Hay que abrir ya

El pasado sábado di un largo paseo por el centro de Granada. A mediodía no hacía demasiado calor y se podía disfrutar de una cerveza fresquita en la terraza de cualquier bar. Había mesa en la mayoría de ellas. No es que estuvieran vacías, pero tampoco estaban petadas o a reventar.

¡Arriba esa Fase 3!

En la plaza de la Pescadería o de la Mariana, más castizas, sí había llenazo. En Bibrrambla, por desgracia y con honrosas excepciones, estaba casi todo cerrado. Es lo que tiene depender del turismo. Y, sin embargo, ¿no sería una gran oportunidad para ‘granadinizar’ a la clientela?

Desde que empezó la desescalada, el presidente de la Junta no ha parado de reclamar un acelerado pase de fases para favorecer la economía, poniendo especial énfasis en el turismo. Al entrar en la fase 3, cuando ya se puede viajar entre provincias, nada se sabía sobre la apertura la Alhambra, cuyo efecto reclamo animaría el negocio de hoteles y restaurantes.

El pasado martes, a través de Twitter, se anunció que el monumento nazarí abre sus puertas el 17 de junio. ¡Albricias! Pero, claro, en un tuit no cabe explicación alguna sobre cómo se hará. Ni una palabra sobre las medidas de seguridad. Que ya habido tiempo para establecer protocolos de cara a la reapertura: aforo permitido, visitas guiadas, distancia de seguridad, estancias abiertas y cerradas, recorridos circulares… Lo que ha hecho el Museo del Prado, básicamente.

Esperemos que la consejera del ramo, Patricia del Pozo, no tarde mucho en explicar algo sobre el particular. Aunque sea desde la Torre del Oro, a orillas del Guadalquivir.

Hay que abrir, ya, lo que sigue cerrado. No se puede retranquear. Con cautela, mesura y medidas de seguridad, pero hay que regresar a la actividad. Cada negocio es un mundo, pero la famosa nueva normalidad exige un compromiso por parte de todos. Hay empresas y negocios en los que se puede seguir teletrabajando, total o parcialmente. Otras actividades productivas, sin embargo, exigen el contacto con el público. Aunque, paradójicamente, manteniendo las distancias. Es como lo de aquel programa de televisión, pero adaptado al 2020: contacto sin contacto. Contactless. Tacto sin contacto.

El miedo, tan humano, nos hace sentirnos vulnerables. Las incomodidades impuestas por el coronavirus hacen que todo sea más lento, pesado y engorroso. Más caro y oneroso. En la cabaña se está mejor. Pero hay que sacudirse temores y recelos. Salir. Exigir medidas de seguridad y ser cumplidores con las normas. Adaptarse para seguir adelante.

Jesús Lens

Las cosas claras

Tres cosas he tenido claras desde el comienzo del Estado de Alarma que, desde mañana, da un paso más en el proceso de desescalada. La primera, aplaudir todos los días a las ocho de la tarde desde el balcón. No he fallado ninguno. Aun en plena videoconferencia con el alcalde, paramos cinco minutos para aplaudir.

Hay quien le ha buscado las vueltas a ese aplauso. Desde el primer día he tenido claro que se trataba de agradecer, de forma pública, tangible y ruidosa, el esfuerzo que hacía el personal sanitario mientras nosotros nos quedábamos en casa. Reconocer la entrega del personal sanitario y la de otras muchas decenas de trabajadores que no podían aislarse y tenían la obligación moral de seguir currando para que nuestra vida confinada fuera lo más llevadera posible.

Aplaudir para agradecer y reconocer no es blanquear nada. Se puede dar las gracias por el denodado trabajo del personal sanitario y, a la vez, exigir mejores condiciones y mayor seguridad en su desempeño. No es incompatible. Por eso, hoy domingo, volveré a salir al balcón. Y me dejaré las manos aplaudiendo.

Tampoco me he cortado el pelo. Estuve a punto de ceder al pelado casero, pero estas greñas de Neardental que gasto me sirven de recordatorio: la cosa no ha terminado. Ni desescaladas, ni relajación, ni encuentros en la primera fase. Cada vez que me miro en un espejo y una vez recuperado del susto, recobro conciencia de que aún nos queda mucho camino por delante para entrar en algo parecido a la normalidad, la nueva o la vieja, como la Castilla de nuestros años mozos.

Y con ello enlazo con la tercera constante de estos meses: no pisar la calle salvo para lo estrictamente imprescindible. Les confieso que yo también salí a correr aquel primer sábado de libertad, con ansia viva. Desde entonces, no he reincidido. Ni trotes cochineros ni paseos atléticos. Demasiada gente junta a la misma hora. No le encuentro el chiste. Ni el sentido. Ni mucho menos el placer.

Correr y caminar, para mí, son sinónimos de libertad. Las circunstancias no hacen posible disfrutar de esa sensación. Cuando salir a rodar un rato se convierte en una carrera de obstáculos, ¿qué sentido tiene?

Sigo atrincherado, entre el síndrome de la cabaña y el de la caña. De cerveza. Ansío tanto el momento de bajar a la terraza del bar como le temo. Porque le tengo mucho, muchísimo respeto al coronabicho.

Jesús Lens