Mátalos suavemente

Basar toda una película en una sola frase tiene sus riesgos, pero cuando la frase de marras reza: “América no es un jodido país. Es un negocio. Así que págame lo que me debes, hijo de puta”, puedes tener bastante seguridad en el éxito de la propuesta.

 

El cine norteamericano se ha lanzado, a tumba abierta, a contar la crisis financiera y económica que está convirtiendo a Europa en un erial; una bomba que fue gestada, provocada y explosionada en los Estados Unidos pero que, en una economía globalizada, ha afectado a todas las economías basadas en el modelo yanqui.

Así, lo que les pasa a los gángsteres protagonistas de “Mátalos suavemente” podría pasarle a cualquier mafiosillo de tres al cuarto de Madrid, París, Londres o Bruselas. De hecho, el director de la película se guarda mucho de situar geográficamente la ciudad en que transcurre la acción. Sabemos que son los Estados Unidos de la campaña presidencial de 2008 que enfrentó a Obama con McCain, pero nada más.

Y lo sabemos porque la banda sonora de la película está compuesta, precisamente, por los discursos, los informativos y los debates que concitaron el interés de todo el mundo, en aquellos entonces: la crisis, la refundación del capitalismo, las llamadas a la ética y a la recuperación de la confianza en el sueño americano…

 

Cuatro años después, la refundación del capitalismo es un tema del que solo se puede hablar en monólogos cómicos y la ética, la responsabilidad, la confianza y demás son materias de estudio en las Academias de Estudios Paranormales, con sede en Marte.

Por eso, que los protagonistas de “Mátalos suavemente” sean un asesino a sueldo al que le gusta matar de lejos, para no enfrentarse a los lloriqueos y las súplicas de las víctimas; dos pobres colgados y menesterosos atracadores, un organizador de timbas casposas y el mafioso pelagatos, dueño de una tintorería; es perfectamente adecuado a los tiempos que nos ha tocado vivir.

Y está, por supuesto, el abogado que sirve de enlace entre los de arriba, a los que jamás veremos y de los que nada sabremos; y el ejecutor. Como en el ejército: una perfecta cadena de mando. Como en las grandes corporaciones, en las que nadie sabe realmente ni quién manda ni quién ocupa los puestos más altos de la pirámide, pero cuyas ideas, proyectos y planes pueden conllevar la muerte (laboral) de decenas, cientos, miles de personas.

Contar de qué va “Mátalos suavemente” no tiene sentido. Por ahí he leído que es una precisa deconstrucción de cine de gángsteres. Quizá, el papel de James Gandolfini, con la pesada herencia de Tony Soprano encima, sería el mejor ejemplo de dicha deconstrucción. Yo creo que es una perfecta deconstrucción del capitalismo extremo como sistema esclerótico que aniquila esa iniciativa individual de la que tanto se vanaglorian los Estados Unidos más liberales.

 

Lo que sí está muy claro es que esta película es hija de su tiempo. Un tiempo oscuro y desabrido de una sociedad en descomposición. ¿El sueño americano? Ni de coña. ¿Pesadilla? Tampoco. Porque de las pesadillas se termina despertando. “Mátalos suavemente” es una crónica gris, ácida, lluviosa, macilenta y lamentable de un mundo sin horizontes y de una vida sin esperanzas.

 

La película está basada en una novela de George V. Higgings, cuya obra anterior, “Los amigos de Eddie Coyle”, tiene perlas como esta: “¿No se termina nunca esta mierda? ¿Es que en este mundo las cosas no cambian nunca? Algunos mueren, los demás envejecemos, llega gente nueva, los antiguos de marchan… Las cosas cambian todos los días. Pero apenas se nota.”

Y en esas estamos.

Jesús Lens

A ver, los 13 de octubre de 2008, 2009, 2010 y 2011.

Veo, veo… ¿qué veo?

Quiero ir al cine. A una sala. Grande. Con sus palomitas y tal. Ya vimos y comentamos «No habrá paz para los malvados» y si tú no la has visto, el malvado eres tú. Ahora, la pregunta es, de este puñado, en cartel en Granada, ¿qué veo y en qué orden? ¿Qué no verías ni atado de pies y manos? ¿Qué has visto y recomiendas? ¿Qué has visto y no recomiendas ni de coña?

Y sí. El último día de septiembre de 2008, 2009 y 2010 también blogueamos.

EL GRAN TORINO

Durante bastantes meses, los foros cinematográficos ardieron con una noticia de lo más sorprendente y extraña: Clint Eastwood retomaba uno de sus personajes más icónicos: Harry el Sucio.

 

¿Sería posible que el director que pasa por ser el Último Gran Clásico del cine americano hubiera transigido con la eterna requisitoria de la Warner para volver a encarnar, una vez más, al justiciero Harry Callahan?

 

La respuesta es «El gran Torino», una nueva, impresionante, maravillosa y angustiosa obra maestra de Clint. Una de esas películas que te encogen el alma, te dejan un nudo en la garganta y te hacen salir del cine como en una nube, impactado y roto, preguntándote cómo es posible que ese octogenario cabrón haya sido capaz de hacerlo una vez más: dejarte absolutamente devastado por dentro con una película que le eleva un peldaño más en el altar de los grandes maestros a los que adorar y rendir pleitesía, desde hoy hasta el día del juicio final.

 

Y no. No es Harry Callahan el protagonista de la última película de Eastwood. Pero como si lo fuera. Porque el viejo, achacoso y malhumorado Walt Kowalski al que presta sus facciones el inimitable Clint bebe de buena parte de esos personajes a los que ha interpretado a lo largo de su carrera, del inefable y cínico Harry al oscarizado y violento William Munny, pasando por aquel ángel vengador que fue «El jinete pálido» y, cómo no, por sus pistoleros de gatillo rápido y asquerosos escupitajos de tabaco de mascar.

 

De todos ellos hay en un Walt Kowalski que, desde el principio de «El gran Torino», se gana el favor de unos espectadores que asisten, entre atónitos y divertidos, al viejo más políticamente incorrecto que recordarse pueda. Incorrecto e incómodo con sus egoístas hijos y nietos, con su párroco y, sobre todo, con la familia de asiáticos que vive en la casa de al lado.

 

Arisco, violento y racista, por azares del destino, Walt se enfrentará a una banda de matones, ganándose el reconocimiento de la comunidad asiática que se ha ido instalando en el barrio. Y, poco a poco, Kowalski se irá involucrando más y más en la vida cotidiana de unos vecinos a los que empieza a conocer y, por tanto, a respetar. Y, de inmediato, a querer más que a sus propios hijos.

 

Hasta llegar al final.

 

Lo siento, pero no puedo reprimir las ganas de escribir sobre ese final.

 

Así que, querido lector, deja de leer desde ya si no quieres que te reviente uno de los finales más prodigiosos de la historia del cine.

 

¿Vale?

 

¿Está claro? Voy a reventar el final de la peli en los siguientes párrafos así que, si sigues leyendo, será bajo tu responsabilidad.

 

Un final apoteósico, ya lo hemos dicho. Todos esperábamos, por supuesto, una tormenta de sangre y fuego, made in Eastwood, que acabara con los macarras que habían pegado y violado a su joven y encantadora vecina.

 

Pero no.

 

En uno de los finales mejor ideados de la historia del cine, jugando con toda la iconografía anterior que el actor/director lleva colgada a sus espaldas, lo que hace Clint es fumarse un cigarrillo y convertirse en mártir, dejándose asesinar por los malos, para que estos sean detenido y encarcelados, única forma de interrumpir una espiral de violencia que a nada bueno podía terminar de conducir.  

 

Si la idea hubiera sido de cualquier otro director, la habríamos alabado, por supuesto. Pero viniendo de Eastwood, se convierte en el mejor testamento cinematográfico que cualquier director ha filmado en vida.

 

Una inmolación, un suicidio ritual, un ajuste de cuentas con todo un pasado cinematográfico que se convierte en un momento mágico, de una intensidad tan brutal que te hace dar gracias al cielo por haber sido testigo privilegiado de un hito cinematográfico imborrable y memorable por siempre jamás.

 

Lo mejor: lo dicho en el último párrafo y la secuencia de la doble confesión de Clint, con el cura, primero; y con su discípulo, el AtonTao, después.

 

Lo peor: además del doblaje de los chavales asiáticos, infecto; la noticia de que, posiblemente, nunca volvamos a ver a Clint frente a una cámara. Aunque eso es, precisamente, lo que le da todo el sentido a esta maravillosa y memorable «El gran Torino».

 

Valoración: 10.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.