se puede hacer?

– Supongo que con la muerte se le pasa a uno todo. Adiós Cable.

– Adiós, Joshua.

Como banda sonora, la canción del mismo título de la película de ese grupazo fronterizo, desértico y mestizo: Caléxico.

El amor y la muerte. Casi todo. Casi nada.

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(PD.- ¿Es esto amor?: TAP)

Jesús peckinpahiano Lens

EN TERRITORIO HOSTIL

La primera tentación (*) que tuve a la hora de reseñar «En territorio hostil», la última película de la directora Kathryn Bigelow y ganadora de los Oscar del 2010, fue hacer referencia al absolutamente nulo protagonismo de cualquier personaje femenino en una historia dirigida y producida por una mujer dado que sólo la perdida Evangeline Lilly aparece en pantalla en algún momento. Y lo hace como la lejana esposa del protagonista, a cargo de su hija, esperando pacientemente en casa.

 

Pero, la verdad, al no saber la ratio de hombres y mujeres que hay en Irak y, desde luego, al desconocer si hay presencia femenina en el cuerpo de artificieros en que se centra «En territorio hostil», mejor obviar la cuestión de género, que la Bigelow es una mujer con personalidad, criterio y experiencia suficientes como para saber lo que se hace.

 

Y precisamente uno de los puntos fuertes de la película es haberla centrado en el drama de las bombas y los atentados suicidas que han convertido Bagdad en una pesadilla para el ejército invasor. Habrá quién critique que el punto de vista adoptado por los autores se centre en el drama que viven los artificieros norteamericanos y que el personaje de Beckham, el niño iraquí que vende DVDs esté metido con calzador, como para compensar un posible empacho de yanquilofilia rampante.

 

Pero ahí radica el quid de la cuestión. ¿Qué es «En territorio hostil»? ¿Una película sobre la guerra de Irak? Eso me recuerda a lo que decía Coppola sobre «Apocalypse Now», cuando decía que no era una película sobre Vietnam, sino que era Vietnam.

 

Y en eso estamos, con la película de Bigelow. Con un protagonista adicto a la adrenalina que, después de haber desactivado ochocientas y pico bombas, ya no encuentra otro sentido a su vida. Y, como bien señalaba José Enrique Cabrero en su imprescindible reseña de IDEAL, el artificiero interpretado por el actor Jeremy Renner sería como un pistolero del Far West que avanza por las calles ardientes y llenas de polvo de un pueblo semidesierto para enfrentarse, él solo, a los malos.

 

No. No estamos ante una película de guerra que denuncia la crueldad de la misma o que pone el acento en el miserable comportamiento de los soldados en liza. No se trata de cuestionar la pertinencia o no de los Estados Unidos en Oriente Medio. Es una película basada, exclusivamente, en un profesional que cumple con su trabajo, mucho más allá de hasta donde el deber le reclama.

 

Y, por eso, es una película inequívocamente hawksiana. 😉

 

Partiendo de un prólogo interpretado por Guy Pierce y que sirve para contextualizar el resto de la película, incidiendo en lo extremadamente peligroso que es el trabajo de los artificieros en Irak, la película se compone de segmentos concatenados que alternan la acción y los momentos de peligro con los supuestos momentos de paz de los protagonistas, refugiados en su cuartel y relacionándose entre ellos, aprendiendo a conocerse. Un poco como «Hatari!», pero cambiando África por Irak y a las fieras de la selva por las bombas de los iraquíes.

 

Una película técnicamente perfecta, en la línea de «Generation kill», en la que el protagonismo recae en la permanente tensión de unos soldados que, efectivamente y como acabamos de ver con los atentados talibanes en Afganistán, no están precisamente de colonias en sus misiones en el extranjero.

 

Lo mejor: la ausencia de moralina y el duelo en mitad del desierto, con un sorprendente Fiennes.

 

Lo peor: el único detalle sentimental, con el chavalito apodado Beckham. Si somos duros, somos duros.

 

Valoración: 7

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

 

(*) Y mi segunda tentación era empezar preguntándole qué le había parecido la peli a Abel, que nos puso sobre la pista, AQUÍ, con el trailer.

EL GRAN TORINO

Durante bastantes meses, los foros cinematográficos ardieron con una noticia de lo más sorprendente y extraña: Clint Eastwood retomaba uno de sus personajes más icónicos: Harry el Sucio.

 

¿Sería posible que el director que pasa por ser el Último Gran Clásico del cine americano hubiera transigido con la eterna requisitoria de la Warner para volver a encarnar, una vez más, al justiciero Harry Callahan?

 

La respuesta es «El gran Torino», una nueva, impresionante, maravillosa y angustiosa obra maestra de Clint. Una de esas películas que te encogen el alma, te dejan un nudo en la garganta y te hacen salir del cine como en una nube, impactado y roto, preguntándote cómo es posible que ese octogenario cabrón haya sido capaz de hacerlo una vez más: dejarte absolutamente devastado por dentro con una película que le eleva un peldaño más en el altar de los grandes maestros a los que adorar y rendir pleitesía, desde hoy hasta el día del juicio final.

 

Y no. No es Harry Callahan el protagonista de la última película de Eastwood. Pero como si lo fuera. Porque el viejo, achacoso y malhumorado Walt Kowalski al que presta sus facciones el inimitable Clint bebe de buena parte de esos personajes a los que ha interpretado a lo largo de su carrera, del inefable y cínico Harry al oscarizado y violento William Munny, pasando por aquel ángel vengador que fue «El jinete pálido» y, cómo no, por sus pistoleros de gatillo rápido y asquerosos escupitajos de tabaco de mascar.

 

De todos ellos hay en un Walt Kowalski que, desde el principio de «El gran Torino», se gana el favor de unos espectadores que asisten, entre atónitos y divertidos, al viejo más políticamente incorrecto que recordarse pueda. Incorrecto e incómodo con sus egoístas hijos y nietos, con su párroco y, sobre todo, con la familia de asiáticos que vive en la casa de al lado.

 

Arisco, violento y racista, por azares del destino, Walt se enfrentará a una banda de matones, ganándose el reconocimiento de la comunidad asiática que se ha ido instalando en el barrio. Y, poco a poco, Kowalski se irá involucrando más y más en la vida cotidiana de unos vecinos a los que empieza a conocer y, por tanto, a respetar. Y, de inmediato, a querer más que a sus propios hijos.

 

Hasta llegar al final.

 

Lo siento, pero no puedo reprimir las ganas de escribir sobre ese final.

 

Así que, querido lector, deja de leer desde ya si no quieres que te reviente uno de los finales más prodigiosos de la historia del cine.

 

¿Vale?

 

¿Está claro? Voy a reventar el final de la peli en los siguientes párrafos así que, si sigues leyendo, será bajo tu responsabilidad.

 

Un final apoteósico, ya lo hemos dicho. Todos esperábamos, por supuesto, una tormenta de sangre y fuego, made in Eastwood, que acabara con los macarras que habían pegado y violado a su joven y encantadora vecina.

 

Pero no.

 

En uno de los finales mejor ideados de la historia del cine, jugando con toda la iconografía anterior que el actor/director lleva colgada a sus espaldas, lo que hace Clint es fumarse un cigarrillo y convertirse en mártir, dejándose asesinar por los malos, para que estos sean detenido y encarcelados, única forma de interrumpir una espiral de violencia que a nada bueno podía terminar de conducir.  

 

Si la idea hubiera sido de cualquier otro director, la habríamos alabado, por supuesto. Pero viniendo de Eastwood, se convierte en el mejor testamento cinematográfico que cualquier director ha filmado en vida.

 

Una inmolación, un suicidio ritual, un ajuste de cuentas con todo un pasado cinematográfico que se convierte en un momento mágico, de una intensidad tan brutal que te hace dar gracias al cielo por haber sido testigo privilegiado de un hito cinematográfico imborrable y memorable por siempre jamás.

 

Lo mejor: lo dicho en el último párrafo y la secuencia de la doble confesión de Clint, con el cura, primero; y con su discípulo, el AtonTao, después.

 

Lo peor: además del doblaje de los chavales asiáticos, infecto; la noticia de que, posiblemente, nunca volvamos a ver a Clint frente a una cámara. Aunque eso es, precisamente, lo que le da todo el sentido a esta maravillosa y memorable «El gran Torino».

 

Valoración: 10.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

APPALOOSA

«Probablemente no hay emoción más fuerte

que la amistad entre dos hombres»

 

Howard Hawks

 

Ustedes ya saben que, junto al negro, el western es mi género cinematográfico favorito. Y, como escribimos hace unos meses, con motivo del estreno de «El tren de las 3.10 a Yuma», pocas sensaciones más reconfortantes en una sala de cine que la de ver la imagen de un vaquero cabalgando hacia el horizonte.

 

Por eso, en cuanto se estrenó «Appaloosa» me fui al cine. Un western, además, protagonizado por tres pesos pesados de la interpretación: Viggo Mortensen, Jeremy Irons y Ed Harris, que también es el director de la cinta.

 

Arranca la película con una secuencia dura, seca, áspera, en línea a ese neowestern de carácter hiperrealista y desmitificador que tanto éxito ha tenido en los últimos años. Y, después, continúa en base a un guión muy influenciado por algunos westerns clásicos de Howard Hawks, aunque metiéndole una excelente cuña protagonizada por el personaje de Renée Zellweger.

 

Es curioso cómo la historia del cine se va retroalimentando a sí misma. Howard Hawks decidió filmar «Río Bravo» como respuesta a la indignación que le produjo «Solo ante el peligro», en la que el sheriff va mendigando la colaboración ciudadana. Hawks, en buena parte de sus películas, defendía la seriedad, la profesionalidad y el compromiso de sus personajes. Fueran un sheriff y su ayudante, un grupo de cazadores en África o unos corredores de coches; a Hawks le gustaba reivindicar la profesionalidad de esas personas que vivían peligrosamente, por lo que el comportamiento de Gary Cooper le pareció vergonzoso.

 

En «Appaloosa», partiendo de una idea muy parecida a la de la película de Hawks, Ed Harris da una vuelta de tuerca al universo del western al conceder un extraordinario protagonismo al personaje femenino de la función. Si una esplendorosa Angie Dickinson conseguía conquistar a John Wayne en «Río Bravo» comportándose como una prudente señorita, Renée Zellweger pone sobre la mesa sus armas de mujer y demuestra cómo se las tenían que ingeniar las mujeres en el Far West para sobrevivir.

 

«Appaloosa» es una película estupenda que no llega a ser una maestra como las de Howard Hawks, pero que se disfruta y paladea fotograma a fotograma. Un canto a un tiempo que ya no volverá y, sobre todo, a esa generosa amistad que se fragua cabalgando junto a un amigo en pos del horizonte, un vínculo que une más que la propia hermandad de sangre.

 

Lo mejor: La caracterización de los personajes y la excelente resolución de la historia.

 

Lo peor: Algún bajón en el ritmo, hacia la mitad de la película.

 

Valoración: 8

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.