Banderas de nuestros padres

Cae la tarde a orillas del Mediterráneo, en la Chucha. Escribo esta columna para IDEAL sentado frente al mar, en una de las escasas tres playas granadinas que, este año, se han hecho acreedoras de la ansiada Bandera Azul.

Bandera azul

Cualquiera que se asome a la Chucha verá que la playa no es ninguna joya, precisamente. Aunque este año hay más chinorro y algo parecido a la arena, de forma que entrar en el agua no se convierte en un deporte de riesgo para tobillos, tendones y articulaciones. El agua, fresquita, está deliciosa. Algo sucia en la orilla, pero con nadar unos metros, el baño resulta maravilloso.

Empiezan a subir las olas. Mis sobrinas Julia y Carmela, aunque son pececillos, le dicen a mi hermano que se meta con ellas en el agua. Así se sienten más seguras a la hora de coger olas. Giro la cabeza y busco con la mirada la torre de los vigilantes de la playa. Vacía. Y ninguna bandera ondeando, ni verde, ni amarilla, ni roja. Nos acercamos a mitad de julio y, de momento, el servicio de vigilancia está desierto. Dicen que para el quince estará contratado. Dicen.

Eran otros tiempos...
Eran otros tiempos…

Lo paradójico del asunto es que una de las razones por las que Carchuna tiene concedida la Bandera Azul es por el servicio de atención sanitaria y socorro a los bañistas. En fin…

Personalmente, me preocupa poco. En Carchuna estamos acostumbrados a que, cuando sopla el temporal de Poniente, los chavales se hacen a las aguas, con sus tablas, en busca de olas que cabalgar. Siguen una inveterada tradición que arrancamos los más veteranos. En los años 70 y 80 del pasado siglo, cuando el surf era algo que solo se veía en las películas, los chucheros nos hacíamos a las aguas, en mitad de los temporales, y cogíamos las olas con el cuerpo. Ahora, a eso se le llama Body Surf. Para nosotros, coger olas, sencillamente.

Olas en el mar

Los mayores enseñábamos a los más pequeños, siempre atentos y vigilantes para que no fueran arrastrados por la corriente. Sin neoprenos, salíamos del agua tiritando, helados de frío. Pero felices y contentos, tras habernos enfrentado al mar furioso.

Con esto de los recortes, la vida contemporánea empieza a parecerse a lo que fue, hace décadas. Pero, más allá de lo poético que resulta volver a las raíces, debería darnos que pensar.

Jesús Lens

Playas de piedra

“El problema es que los clientes tienen la imagen turística de Andalucía y llegan con altísimas expectativas a las playas. Al ver la nuestra así es inevitable el shock inicial”.

Gracias, Mercedes Navarrete, por reproducir estas palabras de María José Escudero, jefa de administración del Hotel Robinson de Motril, describiendo las playas sin arena del litoral granadino. Playas llenas de piedras y que exigen salvar abruptos escalones de notables dimensiones para acercarse al mar.

Playas de piedra playa granada

En La Chucha ya estamos acostumbrados a la estampa: familia que llega, toda ilusionada, dedica un rato a despejar de pedruscos un par de metros cuadrados para desplegar las toallas y se desloma tratando de clavar la sombrilla. Sudando, se acercan al agua con intención de darse un refrescante baño. Pero no cuentan con que tratar de entrar al agua, en La Chucha, es un deporte de riesgo que puede desembocar en un esguince de tobillo o en una mala caída de imprevisibles consecuencias. Porque hay tantas piedras y las algas las convierten en tan resbaladizas, que entrar sin menoscabo físico en el mar es digno de aplauso.

Lo normal es que esa familia, indignada, recoja sus bártulos y se vuelva por donde ha venido. Como decía, en La Chucha, ya estamos acostumbrados al peñascal y a los escalones vertiginosos, dado el desprecio con que históricamente ha sido tratada nuestra playa por las autoridades ¿competentes? De hecho, los pies de los chucheros han mutado en pezuñas, más propias de cabras monteses que de seres humanos.

Playa de La Chucha. Foto Manuel Béjar
Playa de La Chucha. Foto Manuel Béjar

Por fortuna, en otros lugares de la Costa Tropical granadina no estaban acostumbrados a este disparate. Pero este año, con los recortes presupuestarios, la dirección de Costas, dependiente del gobierno central, también está en funciones. Y, por tanto, no funciona. Que no suelta la guita necesaria para arreglar los desaguisados de los temporales de invierno, vamos. Así, las playas de Granada corren severo riesgo de ser un erial durante todo el verano.

Playas piedra Granada

No sé si la Consejería de Turismo de la Junta había pensado en hacer alguna campaña de promoción de nuestras playas de cara a la temporada estival, pero visto lo visto, mejor que no se metan en nada. Por lo del shock que tan brillantemente describía María José en una frase que debería figurar tallada en piedra, para escarnio de los políticos que hablan del turismo como motor de nuestra economía.

Jesús Lens

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